Un recorrido costero de punta a punta con las novedades que ganó Río de Janeiro después de las Olimpíadas. Con playas más vacías, atmósfera local y 25° promedio, es en el invierno carioca cuando la ciudad maravillosa se pone más linda.
Ya pasó todo: el Papa Francisco, la Copa Confederaciones, el Mundial, las Olimpíadas y los Juegos Paraolímpicos. Después de cinco años de estrellato global, a Río de Janeiro le pasó lo que le suele pasar a una celebridad que alcanza la fama repentinamente y es tapa de todos los diarios y revistas; al furor le siguieron primero el vacío y luego los escándalos post éxito. En el caso de Río, después de encantar y sorprender al mundo entero con su geografía extravagante y una suerte sobrenatural para llevar a cabo cualquier mega evento, el Estado se declaró en quiebra y el entorno político nacional no ayudó en nada. “En mis 52 años de carioca nunca vi a Río tan abandonada”, me dijo hace poco un conductor de Uber, y ese sentimiento lo comparten todos los habitantes que se debaten entre el amor inconmensurable que despierta esta urbe inigualable y el malestar que provoca sobrevivir en ella. Ya pasó todo pero quedaron algunos legados, una red de transporte que permite llegar del centro a Barra da Tijuca en 40 minutos; la región portuaria, que antes era intransitable, se transformó en un polo de arte y nuevos negocios; y, sobre todo, con la crisis posterior a la fama surgió un nuevo movimiento emprendedor, más creativo y colaborativo. La ciudad balnearia se las está ingeniando para ofrecer algo más que playas, carnaval y samba. Por fin se dio cuenta de que con la belleza sola no alcanza.
Santo Cristo, Gamboa y Región Portuaria
La fábrica de chocolates Bhering es tan antigua que abastecía a la familia imperial. Hoy, en su edificio gigante de Santo Cristo conviven ateliers y tiendas de más de 70 artistas. El primero en llegar, una década atrás, fue Jorge Garcia con su colección de muebles y objetos antiguos. Trapiche Carioca ocupa 1.000 m2 del tercer piso en este laberinto que conviene visitar el primer sábado del mes, cuando todos los ateliers abren sus puertas. Si no, es mejor ir acompañado por Tatiane Araujo, carioca-italiana-artista-turismóloga y socia de Rio Art Experiences, que además de buscarte en auto, facilita y enriquece el recorrido. Así no se pierden perlas como la diseñadora caboverdiana Angela Brito, que vino a estudiar y, como suele pasar, se enamoró de Río y acá está, creando prendas que provocan suspiros y ventas por mayor en São Paulo.
Bajando hacia el mar asoman las nuevas torres espejadas en las que se reflejan las primeras favelas de Río. Dos años atrás caminar por la región portuaria era un acto suicida; la Perimetral, una autopista construida en altura que unía la metrópolis con el conurbano, ensombrecía lo que había debajo, casi nada, depósitos y predios abandonados. Cuando comenzaron las excavaciones del Puerto Maravilla, en 2011, quedó al descubierto un lado oculto de la historia, el Cais do Valongo, un muelle que entre 1811 y 1831 vio descender cerca de un millón de africanos esclavizados. Ese último año, cuando el tráfico de esclavos fue prohibido, miles siguieron desembarcando en muelles clandestinos y el Cais do Valongo fue remodelado para recibir a la futura esposa de Don Pedro II y rebautizado como Cais da Emperatriz. Frente a sus ruinas está el Centro Cultural Galpão Ação da Cidadania, construido por André Rebouças, irónicamente, el primer ingeniero afro descendiente de Brasil. Para profundizar más sobre el tema se puede visitar el Instituto dos Pretos Novos, ubicado sobre las ruinas del cementerio donde eran enterrados los esclavos que arribaban sin vida. Y para levantar los ánimos, terminar en las rodas de samba de la Pedra do Sal –los lunes y viernes a las 19–, a los pies del Morro da Conceição, en esta zona que llaman Pequeña África y fue donde nació el samba carioca.
