Con sus mil kilómetros de perímetro, la bella Sicilia incita a darle la vuelta. La primera etapa, con base en Palermo, contempla escapadas a Erice y Cefalù. La segunda conduce al sur, hacia Agrigento, pasando por Corleone y Prizzi. Y la tercera prevé parada en Noto, en el camino a Taormina, último destino antes de regresar al punto de partida.
En el trayecto del aeropuerto a la ciudad de Palermo (mar azul a la izquierda y monte escarpado a la derecha), arriba de una ladera, un grafiti reza MAFFIA BASTA. El chofer sacude la cabeza, y cuando pasamos la curva de la autopista entre Capaci e Isla de las Mujeres, señala con el dedo: "Aquí, aquí fue donde el auto de Falcone voló". Ocurrió el 23 de mayo de 1992. El juez antimafia Giovanni Falcone iba con su mujer, Francesca Morvillo, ella también magistrada, y sus tres escoltas. La precisión del hecho fue constatada por el Instituto de Geofísica y Vulcanlogía del Monte Erice, que tuvo registro de "un pequeño movimiento sísmico" con epicentro en la mencionada curva. Resultó ser la sacudida que produjo una explosión de 500 kilos de trinitrotolueno, colocados debajo de la autopista y activados al paso de la comitiva.
Más de 2.500 jóvenes provenientes de toda la península acompañaron al presidente de la República, Giorgio Napolitano, y al primer ministro Mario Monti, en un conmovedor acto realizado el día anterior a nuestra llegada a la isla, al cumplirse 20 años de la muerte de Falcone. "Un pueblo entero que no paga el pizzo es un pueblo libre", habían coreado los estudiantes; muchos llevaban carteles y camisetas con leyendas alusivas como "Tus ideas caminan sobre nuestras piernas" y "Nadie toque a los jóvenes". Aclaro: pizzo es el impuesto extorsivo que cobra la mafia. Y lo pagan todos, incluidos los propios miembros de la Cosa Nostra.
Esa misma semana, en el cementerio de Corleone, pueblito a mitad camino entre Palermo y Agrigento, quedaban muestras de otro conmovedor recordatorio: el de Plácido Rizzotto, defensor de pobres, asesinado a los 19 años por mafiosos locales y su cuerpo desaparecido, en 1948. Haciendo unas excavaciones en las afueras del pueblo, aparecieron huesos humanos que hicieron pensar en aquella dolorosa muerte. Los padres de Salvatore están enterrados en el cementerio de Corleone, así que para zanjar dudas se realizó el estudio del ADN y dio positivo: eran los restos de Plácido Rizzotto. Fue noticia en los diarios, fue argumento para un libro y al funeral que se ofició para darle a la memoria de Salvatore debida sepultura, asistió el mismísimo Napolitano.
La génesis de la Cosa Nostra hay que buscarla en el siglo XIX, cuando aparece en escena como alternativa del campesinado que, reducido a su condición de colono o arrendatario, trabajaba bajo un sistema todavía feudal en el que debía deslomarse para pagar el arriendo de la tierra con un alto porcentaje de las cosechas obtenidas, además de sufrir otras vilezas.
Ironía mayúscula. La mafia tuvo, en sus principios, ideales de izquierda.
Palermo: sentirse como en casa
En Palermo hay que quedarse, caminarla, dejarse llevar por las conversaciones que surgen espontáneas, en cualquier situación; seguir sin esfuerzo las indicaciones de las guías turísticas para abordar los itinerarios posibles que llevan a hilvanar hitos históricos y culturales, que son tantos. A los vestigios arqueológicos (restos de la antigua muralla –a pasos de los baños hebraicos–, las ruinas de las Casas romanas, en la Villa Bonanno, y la Necrópolis púnica), deben añadirse ciertos ítems insoslayables del período árabe-normando, el más exquisito, por espléndido y prolífico. Olvídese de las iglesias si el tema le resulta aburrido (hay 43…), pero no de la Capilla Palatina, "el" tesoro de Palermo. Construida por orden de Ruggero II d’ Altavilla después de su coronación en 1130, la capilla del Palacio Real –o Palacio de la Ziza– está dedicada a San Pedro y ocupa la planta baja del grandioso edificio. La obra, realizada por maestros bizantinos, islámicos y latinos, ilustra un encuentro sin par de culturas tan disímiles. Y créase o no, en la Capilla Palatina se celebran bodas como en cualquier iglesia.
