Es un archipiélago con ecosistemas bellos y frágiles celosamente protegidos por el estado brasileño. Un viaje con conciencia ecológica, mareas que ordenan la vida del turista y tortugas que nadan como si volaran. Un destino caro, pero inolvidable.
En el sendero que baja a la playa de Boldró hay una construcción abandonada cerca de un matorral de rosas chinas despampanantes y bananos con el cacho en formación. Todavía no sé que ahí funcionó un viejo fuerte ni que durante la Segunda Guerra Mundial fue un punto militar de seguimiento de misiles. Me lo contará un guía dentro de unos días, por ahora es una construcción abandonada camino a la playa. Por ahora nada más lejano a la guerra en este lugar donde todo lo que se ve son paisajes que uno quisiera habitar.
El bar rústico de la playa de Boldró se llama Bar do Gerson. Es una estructura de cemento y chapas cubierta de hojas de palma secas. Atrás del mostrador un chico de rulos –el sobrino de Gerson– despunta con machete un coco que recién bajó de la palmera y en unos minutos lo guardará en la heladera para que esté bem gelado. No acepta tarjetas de débito ni de crédito. Pregunto si cambia dólares y cuánto está. No sabe la cotización y me cree lo que le digo y recibe los dólares aunque no le interesan. Lo hace para hacerme un favor y con una sonrisa.
Vuelvo a la mesa y sentada frente a una limonada exprimida a mano porque la licuadora no anda, me pregunto por qué se estresarán los habitantes de un lugar así. Lo miro saltear camarones con ajo mientras las olas golpean contra la roca encallada en la playa. ¿Se cansará de escuchar el rugido del mar? ¿Le gustaría estar en otro lugar? ¿Necesitará pisar el continente? En la pared del bar cuelga un cartel de madera: "Musique-se, Buarque-se, Lenine-se, Caetane-se". Alguien le dio play a la música y curiosamente no suena bossa nova, sino música surf estilo Jack Johnson. Y me siento en una película hawaiana aunque estoy en Brasil. ¿Brasil?
Fernando de Noronha es una isla alejada de cualquier costa, como una botella tirada en el mar. Aunque es brasileña, queda más cerca de África que de São Paulo. La ciudad más próxima es Natal, en el estado de Rio Grande do Norte, pero la isla pertenece al de Pernambuco y el puente aéreo es con Recife, a 545 kilómetros (1hora y 20 minutos). Ahí van las mujeres a parir y los enfermos al hospital. Desde hace algún tiempo no nacen niños en Noronha porque no hay un centro de alta complejidad y la mayoría de los viejos tampoco muere aquí.
Este archipiélago tiene 21 islas, y sólo la mayor, Fernando de Noronha, está habitada. Isla Rata es la segunda más grande. Alguna vez vivieron ratas y presos que vivían como ratas, pero hace tiempo que es monumento natural. Queda el faro a rayas, un símbolo de la isla. Como el fuerte Remedios, actualmente en restauración, y el bosquecito de flamboyant, el precioso árbol de flores anaranjadas. Pero el símbolo principal de Noronha es el Morro do Pico, un afloramiento de virilidad pétrea de 321 metros de altura. El Morro do Pico se ve desde todos lados, es una referencia y un estandarte. Hay una trilha o sendero para subirlo. La isla entera tiene una sola ruta –la BR363 de apenas 7 km– pero está llena de senderos que recorren la mata. Para acceder es necesario reportarse, pagar y, en la mayoría de los casos, contratar un guía.
Desde 1998, el 70% de este archipiélago de origen volcánico es Parque Nacional Marino protegido por el Instituto Brasileño del Medio Ambiente y de los Recursos Naturales Renovables (Ibama) y el resto es Área de Protección Ambiental. Desde 2001 integra, además, la lista de patrimonios naturales de la Unesco. Llegar a visitar Noronha es un sueño para la mayoría de los brasileños. Antes de ir lo comprobé con amigos de São Paulo cuando al pronunciar el nombre de la isla, la respuesta era una cara de emoción profunda y luego una única exclamación: Nossa, algo así como Oh!
