Un recorrido por la ciudad de las siete colinas, de las empinadas y angostas y los azulejos que son marca registrada.
La identidad de Lisboa está ligada a historias marinas. Ubicada en la desembocadura del río Tajo, la ciudad fue un punto estratégico para rutas comerciales que partían hacia el Mediterráneo y hacia otros continentes. Albergó a fenicios, celtas, griegos, cartagineses, romanos y musulmanes, entre otras civilizaciones.
En este recorrido caminamos por Lisboa y presentamos algunos de sus imprescindibles.
Praça do Comércio
Allí donde se amarraban los barcos mercantes, los turistas y lisbonenses se remojan los pies. En esta plaza abierta al río Tajo se escucha música callejera de fondo y se empieza el recorrido por la Baixa Pombalina, el barrio de la parte baja de la ciudad cuyo nombre rinde homenaje al marqués de Pombal, quien dirigió su reconstrucción después del terremoto de 1755.
La remodelación de la Baixa, hecha en forma de cuadrícula, con calles paralelas que adquirieron nombres de gremios y otras perpendiculares con nombres de santos, supuso una ruptura con el urbanismo medieval que aún conservan algunos barrios. Al atravesar el Arco da Rua Augusta, se descubren iglesias, comercios y restaurantes, bares y confiterías como la Confitería Nacional, parada especialmente recomendada para golosos. Aquí, se degustan los pasteles de nata hechos a base de leche, limón y huevo, e inspirados en una receta de un cocinero de la Corte del s. XVI que se encontró en un manuscrito. También, la confitería es conocida por otras especialidades como la torta de almendra o el bolo rei, una torta de Navidad de frutos secos y confitados cuya receta llegó de Francia en el s. XIX.
Elevadores
Los elevadores son otra de las marcas registradas de la capital portuguesa y facilitan el traslado entre la parte alta y baja. El más conocido es el de Santa Justa, que data de inicios del s. XX y conecta la Baixa con Largo do Carmo, en pleno barrio de Chiado. Su estructura neogótica y de hierro tiene una altura de 45 metros, desde la cual se observa una panorámica de la urbe.
Otros elevadores menos turísticos son el Elevador do Castelo, que une la Baixa con el Castillo de San Jorge; o el de Santa Luzia, que une la Rua Norberto Araújo con el mirador de Santa Luzia. Además, algunos elevadores antiguos se convirtieron en funiculares como el de Bica, el Glória y Lavra, todos considerados Monumento Nacional.
El hallazgo de los barrios viejos
Medias, remeras, toallas y sábanas se secan colgadas al sol en las calles angostas del barrio en el que se encuentra el Castelo de São Jorge, una fortaleza que fue palacio real.
Muy cerca está Alfama, el barrio más antiguo cuyo nombre deriva de la palabra árabe al-hamma que significa baños, en donde se encuentra el mirador de Santa Luzia, con una vista imponente de la ciudad.
Los azulejos están por todos lados. Los hay con motivos florales, animales, elementos mitológicos, iconografías religiosas, formas geométricas; rarezas y bellezas.
Para conocer la evolución de esta manifestación artística que toma herencia árabe y de distintas influencias europeas, el Museo Nacional del Azulejo es un imperdible. Ubicado en el que fue el convento de la Madre de Deus- un edificio que mezcla el estilo manuelino, renacentista y de decoración barroca- éste contiene una colección de 7000 piezas que muestra cómo los azulejos fueron utilizados para decorar los interiores de las casas, las iglesias y los palacios, así como sirvieron de soporte publicitario en algunas fachadas.
Otros espacios guardan increíbles manifestaciones, como la Iglesia San Roque, en el Barrio Alto. Además, el concepto del azulejo se ha reciclado a través de artistas contemporáneos, con murales que se encuentran en las estaciones del subte y en otros rincones.
La receta de los monjes
El estilo manuelino característico por contener motivos naturalistas y marítimos como cabos y cuerdas da la bienvenida en el Monasterio de los Jerónimos de Belém, en el barrio que lleva el mismo nombre. La visita a esta obra es una inmersión a la Era de los Descubrimientos y a los logros de exploradores como Vasco de Gama, cuya tumba reside en el interior, junto con las del escritor Fernando Pessoa, el poeta Luís de Camões y la familia del rey Manuel I de Portugal. Fue éste quien mandó construir el conjunto, para conmemorar el regreso de la India de Vasco de Gama.
El edificio es Patrimonio de la Humanidad junto con la Torre de Belém, fortaleza de decoración manuelina que se encuentra muy cerca. Construida en el s. XVI como defensa de invasores en la desembocadura del río Tajo, su estructura invita a imaginar la proa de un barco con una torre cuadrada. Desde ella se puede vislumbrar el Puente 25 de Abril, inspirado en el Golden Gate de San Francisco.
Antes de irse de Belém, vale la pena probar los clásicos Pastéis de Belém en la Rua de Belém 84, basados en una antigua receta de los monjes del monasterio.
A la salud de Pessoa
Los amantes de los cafés notables encontrarán su lugar en A Brasileira, uno de los más antiguos de Lisboa ubicado en el barrio de Chiado. Su interior Art Déco guarda la impronta de los artistas que solían visitarlo, entre ellos Fernando Pessoa. Después de probar la bica, café de sabor intenso, se puede visitar otros imperdibles de la misma cuadra: la tienda de época Paris em Lisboa, con ropas de hogar y accesorios; y la Librería Bertrand, considerada la más antigua del mundo, con más de 250 años.
Luego de un pequeño desvío, se llega a la Cervejaria Trindade del año 1294, construida en el que fue el Convento da Santíssima Trindade que hoy sigue fascinando por sus imponentes paneles de azulejos de inspiración masónica.
Pero si lo que se quiere es disfrutar de un buen trago, es recomendable esperar unas horas y acercarse al Barrio Alto, pegado a Chiado, donde emergen las mejores propuestas para disfrutar de la vida nocturna de Lisboa.
La Europa más occidental
Desde el Cabo da Roca dentro del Parque Natural de Sintra-Cascais, a unos 40 km. de la capital descubrimos el extremo más occidental de la Europa continental: un evocador acantilado de 140 metros en el que reside un faro y un viento feroz. Se llega a él desde Sintra, conocida por el imponente Palacio Nacional da Pena, una de las principales residencias de la familia real portuguesa durante el s. XIX, que es Patrimonio de la Humanidad. Su estilo romántico funde elementos neogóticos, neomanuelinos, neoislámicos y neorrenacentistas.
Cerca de allí se puede visitar el Castelo dos Mouros o Castillo de Sintra, cuya primera fortificación fue construida entre el s. VIII y IX durante la invasión árabe. Proyectada sinuosamente sobre un alto macizo, hoy sigue ofreciendo vistas hacia el Océano Atlántico. Desde allí, podemos perdernos por los bosques circundantes y entrar en un segundo viaje.
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Por Carmina Balaguer.
Carmina Balaguer
LA NACION