La inscripción en latín, griego y árabe de 1142, hoy colocada a la izquierda antes del ingreso a la capilla, es el valioso testimonio del entrevero cultural que tuvo lugar en la Palermo de los tiempos normandos, cuando aún reinaba la pluralidad de pensamiento que instauraran los árabes.
La piazza San Domenico hace esquina con la Via Roma. A meros pasos se abre la umbría y estrecha calle donde sobreviven los últimos vestigios del antiquísimo mercado de La Vucciria (pronúnciese vuchiría, que quiere decir vocinglería, hablar muchos en voz alta). Una penuria este zoco que supo hacer tanto honor a su nombre. De los 18 puestos de frutas y verduras, queda uno. De las pescaderías, apenas resisten tres. En los huecos que dejaron los que ya no están, ahora hay tenderetes del engaña pichanga made in China. La muerte de La Vucciria empezó hace tres décadas. No hubo recambio de los puesteros, los supermercados empezaron a aparecer, crecieron los barrios del Fonavi siciliano y la gente se empezó a mudar.
Los cidros son un cítrico parecido a un limón grande y desgarbado, y se comen cortados en trozos, con sal
Mercado vivo es el Ballarò, próximo a la Torre di San Nicoló, las plazas Santa Chiara, Casa Professa y del Carmine. Ballarò es el cuerno de la abundancia, el vientre de Palermo. Según las calles van abriéndose paso entre el antiguo caserío, así van desgranándose en hilera continua los puestos de lo que sea; pescados todavía trémulos de ojos muy abiertos y la figura muy arqueada; montañas de vegetales cuya lozanía parece que va a hacerlos estallar; quesos y chacinados artesanales de Corleone, la ricotta de cabra fresca y la seca, que se ralla sobre la pasta, los tiernos en sus diferentes etapas de maduración, y los de corteza levemente enmohecida. Los tomates más lindos del mundo se apilan de a cientos, igual que los rugosos cidros, cítrico parecido a un limón grande y desgarbado, que se come cortado en trozos con sal.
"L’arte rinnova i popoli e ne rivela la vita" (el arte renueva los pueblos y revela la vida), se lee en el frontispicio del Teatro Massimo, una expresión arquitectónica mayúscula del siglo XIX. Bellísimo teatro. A pocos metros de la entrada hace añares hay un puesto de grattarella (de grattare: rascar), antecesora de la granita, invento siciliano. Se raspa la superficie de una barra de hielo con un rallador especial, se pasa ese "granizado" a un vaso largo, se le añade el jugo del sabor que uno elija de los varios ahí disponibles, azúcar, se le clava un sorbete y a refrescarse por dentro.
Del siglo XVII descuella la riqueza escultórica de la octogonal Piazza Vigliena, o Quattro Canti. Realizada en mármol blanco entre 1609 y 1620, está en el cruce exacto de la Via Maqueda y el Corso Vittorio Emanuele, a mitad camino de este antiguo camino fenicio que vinculaba el acrópolis con el Palacio Real, o de los Normandos. Ni el tránsito demencial ni la insistencia de los conductores de carrozas para el clásico paseíto turístico, con sus resignados caballos tan ornados como el carro del que deben tirar, logran opacar esta manifestación del barroco temprano en plena vía pública.
Cefalù: a 194 km de Palermo
Destino demandado en verano, aquí el Tirreno regala la seguridad de sus aguas apacibles y la belleza de su colorido, a lo largo de extensas playas de arena fina que llegan hasta la bahía de Aranciotto y de Settefrati.
Cefalù es una roca tremenda sobre la que se apoyan los restos de un castillo, de una fortificación bizantina y de un templo de Diana. A sus pies se sigue definiendo la vida de sus habitantes según pasan las épocas y sus principios. Están las fortificaciones megalíticas y las antiguas murallas del período helenístico-romano, con sus puertas junto al mar; el lavadero medieval, un puñado de iglesias y la catedral, de principios del siglo XII. Todo esto y algo más, contenido en el entramado de callecitas empedradas del casco viejo que se vinculan en un sube y baja irregular, demasiado invadido –ay– por las motos y los autos.
A espaldas de Cefalù, la ruta 286 traza un zigzag hacia el corazón del Parco Regionale delle Madonie, abriéndose paso en una geografía escarpada y boscosa. El pico más bajo es el S. Angelo, que llega a los 927 mil metros y el más alto, Carbonara, de 1979 metros. En su sinuoso derrotero, antes de torcer hacia el este, el camino delata la existencia de Isnello, pueblito precioso encajado en un abra y al que se accede por un desvío.
