Su fundador, Thomas Bridges, se estableció en Tierra del Fuego en 1871. Era un pastor anglicano que hablaba la lengua yámana y fundó una misión donde surgiría, más tarde, Puerto Ushuaia. Hoy la propiedad está en manos de la quinta generación de la familia. Historia de pioneros.
En Harberton ya no hay ovejas, como tampoco zarpan desde su playa esos botes que partían para misionar, en viajes que siempre podían ser el último. Para la quinta y sexta generación de los pioneros de aquellos hombres y mujeres audaces, los desafíos son otros; sin embargo, la línea de tiempo tiene idéntico fondo: la familia Bridges ve salir el sol, como hace 150 años, por el mismo punto de la solitaria bahía.
Exactamente 3.079 km separan el casco de la ciudad de Buenos Aires. Pero, en realidad, está más cerca de los 13.410 que se interponen entre Inglaterra y la estancia: un hilo invisible ata su pasado de pueblos originarios con los viajeros que desde allá llegaron.
El primer extremo de ese cordel imaginario se anudó en 1845, en un viejo puente de la localidad de Bristol, en el suroeste de Inglaterra; allí fue encontrado un huérfano de dos años, que no hablaba inglés y tenía una T bordada en su ropa. Lo llamaron Thomas y lo apellidaron Bridges, como el lugar donde apareció. Fue refugiado en un orfanato y luego lo adoptó la familia de un reverendo anglicano que lo llevó a las islas Malvinas cuando tenía 13 años, donde se estaba instalando una misión. Thomas aprendió idioma yagán, la lengua de los canoeros de Tierra del Fuego y, en 1863, pisó por primera vez ese territorio. Siete años más tarde, después de haberse ordenado reverendo en la catedral de St. Paul, en Londres, Bridges fundó oficialmente la Misión Anglicana donde surgiría, en 1884, Puerto Ushuaia. Los Bridges fueron los primeros no nativos en vivir de manera permanente en la isla fueguina: en 1871, Thomas se asentó junto con su esposa, Mary Ann Varder, y la primogénita de ambos, Mary.
En 1886, Bridges recibió la ciudadanía argentina y una donación de tierras de parte del Congreso de la Nación, como reconocimiento del presidente Julio A. Roca por su trabajo con los nativos durante 25 años y por la asistencia a los náufragos en la región del Cabo de Hornos. La estancia que estableció a 60 km al este de Ushuaia y a orillas del canal Beagle se llamó Downeast, pero luego se renombró Harberton, el pueblo inglés donde nació su mujer.
El sitio era, y es, impactante. Hacia el norte, la vista recorre un valle y sus montañas; hacia el sur, detecta la chilena isla Navarino; por el oeste, la Cordillera Darwin, y por el este, el canal que se abre al océano Atlántico Sur. La bahía sobre la que echa sus bases el casco se adueñó de su nombre.
Mary Ann había escrito una conmovedora carta a sus familiares sobre lo dura que era la vida en esas tierras inhóspitas; al poco tiempo recibió la visita –y la entrega incondicional– de su hermana menor, Johanna, quien se instaló en Harberton para ayudarla con sus hijos. Cuando Thomas no regresó de uno de los viajes que encaraba para misionar, ambas mujeres se ocuparon de criar a esos seis chicos sin escuela, sin médico y con inviernos en los que quedaban aisladas de todo. A Johanna, los yámanas la llamaban Yekadahby, que significa "pequeña madre". Hoy, una de las casas para hospedarse lleva el nombre de tan increíble mujer.
ESPÍRITU PIONERO
A Harberton le cabe haber sido la primera empresa productiva de la isla, donde la actividad, hace un siglo, era mucho más intensa que ahora. También tuvo el primer almacén de ramos generales para los mineros de la época; fue el primer importador, el primer correo y escenario del primer matrimonio no aborigen. Cuenta con la huerta más antigua de la provincia, que se mantiene activa, y además fue el primer emprendimiento local en abastecerse casi exclusivamente de energía solar.
