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Tiene más de un millón de kilómetros recorridos, y 14 libros de fotografía editados. Desde hace años, viaja por la Patagonia para retratar sus faros. Las tranqueras cerradas, el mal tiempo y el viento dan batalla, pero él avanza con este proyecto que más que un libro, es una gran aventura.
La idea de fotografiar todos los faros de la Patagonia surgió en 1998, en Tierra del Fuego. No lo había pensado antes. "Pero ese día, buscando un buen ángulo para fotografiar el casco encallado del Desdémona, me subí a un risco en el que encontré el viejo faro abandonado de cabo San Pablo. Llegué tarde, y armé la carpa ahí mismo, al lado del faro. Tuve la suerte de que se dieron situaciones de luz y neblina increíbles, que aún recuerdo".
Esa foto fue el origen. La semilla de un proyecto que será un libro, uno muy especial entre los 14 ya editados y los calendarios que elabora cada año con sus imágenes desde 1994. Este contendrá los 62 faros mantenidos por el Servicio de Hidrografía Naval (desde Buenos Aires hasta Tierra del Fuego), y algunos otros que son valiosos por su aspecto, historia y emplazamiento, aunque precisamente por eso, hayan sido apagados para siempre. En la lista no cuenta las balizas, que son otra cosa, ni los que no sobrevivieron al paso del tiempo, como el faro Campana en Bahía Laura, Santa Cruz, que se desplomó por falta de mantenimiento.
"La silueta de un faro es muy atractiva, le da profundidad a la fotografía, pero para mí es mucho más que un objeto de referencia", asegura. "Los faros siempre están en sitios especiales, a donde a mí me gusta estar, donde hay vista, lugares estratégicos desde donde se domina el paisaje, desde donde pueden llegar más lejos con su luz. Ningún faro fue puesto al azar". Para él "los faros generan respeto por el solo hecho de estar ahí, cumpliendo en silencio su función desde hace años, soportando inclemencias del tiempo. Sus destellos surcan la oscuridad de la noche al infinito. Conectan la vida en tierra con la bravura del océano. Su historia es la historia de los navegantes, de los hombres que llegaron ahí para construirlos, de tormentas, de naufragios, de conquistas", dice.
Work in Progress
Desde ese primer faro fueguino hasta ahora, ya ha reunido 44 faros. De manera que tiene casi dos tercios del total cubiertos. Le faltan algunos de los más difíciles: los faros 1º de Mayo y Esperanza en la Antártida, el faro de San Juan del Salvamento (que es el verdadero Faro del Fin del Mundo que inspiró a Julio Verne) en la Isla de los Estados, y el faro que lo reemplazó, que se llama del Año Nuevo y está en la Isla Observatorio. Estos dos últimos aún están en la lista, pero no porque no haya ido nunca. Fue dos veces, en 1999 y 2013, a bordo de buques de la Armada –los avisos Sobral y Gurruchaga–, pero en ambas ocasiones le tocó muy mal tiempo (un clásico de esa zona). Otra "figurita difícil" es el faro de San Diego en Península Mitre, Tierra del Fuego, al que se accede sólo a pie.
Otros resultan complicados, no tanto por el acceso en sí, sino porque están detrás de una tranquera. "Los faros mejor mantenidos son los que están dentro de campos privados, protegidos por candados. Aun aquellos a los que se accede por la playa suelen estar vandalizados: hay quienes llegan en cuatriciclo, sin control, les prenden fuego dentro, los usan de refugio, o de blanco para disparar con armas de fuego, los destruyen. Ni los años, ni la falta de mantenimiento, ni la rudeza del clima, ni el salitre son tan dañinos como la falta de cultura, el vandalismo, la desidia y el descuido de un fogón hecho en un lugar equivocado", se lamenta Florian.
Por eso, si bien la logística de permisos y coordinación de las propiedades privadas es bastante compleja, resulta beneficiosa, porque garantiza la protección de estos vigías del paisaje.
"Muchas veces pasa que, después de muchos contactos, charlas para generar confianza, explicación de que preciso entrar y acampar al lado del faro para esperar la mejor luz, resulta que el día que el capataz va hasta la ruta y me deja la tranquera abierta, el clima no acompaña y la luz no es la indicada, o el viento es demasiado fuerte", cuenta von der Fecht, cuyo checklist crece a medida que reúne más faros y se pone más exigente respecto de cuál es la imagen el faro merece. Hay varios de la lista a los que quiere regresar y hacer nuevas tomas.
Florian tiene más de un millón de kilómetros hechos en las rutas argentinas a lo largo de sus 40 años de fotógrafo. Hace unos años, además, sumó la fotografía aérea, de manera que le dio una nueva dimensión a los mismos sitios. Sus libros suman más de 500.000 ejemplares vendidos. De los 14 totales, ocho son exclusivamente de paisajes de Argentina. El noveno, Argentina Tierra Adentro, está siendo compartido a diario por su cuenta de IG mientras espera el fin del aislamiento social y la llegada a imprenta.
Un faro en el horizonte
El derrotero por las costas patagónicas lo ha llevado a reunir varias anécdotas: "noches con mar de fondo navegando hacia la Isla de los Estados, días extra en la carpa porque la marea subió y no pudimos salir en 4x4, y horas perdido en un campo porque el gaucho te indica "la huella lo lleva" y la huella se separa en varias sendas de oveja que no sabés cuál seguir", se ríe.
Después de estudiar tantos faros, coleccionar cartas y mapas antiguos, Florian tiene algunos predilectos. "Me gusta en particular el de San Francisco de Paula y tiene su mellizo en Cabo Buen Tiempo, ambos en Santa Cruz. Están en sitios increíbles, pero de muy difícil acceso y expuestos a vientos muy fuertes, que resultan muy hostiles", explica y menciona que uno de los peligros del deterioro es que sean reemplazados por faros de fibra de vidrio, como ocurrió en Punta Ninfas (Chubut).
"Otro maravilloso, y complicadísimo, es el de Isla Leones, que es circular y quedó dentro del nuevo Parque Interjurisdiccional Marino Costero Patagonia Austral, por lo que ahora depende de Parques Nacionales. Está muy abandonado y esperando que sea puesto en valor. Para llegar hay que estar muy atento al viento las corrientes cruzadas; es tan difícil que fue reemplazado en funciones por el faro de San Gregorio, que está en el continente", comenta.
"Los faros son, muchas veces, las construcciones más antiguas de la Patagonia. En todo caso, tienen más de cien años, fueron clave para la historia de la navegación de nuestras cosas, es una pena que no sean cuidados y puestos en valor. Sin duda, el GPS ya le ganó a la utilidad y prestación que puede tener un faro, pero ellos son testigos silenciosos de nuestra historia, y pueden ser, a su vez, atractivos turísticos que abran nuevas rutas y destinos. Deberían ser patrimonio histórico y cultural", dice.
Su atractivo, sin embargo, es inoxidable. Más aún si conservan su cuidador o "farero". Cabo Blanco, Segunda Barranca, Rincón, El Cóndor (el más antiguo, en Viedma), Punta Delgada, Cabo Vírgenes (con su pequeño museo en el Km 0 de la RN 40), son algunos de los que cuentan con personal de hidrografía naval que se ocupa del mantenimiento.
Muchos faros funcionan con baterías y células solares, que reemplazaron al gas de otras épocas. Otros, para generar la rotación de las ópticas aún utilizan un motor eléctrico, que funciona con un grupo electrógeno. Eso implica la presencia de una persona que llega con el atardecer y apaga el motor a la mañana siguiente, se ocupa del combustible, etc. Mantiene una mística que, como su luz, viaja muy lejos.