Delhi y Nueva Delhi, o las dos caras de una misma moneda
El siguiente relato fue enviado a LA NACION por Alejandra Gargiulo y Juan Luis Camenforte. Si querés compartir tu propia experiencia de viaje inolvidable, podés mandarnos textos de hasta 5000 caracteres y fotos a LNturismo@lanacion.com.ar
Las dos caras de una misma moneda. Así es Delhi con sus dos realidades diametralmente opuestas. Esta ciudad tiene una diferencia arquitectónica y social notable entre la parte antigua y la parte moderna, o Nueva Delhi, capital de la India.
Después de recorrer durante varios días la extraordinaria parte antigua, Wasif, nuestro amigo indio, nos pasó a buscar temprano en la mañana por nuestro hotel ubicado en el corazón de la antigua Delhi, para conocer la otra cara de la India, muchas veces desconocida por turistas y viajeros.
A medida que salíamos del enjambre de gente, vehículos de todo tipo y animales que rodeaban nuestro transporte, observábamos una vez más, sorprendidos, esta caótica y apabullante ciudad. La parte antigua se caracteriza por añejas y deterioradas construcciones, que rodean tradicionales edificaciones construidas a partir del siglo VXI por los sucesivos emperadores mogoles que ocuparon estas tierras, como el antiguo Fuerte Rojo, la mezquita del Viernes Jama Masjid y varios templos jainistas y sijs.
Es realmente abrumadora, y aún conserva un estilo de vida casi medieval. Las calles lucen sucias, abarrotadas de gente vendiendo sus mercancías, con el agregado de moscas y animales como monos, cabras y las sagradas vacas que deambulan entre la gente sin vacilar. Innumerables son las razones por la que los aromas resultan muchas veces difíciles de soportar.
El excremento de los animales y hasta de humanos en las calles, la suciedad diaria del transitar de miles de individuos, las fuertes especias utilizadas en las comidas, sumado al ardiente calor húmedo, definitivamente intensifican estos hedores.
El sonido ambiente es realmente ensordecer por los gritos de los comerciantes ofreciendo sus productos, las bocinas de autos, de rickshaws (vehículo de dos ruedas que se desplaza por tracción humana o a pedales), de bicicletas con carritos, de motos y de pequeños buses.
Lo más perturbador es ver cotidianamente decenas de niños y mendigos, personas enfermas, sin miembros o sin visión, arrastrándose por las calles entre el atroz tránsito, suplicando limosnas. Así es la parte antigua de esta enorme ciudad, que te desgarra el alma y te hace reflexionar sobre la vida misma.
Una vez fuera de la antigua Delhi, y luego de unos minutos de circular por excelentes carreteras, las primeras señales de la parte moderna comenzaron a asomar. Nueva Delhi aloja los edificios gubernamentales, como el Parlamento y la Casa Presidencial. También la Puerta de la India, famoso monumento similar al arco del triunfo de París. La arquitectura típica es india europea, construida a partir del siglo XIX, luego de la ocupación británica. Modernos edificios, hoteles, bazares, paseos comerciales con marcas internacionales y restaurantes de comida india u occidental se pueden encontrar en Connaught Place, área que rodea al Parque Central. Bien conservadas estaciones de metro, recientes templos hinduistas, y muy interesantes museos, como el Museo de la asesinada ex presidenta Indira Gandhi, y el Museo Nacional de Mahatma Gandhi, junto a su Memorial o mausoleo y la Casa Birla, última residencia donde fue asesinado, completan la escenografía de esta parte de la ciudad. La zona sur de Nueva Delhi es el área residencial por excelencia, con vistosas viviendas ocupadas por la muy reducida clase social alta de esta gran metrópolis.
Después de varias paradas, incrédulos aún por tanto contraste en tan poca distancia, tomamos un descanso para almorzar en un pintoresco restaurante.
Luego de degustar unas deliciosas pastas, por invitación de nuestro amigo indio, y de compartir experiencias y anécdotas, nos dirigimos a nuestra última actividad del día, el Templo del Loto, con la maravillosa forma de la flor nacional de la India.
Construido hace poco más de 30 años en mármol blanco, este santuario Bahaí es un lugar de oración y meditación para creyentes de todas las religiones, como profesa el Bahaísmo. De forma muy similar a la Opera House de Sydney, Australia, se puede acceder a través de nueve puertas al salón central, con capacidad para casi 3000 personas. Dentro de esta sala no hay ningún símbolo religioso, y no se permite tocar ningún instrumento musical, ni realizar sermones o cualquier otra ceremonia religiosa. Solo orar en silencio, meditar, y encontrar la paz interior. Este templo, junto con el ubicado en Jaiffa, Israel, es uno de los más representativos del Bahaísmo en el mundo.
Volvimos al hotel contrariados por lo vivido. Dos ciudades totalmente opuestas, dos formas de vida completamente distintas separadas por muy poca distancia, que, sin embargo, comparten algo en común: la profunda espiritualidad de esta maravillosa cultura y la extrema calidez, sensibilidad y fortaleza de su gente.