Allí donde Ipanema pierde el nombre en Río de Janeiro, aparece Leblón. El sitio surgido de la incursión de un francés dedicado a la comercialización de aceite de ballena llamado Charles Le Blond, está cumpliendo 100 años. La pequeña colonia francesa en la la Bahía de Guanabara terminó siendo catastrada para 1919. Hoy es uno de los sitios donde lo que sucede ocurre. Tiendas, restaurantes y, por supuesto, el protagonismo de la playa y las puestas de sol. Ese es el destino que el polifacético Oskar Metsavaht eligió para incursionar en el diseño de ambientes. Se propuso dar calma al estrépito carnavalero típico de Brasil con su proyecto del Hotel Janeiro.
En su ADN se encuentra el cuidado del planeta. De antepasados estonios, su apellido significa en ese idioma "guardián del bosque". Ha tomado al pie de la letra la consigna y luego de recibirse de médico, abandonó la disciplina para convertirse en diseñador de indumentaria en su marca Osklen que lleva tres décadas en el mercado. La revista Forbes la ha definido en su edición del 2012 como "la primera marca de lujo global de Brasil". Ha sido nombrado Embajador de la Buena Voluntad de la Unesco. Si algo se ha transformado en su columna vertebral ha sido la sustentabilidad. Ha elegido trabajar con cuero de pescado Piracucu y utiliza algodón orgánico. Se autodefine como artista, un saber que llega de manos de su madre, profesora de historia del arte y filosofía. La herencia paterna de la medicina fue experimentada en los comienzos. A la moda llegó de manera imprevista. Para una excursión con amigos al Aconcagua diseño sus propias prendas de montaña. "Era como una especie de capote isotérmico -cuenta-. Cuando me mudé a París para seguir ejercer la medicina, comencé con el snowboard y me vinculé con el snowboard", disciplina para la que también diseño trajes para sí y sus amigos.
A su regreso a Brasil abrió su primera tienda casi como un espacio expositivo de sus creaciones de indumentaria. Desde allí nunca más se detuvo. Sus prendas se venden en Italia, Estados Unidos, Japón, Grecia, Argentina y Uruguay. El espíritu inquieto lo llevó al hotel. "A cualquier diseñador le encantaría enfrentar este desafío".
La moderación del barroco carioca
Dice reverenciar el color, pero necesitar amalgamarlo con la calma. Por eso sus diseños tienen algo de eco-chic, una síntesis de sofisticación y simplicidad que deja lo exuberante del espíritu de Río en el paisaje. Partió de la idea de hospedar como consigna. La calma del oasis es lo que se respira en los tonos tenues y relajantes de Janeiro, un hotel boutique ecológico de 53 cuartos que logra, con su arquitectura, poner un marco imperceptible al paisaje. Piedra caliza de travertino y madera de feijó rubio, sillones colgantes de mimbre y lámparas de vidrio soplado de botellas recicladas. El objetivo ha sido crear una residencia, más que un hotel. Utilizar todo lo que el afuera da para acompañarlo desde el adentro. La luz natural es la máxima protagonista. "Cuanta más luz, mejor", dice Oskar. Esa luz que atrapa en los claros tonos que inundan cada cuarto. Lo primero que se ve es el paisaje y la hamaca de paja. "Como un llegar a casa".
En competencia con el famoso Fasano de Philippe Starck que venera el espíritu de la arquitectura y el diseño brasileños de los años 50 y 60 y honra la era de la Bossa Nova a minutos del Janeiro, Metsavaht prefirió pensar su proyecto como un eco-resort. "Para mi diseñar un hotel es curar la ciudad donde se encuentra -explica-. Aunque conocemos a Río por la exuberancia del sol y la playa y la locura del carnaval, también hay otra sintonía. La de arquitectura moderna, la belleza natural de las montañas desnudas y la selva". Es en esa conjunción donde el creativo ha elegido distinguirse: en una conjunción atrevidamente relajada entre la naturaleza y la vida urbana. "Cuando se circula Río, se ve de un lado el asfalto, los edificios, la vorágine citadina; a la vez que el océano, las islas, las palmeras y la playa. Me gusta articular ese contraste".
La inteligencia del diseño ha recostado cada habitación sobre el vidrio de las ventanas. Con un juego tentador de exterior interior que elucubra una misteriosa ilusión de estar en una cabaña en la soledad de la playa frente al mar. "Las ventanas actúan como pantalla, tanto como utilitarias como artísticas. En un llamado abierto a la imaginación, los colores reproducen el tono de la arena, las piezas reafirman el verde y el azul de la naturaleza y exaltan la producción nacional".
Sugieren en Janeiro que la cama es la playa personal que ofrecen. En la ducha, el mar es la principal compañía. "Nada aquí es por casualidad", sentencia el diseñador.
Una concepción que Metsavaht intenta imponer junto a su socio en el hotel, el empresario Carlos Werneck, es el que llama "nuevo lujo". Como primer paso, tomaron un edificio preexistente, el del Hotel Marina All Suites en la Avenida Delfim Moreira, sitio al que dotaron de colores que suponen una oda carioca: azules, arena y verde. "Mi deseo es que el hotel sea un motor en alinear la estética con las prácticas ambientales positivas", indica. Propuesta que incluye los pequeños detalles como las botellas de vidrio reutilizables, los artículos naturales de baño de la marca local Granado o el uso de sorbetes de papel para los tragos.
Dos experiencias gastronómicas se suman bajo el mismo afán: el restaurante ofrece productos de la granja y frescos. A la mesa se llega cobijado con sillas de mimbre que asemejan caracolas, mientras las fotografías que cuelgan en las paredes son obras del propio Metsavaht quien retrata la ciudad como quiere que se vea. La especialidad es simple, pero grandiosa: parrilla de pescados y mariscos.
Al Little Pool Bar se llega por una escalera modernista melange de arte carioca y la inspiración puntaesteña de Casapueblo. Una ventana circular acompaña la caipirinha mientras el sol se pone en lo que Metsavaht denomina un "hedonismo sustentable".