Muchas de las personas que conozco usarían la palabra paraíso para describir la isla, también se ocupa en publicidades y nombres de hotel y restaurante. Me imagino que la novia de Neymar –que está encantado con Noronha y, dicen, ya compró casa– la habrá pronunciado cuando lo llevó por primera vez y tal vez Lula Da Silva cuando siendo presidente pasó unos días de vacaciones. Como desapruebo el uso en el periodismo de viajes, no la voy a escribir y trataré hasta de no pensarla. Mucho menos hoy que descubrí –o me descubrió– el maruí, un mosquito diminuto que no pica, duele. Por ese mosquito y la cafifa, una hormiga que te quema, esto no es el paraíso sino un lugar muy bello, me dirá un lugareño mientras me mira los brazos picados.
Al bajar del avión, más o menos al mismo tiempo que uno respira el aire marino húmedo y salado, hay un control migratorio –Noronha funciona como un país aparte– y se paga la tasa de preservación que varía según la cantidad de días de permanencia. El pago incluye las charlas diarias en la sede del Projeto Tamar, un centro de investigaciones biológicas y protección de tortugas marinas, delfines rotador y tiburones. Ahora mismo estoy en las gradas y escucho a Marco Aurelio que pregunta a la audiencia cuál es el grado de intimidad con el mar. No espera respuesta y dice que cada uno debe saberlo y que somos responsables directos de nuestra seguridad.
En Noronha no se puede alimentar a los animales ni acercarse ni meterse en el mar con trípode de selfie ni pescar cangrejos (las multas rondan los 1.200 dólares). Es un santuario ecológico y desde que es parque nacional las visitas están controladas. Antes había 5.000 cabezas de ganado en la isla, hoy quedan 100. Antes había animales domésticos, hoy se ven algunos pero ya no pueden ingresar. Tampoco es posible conectarse normalmente a Internet, siempre se cae la red (esto no lo dice Marco Aurelio). Por todo esto a veces la llaman "la tierra del no". Ayer en la playa entendí lo de los animales domésticos cuando vi cómo un gato blanco persiguió una mabuia, la lagartija negra endémica, hasta partirla en dos y terminar con una mitad en la boca (sin comerla). El otro reptil que no es endémico y se transformó en plaga es el teju açu, un lagarto con cara de enojado. Si el gato blanco lo llegara a ver saldría corriendo.
Noronha tiene 13 vilas donde viven unas 4.000 personas, pero en temporada alta hay que sumarle otras 2.000 con los que llegan a trabajar. La recepcionista del hotel donde me quedo, oriunda de Camboriú, es una de ellas. Se considera suertuda porque Noronha es un sueño colectivo: "Todos los brasileños queremos venir". Mandó CV a muchos hoteles de playa, igual que miles de compañeros de la carrera de Turismo, pero nunca se imaginó que la llamarían de ¡Fernando de Noronha! La tomaron de una posada en Vila dos Remedios, la villa principal, y todavía no lo puede creer. Después del trabajo se va a la playa a aprender surf, tiene amigos de todas partes de Brasil y del mundo, y se siente tan segura como si viviera en Suiza. En Noronha no hay robos ni accidentes de tránsito. Sólo circulan 800 autos (teóricamente no pueden ingresar más) en la isla.
