Desde la Gran Manzana, las escenas cotidianas y las sensaciones de Pablo Martin, un músico, productor e ingeniero de sonido argentino que tuvo Covid-19. Con 52 años, vive en la ciudad hace 23.
"Acá se habla de la pandemia desde febrero, pero como algo lejano que no iba a llegar. La semana del 7 de marzo todo a cambió: empezaron las cancelaciones. Eso me afectó mucho. Hasta julio tenía shows pactados con Tom Tom Club. Iba a ser un gran verano. El 14 de marzo se declaró la cuarentena, después de que explotó todo en Italia. Pero ya era tarde… Lo último que hice, dos días antes, fue ir a un show de Wire en el Music Hall de Williamsburg. Tenía los tickets desde hacía un tiempo. Además, seguía dando clases. En alguno de los dos lugares me contagié".
"Soy urbano. Nací en Olivos y viví en Núñez. Me vine a Estados Unidos hace 23 años para hacer música. En Buenos Aires se me complicaba. Llegué inicialmente a San Francisco, en enero de 1997, pero no me gustó la vida de californiana: demasiado americana. Nueva York es más cosmopolita, por eso unos meses después me vine para acá. Estudié en la New School".
"Trabajé como ingeniero de sonido y me fue muy bien, desde el 1999 hasta 2008, que se derrumbó la economía y, además, la manufactura de cds. Me estaba por volver a Buenos Aires, pero a través de Sergio Rotman, de los Fabulosos Cadillacs, pasé a ser guitarrista de Tom Tom Club. Es una banda de los ochenta del baterista y bajista de Talking Heads. Desde ese momento hago mucha música, discos, giras y además soy productor. Tengo un socio y licenciamos temas para películas y televisión. Algo de lo que hago está en @pablomartinmusic y en www.thedurites.bandcamp.com".
"Desde los 27 hasta ahora tengo una vida acá: parejas y alguna vez me casé. Buenos Aires me resulta cada vez más lejana. Aunque tengo familia y amigos. Uno se va desarraigando. Sin embargo, no podría asegurar que me quedo para siempre en Nueva York. A nos ser que hayas nacido acá o tengas tus padres y tu casa, no es una ciudad permanente para nadie".
"Vivo solo en Harlem. Alquilo hace diez años el mismo departamento: dos ambientes grandes. Comprar una casa es carísimo. Sí es más barato pagar una hipoteca a 30 años que un alquiler todos los meses. Pero lo que podés comprar es muy chico. Ahora se esta yendo mucha gente. Quizá bajen los precios. Pero por lo que pago de alquiler yo, podría comprar algo muy chiquito".
"Cuando se decretó la cuarentena yo empecé a sentir que tenía una gripe. No era como las que uno está acostumbrado. Era más fuerte. Mucho dolor de cuerpo, de cabeza y fiebre. No había testeo disponible. Ni era fácil internarse. Podía morirme esperando. Entonces me aislé en mi casa. Nadie me confirmó el diagnóstico, pero seguí muy atento la evolución de Chris Cuomo, el hermano del gobernador Nueva York, que hacía el racconto de los síntomas día por día. Era lo mismo que tenía yo. Además, una sobrina médica me guiaba por teléfono"."Tuve el virus durante dos semanas. La segunda peor que la primera. Me sentía muy débil y dejé de comer. Tomaba agua y paracetamol. Decidí: si me muero, ¡me muero! En el hospital pasaría lo mismo. Sin embargo, de un día para el otro estuve mejor. No se me fue todo, pero repunté. El resultado fue un reseteo que me hacía falta. Dejé el café, la carne y el alcohol".
"Cuando me sentí mejor, durante el segundo mes de cuarentena, hice el papeleo para pedir ayuda económica. Planifiqué cómo seguir. Volveré a enseñar y me tengo que poner a escribir porque voy a hacer dos discos este año" planificó. Y continúa sobre cómo fue volver al ruedo después del encierro. "A esa altura, la calle estaba cerrada. Solo salía dos o tres veces por semana a comprar lo básico: comida y farmacia. Pero lo naturalicé. Como había tenido el virus, usaba barbijo. Los neoyorkinos respiraban la novedad de vivir en cuarentena. Se adaptaban. Y se preocupaban por qué barbijo usar. La frivolidad y la estética, siempre en primer lugar".
"Ahora todo es distinto. Hay mucha gente en la calle. Se lavan las manos, usan barbijo y respetan las ordenanzas. Yo me muevo por muchos barrios. Fui al Downtown, al Midtown, al Met y a Times Square. La policía no te hostiga por estar en la calle. Es decir, te sugieren que no salgas, pero no te obligan. Solo si estás en grupo escuchando música o jugando al dominó en la calle, como hacen en mi barrio, te ponen multa de 400 dólares. Se penaliza la aglomeración. El tren es para quienes brindan servicios esenciales, pero lo tomás y no pasa nada".
"Entre mis amigos y conocidos hay de todo. Desde los que tienen mucho miedo y no salen de su casa, hasta los que creen en las conspiraciones. Yo estoy en una postura moderada. Sé que hay un virus, pero no quiero estar encerrado en mi casa. Además, como tengo los anticuerpos, ya está. Desde que me recuperé, ando en la calle y en el transporte público. Es loco ver las persianas bajas de los lugares que frecuentaba. Me afecta emocionalmente saber que algunos no van a abrir más. Así como enterarme que muere gente que no conozco directamente, pero con quien tengo al menos un conocido en común".
"Ahora se puede comprar ropa desde la puerta del negocio, pero en la práctica se hace dos semanas. Ahora sí se puede tomar alcohol en la calle, que es algo que antes estaba prohibido. Te permiten tomar un trago en la vereda. Y si querés comprar alcohol para llevar, tenés que comprar también comida. Entonces los bares ahora tienen un menú barato para poder venderlo".
"Esto es como una película de zombies sin zombies. Todo se desaceleró. Fui testigo del 11 de septiembre. Esto es otra cosa. Es distopia. Imaginábamos algo intenso o rápido, pero no esto. Todo nuevo, pero creo que lentamente iremos reabriendo y volveremos a ser los de antes. Hoy, no sé porque, tengo una mirada esperanzadora".
FOTOPERIODISMO REMOTO: ¿CÓMO SE HIZO?
Para hacer esta nota, se seleccionó un entrevistado (Pablo Martin) y una ciudad del mundo (Nueva York). El entrevistado delimitó en Google Maps un recorrido con rincones atractivos. Lo compartió con la fotógrafa, que lo recorrió con Street View para observar el espacio y determinar posibles tomas. Pactaron un día y horario para que la entrevistada hiciera el recorrido de manera presencial y el fotógrafo, las tomas de manera remota. Fue un mediodía a las 13 hora argentina y 12, de Nueva York. Cada vez que el entrevistado llegaba a los puntos previamente delimitados, se conectaba a Facetime y ponía la cámara frontal. Entonces, la fotógrafa disparaba después de guiar al entrevistado en cuestiones de luz, encuadre y perspectiva, para buscar la mejor composición. Si hacía falta, el entrevistado pedía permiso a los transeúntes para tomarles la foto. Pero por tener la cámara frontal no sabía que era lo que estaba disparando la fotógrafa. El resultado es una construcción colaborativa. El oficio de la fotógrafa se nutrió de la mirada del entrevistado. El trabajo quedó plasmado en una serie de fotos que editó la fotógrafa. Y, finalmente, la periodista llamó por teléfono al entrevistado para la construcción del texto a modo de declaraciones.