El tránsito que iba por la Perimetral ahora circula bajo tierra, por el nuevo Túnel Rio 450 Años. La Orla Conde, desde AquaRio –el acuario que inauguró para las Olimpíadas– hasta la Praça XV, de donde salen las barcas hacia la vecina ciudad de Niterói, le pertenece a los peatones. Entre una punta y la otra, las paredes de los almacenes del puerto son un muestrario del mejor Street Art nacional, que empieza en el mural con los rostros de los atletas refugiados, pintados por Sini y Ceti, y termina en el de Kobra, el grafiti más grande del mundo hecho por un solo artista. A la galería a cielo abierto le sigue la Praça Mauá, con los museos más nuevos de la ciudad, el MAR –Museo de Arte de Río – y el gran dinosaurio de Calatrava, el Museu do Amanhã, ambos gratis los martes.
El Centro
Desde la inauguración del VLT –vehículo liviano sobre rieles–, pareciera que al centro de Río le hubieran quitado un velo que lo tapó durante años. Viajar en este tren silencioso que va desde el Aeropuerto Santos Dumont –con su nuevo Bossa Nova Mall y la vista formidable del bar del Hotel Prodigy– hasta la Terminal de Ómnibus, alcanza para un city tour superficial. Pero mejor bajarse y tomar algo en uno de los bares que ocupan las ruas do Rosario y do Mercado, detrás del Centro Cultural Banco do Brasil; entrar al Mosteiro de São Bento, una iglesia barroca donde los domingos hay misa con cantos gregorianos; o tocar los ornamentos de madera que recubren la Igreja do Santíssimo Sacramento da Antiga Sé, en la Avenida Passos 48. Darse unas vueltas por el SAARA, el Once carioca, el único barrio de Río con radio propia, que suena por los altoparlantes de sus calles atiborradas de baratijas, ropa, telas y fundas de celular hechos en China. Al tiempo el SAARA agota, por su movimiento incesante y su sobredosis de información. La Charutaria Syria, en Senhor dos Passos 180, un café centenario donde venden habanos y dulces, es un gran refugio para el ruido; lo mismo que la galería de arte A Gentil Carioca, en la esquina de Gonçalves Lédo y Sete de Setembro. Otro oasis de paz que acaba de reabrir es el Real Gabinete Português de Leitura.
Y frente a la Praça Tiradentes, mais um bem que ganó el Río Olímpico: el Centro de Referência do Artesanato Brasileiro, un edificio restaurado, con exposiciones que rescatan y valorizan los trabajos artesanos de todo el país. Para comer, dos clásicos: la Confeitaria Colombo (Gonçalves Dias 32), con sus espejos franceses del siglo XIX y sus dulces portugueses, y la menos turística Confeitaria Manon, que desde 1942 prepara unos sándwiches gloriosos a buen precio, en la Rua do Ouvidor 187. O algo nuevo: en la Rua Santana 141, el alemán Arne Muncke inauguró en febrero la Social Wieninger Bier, una casa de dos pisos donde sirve las cervezas que su familia fabrica en Baviera desde 1831, acompañadas de buena comida y, los miércoles y jueves, de jazz y rock en vivo. A diez cuadras de allí, las cervezas de todo tipo, las caipirinhas y caipivodkas se beben a raudales en el barrio de Lapa, que sigue expandiendo sus límites y sus casas nocturnas.
Santa Teresa
Para Natasha Fink, chef y propietaria de Espírito Santa, el momento crítico vino al final de las Paralimpíadas, cuando toda la policía estaba pendiente de los Juegos y el barrio de Santa Teresa quedó a la buena de Dios. Los asaltos eran tantos que la gente dejó de subir y después de once años de alimentar con su cocina amazónica el espíritu de Santa, Natasha estuvo a punto de cerrar. No lo hizo, por suerte. Redujo el personal a la mitad y junto con sus colegas del sector gastronómico buscaron alternativas sin comprometer la calidad. La crisis hizo que los polos gastronómicos de Río se unieran, empezaran a comprar en forma colectiva y buscaran productores locales. Incluso Aprazível, el restaurante más famoso de Santa Teresa, instalado desde hace años en la cima de una colina, se vio afectado. Gracias a la Asociación de Moradores y Amigos de Santa Teresa volvió la vigilancia policial al barrio. También volvió el bondinho, el tranvía que estuvo años suspendido por causa de un accidente, y ahora circula de lunes a sábado, hasta el Largo dos Guimarães. Los lugares nuevos, proyectos de gente que vino de afuera, florecen: muy cerca de la última parada del bondinho abrió el Explorer Cocktail Bar, de dueños chilenos e israelíes, repleto de árboles y lucecitas; siguiendo las vías del tranvía y pasando La Vereda, la tienda de artesanías de la argentina Mavi Matute, inauguró Baobá-Brasil, donde la diseñadora paulista Tenka Dara crea unos vestidos divinos con telas africanas; más abajo, el Mama Shelter, hotel de la cadena francesa Accor proyectado por Philippe Starck, le imprimió a Santa un aire más hipster, algo que se va replicando en los distintos barrios cariocas.