La recepcionista todavía no tuvo neuronha. Luego de preguntar varias veces y escuchar cómo se usa, entiendo que la neuronha es una especie de ganas locas de volver al continente. Le sucede a las personas que no están satisfechas con la isla. Me imagino que podría pasarle, quizás al mecánico de Kawasaki que viene cada tanto y se queda 20 o 25 días para arreglar todas las motos de la isla. O al técnico de Dell que hace lo mismo con las computadoras. Los buggies son tantos –los alquilan los turistas aunque sea por un día– que ya hay buenos mecánicos. Algunos moradores están encantados con la isla y no se irían jamás, de ellos surgió la euforonha, el antónimo de la neuronha. Eso le pasó a Paulo Noronha, el dueño del restaurante Flamboyant cuando llegó hace 30 años. Fue el primer vendedor ambulante de la isla, vendía cachorro quente frente al correo de Vila dos Remedios. Le fue muy bien y se quedó. Hasta le canta a la isla. "Hermano preste atención al sonido que viene de alta mar, el rock oceánico que vino a mostrar lo mucho que hay en el Atlántico: tiburones, meros, barracudas ...", escribió en uno de sus temas. Paulo tiene una isla tatuada en un bíceps. Pasan los años y no se le va la euforonha.
De presidio a sueño de vacaciones
Fernando de Noronha fue descubierta en 1503 por el navegante italiano Américo Vespucio que buscaba el naufragio de una carabela y se encontró con las islas deshabitadas y llenas de árboles. La expedición había sido financiada por el mercader portugués Fernão de Loronha de ahí el nombre-homenaje y donación del archipiélago que nunca visitó. Entre 1503 y 1736 fue invadida y ocupada por ingleses, holandeses y franceses, vuelta a conquistar por los portugueses, saqueada y alterada en un 80% de su versión original. Era una parada en los viajes hacia América o Europa. En 1737 la capitanía del estado de Pernambuco y Portugal decidieron poblarla definitivamente. ¿Cómo? Con presos. Los presos construyeron fuertes, trazaron caminos, conectaron las villas y arrasaron con la vegetación autóctona para evitar su propia fuga. También sufrieron castigos horrorosos de los que quedan leyendas oscuras. Hasta 1942 la isla fue una colonia correccional a la que llegaban asesinos, ladrones y contrabandistas y luego, durante el golpe militar del 64, sitio de presos políticos, entre ellos Miguel Arraes, el gobernador de Pernambuco que pasó once meses en la isla y luego se exilió en Argelia. Con la democracia volvió a ser gobernador de Pernambuco y asumió en la isla donde estuvo preso.
Durante la Segunda Guerra Mundial, esto es lo que me cuenta el guía Fagner Moreira, la isla fue un Territorio Federal Militar. Hubo baterías antiaéreas y fijas en los miradores, incluso en el mirador de Boldró que cada atardecer es una fiesta de gente y música y abrazos y amor al estado de vacaciones. El nombre Boldró viene de la expresión en inglés Bold Rock, la usaron los militares estadounidenses durante la guerra para nombrar a una piedra saliente. De ahí derivó Boldró que en portugués se pronuncia con a: Baldró. Los caminos de las palabras se cruzan con los de las personas. Y las personas se cruzan entre ellas, en Noronha todos se cruzan. Los que hoy vemos el atardecer con vista al morro Dois Irmãos quizás mañana alquilemos un buggy o hagamos el paseo en barco o mergulhemos cerca de Porto, frente a peces espada, morenas y tortugas que nadan para arriba como si volaran en el fondo del mar.
En su situación de botella en el agua, Fernando de Noronha tiene dos mares: Mar de Adentro y Mar de Afuera. La playa de Boldró, igual de Conçeicão y Cachorro miran al Mar de Adentro, eso quiere decir que están resguardadas. La Playa Leão, la Bahía de Sueste y Atalaia miran al Mar de Afuera, al océano. Tienen olas salvajes que por momentos parece que rompen con la furia de cinco siglos. Según dicen, son los vientos que llegan de África. Caçimba do Padre, una playa larga y ancha, puede tener olas de siete metros, por eso es la playa preferida de los surfistas. Y en todas, las de adentro y las de afuera, manda la marea que cambia constantemente y a veces sube demasiado y se lleva un bar, como pasó hace unos meses con el de Duda Rei, en Praia da Conceição.
