El legado de los jesuitas que puso a Córdoba en el mapa mundial
CORDOBA.- Hace dos décadas la Unesco declaró Patrimonio Mundial de la Humanidad el complejo jesuítico cordobés que es uno de los atractivos para visitar la provincia. Integran el patrimonio la Manzana Jesuítica de la ciudad capital (integrada por el Colegio Monserrat, la Iglesia y la Residencia de la Compañía de Jesús y el rectorado de la Universidad Nacional de Córdoba) y las estancias de Jesús María, Alta Gracia, Colonia Caroya, La Candelaria y Santa Catalina. Desde el sector turístico y cultural tanto público como privado aseguran que el estatus puso a Córdoba en las guías de todo el mundo, generó más interés por conocer los lugares y, también, le dio un impulso al concepto de "patrimonio" poniéndolo en la agenda social.
La gestión de todo el complejo está diversificada; se divide entre la Provincia (La Candelaria y Colonia Caroya), la Nación (Jesús María y Alta Gracia), la Universidad Nacional de Córdoba (Manzana Jesuítica) y un consorcio privado que es el dueño de Santa Catalina. "Todos seguimos las directrices prácticas de la Unesco –asegura Fernando Blanco, director de Patrimonio Cultural provincial-. Todo lo pensamos en términos macro; la declaración puso a Córdoba en el mapa mundial y permite mostrar esa impronta junto a los testimonios de la cultura indígena y africana que tejieron nuestro perfil".
"A partir del 2000 se instala el concepto de patrimonio en la agenda social, la declaración le un impulso que no tenía. El legado jesuítico es una muestra del contacto de la cultura europea con la indígena y con la de los africanos. Nos llevó a abrir espacios para que sumaran y se estudiaran esos aportes", sintetiza Blanco.
La Compañía de Jesús
Por su ubicación en el centro de la ciudad, la Manzana Jesuítica es el legado más visitado. La Orden tomó posesión en 1599, en ese espacio estaba la ermita dedicada a Tiburcio y Valeriano, los santos que habían protegido a los vecinos de la plaga de langosta. "Córdoba era por entonces un caserío de adobe, de unos 300 habitantes -describe el arqueólogo Alfonso Uribe, quien trabaja para la Provincia-. Allí se instala el centro que controló toda la Gobernación Jesuítica hasta el Paraguay y, hacia el sur, hasta el límite de los territorios de la corona española. Después de Río Cuarto, en ese siglo, venía el ‘desierto’. Trajeron conocimientos, tecnología y modelos de producción".
Con los conceptos rectores de sus desembarcos -educar y evangelizar– sobre los restos de la ermita se construyó la Iglesia de la Compañía de Jesús (la obra se extendió entre 1653 y 1674). La bóveda del cielorraso, uno de los atractivos, está integrada por listones en forma de quilla invertida. Es obra del hermano Lemaire. La Capilla Doméstica, pegada a la iglesia, es parte de las visitas guiadas, al igual que las dos capillas laterales, una de las cuales es el claustro que la UNC destina a actos protocolares. En toda la construcción hay aportes de los artistas indígenas que se mezclan con los de los europeos.
La Universidad fue dirigida durante 154 años por los jesuitas; en su solar funcionaba el Colegio Máximo, que era la casa de estudios superiores de la Orden. Los visitantes pueden observar en el Museo Histórico parte del legado. Todos los edificios de la manzana están intercomunicados. El actual Colegio Nacional de Monserrat fue el que sucedió al Colegio Convictorio. En su dirección a los jesuitas los sucedieron los franciscanos, hasta que fue nacionalizado en 1854. Con sólo atravesar la calle Caseros, se pasa de la Iglesia de la Compañía al Museo San Alberto (primera sede del Colegio Convictorio). Hasta la expulsión de los jesuitas, funcionó en esa casa la tercera imprenta de América del Sur.
El obispo Fray José Antonio de San Alberto destinó, en 1782, la antigua residencia estudiantil al Real Hogar de Niñas Huérfanas Nobles; se lo conocía como Niñas Educandas y fue la primera manifestación de la educación femenina y pluralista en el territorio del Virreinato del Río de la Plata. Compartían el espacio las niñas huérfanas, mulatas y pardas con las de la sociedad cordobesa.
Para Florencia Cuenca, directora del Museo Histórico de la UNC, la Manzana y las estancias son "testimonios excepcionales" de un sistema religioso, político, económico y cultural desarrollado entre 1599 y 1767. "Nos permite observar la integración de culturas europeas y americanas, con el aporte afrodescendiente. Este sitio en su totalidad representa un ejemplo de organización territorial, con especial atención al complemento económico entre los establecimientos rurales y urbanos que posibilitaron a la Compañía de Jesús el cumplimiento de su meta educativa y evangelizadora", apunta y sostiene que la declaración de la Unesco distinguió esa experiencia y proyectó su importancia al resto del mundo. "Veinte años después, conservar y dar a conocer esta obra -universal y a la vez excepcional- constituye un desafío asumido por todos los sitios de forma conjunta", agrega.
