COPENHAGUE. El policía que está frente al Parlamento mira desconcertado, y asegura: "es la primera vez que oigo ruidos de cacerolas en una marcha". Los manifestantes no llevan banderas políticas, pero sí carteles que piden frenar las leyes de la pandemia, para que el gobierno no regule sobre el ámbito privado. Al golpe de cacerolas y cacharros, cientos de personas caminan juntas, sin barbijo y sin respetar el metro de distancia. No se comportan como lo pide el gobierno, pero marchan por el costado de la calle, sin cortar el tránsito, porque al menos una pizca danesa conservan.
Copenhague, la capital de Dinamarca, que en esta época recibe normalmente a muchos turistas, está vacía. La Sirenita no tiene quien la visite, y las calles se llenan sólo cuando suenan las cacerolas, una nueva forma de protesta.
Aunque la escena de las cacerolas parece salida de la serie Borgen, lo que sucede por estos días en Dinamarca supera cualquier ficción. No es Birgitte Nyborg, sino la Primera Ministra socialdemócrata, Mette Frederiksen, quien enfrenta a una sociedad disconforme y a un parlamento que le quita apoyo. Días atrás, en conferencia de prensa sobre las mutaciones del Covid-19 en los criaderos de visones, fue directa: "Todos los visones deben morir". La matanza se puso en marcha, hasta que a las pocas horas políticos de otros partidos advirtieron la falta de una ley que avalara la decisión.
La respuesta del Ministro de Alimentación, Agricultura y Pesca, Mogens Jensen llegó enseguida. En su defensa argumentó que debían actuar rápido, aunque eludieran la regla que sólo permitía la matanza de visones dentro de las granjas afectadas y hasta en un radio de 7,8 kilómetros. Mette Frederiksen firme en su opinión pidió disculpas por no haberse expresado dentro de la ley, pero Dinamarca no puede correr el riesgo de convertirse en otro Wuhan, con una pandemia paralela, dijo. Finalmete, por las críticas a su gestión y los errores en la orden de matanza, renunció el ministro de Agricultura Mogens Jensen.
Por supuesto hubo enfrentamientos en el Palacio de Christiansborg, donde los partidos reclamaron responsabilidad a Mette Frederiksen, que en principio expresó sus razones a través de su cuenta en Facebook, ante el enojo de sus colegas.
¿Todos los visones deben morir?
Hasta el momento no todos los visones deben morir, pero el ida y vuelta de dichos crearon tal confusión que algunos criaderos continuaron la matanza, otros la suspendieron, y una de las empresas de pieles más tradicionales desde 1930, Kopenhagen Fur, anunció su cierre definitivo. A la vez, una discusión paralela entre diferentes partidos políticos analizan el monto que se destinará como resarcimiento a los dueños de los criaderos. Por su parte, Mette Frederiksen estima 199 coronas por animal, pero el partido conservador Dansk Folkeparti sostiene que el monto debe ser 300 kr (un aproximado de 40 euros por visón) lo que resultaría un presupuesto económico de miles de millones de coronas danesas en compensación.
El resto del país también está dividido. Siete regiones al norte de Jutlandia permanecen aisladas. Una zona que concentra granjas de visones, y donde en agosto detectaron 12 contagios del virus Cluster 5, una mutación proveniente de animales infectados. Si bien desde septiembre no se registraron nuevos casos positivos, y se sospecha de que esa mutación desapareció, la concentración de visones es suficiente para aislar esta área al menos hasta el 3 de diciembre. Dentro de ese radio no hay bares, museos, teatros, ni centros sociales abiertos. Tampoco funcionan los transportes públicos. Las escuelas cerraron desde la clase 5 a la 8, que pasaron a modo virtual, y solo los alumnos más chicos asisten a las aulas.
En cuanto al mapa general de situación, según el Ministerio de Asuntos Exteriores, el mundo es zona de riesgo. Eso significa que todos los países superaron los 30 casos positivos por cada 100.000 habitantes, un cálculo que se toma cada siete días, en base a un promedio de dos semana. El mundo está cerrado para una Dinamarca que se mantiene aislada y recomienda no viajar; y al mismo tiempo, a causa de los visones, hay ejemplos como el Reino Unido que suspendieron vuelos provenientes de aeropuertos daneses.
Las medidas restrictivas y el temor al virus mutante, no son las únicas razones que desestabilizan el orden danés. En octubre resurgieron antiguas denuncias por acoso sexual, que concluyeron con la renuncia del intendente de Copenhague, Frank Jensen y del líder del partido político Radikale Venstre, Morten Østergaard. Como si eso fuera poco, Peter Madsen, el ingeniero aeroespacial que mató y descuartizó en su submarino privado a la periodista sueca Kim Wall, escapó de la cárcel de Albertslund, donde está detenido desde 2018, aunque la policía no tardó en recapturarlo a 500 metros del complejo penitenciario.
Una temporada atípica
Por momentos parece que los comerciantes quisieron apurar el fin de año, pero lo cierto es que hubo temor a otro cierre de negocios. Los productos de navidad aparecieron en los supermercados y tiendas de decoración en septiembre, y si bien los daneses organizan todo con mucha anticipación, esto resultó exagerado. Sin duda el 2020 será recordado como el año en el ningún plan prosperó. Que Copenhague cancele sus principales mercados navideños era algo impensable. Sin embargo, en la plaza Kongens Nytorv y Højbro Plads, no abrieron. El único que sobrevivió a las restricciones es el que organiza el parque de diversiones Tivoli.
En lugar de puestos con galletitas de jengibre, la ciudad se llena de carpas donde hisopan, algunas con y otras sin turno previo. El grinch estaría feliz de ver esta escena, donde el espíritu de las fiestas se limita a unas masitas caseras, encender velas, y decorar las casas con luces. Por las calles pasará un noviembre/diciembre sin tazas humeantes de gløgg (el vino caliente que se toma para esta época) y toda la tradición que rodea a los mercadillos callejeros. Eso no es todo. Para que las vísperas de las fiestas sean menos fiesta, a la noche que llega cerca de las 4 de la tarde, también le va a faltar nieve. El pronóstico del centro meteorológico anunció temperaturas oscilantes entre 10 y 15 grados, nada coherentes con la llegada del invierno. Mientras tanto, las escuelas siguen abiertas, los bares cierran a las 22, no se permiten reuniones con más de 10 personas, y el uso del barbijo es obligatorio en espacios públicos cerrados.
Ante la pandemia no hay economía, ni ánimo social que se mantenga indiferente. En Dinamarca, como en el resto de Europa, se habla de la peor crisis desde la Segunda Guerra Mundial, y la caída del PBI en un 8,3% durante la primera mitad del año, vale de prueba. Frente a esta realidad no hay índices de felicidad, ni Estado de Bienestar suficiente para hacerle frente. Porque si algo queda demostrado es que el Covid-19 llegó para vulnerar hasta a las economías más fuertes, y poner bajo la lupa políticas improvisadas que por momentos parecen funcionar a base de prueba y error.