Los primeros cronistas de viajes de la historia eran movidos por la adrenalina del descubrimiento. Aunque hoy la democratización del saber quita algo de encanto, existen aún destinos cubiertos por cierto misterio. Malvinas es un tridente clavado en las emociones nacionales. Hay sensaciones encontradas con las islas. Uno se para en la costa de Río Gallegos mirando al horizonte marítimo que no muestra nada, tratando de localizarlas. Hay cientos de historias sobre el pasado, la guerra, el vínculo con los isleños y el clima inhóspito. El desafío de ir crecía con el tiempo. Aun en épocas donde llegar era más un rompecabezas.
El viaje se planea con tiempo. Por que los tickets disponibles son pocos y porque la carga emotiva condiciona. Se puede ir en un vuelo semanal de Latam desde Punta Arenas que hace escala en Río Gallegos un sábado al mes de ida y siete días después de regreso. Si se usa esta ruta, implica que en las islas se debe pasar una semana. Es cierto que hay cruceros que hacen escala por un día (en verdad por seis horas), nada se conoce en ese tiempo.
El cartel en el aeropuerto señala el destino como Puerto Argentino, pero el ticket dice Puerto Stanley. El viajero sabe que, para absorber la experiencia, tiene que dejar prejuicios de lado. El objetivo es ir a ver qué pasa. Por suerte, toca ventanilla. El vuelo no llega a una hora, pero la primera vez parece eterno. La cámara cuelga del cuello porque guardada no tiene sentido. Ahí aparece la punta de la tierra y uno quiere ser como Rodrigo de Triana. Es conmovedor reconocer desde el aire la silueta del mapa Rivadavia.
Destrabando la leyenda
No es una primera impresión muy amigable decolar en una base militar. Sin embargo, la recepción en Mount Pleasant es amable. (En cambio la salida es tortuosa porque la espera para la revisión de equipaje es larga y minuciosa, en general con apertura de maletas una a una en un apartado de las dependencias de control). El personal de migraciones es local, sexagenario y cálido. No hay transporte desde ese sitio y el centro está a una hora de distancia. Es preciso llegar con el traslado contratado. Primer error. Todo el mundo lleva el auto lleno, pero aparece una soldado que pregunta y rápidamente consigue que Adrian Lowe, propietario de Kidney Cove Tours, haga el aventón. Allí se desata el nudo en la garganta. Adrian es octava generación en la isla y cuenta detalles del día a día, se interesa por la actualidad argentina. Recuerda sus viajes cotidianos antes de la guerra para estudiar o por temas de salud "es que teníamos vuelos diarios", rememora.
Puerto Argentino es el mejor sitio para alojarse. En una decena de cuadras se concentran los hoteles y albergues familiares, los bares y restaurantes, el museo, el supermercado, las cosas históricas, la iglesia y hasta el campo de golf. Allí, a unos pasos, aún se encuentra activa la pista de aterrizaje que se utilizó en la guerra. Lo opera Figas, la empresa aérea de cabotaje. Tienta la idea de invertir en los más de 30 destinos internos disponibles.
La avenida principal Ross Road es el epicentro. Es la mejilla sobre la que golpea el viento y el mejor cuadro del horizonte. El Malvina House, es el hotel más antiguo, con 72 habitaciones. Se llama así por el nombre de la hija del primer dueño John James Felton. Como un sitio de lujo de los 70 quedado en ese tiempo, su cocina es local, atendida por filipinos. La inmigración a las islas además llegó de Zimbawe (son los especialistas en levantar las minas antipersonales que aún cubren amplias superficies) y de Chile. De allí viene Alex Olmedo que se aventuró con el primer hotel boutique, The Waterfront. Una joyita con cocina abierta 24 horas y cenas gourmet. Más allá hay más de tres decenas de B&B.
Vida de aventuras
Luego de medio día en la ciudad uno ya ha bajado la guardia. La gente es amable, está bien dispuesta y hay ganas de volver a los tiempos de preguerra, donde los vínculos eran naturales y fluidos. Con esa nueva perspectiva, uno descubre la oferta turística abierta a los 60.000 viajeros que llegan por año: deportes marítimos, vuelos de bautismo, tres tipos de pingüinos, playa, artesanías, granjas, verdadera cocina de KM 0, barcos hundidos, islas cercanas, aventuras en 4x4, y, claro, el museo de sitio de la guerra y sus recuerdos...
El modo en que la flora y la fauna se han desarrollado es un hito que reúne a especialistas del mundo. No se alquilan autos y se maneja de la derecha. Se llega a los destinos en tours individuales o en grupo. Adrian, que me rescató en Mount Pleasant, se convirtió con el tiempo en un amigo. Su esposa, Lisa, se encarga del Jeep que a campo traviesa llega hasta Volunteer Point. Allí se encuentran cinco especies de pingüinos en una enorme playa y se puede caminar en libertad entre los ejemplares de la especie Rey.
Más playas esperan: Elephant, Paloma, Bertha’s y Surf Bay... a todas se puede llegar acordando con el transporte hora de regreso. Además de disfrutar de la arena y la soledad, hay lobos marinos y avistamiento de ballenas.
El casco oxidado del viejo Lady Elizabeth se puede ver luego de una bella caminata hasta Whalebone Cove. Gypsy Cove también invita al trekking. La pesca está creciendo lentamente. Ya hay una zona privada perfecta para pescar trucha marina y salmonete en el río Murrell, solo 20 minutos del centro.
Una oferta tentadora es irse a los camps (término que usan casi en español, tal como alpargatas, bicho, blanco, boca, boleadoras, bombachos, bombilla, bozal, guanaco, "wuacho", tropilla, tientos…) para vivir como los locales, con la cría de ovejas como centro de la producción.
