Googleando "cosas para hacer en Río de Janeiro" –destino de mis vacaciones– apareció tímidamente la opción de visitar Ilha Grande. Se lo comenté a mi amigo, compañero de viaje, y le gustó la idea pero quedó ahí. Ya instalados en Río, me dijeron: "Si te gusta la naturaleza, te va a encantar. Trilhas, nada de autos y playas impresionantes". Vamos.
Así, tras una semana agitada y bulliciosa en suelo carioca, nos subimos al transfer que nos lleva a Concepción de Jacareí, el puerto de embarque más cercano que está a 133 km de Río. Desde ahí embarcamos hacia Ilha Grande y en 20 minutos pisamos el muelle de Villa de Abraão.
El verde uniforme de la mata oceánica cubre los morros. Tan absoluta es la vegetación que desde la lancha solo se puede ver un puñado de casas y restaurantes; el resto se esconde debajo del manto natural. Ya descubriremos ríos, ensenadas, cascadas y para muchos, algunas de las mejores playas de Brasil. Estamos en una isla enclavada frente a la costa del estado de Río de Janeiro, una tierra que supo ser ocupada por cafetaleros, azucareros, piratas, prisioneros y también esclavos, porque formó parte de una de las principales rutas de los barcos esclavistas.
Es mediodía, el calor abraza pegajoso y nosotros avanzamos por una callecita en busca de nuestro hostel. En Abraão hay un par de hoteles, muchas posadas pintorescas y varios hostels y campings. En general no sobran los lujos pero no falta nada. Hasta el más humilde de los campings habilitados tiene lo necesario. Tampoco hay inseguridad, la gente deja sus bicicletas en plena calle y sin candado, los chicos y chicas juegan en la vereda y las puertas de las casas están abiertas de par en par.
La isla ofrece distintas playas y asentamientos para hospedarse en posadas (muchas de primer nivel) pero la que cuenta con mayor infraestructura es Villa de Abraão que –a pesar de eso– no tiene cajeros ni bancos. Por eso es que conviene llevar el dinero suficiente, sin olvidar que es un poco más caro que Río de Janeiro.
Durante el año en Abraão viven unas 300 familias pero ahora es verano y rebalsa de turistas. Muchos de ellos argentinos.
Acá las calles son de arena y soportan el hormigueo despreocupado de la gente que sale a hacer compras o va a comer con el uniforme oficial de la isla: ojotas, malla y remera. Por las calles también pasan los carreteiros; trabajadores incansables que empujan carros repletos de mercadería de un lado a otro. En Ilha Grande no hay autos ni camiones y la distribución es así, tracción a sangre. "Con este trabajo no necesito gimnasio", bromea João, un hombre corpulento de unos 50 años que me encuentro afuera del hostel. Los únicos autos autorizados son los oficiales: un par de motos para la policía, una grúa municipal, una ambulancia y el camión de los residuos. Fin.
En busca de Lopes Mendes
Los visitantes de Ilha Grande se dividen en dos: los que creen que con un día de playa es suficiente y los que se enamoran del lugar y se quedan más tiempo. Más allá de la inofensiva grieta, ambos bandos coinciden en visitar una de las mejores playas (si no la mejor) de Ilha Grande: Lopes Mendes.
Salimos hacia allá y primero caminamos con rumbo norte. El calor de la media mañana ya es demoledor. Son 32 grados potenciados por la humedad altísima y el hecho de ascender y descender por el medio de la selva.
Además arrastro un resfrío que con el correr de los días se transforma en angina.
Caminamos durante una hora por suelos húmedos y resbaladizos, la mayoría a la sombra pero bajo un calor tremendo. Hacemos una parada en la bella Playa Brava y después de disfrutar de la vista, aprovecho para dormir un rato en la arena.
Seguimos. Después de una hora y media de caminata cada vez tengo menos fuerzas y comienzo a renegar fuerte contra los ascensos. Parada técnica para tomar agua y recobrar algo de energía.
Más adelante encontramos un puesto donde nos atiende una mujer que nos ofrece el pasaje de vuelta en lancha. Mi amigo quiere volver caminando (sí, está loco) pero la chica no se lo recomienda por un tema de tiempo. "A las seis de la tarde oscurece y es fácil perderse", nos dice. Además nos cuenta la historia de un turista checo que en 2017 estuvo 4 días perdido y se salvó de casualidad. No quiero perderme en la selva pero mucho menos quiero volver caminando. Sacamos los pasajes de vuelta y, mientras me sigo deshilachando, marchamos unos 30 minutos más hasta que llegamos a playa Pouso. Ahí fundo motor. Estoy exhausto sentado en la arena mientras mi amigo trata de convencerme pero no tiene éxito. Él se va a Lopes Mendes y yo me acuesto en la arena justo enfrente de un hotel abandonado. Pasa una pareja que sueña con refaccionarlo y reabrir puertas.
Al día siguiente apenas me levanto voy a la sala de salud y me recetan amoxicilina. Como estoy un poco mejor me tomo la amoxicilina primero y la lancha hacia Lopes Mendes después (40 reales). Tengo que concluir lo que empecé el día anterior. El barco nos deja en la playa en la que me rendí porque a Lopes Mendes solo se llega caminando: no hay muelle y es mar abierto y un poco revoltoso. Finalmente llego a Lopes Mendes y la playa oceánica del lado sur de la isla me recibe con su arena blanca, fina y sonora; palmeras altísimas, almendros y un fabuloso mar que comienza cristalino en la costa, luego muta a aguamarina y se funde en azul turquesa. Es una playa preciosa y totalmente agreste donde el agua es cálida y las olas son ideales para barrenar o surfear. Son 4 km de extensión ideales para caminar, con sombra natural y en la que no hay infraestructura, solo venta ambulante. ¿Qué hacer? Además de bañarse en el mar (experiencia increíble) se pueden tomar clases de surf y hacer snorkel, pero por sobre todas las cosas, Lopes Mendes es una playa perfecta para relajarse, estar tranquilo y disfrutar de un lugar brutalmente hermoso.
