Federico Gargiulo es un viajero que le gustan los extremos. Su estilo de vida transcurre en la Antártida o en el Ártico. Previo a la cuarentena, este guía de expediciones e historiador, se embarcaba en sus propias aventuras por los polos. Alguien como él, a esta altura del año ya estaría migrando hacia el Norte, cambiando un escenario de témpanos azules por otros, en lugar de estar rodeado por las cuatro paredes que le impone la cuarentena.
Cuando nadie en este momento está con ganas de subir a un barco, Federico piensa a futuro y tener todo resuelto cuando estemos listos para salir. Abrió en Palermo, una agencia de viajes especializada en viajes a la Antártida, Wayfinders para contagiar su pasión y despertar la escasa curiosidad de los argentinos, a diferencia de los extranjeros, por el Continente Blanco. Una actividad que se suma a Südpol, su editorial de literatura de viajes, que tiene un nuevo título y su empresa de posters de destinos Hoorn Vintage. Los viajes tomaron su vida por completo.
Vivió en Tierra del Fuego durante una década. Fue en 2002, recién recibido de una licenciatura en turismo y comenzó a trabajar allí como guía local. La mayor parte de los viajes con fines turísticos a la Antártida parten desde el puerto de Ushuaia, porque es el más cercano a la península y donde van todos los barcos. "Yo tenía contacto con estos barcos, con pasajeros que iban y volvían de la Antártida, entonces me dio curiosidad ir. Unos años más tarde, conseguí un viaje a cambio de trabajo. Pero a mí no me importaba que no me pagasen. Ya era un mérito haberlo conseguido. Era un barco holandés, el Bark Europa, una suerte de Fragata Libertad. Un barco espectacular, de alta arboladura, de tres mástiles, que cruza el Pasaje de Drake. Fui a la Antártida 20 días y me enamoré del lugar", recuerda.
-¿Qué fue lo que te enamoró?
- El paisaje y la posibilidad de tener un contacto muy cercano con la fauna. Con ballenas, pingüinos, focas. Es un lugar que te vuela la cabeza por el blanco de la nieve y los azules de los témpanos. La imponencia de las montañas que se levantan como a pique desde el mar. Glaciares por donde mires. Cuando volví seguí trabajando como guía de turismo, pero siete años después, bastante más tarde, conseguí trabajo en una empresa argentina que hacía esos viajes. Ahí ya me pagaban. Hice cinco o seis viajes. Y después me pasé a otra empresa canadiense, para hacer lo mismo, y la oportunidad de trasladarme también al Ártico.
-¿Y cuál es tu trabajo?
-Empecé manejando los gomones, haciendo interpretación del paisaje y de la fauna. Y me hice experto en historia antártica y más tarde del Ártico. Historias de exploración y descubrimientos, duras pero apasionantes, como por ejemplo las de Shackleton. Muchos de los libros que publico tienen que ver con estos exploradores. Una síntesis de las exploraciones más famosas de península antártica. Esto me llevó a poder dar charlas de estos exploradores a los pasajeros. Despiertan mucho interés.
-¿De dónde eran estos viajeros que recíbías en la Antártida?
-La gran mayoría son norteamericanos. Hay bastantes británicos, franceses, alemanes, algún que otro italiano. Hay barcos enteros alquilados por chinos. Y hay que decirlo. argentinos, muy pocos. Diría que prácticamente en ocho años, ninguno.
-¿Por qué creés que hay falta de argentinos? Por una cuestión de poder adquisitivo ¿Poca curiosidad? ¿Poco aventurero?
-Es mi opinión personal. No se trata de poder adquisitivo porque en la Argentina hay muchísima gente con mucho dinero. Desde ya que son viajes muy costosos. Creo que tiene que ver con una falta de información de este tipo de viajes. La gente no sabe que se puede ir a la Antártida turísticamente. Siempre se relaciona la Antártida con la base Marambio. Cuando cuento que trabajo en la Antártida, me preguntan si estoy en la base Marambio. Nunca fui. Los barcos no van ahí con fines turísticos, salvo contadas excepciones. Los argentinos no saben bien que hay barcos yendo todo el tiempo de Ushuaia a la Antártida y cómo funcionan. No hay promoción. Nunca vi operadores turísticos argentinos en los barcos. En la Argentina son muy pocas las agencias que venden Antártida y la mayoría está en Ushuaia. Por eso la idea de abrir una agencia de viajes argentina. Acá en Buenos Aires debo ser uno de los únicos. Es difícil. Por ahora no hay tanto público interesado. Me gustaría hacer una serie de charlas. Siempre lo pensamos con mi socio. Contar qué se ve, qué se hace. Porque es muy fácil llegar desde la Argentina. Te tomás un vuelo a Ushuaia desde Buenos Aires, y salís de ahí mismo.