La lámpara hecha con sombreros que está sobre la barra del bar del hotel es obra de Zemog, artista plástico que 20 años atrás cambió las sierras de Minas Gerais por las de Santa Teresa, que tienen vista al mar. “El sueño del minero: montañas con mar”, dice el artista en su Atelier Perdido, como bautizó a este espacio con una vista espectacular de la Bahía de Guanabara, del que prefiere no dar la dirección. La misma vista magnética de Zemog la tiene el Gerthrudes Bed & Breakfast, abierto en 2015. Un caserón histórico que la paulista Adriana Pavan Feitsma heredó de su familia y remodeló con un gusto exquisito como el desayuno que sirven todas las mañanas frente a esa bahía soñada. Nadie imagina que en esa calle silenciosa, detrás del muro pintado por Lamarca, pionero del Street Art en Santa, haya semejante casa. El sol del invierno carioca pega directo en la piscina del jardín, la temperatura es deliciosa, los barquitos aprovechan el viento en la bahía y desde aquí dan ganas de recorrer Río apenas con la mirada.
Flamengo, Catete y Laranjeiras
Estos barrios son como el juego del tesoro, sin las coordenadas correctas pareciera que no hay nada. El Café Secreto, por ejemplo, que abrió la cineasta y barista Gabriela Ribeiro en 2015 en la Vila dos Artistas, al lado del Largo do Machado, sería un lugar difícil de encontrar por casualidad. Y aunque parezca increíble, en una ciudad que fue una de las principales productoras de café del mundo, no hay muchos lugares que sirvan un buen café. Éste es uno. Al final de la cuadra está el Parque Guinle, un lugar calmo con lago, patos, árboles centenarios y el palacio del gobernador en la cima; cerca de allí, en la Plaza São Salvador, todos los domingos de mañana hay chorinho –la primera música popular típica de Brasil– con una feria de comida y diseño. Hacia el lado del mar, en la Praia do Flamengo, el París Gastrô se esconde dentro del Palacete Julieta de Serpa. Y a una cuadra del Palacio do Catete –ex casa presidencial–, hay una pizzería a la piedra diminuta y premiada: Ferro e Farinha. Su pizzaiolo y propietario neoyorquino, Sei Shiroma, prepara la masa con fermentación natural a medio metro de la clientela. Otro tesoro al que no se llega sin mapa es Mundo Novo, una calle que parece sacada de Portugal y conecta los barrios de Laranjeiras y Botafogo. Se sube dando vueltas por un morro altísimo, muy requerido para vivir. Dicen que hay una mafia inmobiliaria y que si se desocupa algo, se lanzan como coyotes a disputárselo. En un boteco de allá arriba, el Armazém Cardoso, tocan jazz los martes de seis a nueve, y los pasteles de camarón y el gurjão de peixe, o sea el pescado frito, son bien ricos.
Otro dato para quienes suban al Corcovado, que está pasando Laranjeiras: el año pasado inauguró el Centro de Visitantes Paineiras, que explica de forma interactiva y dinámica todo sobre la Floresta da Tijuca, el inmenso parque urbano que rodea al Cristo. Pídanle al conductor del tren para bajar allí y dense una vuelta por la tienda.
Botafogo
Al SOHO carioca, como llaman a este barrio en el que sobreviven algunas mansiones del siglo XIX, hay que recorrerlo por las calles transversales, mucho más tranquilas que sus dos arterias principales: São Clemente y Voluntarios da Pátria. Entre las novedades están la apertura del hotel Yoo2, frente a la playa de Botafogo; moderno, informal y repleto de detalles cariocas como los paquetes de Biscoito Globo –unas galletas de mandioca– con que reciben a los huéspedes. También el café-bar CoLAB, que abrió el matogrossense Rodrigo Abe para las Olimpíadas, donde se pueden probar un montón de productos regionales poco conocidos. En The Slow Bakery –Rua São João Batista 93– fabrican todo artesanalmente, los panes de fermentación lenta, el yogur, las jaleas, los helados, las tortas y hasta algunos quesos. La lista de cosas buenas en Botafogo es extensa: Comuna, un éxito que emprendió un grupo veinteañeros, con hamburguesas y tragos descomunales. El espacio cultural Olho de Rua, donde el arte se presenta en todas sus ramas; la Livraria da Travessa, un clásico para hojear libros y comer buenas tartas; Las Papas, otro “hijo” de las Olimpíadas, donde sirven distintas versiones de batata –como se le dice a la papa en portugués– y cerveza de la casa.