Thomas había llevado el ruibarbo a la región, y John Goodall, el marido de una de sus nietas, introdujo las truchas. Thomas Goodall, 87 años, bisnieto del fundador, vive en la casa original, de 1887, y recorre sus tierras a bordo de un cuatriciclo, vestido con camisa escocesa y jardinero de jean. Hoy, la administración de la propiedad está en manos de su hija, Abby Goodall, y su marido, Ricardo Lynch.
Entre las flores del bellísimo jardín, Abby cuenta que Harberton fue declarada Monumento Histórico Nacional en 1999. Tiene edificios de madera cubiertos con chapa acanalada, y muelles y terrazas de piedra. La visita guiada dura una hora y media, y permite conocer grandes tesoros.
En materia de flora, por ejemplo, el parque alberga una reserva natural que fue cercada en 1890 con los cinco árboles nativos (lenga, coihue, ñire, leña dura –o maitén– y canelo), y réplicas de dos modelos de chozas como las que montaban los pobladores originales –cónica y redondeada– y que fueron construidas por científicos del Centro Austral de Investigaciones Científicas (CADIC) para estudiar su durabilidad: seis años. Los yámanas eran seminómades: tenían torsos muy desarrollados y piernas débiles porque pasaban la mayor parte de su vida remando en busca de lobos marinos, moluscos, crustáceos, peces. Las réplicas se levantan cerca del cementerio, donde yacen los restos de 17 personas entre integrantes de la familia Bridges, amigos, empleados y nativos, rodeados por árboles de raíces superficiales, y habitados por pájaros carpinteros.
El galpón de esquila, la carpintería y la casa de botes son otros espacios que pueden recorrerse y donde, a cada paso, el pasado aflora y asombra. En la carpintería, por ejemplo, hay ventanales muy bajos que hacen pensar en una casa para enanitos; pero no, se hizo así para aprovechar mejor las horas de sol en los cortos días del invierno, que inciden directo sobre la mesa de trabajo. También hay un lavarropas histórico: es mecánico, a manivela y de madera. Estaba en pleno en uso cuando Abby era pequeña.
En el recinto de los barcos reposa el Amalia B, segundo bote más antiguo de la provincia, todavía con la pintura original de 1901. "Este bote tipo ballenero de seis remos se usaba para, entre otras cosas, llevar agua a las ovejas", señala Abby. La estancia incluye 20 islas (algunas grandes, otras muy pequeñas) y para conservar la propiedad sobre ellas había que ser ganadero: Roca dispuso que la familia Bridges debía tener ovejas en cada isla durante al menos siete años para demostrar posesión argentina efectiva. Eso significó un tremendo esfuerzo, ya que sólo una de las islas tenía agua dulce.
El restaurante, la casa de té y el secadero de leña son también parte de la recorrida por el casco. "Cuando yo era chica había 7.000 ovejas. Con el pasar de las décadas esa cantidad fue disminuyendo hasta que, en 1995, el invierno fue tan crudo que perdimos cerca del 80% de los animales. Y lo poco que quedó fue diezmado después por el cuatrerismo y los perros asilvestrados", dice Abby con un poco de nostalgia, pero, a la vez, segura de que el turismo es el camino adecuado. Madre de tres hijos –de 22, 24 y 26 años, que constituyen la sexta generación–, ellos recibirán la chispa de todo este camino para alimentar nuevos fuegos.
FAUNA Y TURISMO
La estancia incluye las islas Gable y Martillo, a las que llegan, entre octubre y abril, unas 3.000 parejas de pingüinos magallánicos y más de 40 de pingüinos papúa. Los otros únicos lugares donde pueden observarse los papúa son la Antártida, las Malvinas y las Georgias.
