Desconozco la cifra exacta de los miles de argentinos que han ido a Valdés a ver ballenas, pingüinos, lobos, elefantes marinos, choiques, maras, puerco espines, chorlos, patos, gaviotines, cormoranes, bandurrias, etcétera, etcétera, etcétera? Pero de lo que estoy segura es de dos cosas: (1) que en las filas de los seguidores de esta revista, deben quedar muy pocos que todavía no hayan pisado la Península. Algunos, incluso, igual que LUGARES, deben haber ido no una, sino varias y reiteradas veces. (2) Ningún viajero que se precie de tal, haya ido hasta allá o no, ignora que ese trozo de "estepa marítima" de Chubut es una importante reserva faunística.
Ahora voy a revelar un secreto (y esto queda entre usted y yo): LUGARES adora ese destino, es uno de sus favoritos. Oportunidad que surge, oportunidad que no perdona. Menos aun si alguien confiesa no haber estado jamás, como fue mi caso. Abrí la boca y aquí estoy, cruzando los 35 km del istmo Ameghino, brazo que conecta la península con el continente. A los costados de la ruta, el agua salada de los golfos San José, por el norte, y Nuevo, por el sur. Todavía no puedo creerlo.
El faro del sur
Alejandra Domenichelli, nuestra guía de Argentina Visión, nos había advertido sobre los atractivos de Península en cuanto salimos del aeropuerto de Trelew. "La Patagonia provoca una especie de vértigo horizontal", dijo (parafraseando a Drieu de La Rochelle, que acuñó la metáfora cuando conoció, no la estepa, sino la inmensidad de la pampa húmeda, en el siglo XIX), y mientras íbamos por la R2, camino a Valdés, puso especial énfasis en remarcar que "estamos en una época ideal, en pleno ciclo de reproducción, y vamos a unir los puntos estratégicos para hacer avistajes de todo tipo: elefantes marinos con sus harenes, pingüinos que anidan cada año con la misma pareja, y enormes ballenas, madres solteras".
Abonada la entrada a la reserva, mapa en mano, Alejandra va señalando cada punto del camino. El istmo (que ya lo pasamos), los golfos (también los pasamos); el rosado de la Salina Grande (tonalidad que le da la artemia, un crustáceo microscópico que habita en ella) y el camino por donde pasaba el ferrocarril cuando se la explotaba; la Salina Chica, y al rato ya estamos llegando a destino, el hotel Faro Punta Delgada, en el extremo sudeste de la península.
El 90% de los casi cuatro mil kilómetros cuadrados que abarca Península Valdés, es propiedad privada, estancias dedicadas en su mayoría a la cría de ovejas. Esto significa que para llegar a la costa o bajar a la playa, sólo se puede hacer por sitios con acceso permitido. El 2% de la tierra pertenece a la Armada Argentina. El 8% restante corresponde a acuerdos de los estancieros con el gobierno, sobre lugares con potencial turístico para la creación de reservas de usos múltiples. Es en estos espacios donde se encuentran apostadas las casillas de los guarda faunas, custodios de las zonas protegidas y sus habitantes.
El hotel Faro Punta Delgada ocupa el área del ídem, el primer faro que se construyó en Valdés (1905), con materiales traídos de Francia. Las instalaciones (clásicas construcciones blancas con techos rojos) fueron, originalmente, el correo, la escuela de fareros y el casino de suboficiales de la Armada, que se reciclaron para convertirse en lo que es: el hotel de Guillermo "Willie" Prats.
Las habitaciones están repartidas en varias casitas, que cuenta con sala de estar común, en la que nunca faltan masas, bizcochos y frutas a disposición del huésped. También abundan las botellitas de agua mineral, porque acá el agua es salobre y no se puede beber. Tiene un gran restaurante, donde se sirven especialidades patagónicas.
El faro se prende a las ocho de la noche y su función es señalar el ingreso al Golfo Nuevo. Aquí no hay electricidad durante el día y el grupo electrógeno funciona desde las siete de la tarde hasta las nueve de la mañana.
Acción en Punta Delgada
Nos vamos a hacer una recorrida a caballo por el predio, de 500 hectáreas. No hacemos más de 20 pasos cuando nos damos cuenta de dónde estamos realmente: en lo alto de una porción de estepa desolada frente a un inmenso mar, un contraste tan impresionante como inimaginable. Enfrente, el horizonte azul del Atlántico. Detrás, el desierto absoluto. A nuestros pies, altos y rectos acantilados. Abajo, la costa, las verdes restingas que la marea baja descubre, y los elefantes marinos. ¡Son los primeros que veo en vivo y en directo! Pero desde donde estoy sólo me parecen babosas gigantes?