Urca
La isla de Urca, como le dicen sus propios vecinos por ser un pequeño paraíso dentro de la caótica Río, como buen barrio tradicional, no tiene tantas novedades. La Caffetteria del Cassino, que abrió en el ex casino de Urca, actual Instituto Europeo de Diseño, es la principal. Todo lo que sirve Bruno de Nicola, su propietario, es italiano y artesanal: los canelones, los helados, las pizzas y los calzones, que además están hechos con harina integral. En este lugar se presentó, a fines de los años 30, Carmen Miranda. Y quien la contrató fue Joaquim Rolla, el tío abuelo de Zemog, el artista de Santa Teresa.
El muro que da a la Bahía de Guanabara, frente al Bar Urca, se sigue llenando los fines de semana para ver atardecer y tomar cerveza y desde octubre de 2016 se pueden tomar los tragos del bartender Alex Mesquita y escuchar DJs en Classico Beach Club, en la cima del monolito del Pão de Açúcar
Copacabana y Leme
La Copacabana original, aquella playa espléndida que en la década del 30 inspiró a Alberto Ribeiro para escribir la letra de Copacabana Princesinha do Mar, vuelve a surgir por momentos. Por ejemplo, al ver el amanecer en el mar desde la cama del Emiliano, la más elegante adquisición hotelera que tuvo Río en su año olímpico. Desde los amenities de Santa Pele, línea hecha exclusivamente para el Emiliano hasta el sanitario inteligente, que se entibia antes de que uno se siente, todo es un mimo en la filial del famoso hotel paulista.
Para no cortar la sensación de que Copacabana es perfecta van algunas sugerencias: 1. Practicar stand up paddle por las mañanas, frente al Fuerte de Copacabana. 2. Caminar hasta Leme, en el extremo izquierdo, y subir por la floresta al Fuerte Duque de Caxias. La vista desde la cima es deslumbrante y la caminata, bien pacífica. 3. Comer algo en Manifesto, el bar de la joven chef Juliana Reis, allí mismo en Leme, y más tarde en Seu Vidal, una sandwichería maravillosa que abrió para las Olimpíadas en la Rua Ronald de Carvalho. 4. Tres lugares más para comer bien: Adega Pérola, un boteco portugués clásico e imbatible; Buda Sushi, donde el sushiman Mauro Rodrigues hace magia –pida la degustación del chef y compruebe-; y el chiringuito Venga, bar de tapas que inauguró en diciembre frente al mar. 5. De noche, ir al Beco das Garrafas. A fines de los ‘50 la bossa nova recién nacía y en un callejón ínfimo, los bares Bacará, Little Club y Bottle’s se llenaban. En ese beco se juntaban Elis Regina, Nara Leão, Baden Powell y Wilson das Neves, entre otros grandes, a hacer música. Garrafas significa botellas y por ese entonces el callejón ganó el apodo “Beco das Garrafadas”, por las botellas que los vecinos tiraban sobre los bohemios para que dejaran de hacer ruido. Dicen que por eso la bossa nova se canta suave y bajito, por la costumbre de bajar el volumen para no despertar a los vecinos.
Ipanema y Leblon
Después de años de sufrir las obras de extensión del Metrô, por fin se puede emerger a dos cuadras de la playa más linda de Río, que en esta época está semi vacía. Alrededor de la plaza Nossa Senhora da Paz, que reformaron tras la apertura del Metrô, surgieron varias novedades que combinan con el barrio: Pici, una trattoria a la vez elegante y cool en la que el chef Thiago Berton produce artesanalmente los linguinis, ñoquis, ravioles y el pici, una pasta ancha y rústica típica de la Toscana. A la vuelta abrió Nosso Gastrobar, un bar de cócteles que compite con el clásico Astor. Y a una cuadra de la plaza, yendo hacia la playa, los argentinos dueños de la cadena de hostels El Misti remodelaron un edificio art déco y lo transformaron en un coqueto hostal tipo hotel, a una cuadra del mar. Hacia el otro lado, en la esquina preciosa de García D’Avila y Barão da Torre, se instaló Riba, un botequim informal y chic que rinde culto a la costilla vacuna y tiene un menú balanceado hecho por la nutricionista y chef Renata Araújo. El bartender argentino radicado en Río, Tato Giovannoni, participó de la carta de tragos. A los botecos, bares tradicionales cariocas, se los suele llamar pé sujo (pie sucio). Bueno, el Riba sería un pé limpo, con cerveza artesanal propia.