Una red productiva
En tres días los visitantes que quieren conocer en profundidad el complejo jesuítico pueden pasear por la Manzana y las cinco estancias; la más alejada es La Candelaria, la más grande de todas enclavada en un paisaje imponente del norte cordobés. Los expertos aconsejan ver al menos una y las construcciones del centro de la ciudad para tener una idea de los objetivos y la organización de los jesuitas.
La estancia más cercana a la capital provincial es la de Alta Gracia (apenas a 40 kilómetros); los jesuitas se hicieron cargo del lugar en 1643 y la construcción se terminó en 1762. Después de la expulsión de la Orden, la compró un comerciante español en un remate; la casa fue la última de Santiago de Liniers, allí vivió antes de que lo fusilaran. Un recorrido por el museo da una noción de la vida cotidiana de la época. Frente al establecimiento está el Tajamar, el dique artificial más antiguo de Córdoba, obra de ingeniería de los jesuitas para aprovechar mejor el agua y hoy un emblema de la ciudad.
"Ser patrimonio de la humanidad le dio visibilidad al sitio en su conjunto tanto a nivel nacional como internacional. Lo interesante es el sistema en su conjunto", apunta Tomás Bondone, director de la estancia de Alta Gracia. A su entender la declaratoria sigue siendo un gran desafío respecto de cómo gestionar un complejo de tanto significado. "Es interesante poner sobre la mesa las cuestiones positivas, pero también lo que implica en términos de gestión, de preservación. Hubo grandes avances, pero queda trabajo por hacer. Por ejemplo, una mayor sinergia entre los espacios. Eso es lo más complejo".
Las estancias de Jesús María y Caroya (a 60 kilómetros de la ciudad de Córdoba y a seis una de otra) fueron centros productivos de vid, de hortalizas y frutas. La de Caroya fue el primer establecimiento rural organizado por la Compañía de Jesús en 1616 y el único que nunca fue gestionado por privados; alrededor de 1815 funcionó allí la primera fábrica de armas blancas del país. El museo de la de Jesús María incluye piezas de las culturas de La Aguada, Santamaría, Condorhuasi y Ciénaga.
Gustavo Loza, responsable de Turismo Religioso de la Agencia Córdoba Turismo, subraya que hay un segmento de visitantes que llega interesado por la declaración de patrimonio de la humanidad: "Es patrimonio en pie y eso lo distingue. No son ruinas y eso permite configurar una época. La declaración le dio un plus, recorrerlas abre la posibilidad de conocer cómo funcionaban, cuáles eran sus objetivos, cómo desde Córdoba se administraba todo".
A 75 kilómetros de la capital provincial, está Santa Catalina. La compró Francisco Díaz en 1774 y siempre quedó en manos privadas. Era un centro de producción de ganado mular, contaba con unas 15.000 cabezas en sus 167.000 hectáreas. De esas tierras quedan unas 400 hectáreas, una iglesia ejemplo del barroco colonial, la casa central, un cementerio y la ranchería con habitaciones para los esclavos. También cuenta con un tajamar alimentado por aguas subterráneas provenientes de Ongamira y restos de acequias y molinos. Fue fundada en 1622, en el mismo año que la actual UNC.
"Sus muros perimetrales tienen tres metros de alto por uno de ancho, su ranchería está casi completa –describe Uribe-. Las estancias y los jesuitas fueron, en su momento, un motor gigantesco de la economía. Desarrollaban una explotación económica diversificada. Los jesuitas eran esclavistas, sobre ese esquema tenían montado su sistema de producción. Los indios y los afrodescendientes aportan sus conocimientos de las regiones, su música, su artesanía, su gastronomía y su lenguaje. Todos esos rastros los podemos ver en el complejo".
Explica que cada una de las estancias se organizaba en un nicho económico, mientras que la Manzana era el centro de la administración y la educación: "No hay que imaginar que había cientos de jesuitas, en cada establecimiento había dos y como mucho, cinco. En la ciudad, un rancherío, eran más porque estaban los docentes, los arquitectos y los religiosos. Igual tenían una dinámica de traslados, terminaban de cumplir sus objetivos y eran enviados a otra parte".
La Candelaria es la más alejada de la ciudad de Córdoba, a unos 150 kilómetros. Perteneció a la familia del capitán García de Vera y Mujica y fue donada a los jesuitas en el año 1673 y convertida en un foco de producción de ganado mular; alcanzó a tener 300.000 hectáreas. Su casco se asemeja a la de un fortín tradicional, diseñado para resistir a los pueblos originarios. Todo está organizado en torno a un patio central rectangular; a uno de sus lados está la iglesia con la imagen tallada en madera de la Virgen de las Candelas; del otro lado, las ruinas de la ranchería, el obraje, los corrales y los vestigios del sistema hidráulico que idearon para mejorar el funcionamiento del molino.
Uribe aporta que faltan muchos espacios por reconocer, por seguir estudiando. La Unesco recomienda avanzar en ese sentido: "La tecnología hidráulica se debe seguir investigando, los hornos, el diseño de los caminos internos, las nuevas estructuras que aportaron. Es un complejo monumental". Fuera de la declaración de la Unesco quedó San Ignacio de los Ejercicios (Valle de Calamuchita), era una construcción de adobe de la que no quedaron más que ruinas. Hoy es un sitio arqueológico declarado patrimonio provincial.