De cosarios, presos y leprosos
Luego de conocer Lopes Mendes y tomarnos un día para visitar la playa de Abraão, ahí mismo debatimos sobre nuestra próxima trilha (senderos para caminar). Como estábamos algo cansados decidimos hacer la que se encuentra más cerca de la Villa. Esta trilha es una de las más tranquilas de las 16 oficiales que existen. Hay de distintas dificultades y duraciones que van desde de una hora hasta de seis. Nosotros caminamos unos 15 minutos por el sendero pegado a la costa y llegamos a Praia Preta, una playa que debe su nombre al color negro que la arena tiene en algunos sectores debido a la presencia de minerales.
Pegado a Playa Preta se esconde entre los matorrales una edificación creada en 1863 que antiguamente fue un centro de cuarentena y luego se transformó en un hospital para pacientes con lepra. Más tarde el Lazareto pasó a ser una cárcel de la que hoy solo quedan ruinas.
Paredes gruesas y humedecidas de las que brotan cientos de plantas que no logran ocultar el ambiente sórdido y oscuro de uno de los dos lugares de reclusión de la isla. La primera prisión de la Isla se construyó en 1903 en Dois Ríos (Colonia Penal Cándido Mendes) y pronto comenzó a recibir ladrones, asesinos y violadores para luego sumar presos políticos y guerrilleros durante la dictadura militar (1964/1985). Así a fines de los 70, entre guerrilleros de izquierda y presos comunes, crearon el temible Comando Vermelho; actualmente una de las organizaciones narco criminales más peligrosas de Brasil.
Pero ese pasado finalmente tuvo un efecto positivo para la isla. Tanto la presencia del Lazareto como de las cárceles, terminaron favoreciendo la conservación ambiental del lugar. Nadie quería estar en una isla junto a delincuentes y enfermos y esa fue la razón por la que la flora y fauna se mantuvieron casi intactas durante mucho tiempo. Fue recién en 1994, tras la reubicación de los reclusos y la demolición de la cárcel, que la isla se sacó el traje a rayas y comenzó a recibir habitantes y turistas. Todo un cambio.
A seguir la trilha. Ascendemos por un sendero típicamente selvático. Árboles y plantas de todo tipo que se entrecruzan, se mezclan y se parasitan entre sí. Cada árbol gigante que cruzamos alberga un sinfín de bromelias, claveles del aire, insectos, hongos y musgo. Una locura verde que solo se explica con los 1300 milímetros de lluvia que caen por año. Por eso mismo los caminos de arena y rocas están húmedos o encharcados. Bien arriba, una suerte de galería vegetal, que de tan tupida y cerrada, da sombra.
Ese día, después de una media hora de ascenso, llegamos a un hermoso estanque natural formado por piedras enormes que embalsan el agua de un pequeño riacho de vertiente.
La laguna azul
Con el espíritu aventurero ya más calmo, buscamos una excursión interesante pero que no nos agujeree nuestro bolsillo. Con esto en mente, nos decidimos por la que incluye Saco do Céu y Laguna Azul (70 reales, 990 pesos). A bordo de un antiguo barco de madera nos dirigimos con rumbo hacia Laguna Azul; que paradójicamente no es una laguna sino una pequeña bahía de aguas tranquilas y cristalinas. Es un lugar ideal para nadar y hacer snorkel porque al estar rodeado por un collar de pequeñas islas, no hay olas y el mar es calmo y seguro.
Vemos varios peces de colores, otros plateados, estrellas de mar y un hermoso pez aguja. Lamentablemente las tortugas que nos habían prometido faltaron a la cita. Después de unos 40 minutos de snorkel nos subimos al barco para ir a almorzar a una playa cercana bajo la grata sombra de un almendro gigante. ¿El menú? Pescado, arroz, feijão (frijoles), papas fritas y una cerveza. Todo, unos 50 reales.
La próxima parada nos lleva a Saco do Céu (Bolsa de Cielo), que recibe ese nombre porque en las noches despejadas la playa parece embolsar el reflejo de las estrellas en el agua del mar. En esta parte de la isla, los barcos piratas solían esconderse para atacar los galeones que iban hacia Europa cargados de oro.
Esta playa tiene un mar muy calmo, mucha vegetación, manglares y la desembocadura de un pequeño río. Luego de bañarnos en el mar llegamos al río y caminamos por él hasta que el agua se torna cada vez más turbia y en el piso comienzan a aparecer algunas plantas acuáticas. El imaginario sobre las alimañas del Amazonas hace el resto y volvemos al mar para sentirnos más a gusto.
En total fueron 5 días intensos en Isla Grande, con la certeza de haber disfrutado del paraíso natural más cercano.
Datos útiles
Cómo llegar
Se llega a la isla únicamente por vía marítima desde 3 puntos: Angra dos Reis, Mangaratiba y Conceição de Jacareí. Hay servicios de transfer desde Río hasta Jacareí y luego en lancha a Ilha Grande (110 reales; 1500 pesos).
Dónde comer
Cenar en alguno de los restaurantes frente al mar es una linda experiencia. Mariscos, pescado y barbacoa. Recomendado: Café do Mar, en Getulio Vargas y la playa.
Alojamiento
La Posada Recreio Da Praia se encuentra frente al mar de la Villa de Abraâo y ofrece desayuno, piscina con cascada y jardín tropical. ¿Una opción más económica? El Hostel Che Lagarto, rodeado naturaleza y a 3 minutos del mar.