La figurita difícil de Ilha Grande y, al mismo tiempo, la que la convierte en un destino extraordinario, son las principales playas del litoral sur, las oceánicas, las llamadas praias de fora por los locales.
De este a oeste se suceden las playas Lopes Mendes, Caxadaço, Dos Ríos, Parnaioca, Leste, Sur y Aventureiro, éstas tres últimas formando parte de la Reserva Biológica de las Playas del Sur y del Parque Marítimo de Aventureiro, áreas que protegen la selva tropical intacta y la variada vida marina que rodea la isla.
Estas playas salvajes son de visita restringida: sólo puede acceder investigadores y personas autorizadas por el Instituto Brasileño de Medio Ambiente (IBAMA). En Aventureiro, playa con coqueros y piscinas naturales, viven unas siete familias que organizaron campings dentro de sus propiedades y brindan comidas a sus huéspedes. Quienes quieran alojarse en estas casas de familia, deben gestionar previamente un permiso en la oficina municipal de Turisangra, ubicada en Angra dos Reis. De otra manera, no es posible quedarse en Aventureiro. Las vecinas playas Leste y Sul están separadas por un islote y un riacho serpenteante. Son cinco kilómetros de arenas inmaculadas y mata atlántica en la que está prohibido tirarse a tomar sol, navegar cerca de la orilla y ni hablar de fondear y desembarcar. Sólo es posible disfrutarlas en la caminata de Parnaioca a Aventureiro: son unas cuatro horas de marcha atravesando un paisaje totalmente virgen.
Lopes Mendes, Caxadaço, Dos Ríos y Parnaioca sí pueden visitarse por el día, siempre y cuando cada cual se lleve sus residuos. La excursión llamada "Vuelta a la Isla" incluye estas playas, Aventureiro, Meros y Maquariquessaba, otros parajes solitarios del sur. Otro paseo clásico, "Súper Sur", suma a Lopes Mendes dos actividades imperdibles: snorkel en la costa de la isla Jorge Greco y visita a la playa y al ex-presidio de Dos Ríos. Jorge Greco es un peñón en medio del océano donde la fauna hace una fiesta. En la roca se posan cientos de aves: gaviotas, alcatraces y cormoranes; mientras que en el agua nadan abadejos, anchoas, dorados, pargos rojos y peces limón y mariposa.
La playa Saco Dos Ríos es bellísima e histórica. Muy ancha, tiene un kilómetro de extensión y un río de agua dulce en cada punta, que en el encuentro con el mar forman Barra Grande y Barra Pequeña. Los ríos bañan manguezales, el mar es transparente y con grandes olas, la playa de arena amarilla recibe el viento océanico. En este paisaje bucólico resulta difícil imaginar que hasta 1994 aquí funcionaba, desde 1936, una de las principales cárceles de Brasil: el Instituto Penal de Cándido Mendes. El edificio de altos muros fue implosionado y en su lugar montaron el Ecomuseo, con fotos, objetos y testimonios de aquella época en la que 400 reclusos horneaban mil panes diarios para toda la isla. Hoy el pueblo de caserones parece abandonado, sólo hay cierto movimiento en el restaurante de Doña Teresa, viuda de un ex funcionario de la cárcel que gusta de contar cómo eran las cosas en los viejos tiempos.
Al atardecer, ya del otro lado de la isla, los excursionistas provenientes de distintos puntos desembarcan en el muelle de Abraão y pasean por los alrededores de la iglesia de San Sebastián, en la plaza del pueblo. Ya están apostados los artesanos y los vendedores de cocadas y tortas caseras. Los restaurantes de la playa comienzan a encender velas en las mesas sobre la arena, en el único poblado con luz eléctrica de toda la isla.
En la playa de Canto hay dos o tres restaurantes románticos que llaman a poner los pies en la arena y los ojos en el mar y el cielo. Un final de día coherente con el plan diurno. Luego de caminar por senderos selváticos, bucear entre peces de colores, trepar montañas y navegar olas verdes bajo el sol, nada mejor que cenar sin despegarse ni un minuto de la naturaleza de Ilha Grande.
Para seguir recorriendo la isla: Caminar por la selva, navegar por el mar.
Nota publicada en enero de 2016.
LA NACION