Encantadores de serpientes y regateo en Marrakech
El siguiente relato fue enviado a lanacion.com por Verónica Teresniakof y Juan Fernández. Si querés compartir tu propia experiencia de viaje inolvidable, podés mandarnos textos de hasta 5000 caracteres y fotos a LNturismo@lanacion.com.ar
Deseábamos trasladarnos al pasado, específicamente a la Edad Media, y entonces surgió Marrakech, en Marruecos, como próximo destino. Conocida como la Ciudad Roja por su edificación color rojo-ocre, el color natural de la tierra local. En la actualidad está dividida en la Gran Medina, antigua ciudad amurallada ubicada en el centro y rodeada de espectaculares bastiones de tierra roja y, afuera de las murallas, la ciudad nueva o Ville Nouvelle, construida por los franceses en los años del dominio colonial.
Decidimos recorrerla a pie para apreciar en detalle los colores, ruidos, olores y sabores de esta enigmática ciudad. El tránsito caótico y ensordecedor nos obligó a estar muy atentos, en particular a las motocicletas y bicicletas, que no se detienen ante los peatones ni en los pocos semáforos existentes. Aturdidos, nos dirigimos a la muralla que encierra la secreta Medina, para aventurarnos a vivir una experiencia medieval, guiados por el minarete o torre de la mezquita Kutubia, símbolo de referencia y el mayor templo islámico del siglo XII de la ciudad.
En el mercado
Recorrimos las bulliciosas callejuelas del Souk Market (mercado abierto), repleto de turistas y locales, motocicletas, puestos de productos, souvenirs y accesorios locales. Mirando con sorpresa e incredulidad los puestos callejeros con sus exóticas propuestas, notamos que un anciano seguía nuestros pasos a unos 5 metros de distancia. Luego de varios minutos y tras reiterados intentos de distraerlo y dejarlo atrás, decidimos ingresar en un local de especias y hierbas como refugio. Según el vendedor, era un vecino inofensivo, según nosotros, una estrategia para que el turista ingrese a comprar algo en alguno de los cientos de puestos. Amablemente, el vendedor nos invitó a degustar variedades de té y hierbas con nombres que jamás habíamos oído, y caímos finalmente en la tentación de comprar algunas especias.
Las tiendas eran más que tentadoras, con prendas y productos originales de África y Medio Oriente, y el regateo, imprescindible a la hora de negociar. Los locales son tan buenos vendedores que uno termina comprando artículos o alimentos que no necesita. Los productos no tienen precios. Los vendedores arrojan valores muy elevados, y a partir de ahí empieza el show con calculadora en mano hasta conseguir un precio que beneficie a ambos. El precio real nunca se sabe, lo importante en Marrakech es negociar hasta que el vendedor y el cliente estén conformes con el valor acordado.
Al principio es divertido, aunque luego de varios días puede tornarse cansador tener que negociar por cada artículo.
Centro de reunión
Caminamos luego hacia Yamaa el Fna, plaza principal de la medina, rodeada de varias mezquitas, más modestas, que acompañan a Kutubia. Según se cuenta, éste era el lugar donde se ajusticiaba a los que delinquían y donde se exhibían las cabezas cortadas de los sentenciados.
Actualmente, la plaza es el centro de reunión de artistas callejeros medievales, los cuales ofrecen variados espectáculos. Encantadores de serpientes, contadores de cuentos, acróbatas y bailarines de danzas africanas, atrevidas gitanas haciendo tatuajes, artistas disfrazados de Aladino, entre otros, entretienen a los turistas y a los locales por igual. Marrakech, una ciudad que te traslada en el tiempo, exótica, caótica, abrumadora, divertida, colorida, y sin dudas, difícil de pasar inadvertida hasta para el más experimentado viajero.
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