Existen 22 especies de macá, seis de las cuales habitan en Argentina. El tobiano fue descubierto en 1974. Una década más tarde se contabilizaron unos 5.000 individuos, pero en 2009 sólo quedaban alrededor de 700. Por eso, tres años después, fue declarado especie en peligro crítico. Hoy el panorama es levemente alentador: se estima que hay unos 1.000 animales.
Pesan sólo medio kilo, comen minúsculos invertebrados acuáticos y forman colonias de entre tres y 120 familias. Sus principales amenazas (además de las anunciadas y polémicas represas) son el visón americano, capaz de destruir 30 nidos en dos horas; la gaviota cocinera, que ataca desde el aire; la trucha arco iris (especie exótica que altera el entorno e impide el crecimiento de lo que el macá usa para construir sus nidos: una planta acuática llamada vinagrilla) y el aumento en la fuerza de los vientos que en los últimos 30 años provocó la destrucción masiva de los refugios donde empollan.
Ignacio Roesler, Kini, es biólogo, investigador del CONICET y miembro del Departamento de Conservación de Aves Argentinas. Hizo su doctorado con el macá, en cuya preservación trabaja desde que comenzó el proyecto, hace diez años.
"Estabilizamos las poblaciones de la especie; controlamos las de invasores exóticos; generamos un nexo con pobladores, impulsamos la creación del Parque Nacional Patagonia y estamos trabajando en otros cinco proyectos para cuidar animales amenazados", resume.
A su lado, el Director Ejecutivo de Aves Argentinas, Hernán Casañas, agrega que anualmente reciben cientos de solicitudes de voluntarios de todo el mundo para trabajar en la preservación del macá, de los que eligen solo a una veintena. "Queremos entender mejor la ruta migratoria porque sabemos que cuando las lagunas de altura se congelan estos animales vuelan hasta la costa atlántica. También –proyecta– esperamos replicar lo que hacemos en estas mesetas en otros lugares, sumar el seguimiento satelital de ejemplares y seguir formando líderes ambientales".
Guardianes de la galaxia (animal)
Llueve a los lejos, y de hecho hay sol sobre la laguna. Pero el viento es tal que nos trae las gotas.
"Estamos hace once días acá, acampando en Laguna 8. Hacemos censos diarios de ejemplares, poniéndoles anillos numerados en las patas y con colores para identificar si son adultos o juveniles; registramos peso y medida; buscamos indicios de depredadores, patrullando día con voluntarios, y de noche ayudados por linternas", detalla inmune a la lluvia Carlos Ferreyra, guardaparque y guardián de la colonia de macaes.
Durante dos semanas, junto con Andres Baissero (voluntario a punto de recibirse de guardaparque) se turnan para no sacarles los ojos de encima a las aves. "Tenemos 10 nidos en esta laguna. Ayer nacieron tres pichones. Macho y hembra (que celebran en diciembre y enero danzas muy vistosas de cortejo) se turnan para incubar durante unos 21 días. En cuanto escuchamos el piar del bebé entramos con el gomón para rescatar el huevo que los padres dejan", explica Ferreyra.
El macá no camina: vuela y bucea en busca de comida. "La trucha cambia el PH del agua y eso hace que escasee el alimento para esta ave. Por eso impulsamos la extracción con redes e instalamos compuertas para interrumpir el ciclo reproductivo", dicen los guardianes.
A su vez, el macá no ve al visón como depredador porque evolutivamente nunca se adaptó a tenerle miedo a una especie que no debería estar a su lado. "Entrena a sus ejemplares juveniles para cazar. Un segundo de descuido y es un desastre", advierten. En esos 15 días críticos de los nacimientos, ambos duermen en una gruta junto a la laguna, a 300 metros de las carpas con víveres pero con vistas mágicas del amanecer.