Fue la compañía inglesa que explotó los bosques santafesinos de quebracho desde 1906 hasta 1963. Fundó numerosos pueblos, tendió 400 km de rieles y llegó a tener 20.000 empleados.
Promediando el siglo XIX, el Chaco santafesino era una tierra indómita moteada de humedales y bosques de quebracho colorado, todavía parcialmente habitada por abipones y mocovíes —que pronto serían desplazados o eliminados por las campañas militares— y con algunas colonias agrícolas y chacras dispersas. La vida transcurría dentro de las circunstancias y conflictos característicos de las zonas "de frontera", hasta que, amparado por una ley de 1872, el gobierno provincial contrató un empréstito con una firma londinense, Murrieta & Co., cuyo apoderado era el argentino Lucas González.
En marzo de 1874 partieron del puerto de Liverpool 37 cajas de hierro con 180.187 libras esterlinas, destinadas a conformar el capital inicial del Banco Provincial de Santa Fe. El empréstito no se pagó en tiempo y forma y, luego de prolongadas negociaciones, el Poder Ejecutivo, asesorado por el impenitente González, presentó en 1880 un proyecto de ley para honrar la tercera parte de la deuda con bonos del Tesoro y los otros dos tercios con tierras públicas "que se deslindarían y venderían en Inglaterra y en otras partes de Europa". La ley (que era una trampa) fue votada ese mismo año y facultó a González —como apoderado de la firma londinense— para vender 668 leguas cuadradas. Y efectivamente las vendió: a Murrieta & Co. Dos millones de hectáreas tapizadas de quebrachos —la mayor reserva de tanino del mundo— pasaron así a manos inglesas (y también alemanas y francesas). En los escaños del Congreso nadie cuestionó la venta, tal vez porque se habían untado algunas manos o porque se rumoreaba que las tierras se subdividirían en colonias: para el flamante Estado nacional, la región andaba necesitando pobladores "blancos" (es más, durante algún tiempo se consideró al Chaco Austral como "zona de excelencia para la instalación de colonos anglosajones"). Pocos años y varias fusiones empresariales después, en 1906, nacía The Forestal Land, Timber and Railways Company Limited, más conocida como La Forestal.
De aquellos tiempos queda el recuerdo de las luchas obreras —que después de hitos como la gran huelga de 1919 fueron aplastadas por el lock-out patronal (1920) y la Gendarmería Volante (una rama del ejército financiada por la empresa) que tras un enfrentamiento armado con un grupo de trabajadores persiguió y mató a unos 600 huelguistas en la espesura del monte en 1921— y una ristra de pueblos construidos por la compañía, que también tendió 400 kilómetros de vías férreas en la provincia. La historia testimonia que los así llamados pueblos forestales brotaban raudos en parajes hasta entonces vírgenes, concebidos como asentamientos transitorios sujetos al agotamiento del quebracho (que según los expertos podría haberse evitado de haber habido menos codicia y políticas más sanas). Con sus veredas de casas bajas y sus anchas calles cubiertas de rojizo aserrín, los pueblos principales tenían fábrica de tanino, almacén de ramos generales, atildadas residencias de estilo inglés destinadas a los directivos y los empleados casados, una "soltería" para alojar a los solteros, toscos ranchos para operarios y peones, club deportivo y cancha de golf. Además contaban con luz eléctrica, agua corriente, red cloacal y médico gratis. En lo profundo del monte cerrado, los obrajeros y sus familias vivían en taperas o en benditos (enramadas en un claro). Hoy, los pocos pueblos forestales que resisten son fáciles de detectar desde la ruta: casi siempre los delata una alta chimenea de ladrillos que domina el horizonte. Albergan ruinas de fábricas, fusibleras y maquinarias herrumbradas y —dicen algunos— leyendas de aparecidos y memorias del extinto quebrachal. El actual recorrido santafesino comienza en La Gallareta —saliendo de la RN11 hacia el oeste unos 15 km por la RP 83S, merece una visita por su museo alegórico— y continúa con la estancia victoriana Las Gamas —20 km al norte por camino de tierra, dentro de un pequeño quebrachal que aún subsiste— para culminar en Villa Ana, Tartagal y Villa Guillermina.