Sin abandonar la 286, se llega a Castelbuono, que se resguarda en un área fuera de los límites del Parque. Lo preceden los olivares y en lo alto del monte San Pietro muestra el orgullo de su "castillo del buen aire", que nunca tuvo un propósito estratégico. Empezó a construirse a principios del siglo XIV, sobre las ruinas de la ciudad bizantina de Ypsigro, por orden de Francesco I di Ventimiglia. Fue remodelado tres siglos más tarde, cuando varias familias Ventimiglia se mudaron de Palermo a este lugar. Su arquitectura mezcla los estilos árabe, normando y suevo. Castelbuono es el hogar de una relajada comunidad llena de abuelos, muchos abuelos que a la tarde ocupan todo espacio disponible en el perímetro de la plaza y se muestran muy locuaces.
Erice: 100 km al oeste de Palermo
El camino costero pasa por Mondello, suburbio paquete. La costa, aunque escabrosa, acá se permite trazar la línea de una playa amplia bañada por un mar esmeralda y turquesa. Nada que envidiarle a Cefalù. Para los fans del mar, Mondello es una fórmula perfecta: permite combinar una apacible vida de playa con escapadas a la ciudad.
Erice tiene un castillo normando que, construido en el siglo XII sobre los restos de un templo dedicado a la diosa Venus Erixina, se afirma, soberbio, a 751 metros de altura a ras del precipicio. Del castillo a las torres que despuntan más abajo iba un puente levadizo, y cuando este vínculo dejó de existir, se trazó una empinada escalinata que aún se puede usar.
Tanto vértigo sólo puede tener la compensación de las vistas panorámicas. Aún con la terca niebla que se enreda en la copa de los pinos, desde Erice se abarca un mundo de posibilidades: Trapani, las salinas, las islas Egadi; más al sur, Marsala, cuna del célebre vino generoso de la Sicilia; Pantelleria, la isla de sabrosas alcaparras y un subterfugio marino cargado de ostras, y de ahí al Cabo Bon, en Túnez, no hay más que un brinco. Por el otro lado se despliegan todo el Tirreno y la costa, visible hasta San Vito Lo Capo. Mar muy adentro, lejos, está varado ese terrón insular de improbable visualización llamado Ustica.
Erice es un pueblo muy prolijito que cuida su patrimonio arquitectónico; se destaca por el puntilloso empedrado de sus callecitas y una fuerte tradición en el arte de cocer cerámica de gran calidad y belleza.
Agrigento: 133 km al sur de Palermo
El paisaje rumbo a Corleone se augura bello y rural. La geografía ondulante de los campos evidencia el orden de los cultivares. Cada tanto se ven ovejas y vacas albinas. Un solar por aquí, otro por allá. El camino discurre flanqueado de pinos mediterráneos. Junto a la ruta se reiteran la avena salvaje y el trigo verde, las alverjillas y la camomila, el aromático hinojo también salvaje y la malva florida ida en vicio, el cardo de flor amarilla y el de flor rosa ciclamen.
Corleone atrae poco de entrada. Lo más impactante es la roca oscura que lo custodia. Una vez al año, a fines de marzo, se corre una carrera en honor a su santo patrono, San Leonardo, que debe competir con San Antonio. Se coloca cada santo sobre el hombro de los corredores y éstos salen a la disparada. Es todo.
Corleone fue semillero bravo de la Cosa Nostra mucho antes de que la obra de Mario Puzo y la trilogía de Francis Ford Coppola lo ubicaran en el mapamundi turístico. Hoy parecería que sus habitantes buscar desprenderse de tan triste fama.
En Prizzi, por el contrario, parecería que nadie se enteró de que alguna vez un cineasta americano (John Houston) filmó una delirante película, El honor de los Prizzi. Casi no llegan turistas a este pueblito. Los hombres vinculados al campo se reúnen por las tardes en la Società Operaia Agricola, juegan a las cartas, al billar, se apalancan en la puerta… vida de pueblo. Las señoras mayores como Vivina Fucarino, Memé Vallone, Antonina Cannella y Concetta desbordan simpatía, y están convencidas de que Prizzi es el lugar más seguro del mundo, "porque este pueblo está construido sobre piedra, y no hay terremoto que lo mueva. ¿El Etna? Ah, sííí… pero está muy lejos, acá no tenemos miedo del volcán".
