“Me preocupa que usemos la posibilidad cierta de matarte como herramienta creativa”, dice el autor de Patagonia vertical, “la biblia” para escalar en El Chaltén
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El universo de los escaladores reconoce un par de capitales esparcidas por las cordilleras del mundo. Una de las más importantes es El Chaltén, el pequeño pueblo santacruceño que, en veranos sin pandemia, convoca a la elite global del deporte.
En este valle delimitado por un río verde y rodeado de montañas míticas, como el Torre y el Fitz Roy, vive un pionero y gurú, el que más sabe de las rutas locales hacia codiciadas cimas. Pero Rolando Garibotti -un hombre sabio y generoso- está preocupado por el rumbo de su deporte. Comenzó a escalar en El Chaltén cuando apenas tenía 15 años y, al borde de los 50, recibe y aconseja a todos los que tocan la puerta de su cabaña, identificada con un cartel tan cierto como irónico: World’s worst weather (El peor clima del mundo), en referencia a la tormentas que suelen azotar la zona.
Rolo, como lo conocen en el ambiente, incluso volcó su experiencia en Patagonia vertical, una guía ilustrada de 367 páginas que disecciona las montañas de la zona con datos técnicos e históricos de sus rutas de ascenso. Es la biblia de El Chaltén y los alpinistas sacrifican peso de comida y abrigo para llevarla en sus mochilas.
La inquietud de Rolo es por el culto al riesgo que, dice, está dañando la escalada. “Me preocupa que usemos la posibilidad cierta de matarte como herramienta creativa, o vara de medición de calidad deportiva”, dice. “Desde el Imperio Romano que el teatro encontró elementos de expresión que no incluían leones en el escenario. Nosotros seguimos siendo como gladiadores, arriesgando nuestra vida para expresar nuestro arte”, agrega.
Sus palabras resultan llamativas para un escalador. ¿No es acaso el riesgo lo que buscan los que trepan paredes imposibles sujetados por apenas una cuerda, o incluso sin esa protección? ¿Cuál es el sentido de exponerse al peligro si no es por el retorno en adrenalina que supone atravesar la experiencia?
¿Cuál es el sentido de exponerse al peligro si no es por el retorno en adrenalina que supone atravesar la experiencia?
Además de un tema específico de la escalada, las dudas de Rolo apuntan a un dilema que atraviesa todos los deportes de riesgo y el concepto mismo de la aventura. ¿Por qué algunos elegimos salir cada tanto de nuestros refugios citadinos y su placidez de temperatura controlada y comida en la heladera para experimentar las inclemencias de la naturaleza?
Todos los que disfrutamos de esas experiencias, que pueden ser en la montaña más empinada, pero también en el río, el mar, o donde sea que logremos escaparnos, entendemos que no hace falta racionalizar el placer. La felicidad que otorgan resulta evidente. Sin embargo, la pregunta sigue siendo válida. Apunta a encontrarle sentido a una pulsión tan presente como insondable de que aquello que nos motiva.
Rolo no es hipócrita, él sabe que fue uno de esos jóvenes impetuosos. A los 16 años comenzó a escalar sin el seguro que da la cuerda amarrada a un arnés, lo que lo exponía a una muy probable muerte en caso de error. Lo hizo porque era el modelo de héroe que veía en las revistas y porque descubrió que los adultos del ambiente lo felicitaban y alentaban. “Para un joven inseguro como era yo, ese aliento resultaba vital”, explica.
Escalar sin cuerda, dice, otorga fluidez, la posibilidad de moverte rápido y liviano por la montaña, sin tener que cargar con pesadas mochilas. Pero sabe bien que el verdadero atractivo de ésta, la más peligrosa de las modalidades, es el riesgo. La certeza de que un mal paso es casi equivalente a la muerte. “El riesgo fue mi atajo emocional. Usaba ese shot de adrenalina para lidiar con mi vacío, con mis propias carencias”, dice. Rolo proyecta esta explicación para entender la psiquis de otros buscadores seriales de peligro, una especie que abunda en la montaña y el resto de los deportes extremos.
Como integrante de la elite del deporte, se codeó con los mejores, estableció algunos hitos que todavía perduran, soportó la muerte de demasiados amigos y un día dijo basta. En el comienzo de 2014 estaba intentando junto a un compañero hacer una travesía de varias cumbres en un tiempo récord y se dio cuenta de que el físico le estaba diciendo que no iba a poder.
Detrás suyo venía la dupla integrada por Alex Honnold -el más reconocido de los escaladores, cuyo documental ganó un Oscar en 2019- que buscaba la misma marca, pero también acarreaba problemas de equipamiento. En su retirada de la montaña, Rolo le cedió a Alex sus crampones y en ese gesto pasó la antorcha hacia la nueva generación. Era tiempo de comenzar a pensar en el retiro.
"La película de Alex fue en detrimento de la actividad. La llevó para atrás 30 años, a las imágenes de tipos en shorcitos escalando sin seguridad que aparecían en las revistas de mi juventud"
Rolando Garibotti
La cercanía con Honnold no le impide ser muy crítico de su película. Free Solo registra la escalada en solitario y sin protección que Alex hizo de El Capitán, uno de los muros icónicos del parque Yosemite, en Estados Unidos. Es un retrato hipnótico de la proeza y de la personalidad de Honnold, que está todo el tiempo al borde de un precipicio de 914 metros. Habla de escalada, pero mucho más de la compleja personalidad de un hombre cuya profesión es desafiar a la muerte. “La película de Alex fue en detrimento de la actividad. La llevó para atrás 30 años, a las imágenes de tipos en shorcitos escalando sin seguridad que aparecían en las revistas de mi juventud”, dispara Rolo.
Retirado de esa búsqueda, Rolo intenta reformar su deporte y alejarlo de los valores de conquista, nacionalismo territorial y hasta machismo que, dice, forman parte de la escalada desde sus inicios. ¿Qué queda entonces de atractivo en su disciplina cuando la atracción que genera el precipicio sale de la ecuación? “Solucionar el rompecabezas que te propone la naturaleza. El desafío físico desplegado en la belleza del ambiente natural”, responde. “Aunque claro, el riesgo seguro que un poquito le agrega”, concede.