A un costado de la propiedad del faro se está construyendo el nuevo mirador, de uso público, es decir para todos los que llegan hasta aquí y no se alojan en este hotel ni en el de la vecina estancia Rincón Chico. Desde aquí retrocedemos para ir hasta El Arenal, una playa exclusiva para los huéspedes, donde se encuentran apostadas tres colonias de elefantes marinos. Cada una, con aproximadamente 80 elefantes cada una. Ahora que los veo de cerca, ya no me parecen babosas gigantes? Son una impresionante masa de músculo y grasa que puede llegar a pesar hasta cuatro toneladas.
En la observación nos acompañan Víctor y Axel, ambos guardaparques, y nos cuentan que cuando los machos pelean, parecen luchadores de sumo. No lo hacen por las hembras, como todavía suele creerse (porque eso es lo que parece), sino por el territorio. Mejor es éste, más posibilidades hay de asegurar una buena descendencia.
El hábitat de los elefantes es el mar y su alimento favorito es el calamar gigante, que los obliga a bucear a más de 400 metros de profundidad para encontrarlo. Cuando llega el momento de multiplicarse, se instalan en tierra firme y ahorran toda la energía únicamente para asegurar liderazgo y por lo tanto, la especie; por eso uno los ve tirados como bolsas, achanchados y dormitando. Según nos explican, "el macho dominante es el soberano del harén, título ganado por tener mejor performance física, incluso como amante, ya que en cuatro meses deberá preñar a todas las elefantas. Sólo de cuando en cuando permite que los machos periféricos copulen con alguna hembra." Claro que si éstos avanzan de prepo en el terreno del macho alfa (lo intentan todo el tiempo), éste lo retará a luchar hasta morir si fuera necesario.
La playa está regada de vida: elefantes enormes, hembras amamantando a sus cachorros, gaviotas y petreles limpiando la arena de desechos.
Hacemos pic nic aquí mismo, en la playa, antes de ir en 4 x 4 a Punta Fósiles. Desde acá hacemos trekking hasta el límite del área del hotel para conocer la lobería. De pronto, desde los acantilados alcanzamos a ver una mancha de aceite en el mar y una gran cantidad de gaviotas sobrevolándola; asistimos a un espectáculo increíble: tres orcas que acaban de darse un atracón y se están alejando de la costa, tan campantes.
Pegamos la vuelta al hotel. Cenamos en el gran comedor, que antiguamente supieron ser el correo y el radiotelégrafo. De hecho, las ventanillas por las que se atendía aún están y a través de ellas hoy se puede ver la cocina. Disfrutamos de un delicioso plato de mariscos grillados, y nos vamos a dormir con un cielo limpio y estrellado, bajo la atenta vigilancia del faro.
Caleta Valdés y Punta Norte
En 20 minutos llegamos a Caleta Valdés, paraje que está a mitad del camino entre ambas puntas de la península, Delgada y Norte, y sede del parador de la estancia La Elvira. Con restaurante, casilla de guardafauna y venta de regionales, este obligadísimo stop regala vistas increíbles. Desde lo alto de los miradores divisamos más elefantes, el ancla de un barco hundido entre las restingas y la peculiar geografía de la caleta, una albufera (extensión de agua salada separada del mar por un cordón litoral) de unos 30 km de largo. Según explica Alejandra, este ecosistema "les da mayor protección a los elefantes y lobos marinos, ya que las orcas no suelen hacer varamientos aquí".
El extremo del Golfo San Matías es Punta Norte, uno de los apostaderos más importantes y lugar donde hay más registros de ataques de orcas. En el puesto de guardafauna nos confirman que habían marcado el paso de las avistadas el día anterior.
En la estancia San Lorenzo nos esperan con asado de cordero patagónico que nos sirven en el galpón de esquila, acondicionado como restaurante.
Llegan los guardaparques y partimos en sus vehículos hacia la playa, a observar pingüinos. Una vez más la madre Natura se nos muestra en todo su esplendor.
