Podemos imaginar cómo a principios del siglo XX, los pasajeros del tren del bajo, en su recorrido por la costa de Olivos, divisaban el singular palacio de la familia Urquiza–Anchorena, destacándose en la cima de la barranca con su alta cúpula y majestuosas escalinatas que descendían hasta el jardín, por cuyo borde pasaban las vías.
Hoy, muy poco queda de esta gran propiedad demolida en 1944. Nos ha sido posible reconstruir su historia a través de relatos y documentos aportados por sus descendientes, Benito Nazar Anchorena y su mujer Josefina Fornieles, y Clara Urquiza Anchorena de Arrillaga, dando así testimonio de un excepcional ejemplo de arquitectura beaux–arts y de paisajismo en la Provincia de Buenos Aires, cuyo nombre definió a un barrio y a una estación ferroviaria.
Historia de dos familias
La saga de los Anchorena en estas tierras se inicia en 1751, con la llegada a Buenos Aires de Juan Esteban de Anchorena, nacido en Pamplona en 1734. Se dedicó al comercio forjando una gran fortuna, acrecentada luego por sus hijos. Se casó en 1773 con la porteña Romana López de Anaya y tuvieron nueve hijos, pero solo tres varones (Juan José, Tomás Manuel y Mariano Nicolás) prolongaron descendencia. Mariano Nicolás de Anchorena, o Nicolás a secas (Buenos Aires, 1785-1856), se casó en 1822 con Estanislada Arana. Fueron padres de Mercedes, casada con Fabián Gómez; Nicolás, casado con Mercedes Castellanos; y Juan Nepomuceno, casado con Josefa Aguirre.
En cuanto a los Urquiza, su historia en nuestro país comienza hacia 1774, con el arribo del santanderino Josef de Urquiza y Álzaga. Ejerció el comercio, trasladándose más tarde a Entre Ríos. En 1784 casó con Cándida García González, siendo padres de trece hijos. El undécimo, Justo José (1801-1870), sería militar, Gobernador de Entre Ríos, vencedor de Caseros, artífice de la organización nacional y primer presidente constitucional del país.
Orígenes, la quinta de Juan Nepomuceno de Anchorena
El hecho de construir grandes residencias de descanso sobre las barrancas, aprovechando las vistas del Río de la Plata, ha sido costumbre entre las clases pudientes desde tiempos de la Colonia. Algunas subsisten, como las quintas de Pueyrredón, actual Museo Pueyrredón y la de Mariquita Sánchez de Thompson, hoy Museo-Quinta Los Ombúes, ambas en San Isidro, por citar algunos ejemplos.
La quinta Los Olivos, luego llamada Rioland, era un edificio ítalo-criollo de una planta (con un cuerpo de dos niveles en su parte trasera), construido probablemente en diferentes etapas, cuyo origen estimamos de mediados del siglo XIX. Su extenso terreno en el Partido de Vicente López, comprendía desde la orilla del Río de la Plata hasta la actual Av. Bartolomé Mitre (el fondo de la legua) y aproximadamente las calles Debenedetti y Darwin. Al menos desde la década del ’70 del siglo XIX, era propiedad de Juan Nepomuceno de Anchorena (1829–1895), viudo de Josefa Aguirre (1836–1870), y padres de: Estanislada A. de Paz, Juan Esteban, Josefa A. de Madariaga, Nicolás Paulino, Lucila A. de Urquiza y Rosa A. de Fernández. En honor de Juan N. de Anchorena, se llamó la cercana estación del bajo del Ferrocarril de Buenos Aires y Rosario, hoy del Tren de la Costa.
En 1878, Juan N. de Anchorena le compra a Manuel Monasterio su chacra, lindante hacia el Sur con Los Olivos. Sobre parte de la nueva adquisición se iba a levantar La Lucila. Nicolás Paulino de Anchorena, fallecido soltero en 1899, obsequió su porción heredada del terreno a su hermana Lucila, que se había casado en 1889 con el Coronel Alfredo F. de Urquiza. Él era nieto del General Justo José de Urquiza y egresado de la Escuela Militar de Saint-Cyr en Francia.
