En la capital de Japón viven más de trece millones y medio de personas. Es una ciudad híper limpia, híper activa, híper silenciosa, segura. De vanguardia. Aquí, algunas coordenadas para abordarla.
A las horas pico, Tokio es lo más parecido a una concentración de manifestantes mudos, corrientes humanas que fluyen, sin decir ni pío, con sus barbijos. Algunas personas dicen que no quieren contagiar, otras que por la polución. O porque sí. Hay jóvenes que usan barbijos tuneados. Se diría que el barbijo ya ascendió a categoría de accesorio, como las sombrillas con las que andan las mujeres para protegerse del sol.
De la ausencia de ruidos molestos también son responsables los autos híbridos y eléctricos, así que las avenidas y sus transversales son un runrún sereno de vehículos. Bocinazos, intercambio de gritos e improperios, tampoco se registran. A los japoneses no les gusta el ruido. El sonido más fuerte es el que emiten los semáforos en los cruces largos de varias calles, con alarma sincronizada para los ciegos.
La compleja e impresionante red de subtes de Tokio se compone de 13 líneas, 284 estaciones y un alcance de 300 km en su recorrido. Detalle de relativa importancia frente a la magnitud de todo el sistema de transporte ferroviario, que incluye trenes de cercanía, interurbanos y de media y larga distancia. Del subte hacen uso alrededor de 8,7 millones de personas por día. Hay "fronteras" en los andenes que resguardan una franja libre junto a las vías, para dar lugar a los que salen de los vagones. Nadie invade el área restringida y en la que, una vez liberada, avanzan los de afuera. Sin ira, sin atropellarse. Ya no hay empujadores. Ya nadie pierde los zapatos, como sucedía cuando los empujadores comprimían a la gente para que entraran más. Entonces los zapatos iban a parar a un depósito a la espera vana de que sus dueños los reclamaran, así que el número de zapatos huérfanos crecía porque juntaban pilas todos los días. ¿Cómo sería ese Tokio de un solo zapato? Surrealismo japonés que dejó de existir.
Bares, casas de té, restaurantes, comercios de los más variados rubros, oficinas de información y control, cabinas con empleados de la red subterránea, áreas con lockers, la vida misma en abigarrada continuidad, de arriba abajo y viceversa. Más de ocho millones de personas se mueven bajo tierra sin provocar otro sonido que no sea el de los millones de pasos, y no hay vagón de subte o tren donde no reine el silencio. No se habla con el celular (está prohibido hacerlo en el transporte público), aunque todos van prendidos al suyo como recién nacido a la teta.
Por Shinjuku pasan unos tres millones y medio de almas por día (más que la cantidad de habitantes de la ciudad de Buenos Aires), y en esta estación, igual que en todas las demás, igual que en las veredas de cualquier calle de Tokio, no hay un papel tirado en el piso. Relucen los pavimentos en esta ciudad. Arriba y abajo. Tampoco se ven tachos de basura. Qué hace la gente con los detritos, la botellita de agua, la lata de gaseosa, las bandejas y bolsitas de la vianda que sí se puede consumir en el subte, en una plaza, en el tren. Hiroko Ishihara -nuestro faro en la ciudad durante dos días- despeja la incógnita: "Se los llevan y los tiran en sus casas. Los tachos de basura fueron eliminados de Tokio después del atentado a las torres gemelas; el gobierno decidió que ningún ciudadano debía estar expuesto al riesgo de un acto terrorista", nos aclara, en perfecto español, esta joven empresaria dueña de una agencia de viajes.
No se fuma caminando (porque eso implica que la colilla va a parar al suelo); para eso están los lugares específicos con grandes ceniceros donde arrimarse para echar unas pitadas sin ser reprendido por otro ciudadano. En Ginza llegué a ver dos colillas. Dos. Algún espíritu rebelde de viernes a la noche.
FISONOMÍA URBANA
Karatacho es una estación de subte de un área céntrica próxima a Ginza, de elevadas moles corporativas, gingkos que crecen lozanos e iluminan las veredas con su brillante color verde pistacho, y canteros hinchados de plantas, flores, los yuyos que vienen solos. Las puertas de los edificios de departamentos están abiertas, las bicis sin candado; un barrio pacífico al que no se puede recurrir para cenar en horario tardío porque a las diez ya más de un establecimiento colgó el cartel de "cerrado". Es la norma generalizada; al límite de las once nadie te abre la puerta.