En la otra plaza de Ipanema, la General Osório, al bar de vinos que tres franceses abrieron hace dos años, el Canastra, le fue tan bien que tuvieron que ampliar el local hacia el costado y hacia abajo. Todo lo que sirven allí es brasileño, incluso los vinos. Y los martes, que es el día que más se llena, hay ostras de Santa Catarina a precio amigo. En la otra punta, en Leblon, a una cuadra de la nueva estación de Metrô Antero de Quental, el restaurante a kilo más tradicional del barrio, Fellini, que lleva 23 años, acaba de inaugurar su bistrô. Si dan ganas de comer un buen filet mignon, este es el lugar. Pareciera que en estos barrios solo se trata de comer y beber. Y un poco es así. Eso y la playa, envidiable, idílica, provocadora de la típica frase “yo quiero vivir acá”.
Lagoa, Jardim Botânico y Gávea
El lado más verde de Río puede recorrerse en un día. Rodeá la Lagoa Rodrigo de Freitas, un espejo de agua salada que era el hábitat de los indios tupinambá antes de la llegada de los europeos y subí por el sendero que hay dentro del Parque das Catacumbas, fácil y tranquilo, para una vista de las playas, las palmeras imperiales del Jardim Botânico, los morros Dois Irmãos, la Pedra da Gávea y la favela Rocinha. Seguí hasta el Parque Lage, un palacete que forma parte del Parque Nacional da Tijuca donde funciona una escuela de artes visuales y después almorzá un buen ceviche en La Carioca, que aunque es nuevo ya es un clásico del barrio. El Jardim Botânico, repleto de sombra, viene bárbaro para hacer la digestión. De allí, subí hasta lo alto de Gávea y visitá la casa del embajador, banquero y padre del cineasta, Walter Moreira Salles, una construcción de la década del 50 rodeada de jardines diseñados por Burle Marx. En 1999 la casa se transformó en el Instituto Moreira Salles, el mejor lugar para ver fotografías –tiene un archivo de 800 mil imágenes–, películas y documentales relacionados con Brasil, y sentarse a tomar un rico café en plena floresta.
Barra da Tijuca y Recreio
Llegar a Barra nunca fue tan fácil, desde Ipanema son 15 minutos de Metrô y en Jardim Oceânico, la estación final, se puede combinar con el BRT, un bus-tren que avanza por carriles especiales hasta Recreio. Este trayecto antes demoraba como mínimo una hora y media. Barra ya no se trata solo de shoppings. Desde Jardim Oceânico se puede caminar hasta Olegário Maciel, un mini centro donde los últimos tres años surgieron decenas de lugarcitos con onda para comer, beber y hasta hacerse la barba mientras se prueban cervezas artesanales como sucede en D.O.N. Barber Beer. En la misma línea del Village Mall, el único shopping de Río que tiene marcas como Prada, Gucci o Valentino, inauguró a fines de 2016 el Vogue Square, con el mejor polo gastronómico de Barra. Aquí se instaló el chef japonés Shin Koike, consagrado en São Paulo con su restaurante Sakagura A1. Sentarse en su barra es como tener una clase magistral de cocina japonesa y aprender todo sobre los peces de la región. Otra barra imperdible es la de Jessica Sanchez, bartender paulista que acumula casi tantos premios como años –acaba de cumplir 28–: Vizinho Gastrobar. Aquí la talentosa joven improvisa tragos según el gusto del cliente y hay DJs de jueves a sábado hasta las 3.
Ya en Recreio, el barrio que le sigue a Barra, abrió frente al mar el Blue Tree Premium Design, hotel para disfrutar todo el día de la playa o la piscina de la terraza, e ir pedaleando hasta la Prainha, playa de los surfistas donde ya se pueden alquilar reposeras y sombrillas, pero sigue rodeada de verde.
Nota publicada en agosto de 2017.