En la isla hay seis especies de tiburones: limón, lija, tigre, martillo, ballena y tiburón de los arrecifes. Todos andan por ahí tranquilos y bien alimentados. No es raro verlos todavía pequeños en las olas de la playa Sueste o cruzárselos en una salida de snorkel. Estamos en Sancho, la playa con la fama de la más hermosa de la isla, cuando Fagner el guía señala un rectángulo gris en suspensión en el agua. Lo veo, pero cae la tarde y el mar está lleno de sombras, y no llego a distinguir las aletas o algo que marque su especificidad de tiburón. Podría haber sido, quizás lo fue.
Cuando salimos del agua, Fagner describe el tiburón que no vi y también nos cuenta sobre su mejor viaje, que fue hace muchos años, una vez que se embarcó con unos marineros hacia Natal. Comió carne, tomó cerveza durante la noche y comandó el barco de día. Tardaron 38 horas.
Hoy, casi todos viajan en avión, salvo la basura que va todas las semanas en barco a Recife. Los nativos reclaman los reales provenientes de la venta de esa basura de los que no tienen noticias. La geografía espectacular no alcanzan, claro, y aunque los turistas no lo noten, en Noronha hay descontentos, peleas y reclamos al estado. Muy cada tanto es noticia. "El otro día me llamaron para decirme que habían asaltado a alguien pero al final era mentira. El hombre creyó que le habían robado el celular pero se le había caído al quedarse dormido", me cuenta Ana Clara Marinho, la periodista responsable de la cadena Globo en la isla. Atrás de las praias de revista, entre los flamboyants y en el viejo cementerio que nadie visita, la isla está llena de historias y hace casi 30 años que ella las busca y encuentra.
La marea se va comiendo la playa de a poco. Los cangrejos rojos se escapan por las rocas y el sol está bajo. Recién salgo del mar donde pasé las últimas dos horas jugando con las olas. Finalmente, el chico de rulos del bar do Gerson trae el coco, que ahora sí está bem gelado.
Cuando me voy de la playa de Boldró por el camino de las rosas chinas despampanantes miro para atrás y trato de grabar el paisaje: la roca enorme que encalló en la playa, el gato blanco con la mabuia en la boca, la sonrisa del sobrino de Gerson, las flores azules del mantel, la consistencia de la arena y la brisa tibia sobre el cuerpo salado. Sé que pronto esta tarde se convertirá en recuerdo y quiero guardar todos los detalles.
Datos útiles
- Hay dos estaciones: seca, de septiembre a marzo y lluviosa, de abril a agosto. De todas maneras, las lluvias son breves y siempre sale el sol.
- Hay un ómnibus que conecta las principales villas y pasa bastante seguido, cada media hora más o menos. Hay varias playas que quedan cerca de las principales villas y a las que se llega caminando. Una buena opción para un día es alquilar un buggy para recorrer la isla (alrededor de u$s 50 por día) por la única ruta, la BR 363 que es una de las rutas más cortas de Brasil con sólo 7 km. Hay una sola estación de servicio en la isla, cerca de Porto.
- El tour de la isla es una excursión tan buena como cansadora. Vale la pena hacerla para saber dónde está uno parado y adónde le gustaría volver. Recorre los principales atractivos y todas las playas de la isla.
- Antes de hacer cualquier sendero es necesario reservar y pagar en el centro de visitantes pegado al Proyecto Tamar, en la zona de Boldró. Uno de los más populares por las vistas espectaculares y las posibilidades de snorkel es Atalaia. Son 6 km de caminata, la mayoría entre las piedras con dos baños en piscinas naturales. Hay 94 vacantes por día y, si es temporada alta, se completan enseguida, por eso es importante reservarlo al llegar a la isla. Se hace con guía. Los horarios para realizar los senderos son fijos y dependen de las mareas, por eso cambian todo el tiempo. Los más largos suelen partir a la mañana. El único sendero gratuito es uno para ver los delfines desde el mirador de Playa Sancho, pero sólo está abierto de 6 a 9 de la mañana.