Desde Villa Ocampo —donde en la ex curtiembre San Vicente todavía pueden verse antiguas piletas y secaderos— hay que tomar la RP 295S apuntando al poniente para llegar a Villa Ana. A metros de la entrada de este pueblo de vecinos sonrientes y gatos funámbulos se yerguen la impecable torre de 70 metros de altura y las ruinas de la fábrica que, apadrinadas por la Asociación de Vecinos, funcionan como centro cultural donde se organizan recitales de poesía y llegan músicos de todas partes. En Tartagal, unos 40 km al suroeste, se mantienen casi intactos el sector de las casas principales, el hospital y una de las locomotoras que transportaban los rollizos de quebracho.
Unos 20 km al norte por la RN11 se accede a la RP 100S y, tras recorrer 21 km hacia el oeste, asoma Villa Guillermina. En tiempos de la explotación quebrachera, una línea ferroviaria la unía con el puerto Piracuacito, también propiedad de La Forestal: punto de embarque del tanino rumbo a los centros comerciales de ultramar. El mayor atractivo de la localidad es El Yugo Quebrado, un balneario con cámping y fogones a orillas de la laguna que proveía agua dulce a las calderas de la fábrica, que fue una de las últimas en cerrar.
La Forestal montó, durante los casi 60 años que permaneció en territorio argentino, un andamiaje de pueblos que llegaron a tener ferrocarril, puertos, policía, almacenes de ramos generales y hasta moneda propia (el "vale"). En palabras del historiador Gastón Gori, autor del libro La Forestal, creó una suerte de "estado" dentro del Estado nacional. Entre obrajeros (hacheros, pulidores, carreros), operarios de fábrica (cocinadores, aserrineros, peones), obreros del ferrocarril privado y marítimos, administrativos —con gran diferencia salarial y de trato respecto de los operarios— y jerárquicos, llegó a tener 20.000 empleados. A pesar de que amasó una fortuna incalculable, la suma que abonaba al Estado en concepto de impuestos solía ser exigua (según el balance de 1916, pagó 300 mil pesos a la provincia y 9.000 millones al imperio británico). Sus exportaciones de "oro rojo" fueron masivas: entre otras cosas, el tanino chaqueño se utilizó para curtir el cuero de las botas y otros pertrechos de los soldados británicos en la Primera Guerra Mundial.
En 1963 cerró sus puertas la última fábrica y cesó la actividad en los obrajes. La Forestal trasladó su producción a Sudáfrica —donde el Apartheid exigía menos controles y prometía mano de obra más barata— dejando un tendal de pueblos abandonados y obrajeros de a pie. Había talado casi el 90% de los quebrachales.
Desde 2014, el Centro de Estudios de Arqueología Histórica de la Facultad de Humanidades y Artes de la Universidad Nacional de Rosario lleva adelante el proyecto "La Forestal y sus pueblos" que se enmarca dentro de la denominada Arqueología Histórica. Su objetivo general es identificar, difundir y preservar el patrimonio arqueológico y las memorias de los pueblos forestales, como así también, optimizar los recursos que ese pasado pueda brindar en el presente.
En la provincia del Chaco, Villa Ángela también tiene su historia de explotación quebrachera. No a manos de La Forestal sino de La Chaqueña, una extractora de tanino fundada en 1917 por Julio Martín y Carlos Grüneisen, quien hacia 1902 había explorado a caballo el entonces Territorio Nacional. De la fábrica, que cerró sus puertas en 1983, queda en pie la torre de 40 metros de altura y unas ruinas bien conservadas donde los jóvenes grafitean y pintan murales y los perros vagabundos se refugian del sol quemante de la siesta. Declarada Patrimonio Histórico Provincial, en su esplendor La Chaqueña llegó a emplear 200 personas en planta y más de dos mil hacheros que traían el quebracho del monte.
Mirá la ubicación de los pueblos forestales en el mapa: