Hvar (pronúnciese Juar, con una jota muy suave) es una isla croata, tranquila entre octubre y mayo, famosa por sus campos de lavanda, por un encaje que hacen las monjas benedictinas con hilo de aloe y por un puñado de monumentos barrocos y renacentistas. Hasta que llegan los meses de julio y agosto y con ellos el calor y los turistas, y los locales se acercan a los barcos con sus cartelitos a ofrecer habitaciones. Todos se arriman con una clara e inequívoca intención: hacer vida junto al mar.
A las siete de la mañana, los autos hacen cola para abordar el ferry Jadrolinija. Se abren las compuertas y bajan los otros. Los que vienen de Hvar. Como cada día, el tránsito es permanente entre Split y Stari Grad, el puerto de la isla insignia del Adriático. Sobre las playas locales, es bueno saber que: (1) Están alfombradas de piedritas, cantos rodados o guijarros. En cualquier caso, el suelo pincha. (2) Son mínimas, casi siempre escondidas al pie de un acantilado, o solitarias calas a veces accesibles en barco. (3) Es imprescindible usar ojotas u otro calzado apto para meterse al agua para no lastimarse los pies. "¿Querés arena? ?me dice la camarera de Hula Hula, la playa de moda? En España hay mucha". Un dicho local dice que "si no pincha, no es Croacia". La solución es contratar una excursión a la playa Bol, en la isla de Brac, con forma de cuerno dorado y un extenso arenal. Pero poco importan las piedras cuando uno descubre este litoral rocoso, un tesoro para los buceadores y la causa del intenso azul del Adriático y sus aguas cristalinas con suave oleaje. La otra cara de Hvar es la de la fiesta. Le dicen la Ibiza croata. No sé si esa imagen le hace bien a la isla, pero es una realidad desde hace algunos años. Una realidad de yates de lujo y mares de champagne. De gente VIP ?como Tom Cruise, Carolina de Mónaco o el millonario ruso Abramovich? y una marcha que arranca en los after beach y sigue hasta el amanecer en el club Carpe Diem, adonde se puede entrar si se tiene mucha plata o si se conoce a alguien "importante". A las 2 de la mañana, la fiesta se traslada en lanchas hasta una islita llamada Stipanska. Ni la noche ni el día. Si tengo que elegir una postal de Hvar, me quedo con el atardecer desde la fortaleza ?panjola. La vista desde las alturas de la bahía, el puerto y las islas cercanas es un verdadero lujo.
Por Cintia Colangelo. Nota publicada en agosto de 2014.
LA NACION