La cercana Ginza es zona comercial paquetísima donde cada domingo tiene lugar un pacífico suceso; en el encuentro de Harumi dori (dori: calle) con Chuo dori, una gran cantidad de gente toma la calle convirtiéndola en peatonal. Nadie lo dispuso, un día sucedió, nadie lo prohíbe y quedó como parte del folklore tokiota. Marcas internacionales de ropa y accesorios están en este barrio top, cuya arteria principal es lo más parecido a la 5» Avenida neoyorquina. Veredas muy amplias y arquitecturas de vanguardia que conviven con las tradicionales le dan a este barrio cierto carácter de urbe occidental. El impactante Tokyu Plaza, de reciente apertura sobre la Miuki dori (muy próxima a Corido, calle de bares y restaurantes), es el último aporte de modernidad edilicia. Alberga un gran shopping, con cafetería en la planta baja. Pero el tesoro de Ginza se llama Kyukyodo, una papelería que existe desde 1663, universo maravilloso de objetos de papel en sus más variados tipos y expresiones.
El escaparate de alta gama de Tokio se llama Omotesando, zona exclusiva que se detecta entre los barrios de Minato y Shibuya, y donde se lucen Dior, Louis Vuitton, Prada, Gucci, entre otros grandes nombres propios de la moda, en mansiones y edificios de súper lujo. La tienda de juguetes japonesa Kiddylandtambién tiene su sede en Omotesando. La transitada avenida homónima discurre sombreada por una seguidilla de keyakis -árbol nativo de generosa copa- entre la estación de subte Omotesando y Takeshita dori, a pasos de la estación de tren Harajuku. Miles de seres humanos recorren esta hermosa avenida, en especial los fines de semana, hasta desbordarla y volcarse hacia sus coloridas callecitas transversales.
El puente Jingu-bashi (antes punto de congregación de adolescentes freaks), el gran espacio verde donde se resguarda el santuario Meiji consagrado en la era Taisho (1912-1926), la mencionada estación Harajuku, y enseguida los pies están pisando Takeshita dori, peatonal concurridísima. Aquí se avanza lento. Es una arteria comercial generosa de baratijas e indumentaria para jovencitas seguidoras del cosplay. En la puerta de algunos locales, una chica vestida cual Barbie japonesa "canta" la mercancía a grito pelado con la voz impostada en un curioso falsete, casi un gorjeo. De Jingu-bashi, las tribus urbanas se desplazaron hacia la cercana transversal Harajuku dori; ellos van con el pelo pintado de vivos colores o gris canoso -modal total- y suelen vestir de negro gótico; a ellas les tienta el estilo victoriano de las puntillas y los tules (una debilidad de las japonesas), los volados y fruncidos vaporosos a la cintura, los zoquetes blancos y los adornos naïves en sus zapatos con poco taco. Se "amuñecan" hasta la cabeza con pelucas rosadas.
A partir del atardecer, en especial viernes y sábado, la entrada a la estación de Shibuya y su icónico monumento al perro Hachiko es lo más parecido a un hormiguero en plena temporada de cosecha y acopio: cientos de jóvenes se dan cita aquí y pululan por sus alrededores, atiborrados de bares y lugares para comer. Del otro lado de la calle, un mega Starbucks ocupa toda una esquina. El edificio semeja la proa de un barco vidriada, y en cada piso hay sobredemanda de ventanal -caramelito de fotógrafos- para capturar la noche en movimiento. El cruce masivo, los que enfilan hacia el Pachinko (versión nipona de las máquinas tragamonedas), los efectos lumínicos de las gigantografías de los grandes negocios de Shibuya. La oscuridad vencida, antítesis de las sombras elogiadas por Tanizaki.
Para reencontrarlas hay que ir a Nezu, retazo de un Tokio que quedó en suspenso, memoria quieta de un pasado no tan lejano. Es improbable que haya quedado alguna casa en pie después de los sistemáticos bombardeos a que fue sometida la ciudad durante la II Guerra Mundial. Y sí es muy probable que buena parte de lo reconstruido no replicara las tradicionales machiyas (casas urbanas de madera), sin embargo ese pasado se las ingenia para asomar cada tanto en forma de pared, un alero. La huella oscura de la madera.
Recorrer este sencillo barrio es recuperar un ritmo que el Tokio de la hipermodernidad desconoce. Aquí la gente se mueve a su aire, a pie y en bicicleta. Nezu es una de esas treguas urbanas en la que no costaría nada distraerse un tiempo, como si un sinnúmero de abrojos invisibles se enganchara a la voluntad anulándola sin dolor.