-¿Por qué es tan caro?
- El itinerario básico es por lo general de 10 días. Tenés unas 40 horas para cruzar a la península, o a las islas Shetland del sur, que están inmediatamente al norte de la península. Y después tenés 5 o 6 días, haciendo excursiones y usando siempre el barco como hotel. Nunca te quedás a dormir en la Antártida. Hay una opción de noche de camping, pero el lugar donde uno hace base es el barco. En las excursiones se baja a los pasajeros en gomón, se hacen caminatas en islas y en el continente propiamente dicho, o excursiones en gomón. Ir a ver témpanos, focas, pingüinos, ballenas. El barco se va reposicionando y ves diferentes escenarios. Al regreso, de nuevo, 40 horas a Ushuaia. Precios, desde 4000 a 5000 dólares y eso, en una compra de último minuto, con un descuento grande, porque son viajes realmente caros. Obviamente tenés todo incluido, en ese sentido no se gasta nada.
-¿Qué es lo más increíble que puedas contar de tus viajes?
-He tenido encuentros muy impresionantes con ballenas, por su tamaño. Han salido al lado mío, al punto que si hubiese estirado la mano, podría haberlas tocado. No lo hago, porque no se debe. O que me pasan por debajo del bote. Las ves bien, porque el agua es cristalina. El gomón tiene poco menos de 6 metros, y algunas pueden medir hasta 18 metros. A veces sacan la cabeza, porque espían. Así como uno es curioso, ellas también. Sí me sucedió algo impresionante con una foca leopardo, de unos dientes grandes que imponen respeto. Mordió un fontón (compartimento inflable) del gomón que manejaba. La foca salió del agua, lo pinchó y se desinfló uno de esos compartimentos. Sabíamos que cada tanto lo hace, pero nunca me había pasado. Eso sí mete un poco de miedo. Nunca pasó que una foca leopardo haya mordido a alguien, pero se va con cuidado. Es un animal grande, de tres metros. Pesa 500 kilos. No hace nada, pero tampoco le vas a poner la mano para que te muerda.
-¿Y en el Ártico?
-El Ártico es también fascinante. El escenario tiene puntos similares como las montañas, los glaciares, los témpanos. A mí me sigue pareciendo más espectacular la Antártida a nivel paisajístico, sin embargo, lo que me gusta muchísimo del Ártico son sus osos polares, verlos caminar por el hielo marino, o caminando en una playa. Aparte, el barco, muchas veces se acerca al hielo marino. Ellos también son curiosos. Entonces se acercan al casco del barco, y lo ves a metros, desde un lugar seguro. Y verlos con las crías es maravilloso.
¿Cómo nació tu editorial de literatura de viajes?
-Ahora la faceta de escritura la tengo un poco abandonada, pero eso fue lo que me llevó a comenzar la editorial. Empezó con un libro que me autoedité yo. Una aventura, un viaje a Tierra del Fuego, una caminata de más de 500 km en Península Mitre, que es el extremo oriental de la isla grande de Tierra del Fuego. La realidad es que ahora no estoy escribiendo mucho porque tengo mi ocupación de guía en los barcos de expedición, y algo asociado a la parte de la editorial, que son souvenirs para viajeros, posters de lugares de la Argentina, y otros destinos, que se reproducen en postales, imanes y libretas. Los hago con una estética un poco retro, que está bastante de moda. Trabajo con distintos artistas, británicos, argentinos. Un pintor argentino, Francisco Inchausti, que me hace obras por encargo. Después las reproduzco en fotos. Y algún que otro pintor o diseñador.
Y Federico podría seguir hablando del Ártico, de su nativos que viven ahí hace miles de años. De la primera vez que vio una aurora boreal. Y después regresar al sur, a las Islas Georgias del Sur, donde vive la colonia más grande de pingüinos rey, que miden 1 metro de altura. Unos 300.000 pingüinos en una especie de Bristol marplatense. Allí se hizo su foto de perfil.