"No tengo miedo. Yo estoy sola físicamente porque elijo estar sola. Pero la soledad es otra cosa. Es del alma, es cuando tenés carencias muy profundas".
Aurora Canessa tiene 74 años y no escribe libros de autoayuda, pero sí podríamos decir que es una gurú del mar.
En poco tiempo, cruzará el Océano Atlántico en su velero por tercera vez. La primera ocasión fue en 2011, a bordo del Shipping, cuando navegó en soledad desde la isla Saint Martin, en el Caribe, hasta el puerto de Cascais, en Portugal. Este hito la convirtió en la primera mujer argentina en cruzar el Atlántico de esa forma.
Tres años después, se embarcó junto a otro navegante solitario, un hombre escocés que fue su pareja durante tres años y que en aquel momento estaba dando la vuelta al mundo. Aurora se subió en Durban, Sudáfrica, y desde allí navegaron juntos hasta la isla de Granada, otra vez en el Caribe. Tres meses se demorarían en aquel cruce, con breves paradas en la isla de Santa Helena y Fernando de Noronha (Brasil).
Ahora Canessa está en Barcelona, donde tiene anclado el velero, poniéndolo a punto con vistas al cruce. Esta vez no lo hará sola, ya que dos amigas le confirmaron que serán parte de la aventura. "La tercera es la vencida", dice, y reflexiona que cuando esté de vuelta, le faltarán cuatro años para cumplir los ochenta.
Las Malvinas
Pero antes corrió mucha agua en los viajes de Aurora. Comenzó a navegar a vela luego de divorciarse, a los 40 años. Sabía de navegación a motor, porque tuvo una lancha y siempre le gustó pescar. Como no le alcanzaba el dinero para comprarse otra lancha y vivir poniéndole combustible, pero tampoco podía estar sin el agua, se preguntó qué hacer. "El viento es gratis -pensó en primera instancia, aunque luego reflexionaría-. Pero es mentira, porque navegar a vela también es costoso. Aunque se puede hacer, todo depende de tus pretensiones".
Fue así que se compró un barco pequeño, un Microtonner, de cuatro metros y medio de largo, al que apodó Merlin II, y arrancó. "Lo que pasa es que empecé a navegar... ¡Y navegué! ¡Crucé a Uruguay!", recuerda ahora.
Diez años después, emprendería una de las iniciales y más osadas de sus aventuras, su primer viaje oceánico, nada menos que a las islas Malvinas. Fue en 1992, con su segunda embarcación, el Malabar. Era la dueña del barco y la única mujer a bordo. Aún no era la gran navegante que es hoy, así que designó a uno de los hombres como el capitán. "Lo peor fueron las olas de diez metros", remora hoy, y sonríe al recordar que la mayoría de sus compañeros se descompusieron. "Yo seguía timoneando porque tengo la suerte de no descomponerme", se jacta.
Aurora se ofendió cuando Margaret Thatcher, la ex primera ministra inglesa, dijo en aquella época que iría a las "Falklands" a "festejar el éxito de la guerra". De hecho estaba preparando otra travesía, una regata a Santo Domingo, con el objetivo de hacer el viaje de Colón al revés, a quinientos años del descubrimiento de América. Entonces, pegó un golpe de timón y resolvió emprender viaje a Malvinas para "rendir honor a todos los argentinos que quedaron en las islas".
Años después, en 1999, alcanzaría otro hito, esta vez en una competencia oficial. Ganó a bordo del velero Fulano, la regata de las 500 millas del Río de la Plata, una carrera de las más exigentes.
En el triángulo de las Bermudas
En 2010, partió desde Buenos Aires rumbo al Caribe. Despacito y sin apuro, se detuvo en Brasil y siguió hasta Saint Martin, desde donde zarparía para concretar el cruce del Atlántico "Me tomaba mis buenas caipirinhas - bromea-. Hago aventura, pero no me sacrifico". Así, el viaje le llevaría un año y medio.
Finalmente, en mayo de 2011 partió hacia la aventura tan mentada, el cruce del Océano Atlántico, la epopeya que le llevaría dos meses, con paradas técnicas para aprovisionarse en las islas Bermudas y Azores, antes de llegar al puerto de Cascaes, una pequeña villa a 25 kilómetros de Lisboa, en Portugal. "¡Pienso lo que hice y digo: que locura! ¡Hubo de todo en aquel primer viaje!"
Y sí, como bien relata Aurora, hubo de todo: enfrentó temporales, tempestades y huracanes. Días de sol abrasador, otros lluviosos y helados, noches sin luna ni estrellas, a ciegas, en medio de la oscuridad total.
"Es como si estuvieras navegando en petróleo. No se ve el horizonte. El agua y cielo son de un mismo color: negro. Estás en el medio de la nada, sola, en un pozo negro". Pero ella repite, una y otra vez, que no siente miedo. "¿Y qué te puede pasar? No hay nada. Es la nada".