Isla Yécapasela es el nombre nativo de este pedazo de tierra que hasta 1960 tuvo ovejas y ahora es dominio de cormoranes roqueros, algunos skúas y pingüinos. Por un acuerdo entre Harberton, el CADIC y el Gobierno de Tierra del Fuego, cada día se permite el descenso en la isla de un número limitado de personas, con el único fin de realizar caminatas en un tour concesionado con guía, por un sendero y bajo normas específicas. El resto de los visitantes divisa la fauna desde los catamaranes.
Hasta 1978, año del conflicto limítrofe con Chile, no había camino terrestre para acceder a la estancia. A partir de ese suceso, el casco se pudo vincular con Ushuaia gracias a las rutas 3 y J. Dos años más tarde, los Bridges se vieron obligados por las circunstancias a ofrecer visitas turísticas. "La ruta J hizo que la gente empezara a venir de golpe. Y pasaba que salíamos un rato de casa y, al volver, encontrábamos a desconocidos instalados en nuestro living, tomando café en nuestras tazas, o haciendo picnic en el jardín. Bajaban 80 personas de un catamarán, caminaban por el casco y pretendían usar el baño, o escuchábamos cómo, con un megáfono, les contaban a bordo del barco la historia de nuestra familia. Hasta que un día mi mamá se cansó y organizó un tour guiado por la estancia", recuerda Abby.
Pero su madre fue mucho más allá. Bióloga, creó el primer herbario de la provincia y armó el museo de mamíferos marinos con la colección de esqueletos de cetáceos más grande de Sudamérica. Lo construyó en Acatushun, como llamaban los yaganes al pedacito de la bahía Harberton donde se levanta ese edificio.
Hay cuatro casas para alojarse, dos originales y dos nuevas. "Hasta el año pasado en la casa principal cocinábamos y teníamos un baño con calefacción a leña", detalla Abby. Ahora, la estancia está funcionando casi por completo con paneles solares, más un generador por si toca un mes de lluvia. Una de las casas antiguas guarda una historia hermosa. Allí vivió la familia Nielsen, encabezada por el capitán de un navío que pasó cerca de 11 años abandonado por su dueño en la bahía Harberton; los Bridges invitaron al marino y a su familia a ocupar esa casa, para que no tuvieran que permanecer en el barco, donde nacieron varios de sus hijos. Nielsen fue luego el primer capataz que tuvo Harberton. Desde el deck de madera, a escasos metros de la playa, se puede ver la isla Picton y, en los días despejados, el amanecer sobre la bahía.
Una de las casas nuevas lleva el nombre de Minnie May, hija menor de los Lawrence, segunda familia no aborigen que habitó estas tierras. Minnie se casó con el más chico de la familia Bridges, y el matrimonio fue el primero celebrado entre blancos en Tierra del Fuego. Ellos fueron los bisabuelos de Abby, enterrados en el cementerio de la estancia.
Una propuesta es recorrer la Senda Bridges, la que abrió, en 1898, Lucas Bridges (hijo de Thomas, el fundador), para llevar ganado a otra propiedad familiar, la estancia Viamonte. Entonces era muy difícil caminar por un paraje donde había que vadear más de cien veces tres ríos para llegar al Lago Fagnano.
En 1916, los presos de la cárcel de Ushuaia mejoraron el camino; era el único que, hasta 1937, unía Río Grande y Ushuaia antes de que existiera el Paso Garibaldi, hoy RN 3.
La senda original prácticamente desapareció, sobre todo en los valles inundados por las castoreras. Hacia el norte, el sendero tampoco existe debido a las voladuras de roca en el cerro Heuhúpen, cuando se construyó el puerto de Río Grande. Aun así, algunos aventureros todavía caminan por esas tierras, excursión que puede hacerse con y sin guía.
Este presente histórico se descubre mirando hasta donde alcanza la vista: el otro extremo del hilo imaginario que se ató hace un siglo y medio en Inglaterra está anudado en Argentina, a una rama de lenga y frente a una bahía solitaria.