Pero hoy todo está cambiando y están apostando a un mercado autosustentable. Lee Molkenbuhr es propietario de Johnson’s Harbor (volunteerpoint.co.fk). Su abuelo irlandés naufragó y se afincó en Malvinas en 1850. De joven recorrió parte del mundo, trabajó en una decena de países, y volvió para poner la esquila a la altura de las normas internacionales. Hope Cottage, en tanto, está bajo la mano de la famiia de Paul Phillips desde 1876. En su finca se puede participar de la producción local de carne, lana, lácteos y artesanías.
Un golpe al corazón
Es inevitable no recorrer los rastros de la guerra que quedaron por doquier. Longdon, Wirless Ridge, Tumble Down, Two Sister’s, Mt Kent, Mount Tumbledown, Mount Harriet son algunas de las posibilidades. No todos son accesibles y casi todos son considerados museos de sitio. Es conmovedor ver allí mismo la vida de hace cuarenta años, con elementos personales tan propios de nuestros soldados. Todo ha sido conservado con respeto. Goose Green y la mencionada playa Gypsy Cove, también cuentan con vestigios. Esta última es uno de los sitios con presencia de minas antipersonales.
Es imposible no visitar el cementerio argentino, próximo a San Carlos. La fotografía tantas veces vista emerge frente a los ojos. Algo sucede allí aún para el más duro. El viento acompaña siempre, con sol en pleno verano, o con las nieves del invierno. Hay una soledad más solitaria que en cualquier otro sitio.
El Historic Dockyard Museum cubre la historia social, marítima y natural, la guerra de 1982 y el patrimonio antártico. Las dependencias incluyen Smithy & Gearshed, central telefónica y de comunicaciones, imprenta y lavadero. Una reconstrucción magnífica parte a cielo abierto. La joya de la visita es la breve excursión a pie de una hora a cargo de alguna de las amables señoras mayores que llevan a recorrer un barrio con siete casas históricas que datan de finales del siglo XIX. Ese paseo, además, permite una vista en cascada sobre la bahía y husmear en los invernaderos que cobijan frutas y verduras que cada vecino siembra en su patio trasero.
La baya local por excelencia es la diddle-dee, que se hace mermelada para el desayuno y souvenir para los viajeros. Los jabones artesanales de Carol Wilkinson son célebres. En tanto, el Studio 53 de la fotógrafa Julie Halliday, se destaca por sus textiles locales y los anillos producidos con piezas de otros tiempos.
Para el final quedó la historia deseada. Hay un relato famoso del escritor Miguel Savage sobre el día que, en medio de la guerra, aterido de frío, tomó un pullover de una casa vacía. Acuciado por cerrar su historia de guerra, años después logró devolverlo a sus dueños. Lisa, que me llevó en la excursión a través del campo para conocer a los pingüinos, en el camino, me pregunta: "¿Conocés la historia del pullover? Bueno, la dueña soy yo". Lágrimas de ambos lados. Pero la historia no termina allí. Mi hoy amigo Adrian volvió a mi hotel al día siguiente: "te traje el pullover para que lo veas. Lisa supuso que te gustaría".
Las islas que pocos conocen
Para conocer las islas más pequeñas, los aviones Islander de FIGAS de 8 plazas son casi la única posibilidad. No remontan vuelo muy arriba, de modo que la accesibilidad de los paisajes es similar a la de un helicóptero
Carcass Island, con una vegetación más alta (hay árboles) tiene playas que si no fuera por la temperatura, parecen extraídas del Caribe con arena blanca y pingüinos por donde se mire.
A la isla West Point se puede llegar desde Carcass en barco. Allí reinan los albatros. Pebble Island conserva algunos rastros de la guerra y es de las más escarpadas del archipiélago.
Sea Lion Island es pequeña y se puede recorrer a pie. Es como la escenografía de un documental de vida silvestre. Los pingüinos gentoo se entremezclan con los habitantes. La playa está repleta de elefantes marinos. Por la mañana las orcas nadan desde el océano hacia un canal en la playa para cazar a las crías de foca para desayunar.
Bleaker Island es pequeña y transitable, y también funciona como una granja orgánica con ovejas y ganado vacuno. La fauna marina sigue siendo una constante, pero su alargada playa de arena blanca es el sitio perfecto para codearse con pingüinos gentoo. En la isla Saunders gobiernan los pingüinos rey, los más grandes.
Datos útiles
Cómo llegar
LATAM opera un vuelo todos los sábados desde Santiago, Chile que regresa el mismo día. Hace una escala en Punta Arenas, donde se completan los trámites aduaneros para Chile. El segundo sábado de cada mes, el vuelo se detiene en Río Gallegos. Las tarifas rondan los 1200 dólares desde Santiago.
LATAM también opera un vuelo todos los miércoles desde San Pablo que regresa el mismo día. Una vez al mes el vuelo se detiene en Córdoba. Tarifa: US$ 800.
Se debe contratar transporte antes de viajar para salir del aeropuerto al alojamiento. Un servicio posible es Kidney Cove Tours, (www.kidneycovetours.com/), con experiencia y mucho conocimiento de la historia de las islas.
Dónde alojarse
Waterfront (https://www.waterfronthotel.co.fk/), desde £142, un moderno y coqueto boutique hotel.
Malvina House (http://www.malvinahousehotel.com/), desde £68, grande, pero sencillo.
Importante
La moneda de curso legal son las libras. No hay mucha disponibilidad de cajeros automáticos y casas de cambio. Muchos servicios se cobran en efectivo.
Comida
Se puede comer por platos de entre 5 y 9 libras. Un café sale 2,25 libras, las gaseosas 1,50 libras.