La construcción de un palacio
Entre 1910 y 1914, los Urquiza-Anchorena se radicaron en París. En 1911 encargaron el proyecto de su nueva residencia, que se levantaría en el terreno regalado a Lucila. Es difícil ser taxativos respecto a la paternidad del proyecto. Lucila Quesada Urquiza, nieta de los comitentes, en su libro "La Lucila" la atribuye al prestigioso arquitecto francés Paul-Eugène Pater (Dijon, 1879 - Buenos Aires, 1966), egresado de la École des Beaux-Arts de París en 1905. Vino al país a fines de 1907, comenzando a trabajar con su paisano y colega Louis Dubois, al que luego se asociaría.
Asimismo, descendientes del arquitecto Pater conservan su archivo personal en el que se hallan fotografías de la casa en construcción, como así también figura en un completo listado de sus obras. Refuerza esta hipótesis la similitud entre el proyecto para los Urquiza–Anchorena y otras obras de Pater como la residencia Ortiz Basualdo, actual Embajada de Francia, y el Tigre Club, hoy Museo de Arte.
Sin embargo, en la revista Arquitectura de noviembre-diciembre de 1915, se atribuye el proyecto al arquitecto P. Bertrand, sobre el que no hemos encontrado mayor información. Distintos autores lo suelen mencionar como Frédéric Bertrand, aunque bien podría tratarse de Olivier-Paul Bertrand, arquitecto nacido en 1879 –el mismo año que Pater–, y egresado de su misma escuela, lo cual lleva a considerar la posibilidad de que hayan sido compañeros de estudios.
De este modo, y al no hallarse hasta el momento mayor documentación, queda abierta la hipótesis sobre la autoría del proyecto, aunque la evidencia se vincula principalmente al arquitecto Pater.
La construcción estuvo a cargo del empresario italiano Giovanni Barassi. Nacido hacia 1861, frecuentó algunos cursos de arquitectura en la Accademia di Brera de Milán y llegó a la República Argentina en 1881. Fue constructor de numerosas obras de calidad, destacándose el edificio de Obras Sanitarias de la Nación en Marcelo T. de Alvear y Av. Callao, y en sociedad con el Ingeniero Ernesto Gramondo levantaron el Palacio Anchorena, hoy sede ceremonial del Ministerio de Relaciones Exteriores.
Aprovechando la privilegiada vista desde la barranca, el proyectista diseñó una magnífica residencia compuesta de cuatro niveles, en la que resaltaba el cuerpo central de base semicircular con una terraza en el primer nivel, coronado con una cúpula y mirador, desde donde se podía avistar la costa uruguaya.
Como era habitual en las grandes residencias de la época que seguían el modelo del hôtel particulier, en el piano nobile se situaban los salones de recepción. En este caso, se retoma la planta central palladiana, -valorada en los tratados de Durand- siendo ese centro un gran hall, espacio alrededor del cual se organizan los demás. Se ingresaba por el porche y se subía por la escalera hasta ese hall, revocado en símil piedra, en el que destacaba el enorme retrato de Justo José de Urquiza en el esplendor de su gloria, pintado por el artista francés Gabriel Ferrier, hoy conservado en el Museo Casa de Diego Casero en el Colegio Militar de la Nación. Desde allí se podía acceder a la sala de recibo, al comedor, la sala de señoras, el fumoir, el escritorio, el jardín de invierno y el salón de baile con sus grandes puertas-ventanas, por las que se salía a la terraza que miraba al río. Para la decoración interior se contrató a las Maisons Carlhian y Jansen de París.
El piso superior, "el privado" de la residencia, en el que el dormitorio y cuartos del Coronel daban a una enorme loggia y a un balcón–terraza ubicado sobre el salón de baile. En el nivel de las mansardas había departamentos previsores del crecimiento familiar.
La casa estaba implantada en un gran parque. Según Lucila Quesada Urquiza, fue diseñado por el "famoso paisajista Jacquet", destacándose las terrazas y escalinatas que descendían hasta un amplio parterre y cancha de tenis; como así también las numerosas esculturas, bancos de mármol, fuentes y un templete. Se refería a Pierre Jacquet, nacido en la Saboya francesa hacia 1860 y fallecido en Buenos Aires en 1927. Vino al país para trabajar en la cercana quinta "Villa Elvira", de María Unzué de Alvear, aún en pie en Pacheco y Juan Díaz de Solís, en Martínez.