Con la noche encima llegamos a Agrigento. La figura iluminada del templo de la Concordia, erigida sobre una colina a mediados del siglo V a.C., se adueña del horizonte en el Valle de los Templos. Es Grecia, la antigua Akragas, la que se cimentó sobre una meseta frente al mar, la que llegó a brillar por su riqueza y buen nombre. A lo largo de su convulsionada historia, fue Agrigentum para los romanos, Kerkent para los sarracenos, Grigenti para los sicilianos, hasta que su nombre quedó italianizado.
Agrigento fue la patria adoptiva del filósofo Empédocles y la cuna de dos grandes de la literatura italiana, Luigi Pirandello y Leonardo Sciascia.
El amplio territorio sagrado al que llaman Valle de los Templos, no es tal (valle) sino todo lo contrario, alturas que rodeaban la antigua Akragas. Allí se levantaron, en estilo dórico, siete templos durante los siglos V y IV a.C.; son los más antiguos y mejor conservados fuera de la actual Grecia. Destacan dos muy similares, dedicados a las diosas Juno Lacinia y Concordia, ejemplo éste de perfección dórica.
El campo arqueológico es inmenso y aún queda mucho trabajo de excavación por delante. Se supone que quien aquí llega lo hace con guía, por eso no hay un maldito cartel que explique o identifique nada. Como sea, cuente con que aquí estará todo un día. El consejo es arrancar muy temprano, hacer un largo descanso al mediodía –la peor hora para las fotos y para andar caminando bajo el solazo siciliano– y retomar la marcha a la tarde; la luz ideal, a partir de las cinco.
Con poco tiempo disponible, se puede acortar el recorrido a media jornada y la otra media dedicarla a la ciudad, reconocer sus valores medievales y barrocos y no perderse el excelente Museo Arqueológico Nacional.
Noto: summun del barroco italiano
Sucedió en 1693. El pueblo que habían fundado los sículos en el siglo IX a.C. en el monte Alveria, se hizo añicos con un terremoto. Y hubo que empezar de cero. Noto renació con esplendores barrocos jamás vistos, 8 km al sur de las ruinas de Noto antico. Y ese renacimiento fue obra de los arquitectos Rosario Gagliardi y Vincenzo Sinatra, quienes trazaron un esquema urbano ordenado por estados sociales: poder religioso, nobleza y pueblo.
El arte barroco, que se desarrolló a partir de finales del siglo XVI hasta bien entrado el siguiente, llegó a Sicilia mucho después de haberse afianzado en la península, pero cuando lo hizo superó todas las expresiones. Dignísimo ejemplo del barroco siciliano es el Palazzo Nicolai dei Principi de Villadorata, en la Via Corrado Nicolai; su gran fachada desborda en balcones cuyas ménsulas están exquisitamente labradas con representaciones de seres fantásticos y animales. Tienen renombre los balcones de Noto por sus ménsulas. El barroco también inventó las barandillas curvas; se dice que los herreros debieron forjarlas así para que en ellas cupieran, sin aplastarse, los vestidos con miriñaques de las mujeres de la nobleza.
Por la Vittorio Emanuele III, su calle principal, fluye el turismo hasta o desde la Puerta Real. Noto se ganó el mote de Jardín de Piedra porque eso son sus calles, las torres, las paredes de casas, palacios e iglesias, las plazas, escalinatas, balcones y esculturas de este nuevo orden edilicio.
Taormina: el escenario más romántico
La concibieron los griegos en un lugar inverosímil, descolgada de una ladera abrupta del monte Tauros, a 200 metros de altura. En el año 736 a.C., nació con el nombre de Tauromenion, fundada por los colonos sobrevivientes del saqueo de Naxos. Supo ser capital de la isla en un breve período bizantino, y una ristra de siglos más tarde, ya a partir del siglo XIX, hizo soñar a legiones de viajeros. La conoció Goethe antes de que el ferrocarril facilitara el acceso desde Messina. Fue lugar de descanso de grandes figuras del cine, y refugio de célebres plumas entre las que se contaban Truman Capote, Thomas Mann, Tenessee Williams… Altri tempi.
Hoy este destino acusa los embates del turismo. El pueblo es peatonal, pero en el acotado perímetro de la Porta Messina, punto de ingreso, el caos de gente y autos es descomunal. La Corso Umberto I, arteria principal del casco antiguo, es una galería a cielo abierto de las marcas más renombradas del diseño y la moda; sus fachadas señoriales se convirtieron en vidrieras. Y si se mira con detalle, se descubrirán frisos y algún que otro material perteneciente al área arqueológica, como una joyería que tiene dos columnas sustraídas –juran– del Anfiteatro Griego. Al menos las columnas no salieron de Taormina.
