Hacen falta seis horas y un espíritu aventurero para viajar miles de años atrás en el tiempo. Así es la excursión a la Ciudad Perdida. Comienza con un recorrido en camioneta donde pueden verse formaciones sin fin hasta el horizonte y algunos ejemplares de la fauna local: zorros, maras, cóndores, guanacos, ñandúes, mientras se transita por lechos de ríos secos y caminos solitarios donde manda el color rojo en todas sus variantes. Luego, al dejar las camionetas, comienza una caminata sin dificultad de dos a tres horas por laberintos, subidas, bajadas que cansan más de lo que encantan hasta llegar a un mirador desde donde se ve un cráter de tres kilómetros de diámetro que marca los límites de un conjunto de formaciones que integran la postal perfecta de una ciudad fantasma. Como símbolo de una imaginaria organización social, en el centro se destaca una pirámide conocida como Mogote Negro, que se diferencia por su forma y su color, más oscuro que el resto de la ciudad de tonos de rojos y rosados. Después de contemplar un buen rato la ciudad desde el mirador, con cuidado, hay que animarse a bajar y recorrer sus rincones y calles, hasta tener la sensación de que en cualquier momento puede aparecer un dinosaurio o los restos de una antigua tribu.
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