A orillas del océano índico es la menos conocida de las grandes urbes sudafricanas.
LA GOLDEN MILE
El pulso durbanita se advierte mejor en la Golden Mile, la costanera frente al mar donde pasean ciclistas, skaters, turistas y rickshaws de colores (típico carruaje indio introducido en la década del 30 por un magnate del azúcar), de cara a modernos edificios vidriados, hoteles y algunos exponentes Art Déco con luces de neón que le valieron a esta zona el apodo de "la South Beach africana". Uno de sus orgullos es el Ushaka Marine World, un ambicioso acuario sobre la playa, símil parque temático de Disney, con toboganes acuáticos, shopping y restaurantes. Se entra por el casco de un barco rescatado de un naufragio y, a través de varios ventanales, se ven las increíbles criaturas que viven en este mar: tortugas, delfines, hipocampos y los exóticos peces roca. Su mayor atracción es la posibilidad de sumergirse dentro de una jaula de acrílico en un tanque lleno de tiburones. Es un auténtico tête à tête con estos seres tan temidos como venerados. La relación entre los locales y los escualos es particular, casi de coqueteo, no de amenaza.
Las principales playas están protegidas con redes antitiburones y existe un cuerpo de seguridad dedicado a su captura, el Shark Board, pruebas suficientes para comprender que son muchos y de varias especies los que frecuentan estas aguas cálidas. Pero los durbanitas desdramatizan el asunto, lo viven con naturalidad. Incluso disfrutan de contar sobre algún encuentro fortuito en el mar, sobre todo los surfers, que están acostumbrados a ver aletas rondando sus tablas mientras esperan las olas.
El futurista estadio Moses Mabhida
Un legado de la Copa del Mundo de 2010 -en total, se construyeron siete estadios en todo el país- con capacidad para 70 mil personas. Hoy es el ícono de la ciudad y parece una enorme goleta a punto de zarpar hacia el Índico. Para algunos, su estructura oval con un arco elevado de 105 metros se asemeja a una cesta zulú. Pasado el fervor mundialista, hubo que amortizar la inversión que implicó la mega obra. La solución fue usarlo para partidos de fútbol locales y recitales, y también convertirlo en atracción turística. No hay más que remitirse a las largas colas para subir a su teleférico. La vista desde el skydeck en el vértice del arco debe ser la más espectacular de la ciudad y el mar. Su otro hit es el Big rush, un salto estilo bungee jumping pero con caída pendular de 220 metros que ya entró en la lista de los récords Guinness. El susto cuesta unos 50 dólares. Aunque el fútbol dejó huella en 2010, el deporte que más pasiones enciende en Sudáfrica sigue siendo el rugby, junto con el cricket, ambas herencias de los tiempos de la colonia británica.
las playas de Ballito y Umhlanga
Son dos zonas residenciales con mansiones estilo Beverly Hills y hoteles lujosos como el Fairmont Zimbali, rodeadas de verdes colinas donde todavía se cultiva la caña. Sobre la costa se generó un interesante polo gastronómico, con opciones muy globalizadas, desde delis de comida sana, cerveza alemana y burritos mexicanos hasta bistrós elegantes con terrazas sobre el mar.
Florida Road en MorningSide
Con una seguidilla de lindos bares y restaurantes entre casas victorianas. Hay que tomar nota de Spiga, una cantina italiana cool que convoca a hombres de negocios y celebrities. Está de moda y casi siempre hay que esperar. A pocas cuadras está Market, un restaurante moderno, todo blanco y despojado, con un patio iluminado con lucecitas colgantes, que se presta para probar el carpaccio de springbok (antílope sudafricano), una de las especialidades locales, y alguno de los buenos vinos del país.
Nota publicada en abril de 2016. Extracto de la nota publicada en revista Lugares n° 237