Son de mar
En tramo de Saint Martin a las Bermudas recorrió unas novecientas millas náuticas, y se demoró dieciséis días. "¡Fue terrible, pasé por el Triangulo de las Bermudas y me agarró un temporal! ¡Pasó de todo, hasta me quedé sin motor!". Ya en medio del océano, estuvo a punto de entrar en el ojo de un huracán, que pudo esquivar porque recibió a tiempo un aviso de la empresa de comunicación satelital que la apoya, Tesacom. Desde las Islas Canarias, le advirtieron que frenara el barco urgente, que lo tenía en sus narices, que de otra manera la pasaría por arriba. "Así que bajé todo, puse el barco de manera que no avanzara, sino para que vaya derrapando". Aguantó un día y medio hasta que pasó el huracán. Pudo verlo en el horizonte. "Es una nube negra, como un pampero".
Por eso, dice, hay que estar alerta 24 horas. Porque no solo las tormentas son el un peligro en alta mar. Aurora dormía veinte minutos por otros veinte que se mantenía despierta. "Tenía que regular muy bien mis energías. Pero el cuerpo humano es una máquina perfecta, y me despertaba antes que suene el despertador. Después de una semana adquirí algo que se llama estar al son de mar. Se te acomoda el cuerpo, empezás a tener más elasticidad. Porque si sabés que tenés veinte minutos, y en treinta pasa un portacontenedor, te parte al medio y te manda al fondo del mar: ¿No te vas a despertar?", pregunta, retóricamente.
Ocurre que los gigantescos portacontenedores no detectan a los veleros, ni siquiera el radar los reconoce. Pero Aurora los ubica gracias al AIS, un sistema que registra las naves, el rumbo, velocidad, tamaño y nombre del barco. "El único portacontenedores que me crucé en el océano Atlántico venia rumbo colisión conmigo, a treinta nudos (sesenta km), mientras que yo voy a cinco nudos (diez kilómetros). Aurora lo detectó a tiempo, llamó y pudieron corregir el rumbo.
El cruce final
"Es como una compulsión, me sale de las vísceras. Es un deseo muy fuerte, un desafío. Soy adicta a la adrenalina", dice esta mujer que cumplirá 75 años en septiembre, que corrió carreras de motos, de autos, de lancha. Que hizo paracaidismo, esquí, y más deportes extremos. Y que ahora se apresta para el tercer cruce del Atlántico.
Aurora pasará su cumpleaños navegando en aguas europeas. Mientras, apuntala su nave y espera que se disipen los vientos Alisios en noviembre, y así el clima favorezca la partida y posterior navegación de ultramar.
Pero antes, a partir de junio, dará una vuelta por las islas Baleares -Mallorca, Menorca, Ibiza, Formentera-. Porque en cada puerto Aurora tiene un amigo. Luego, Alicante, y desde ahí al Peñón de Gibraltar, donde planea ir junto a tres amigos. Ya hacia el mes de agosto, el plan es zarpar rumbo a las Islas Canarias. Estima que el viaje, de novecientas millas náuticas, le llevará unos quince días. La idea es quedarse ahí hasta noviembre, alternando paseos por la isla con los últimos preparativos del barco, antes de zarpar rumbo a Cabo Verde, ya junto a sus compañeras, y emprender la travesía desde las costas africanas con la proa apuntando a Salvador de Bahía, en Brasil, que es donde les gustaría llegar para Año Nuevo. Aunque el destino final depende más de los vientos y las corrientes que la propia voluntad.
"Me vine preparando no solo física y psicológicamente, sino espiritualmente", señala Aurora, que aprendió la técnica del reiki, y ahora es maestra de la disciplina. También, apunta que medita seguido y que hizo pilates. Además, mantiene una dieta, aunque no es híper estricta, porque reconoce que le gusta comer y beber rico. Aunque si lo será durante el cruce, donde se alimentará a base de comida ayurvedica. Nada de latas ni congelados, porque para la filosofía ayurveda es comida muerta, sin nutrientes.
Los melones se acomodan andando...
Aurora disfruta de cocinar guisos, para los que lleva porotos, arvejas, garbanzos. También comer semillas, castañas de cajú, frutos secos, verduras. Lleva frutas verdes para que maduren, y lechuga japonesa, que dura mucho. También aceite de oliva y sal del Himalaya. No consume azúcar, sal ni harinas blancas, todo integral. No toma café y lleva "toneladas" de té de hierbas. Y aunque le gusta beber cerveza y vino, el alcohol, en el cruce, lo tiene prohibido. Y por supuesto mucha agua, mínimo dos litros por día.
El velero es muy comfortable, según destaca Aurora. Tiene un camarote de proa y uno de popa, donde duerme ella. En el cockpit - el "living comedor"- hay dos cuchetas, y otras dos más en popa. Tiene una cocinita y un baño.
"Creo en el destino. Sigo haciendo desafíos, reconozco que lo que voy a hacer es riesgoso, pero me divierte, me encanta, me apasiona. Tengo sueños, objetivos, y los realizo. Creo que todo se puede, no hay nada que el ser humano no pueda hacer. Pero hay que tener disciplina, orden, constancia. Nunca tenemos que decir no puedo, en realidad tenemos que decir no quiero. Pero no hay que quedarse con las ganas de cumplir los sueños. En la medida que uno está conectado y armonizado, las cosas se van arreglando para avanzar y lograr lo que uno se propone. Los melones se acomodan andando. Si estás quieto, no se van a acomodar".