La pingüinera se ubica a cinco kilómetros del casco, y es la segunda colonia continental más importante de pingüinos magallánicos, después de la de Punta Tombo; hay alrededor de 300 mil ejemplares de estas simpáticas aves monógamas (un 80% es fiel a su pareja), que llegan a mediados de septiembre y se instalan hasta fines de abril. Necesitan tiempo para anidar, poner los huevos y cuidarlos de los depredadores, atender a los pichones, cambiar las plumas...
Por un sendero trazado dentro de la colonia, caminamos hasta la playa con cuidado de no pisar los nidos escondidos entre las espinas de los arbustos, ni llevarnos por delante algún pingüino en su recta marcha de ida y vuelta al mar.
Cada integrante de la pareja, nos informa Alejandra, tiene la ardua tarea de cuidar del otro y de vigilar los huevos para que zorros y peludos no se den un banquete. Sólo la mitad de los pichones sobrevive cada temporada.
El paseo se completa con la observación del lugar donde funcionó la refinadora de aceite, de los tiempos en que se practicaba la caza de lobos marinos, por su piel y la grasa. Esta actividad duró medio siglo (1920-1970).
Criaturas monumentales
Casi en la entrada de la península, entre altos y dorados acantilados, se encuentra la única población de toda la reserva. Pirámides fue creado en 1.900 como puerto de salida de la producción local de pieles de lobos marinos, lana de ovejas y sal a Buenos Aires. Hoy, la población estable es de unas 200 personas, dedicadas en su mayoría a explotar la visita de las ballenas.
Hay otros atractivos en los alrededores ?una lobería a la que se puede ir caminando, grandes médanos que invitan a hacer sandboard, Punta Pardelas (en el camino costero a Punta Delgada), buceo? pero nada se compara con el magnetismo que ejerce la ballena FrancaAustral. Son las vedettes de Valdés. Ellas suelen llegar al Golfo Nuevo en mayo y se quedan hasta diciembre, con el único fin de procrear.
La aldea no debe tener más de 500 metros de largo, con sus dos bajadas al mar, donde se concentra el grueso de la oferta turística.
Las Restingas es el renombrado hotel de la playa, Patagonia Franca. A fines de 2005 fue ampliado y remodelado: se taparon los ladrillos a la vista para darle color celeste cielo; se levantaron techos y tiraron paredes; lo redecoraron y lograron un depurado estilo formal y, al mismo tiempo, con el encanto de los rincones acogedores. Sobre el restaurante se instaló el spa, con piscina climatizada cubierta e increíble vista al mar. Hidromasaje, sauna y gimnasio completan este capítulo.
El lujo: las habitaciones que dan a las olas, con sus balconcitos, excelentes apostaderos privados para observar a los grandiosos mamíferos pegando saltos en la bahía.
Teníamos avistaje programado, y sería con la empresa de Jorge Schmid. Enchalecados y con las cámaras listas, nos embarcamos en un semirrígido. En menos de 15 minutos descubrimos la primera ballena. El motor se apaga para no molestarla. La ballena apenas se mueve, parece que hace yoga, quietita, desaparece un poquito y vuelve a salir otro poquito. Queremos que nos muestre la aleta caudal y no hay caso? "Puede ser que esté pendiente de nuestros movimientos, porque está con su ballenato", nos consuela el timonel.
De golpe, la suerte llega. Colas y aletas empiezan a asomar sobre las olas. Los cuerpos, inmensos, se elevan como si no pesaran y se dejan caer con idéntica gracia. Algunas hacen la plancha, ahí nomás, casi al alcance de la mano. Qué chiquita se ve la embarcación. Y yo que creía que ya estaba vacunada contra la emoción después de tantos documentales vistos sobre las ballenas.
Ahora estamos esperando que nos sirvan la cena. Vieiras, almejas, cholgas y mejillones salen de la muy cuidada cocina de Las Restingas, y mientras devoramos todas esas delicias no paramos de hablar de las benditas ballenas.
Hoy toca buceo. Hace frío y amenaza lluvia. Igual nos calzamos los tanques y al agua. Pero, oh sorpresa, descubro que sumergida como estoy, no hay frío que valga; a mi alrededor, las algas de colores brillantes me alucinan, y la eventualidad de que una ballena curiosa se acerque, me inquieta y también me gusta. El bautismo es todo un éxito. La experiencia culmina con la aparición de cinco lobitos que, a milímetros de nuestras narices, se ponen a jugar. Antes de alejarse hasta posan para la foto.
Por Lucía Jutard
Fotos de Anahí Bangueses Tomsig
Publicado en Revista LUGARES 128. Diciembre 2006.