Los espíritus sensibles sabrán relativizar estos "detalles", porque pese a la abrumadora presencia de visitantes y a la transformación de buena parte del pueblo (su propia expansión con edificaciones llenando los pocos espacios disponibles en la montaña), hay en Taormina una belleza intrínseca que aún perdura y sale a relucir en el Teatro Griego. Es llegar a ese lugar, constatar que no pudieron haber elegido uno mejor para construirlo y emocionarse: la bahía de Giardini Naxos justo de frente, el azul del Mediterráneo a la izquierda y la figura humeante del volcán Etna a la derecha. De espaldas al mar se extiende el escenario del teatro, porque de la mar soplaba la brisa justa para llevar las voces de los actores hasta las gradas. Y los espectadores, frente a esa perfección divina.
San Pietro, refugio chic
A los pies de Taormina se perfila una conclusión de arena y rocas, a las que el suave oleaje del mar Jónico cubre y descubre al ritmo de las crecientes y bajantes. Algo retirado de la playa, hay un islote pedregoso y áspero, tocado por los verdores de la flora local. Su nombre es sencillamente isola bella (isla bella) y a ella se accede caminando por un pasaje arenoso con la bajamar. Para verla y apreciarla desde lo alto, inmersa en el esmeralda del agua, hay un lugar único: el mirador que el Grand Hotel San Pietro tiene sobre el flanco del cerro.
Hay que atravesar la amplia terraza donde suele servirse el desayuno, pasar el sector de la piscina, sortear una puerta de rejas que comunica con la naturaleza de la montaña y bajar por una larga escalinata de piedra para llegar a ese balcón breve y circular, construido en voladizo. Allí se monta una mesa, y en la tenue luz que se proyecta desde el suelo y el toque romántico de una vela, se sirve un menú especial para dos. Sólo una pareja por noche lo ocupa, y la logística para que todo llegue sin alterarse, es complicada por delicada.
Ubicado a pocos minutos del centro histórico, nada se interpone entre las terrazas de las habitaciones y el mar, nada altera la calma absoluta que envuelve este escondite pletórico de buganvillas. Todo parece coincidir con los principios Relais & Chateaux: desde el trato de su personal y la calidad de la ambientación, hasta el nivel de confort que impera en cada ámbito del hotel.
Sicilia, la isla plural
Sicilia fue el lugar de contacto clave de los dos grandes colonizadores del Mediterráneo: los fenicios (que llegaron, se supone, antes del año 1000) y los griegos, que comenzaron a establecerse en la isla en el siglo VIII. Sicilia llegó a formar, junto con el sur de Italia, la Magna Grecia, cuya importancia en la civilización helénica llega casi a equipararse a la de Grecia propiamente dicha.
A partir del siglo VI, se suceden derrotas y victorias que fueron pasando de unos a otros grupos en un minestrone de atenienses, leontinenses, egestanos, cartagineses, etruscos, romanos, mamertinos…
Hubo que esperar a que los árabes aparecieran y nombraran Palermo capital (827-878) para inaugurar un largo período de paz. Se respetaron las creencias de los vencidos y dejaron que la administración siguiera en sus manos, contentándose con la recaudación de impuestos progresivos sobre la riqueza, según una división en ricos, acomodados y obreros. Hubo tolerancia religiosa plena. La isla volvió a prosperar. La agricultura multiplicó sus productos, crecieron la industria y el comercio. Se erigieron palacios y monumentos magníficos, progresaron las ciencias más que en ningún otro rincón de Europa.
Luego aparecieron los normandos mandados por Roger (1060-72), que se impusieron a los musulmanes. Pero como éstos formaban la aristocracia intelectual, los normandos se asociaron a ella, una alianza que se reflejó en las monedas; unas llevaban el cuño de Cristo, otras el de Mahoma y algunas ambos.
Volvería la intolerancia con Federico II, emperador de Alemania, que vivió en Sicilia y tuvo su corte en Palermo. Un revoltijo de coronas francesas y españolas derivaría en el reino de las Dos Sicilias (el de la isla más el de Nápoles). Piña va, piña viene. En 1860 Garibaldi incorporó las Dos Sicilias al nuevo reino de Italia, y desde entonces la historia siciliana se confunde con la de éste, sin más rasgo especial que el de las agitaciones agrarias, la aparición de la Cosa Nostra y su creciente influencia en la política.
Sicilia no es Italia, está claro. Y su lengua, en la que se mezclan voces árabes, latinas y sus derivados provenzal, español, catalán y francés, es un ejemplo elocuente de esa riqueza que cautiva a los viajeros.