El argentino que dio la vuelta al mundo en bicicleta durante 16 años
Pablo García pasó de ser un joven y exitoso empresario del turismo radicado en Brasil a lanzarse a pedalear por los cinco continentes. En el medio, vendió artesanías y fotos en la calle, convivió con las tribus más primitivas de África y pasó un par de sustos. Ahora, prepara un libro sobre aquel viaje inolvidable.
"No es fácil volver a casa después de 16 años", dice García, que pedaleó alrededor del mundo durante todo ese tiempo. Si bien regresó hace tres años, todavía le cuesta adaptarse a la vida sedentaria, luego de tantos años de nomadismo. Desde que llegó, hizo un curso de coach que abandonó al poco tiempo y talleres de producción audiovisual. Pero sobre todo dedica muchas horas al libro en el que está trabajando sobre su vuelta al globo en bicicleta. "Empecé a escribir y a mirar las imágenes. Tengo más de trecientas horas de video y una historia rica para una plataforma, o para producir una pequeña miniserie", asegura el ciclista, que vive solo en su casa de la localidad de San Martín, en Buenos Aires.
La historia se remota a sus 19 años- hoy tiene 46- cuando se fue de mochilero a viajar por Brasil. Terminó viviendo en Maceió, donde estudió turismo, se juntó con otros argentinos y armó una agencia de viajes. Para ese entonces, ya tenía 21 años, a la agencia le iba muy bien, el tenía un barco y vivía frente al mar. "Era Gardel, estaba en Maceió como un campeón", grafica y se ríe como preámbulo del relato del viaje que vendría. Porque aquella vida duró hasta los 25 años, cuando resolvió partir, a pesar de lo bien que la pasaba en Maceió. "Dije: tengo ganas de viajar, es una vez en la vida, me voy. Si no lo hago ahora, no será nunca mas. Me sentí libre de hacerlo, no tenía familia, ni hijos".
Así que, sin experiencia previa en ciclismo, agarró una bicicleta y viajó hasta Buenos Aires con la idea de probarse de cara a dar la vuelta al mundo. Aquel viaje iniciático le llevaría más de cuatro meses. "Descubrí muchas cosas. Primero, que estaba loco. Me quería matar, había dejado la vida frente al mar, estaba bien económicamente, nunca me faltaba una novia…¡Y no andaba en bici! Me compré una carpa china muy mala, pero me di cuenta que ya no podía volver atrás. Me había abierto de mis socios, y no había forma de volver. Cambié una vida cómoda por una vida sufrida. La bicicleta es sufrida, pero viajar en bici es maravilloso, porque tenés independencia. Es lindo, pero duro".
Pablo recuerda que las primeras dos semanas las sufrió mucho. "Pero a la tercera te das cuenta que hiciste 1500 kilómetros y empezás a confiar en vos. Lo ves posible y te relacionás con la gente, que te ayuda mucho cuando andás en bici". Claro que también existe el riesgo en estos viajes. Fue así como el primer percance lo tuvo en la entrada de Porto Alegre, cuando quisieron robarle la bicicleta y la mochila. Pero los ladrones quedaron atascados en una zanja mientras huían y Pablo recuperó sus cosas
De Buenos Aires a África
Una vez en Buenos Aires, pasó dos años armando el viaje. "Fue una odisea conseguir plata en esa época. Llegué en septiembre de 1999, los empresarios me decían esto es muy romántico…". Finalmente, consiguió dos sponsors que le dieron dinero en efectivo y una agencia de viajes le dio un pasaje a Sudáfrica. "Y ahí empezó otro viaje, porque me fui y a los tres meses vino el corralito. Entonces, la plata que me daba un sponsor pesificada ya no servía, el otro dejó de darme, y los proyectos que tenía en mente ya no sirvieron".
De todos modos, tan mal no le fue, porque allá consiguió una veintena de empresas africanas que lo fueron apoyando y así pasó dos años en el continente. "Me iba mejor en África que acá. Empecé a confiar más en mi, y así fui desde Sudáfrica a Egipto. Me río porque siempre digo que en África es donde me hice hombre. Me preguntaba, ¿Qué estoy haciendo en África en bicicleta? No estaba preparado para semejante aventura, estuve dos años en Buenos Aires en los que nunca pedaleé, y allá recién habían salido del Apartheid siete años atrás. Había mucho resentimiento, era un tiempo difícil para viajar por ahí".
Pablo atravesó regiones muy conflictivas, zonas donde el cólera y la malaria son letales, deambuló por desiertos donde llegó a perderse y visitó tribus en las que viven de la caza con arco y flecha "África fue muy interesante, conocí las tribus más increíbles que existen en el mundo, gente que vive de la caza en cavernas, como en la prehistoria, que hacen el fuego con palito… me llevé un shock. Con la bici siempre era un personaje, y en general armaba la carpa cerca, cocinaba mi arroz, y cada uno hacia su vida. Hay tribus que no hablan entre ellos prácticamente. Llegué a lugares donde era el primer blanco, los chicos te ven y lloran, salen corriendo, piensan que sos un monstruo".