Sus habitantes
En 1915, con los interiores aún inacabados, debido a las demoras en el envío de materiales europeos a causa de la Primera Guerra, la familia decidió mudarse a su nueva residencia. La misma estaba compuesta por el matrimonio Urquiza-Anchorena, y sus catorce hijos: Alfredo, María Lucila, Mercedes, Justo José, Juan, Diógenes, Luis María, Julio Argentino (fallecido a los 4 años), Víctor, Caseros, Agueda (murió infante), Jorge Benjamín, Eloísa Josefina, y otro hijo fallecido a poco de nacer.
La casa abrió sus puertas a la sociedad en 1916 en ocasión de celebrarse el casamiento de la hija mayor, María Lucila, con el abogado y diplomático Vicente Quesada Pacheco. El 18 de junio de 1917 nació allí su primera hija, Lucila Quesada Urquiza; y su abuela, Lucila Anchorena, a quien cariñosamente llamarían Gran Mamá, aquejada por problemas de salud, murió dos días después.
Una vez finalizado el riguroso luto, se sucedieron reuniones, comidas, fiestas y casamientos en los que ocasionalmente se contrataban músicos u orquestas para los bailes. Recuerda Lucila Quesada Urquiza que los salones se decoraban con flores provenientes de los canteros de La Quinta, como llamaban a una pequeña chacra que se encontraba cruzando la Avenida del Libertador. También existía un tambo con cinco vacas Jersey y gallineros desde los que se suplía a la cocina, ésta bajo el mando del chef León Couviller, secundado por un ayudante pastelero y dos empleados.
En el parque sucedían gran parte de los juegos infantiles y la práctica de deportes. En la pileta, los niños aprendían lecciones de natación con Vito Dumas, el navegante que entre 1942 y 1943 recorrió el mundo en solitario, atravesando los océanos Atlántico, Índico y Pacífico a bordo del velero Lehg II.
Algunos hijos del Coronel, alcanzada la edad adulta, preferían dejar el palacio e instalarse en sus propias viviendas. Siguieron viviendo allí sus hijos menores, el matrimonio Quesada–Urquiza y sus tres hijas, y el Coronel. En 1936 fue la última gran recepción en la casa con motivo de la presentación en sociedad de Laura Quesada Urquiza junto a otras diez jóvenes. También fue todo un acontecimiento social el casamiento doble de sus hermanas Lucila y Eleonora, con Benito Nazar Anchorena y Alfredo Cernadas, celebrado allí el 31 de octubre de 1937. Tomás Vallée, fallecido recientemente, recordaba perfectamente la boda, con su altar, original y exquisito, íntegramente armado con claveles blancos.
Los días finales
El 11 de diciembre de 1939 murió en La Lucila el Coronel Alfredo Froilán de Urquiza. Fue su deseo que Si ninguno de mis hijos se encuentra con fuerza para afrontar la responsabilidad de sostener "La Lucila" habitándola y manteniéndola con la suntuosidad y el confort que he tratado siempre de imprimirle, mi mayor anhelo sería que fuera a manos del Gobierno de la Nación, de la Provincia o que la adquiriera alguna de las instituciones armadas de mi país.
El 7 de Julio de 1942 la propiedad fue adquirida en remate público por algunos de sus hijos. Con el propósito de cumplir con el deseo del Coronel, y conscientes de los valores de la propiedad, se la ofrecieron al Centro Naval, al Gobierno de la Provincia de Buenos Aires y al Poder Ejecutivo Nacional, siendo rechazada por todos ellos por razones presupuestarias.
Finalmente, y ante los onerosos costos de mantenimiento de semejante heredad, los dueños se vieron forzados a demoler la residencia en 1944, y posteriormente a lotear su predio.
Hoy, unos pocos restos quedan de La Lucila, que se levantara en el cruce de las calles Andrés Ferreyra y Debenedetti, entre ellos uno de los portones de acceso, reubicado al 3700 (impares) de la primera calle, y una parte de la gran escalinata que descendía por la barranca, que se puede ver desde las vías del Tren de la Costa.
Igual destino corrió la vecina quinta de Juan Anchorena, ya que luego de algunos intentos por gestionar su preservación fue demolida en el año 2003. De ella subsisten algunos vestigios, como un pabellón pintoresquista sobre la calle Eduardo Ramseyer, algo modificado hoy día; pilares de acceso y rejas en la misma calle, en Andrés Ferreyra 3737 y donde se corta la calle Díaz Vélez, al transponer la Avenida del Libertador.