Una caminata breve vincula el parque Ueno, en el barrio Taito-ku, con la calma de Nezu. Ueno ocupa el lugar de un grandioso templo del período Edo, elKanei-ji, que fue destruido en 1868. Hoy es sede de los museos Nacional de Tokio, de Ciencia de Japón, de Arte Occidental y el Metropolitano de Arte, una sala de conciertos, un par de capillas, el zoo. Y es el escenario al que acuden locales y visitantes cuando, con la primavera, los más de mil cerezos del parque florecen. Una vez más, el número mil.
Daykanyama es lo opuesto a Nezu. Territorio de ricos, famosos y snobs, le dan prestigio el estilo y la calidad de su urbanismo, las boutiques de diseñadores locales, sus restaurantes y bares cool, las galerías de arte, los spas para perros -a los que suelen pasear en cochecitos y les ponen anteojos de sol- y el preciosismo de T-site, la mega librería de la editorial Tsukaya repartida en cuatro cubos transparentes dispuestos en horizontal, uno al lado del otro, separados por franjas parquizadas. Si de afuera atrae, una vez adentro no hay forma de salir. Es el dominio de la madera, divinamente tratada y sometida a la pureza del diseño racional para albergar metros y metros y metros cúbicos de libros; hay lugares para sentarse frente a las estanterías, la estudiada iluminación crea aquí y allá climas de intimidad, y a pesar de la mucha gente que por aquí pasa, nada perturba el clima casi sagrado de T-site, espacio extraordinario. Sólo el sector de revistas, con una apabullante cantidad de títulos y un muy alto nivel de sofisticación, basta para atrapar con la eficacia de una telaraña. ¿Quién dijo que el papel ha muerto?
IZAKAYA, LA LIBERTAD
Olores a chancho grillado, nubes de humo de cigarrillo, litros de sake anónimo que se escancian en vasos grandes puestos a su vez dentro de una especie de platito hondo y cuadrado para que el alcohol de arroz se derrame en él a voluntad, risas, voces en libertad. Relax tokiota. A partir de las siete de la tarde, una tracamundana de empleados se varea por una rúa breve y muy estrecha escondida entre otro montón de calles. La callecita es una grieta de la gran urbe con un rosario de mini reductos, uno al lado del otro. La zona se llama Omoide Yokocho, y es contraseña a la hora de rastrear izakayas, barcitos con onda en los que los hombres se aflojan la corbata y hasta se permiten socializar con el vecino.
Los hay también en Ginza, debajo del viaducto de tren Yurakucho, de ambiente menos canalla pero igual de populares. Acá o allá, en cualquier izakaya la misión de sus responsables es reparar cuerpo y alma de los que se arriman al final de un día agitado. De este lado del mostrador cunde el sentimiento de libertad en su expresión más urgente. Del otro lado, no paran. Parvas de pinchos van de los fuegos al plato, litros de cerveza y sake se vuelcan en los vasos. Los que sirven y la transpiran son hombres con toallas alrededor del cuello o a modo de turbante. Momentos fugaces de libertad por un puñado de yenes.
Lejos del trajín urbano el atardecer en Odaiba Kayjincol amerita ser contemplado. Para ir hasta allí, hay que tomar el tren Yuricamone en la estación de Shimbayi. Cuando el sol se va, todo se ilumina y el entorno se embellece. Hay una playa chiquita en Odaiba y es la más cercana que tienen los tokiotas.
SI PENSÁS VIAJAR...
La mejor época es la primavera, de marzo a fines de abril. Evitá la temporada de lluvias, en junio y julio, si no querés usar paraguas todos los días.
Estadía mínima recomendada: 5 días.
DÓNDE DORMIR
Palace Hotel Tokyo. www.palacehoteltokyo.com
Tokyu Stay Ginza. www.tokyustay.co.jpThe Capitol Tokyuwww.capitolhoteltokyou.com
PASEOS Y EXCURSIONES
Tokyo Illusion. info@tokyoillusion.co.jp En una sala íntima, el artista Shintaro Fujiyama ofrece un delicioso espectáculo de magia clásica Edo (conocida como fezuma), con mariposas de papel que parecen cobrar vida. Shintaro es hijo de una leyenda del antiguo arte.
Daikanyama Tsutaya. Treal.tsite.jp/daikanyama Maravillosa librería ubicada en el barrio de moda. El complejo arquitectónico fue diseñado por Mark Dytham y Astrid Klein, incluye un lounge para tomar café y mirar revistas. Libros para todos los gustos: filosofía, historia, arquitectura, cocina, viajes, además de discos, CD y DVD.
Nota publicada en revista Lugares nº 244, agosto de 2016.