Pablo atravesó países poco frecuentados como Eritrea y Yibuti, siguió por Sudan y Egipto para volar a España y arrancar la etapa europea.
Europa y más allá
Después de conseguir sponsors en África creyó que Europa sería simple, pero no lo fue, no consiguió nada y se puso a vender en la calle fotos del viaje y unas muñequitas brasileñas de tela hechas a mano. Así, pasó dos años y medio pedaleando por el viejo continente y el norte de África. Se puso de novio con una italiana, y viajaron juntos por dos años. Ella era arqueóloga y recorrieron de Italia a Egipto, pasando por Turquía, Siria, Líbano, Jordania, Chipre, e Israel. Al volver a Italia, ella se quedó y Pablo se encaminó hacia Irán, Paquistán y Arabia Saudita. "No daba para ir con ella a esos países donde el islam es más radical con las mujeres".
En Irán consiguió, unas vez más, sponsors, pero recuerda que la policía lo molestaba seguido. "Se piensan que sos un espía. Pero decía Argentina, Maradona y todo cambiaba. Más allá de eso, en los países musulmanes son hospitalarios, no te roban, son de primera". Aunque, claro, pedaleando por ahí, también se puede topar uno con sorpresas de todo tipo. Como lo que le sucedió un noche en Irán, camino a Tabris, cuando se topó con unos traficantes de drogas. "Me agarró la noche y no había llegado al pueblo. En general, cuando era así, me buscaba una familia. Vi una fogata, y me acerqué. Pero no era una familia, sino varios tipos contando plata. Eran pilas de cuarenta centímetros, no eran un par de billetes. Se pusieron pesados, no nos entendimos, me apuraron. Me querían linchar. Yo intentaba explicar que era turista, que viajaba por el mundo en la bici. Se empezaron a pelear entre ellos, así que les mostré las banderas de los países que llevaba en la mochila, mostré la de Irán y la de Argentina, dije Maradona, y ahí aflojaron. ‘¡Maradona el number one!’, dijeron, relajaron y me dieron agua. Me advirtieron que me vaya, que sino me iban a cortar la cabeza, mientras uno se pasaba el dedo por el cuello. Casi me linchan. Después me enteré que era la zona del trafico de opio".
Lejano Oriente y el entierro celestial
Como bien señala Pablo, su periplo fue una especia de zig zag, no es que fue en dieciséis años de un punto a otro. Ese zigzag, en algún momento, lo llevo al Oriente Lejano, y a la India, donde pasó seis meses. "Es uno de los países más interesantes del mundo. Ahí es donde me enamoro de la cultura de las tradiciones. Solo en India tenés el budismo, el islam, el hinduismo, el jainismo..."
En el sudeste asiático, dice Pablo, la religión está presente en lo cotidiano. "Vas de templo en templo, todos te acogen, es otra cabeza, otra gente, otra cultura. Es impresionante como vas absorbiendo conocimiento de todo tipo", reflexiona sobre este continente en el que pasó cuatro años. Visitó Mongolia, Japón, China. Tibet. "En el Tibet asistí a un'entierro celestia'. A los muertos los llevan a un valle y un maestro filetea el cuerpo con un cuchillo, mientras alrededor hay setenta buitres esperando que les tiren la carne. El maestro tritura los huesos y los mezcla con harina de cebada. Es una antigua tradición del budismo tibetano, ellos consideran que el cuerpo cumplió su función de transportar el alma, y para cerrar el ciclo lo entregan a los buitres".
Vuelta a casa
De Asia se fue hacia Australia, Nueva Zelanda y la Polinesia para luego saltar a Alaska y viajar cinco años hasta la Argentina. Solo en América, recorrió 55 mil kilómetros. En todo ese tiempo, Pablo iba intercalando entre sponsor y venta de fotos en la calle. En el golfo Pérsico consiguió buenos auspiciantes, en Australia hizo un libro de bolsillo que replicó en Estados Unidos, y que vendía ya por Internet.
Ya sobre el final del periplo, allá por el 2017, entró a la Argentina desde Chile, luego de pedalear la Carretera Austral, una ruta durísima y atravesó el paso de El Chaltén a pie. "Son como siete, ocho horas caminando. Llovía, llegué todo mojado de bajar con la bicicleta, con frío y hambre. Y todos los alojamientos estaban llenos, era plena temporada. De pronto alguien grita Pablooo. Era un flaco que había conocido en México tres años atrás, que viajaba desde México a la Argentina. Me lo crucé en Tijuana, después en el DF, y le conseguí lugar para dormir. Dos años después me lo encontré en Venezuela. No tenía un mango, yo tenía guita, y lo ayudé. El pibe era guía de montaña, y estaba justo trabajando en El Chaltén por la temporada. Me llevó a la casa, me cocinó, resucité".
El viaje, dice, le dejó muchas anécdotas y enseñanzas. "Lo más importante que aprendí es que nunca estuve solo. Tuve una protección divina, constante, en el camino".