Mapas y planos con anotaciones marginales. Copias de traveler's checks. Pasajes de avión impresos en duros cartones… y muchas postales. Todo eso y bastante más encontré en un cajón que fue de mi padre. Eran los pertrechos -hoy inútiles- de un viajero impenitente.
Como dice Serrat aquellas pequeñas cosas disparan recuerdos. Así volví a 1972 cuando tuve mi primer viaje con categoría de aventura. Con mis padres y hermanas partimos a Ushuaia desde Mar del Plata… ¡en casa rodante!
Tres mil kilómetros que se interrumpieron en los primeros 20. El motor no funcionó más. A dedo volvimos hasta encontrar un teléfono con el que pudiéramos llamar al Automóvil Club. Lindo comienzo.
Por los cientos y cientos de kilómetros de ripio que nos esperaban protegimos los parabrisas. También hubo que hacer lugar a los bidones de nafta. Teníamos escasas referencias de estaciones de servicio. No estaba bueno quedar varados en medio de la solitaria Patagonia.
Cruzando de noche a Tierra del Fuego en una balsa chilena mi padre sacó dinero de su bolsillo para el viaje. En efectivo era la única forma de pagarlo. El tremendo viento sembró de escudos (moneda de curso legal en Chile por aquellos años) el Estrecho de Magallanes.
Para viajar había que organizar muy bien todo. Durante el trayecto -o en el destino mismo- de poco podía uno informarse y mucho menos resolver. Mundos distintos a los tiempos que corren, claro está.
1. Primera etapa, la agencia
Una vez decidido el destino lo primero era ir a una agencia de viajes, que se encargaba principalmente de los tickets de avión y el alojamiento. Los pasajes se emitían a los tres o cuatro días. Eran talonarios alargados con varias páginas, muchas veces llenados a mano. Pero lo más importante era no perderlos. En caso de que ocurriere, la alternativa a no viajar era iniciar un proceso kafkiano para que nos los reconozcan.
Los hoteles también tomaban su tiempo para responder al intento de reserva. En estos tiempos cómodamente instalados en nuestra casa tenemos pasajes y alojamiento al instante. Y el código QR en el celular elimina el riesgo de perder el ticket. Las agencias, renovadas para no morir fusiladas por internet, ponen foco en la actualidad en procurarnos experiencias y no tan sólo reservas que hoy logramos sin ayuda alguna.
2. Preparar la valija
Valijas de cuero -algunas con fundas de género que se abrochaban con botones a presión- llenas de calcos de hoteles y ciudades. Pesadísimas y sin ruedas. Así eran las que yo recuerdo que había en casa de mis padres. Hacer la valija implicaba casi una destreza ingenieril, sobre todo si en el destino era invierno. Los gamulanes eran bastante más incómodos que la ropa tecnológica que hoy usamos. Una amplia batería de remedios por si acaso y gordísimas guías turísticas también tenían que tener su lugar.
Hoy las valijas tienen ruedas, chips para ubicarlas, pesan nada y hay algunas que hasta sirven para trasladar a su dueño.
3. Un hotel…¿adónde más?
Si no nos invitaban parientes o amigos a alojarnos en sus casas la única alternativa del viajero fueron siempre los hoteles. Nadie imaginaba que podíamos alquilar un cuarto en una casa particular, o un departamento por cuatro días a partir de buscadores como airbnb, homeaway y tantos otros. Mucho menos la existencia de un sistema bautizado como couchsurfing, básicamente una red de ayuda mutua entre viajeros que logran hospedaje gratis y sirve para relacionar personas con curiosidad por conocer otras culturas.
También hoy tenemos el house sitting, sistema por el cual podemos alojarnos en muy buenas casas y gratis. Bueno… más o menos gratis. Hay que cuidar la casa, darle de comer a las mascotas y otros servicios mínimos a quienes salen de vacaciones. Una contraprestación en la que todos ganan.
El mundo swinger no se limita al cambio de parejas. Cuando se trata de casas el sistema se llama home swap. Es sencillo. Yo quiero ir adonde vivís vos y vos donde vivo yo. Intercambiamos casas y ya está. Acaso se acuerden que de eso se trataba justamente The Holidays, la película protagonizada por Cameron Diaz y Kate Winslet.
4. ¿Con qué pago?
A la hora de decidir qué moneda y cuánto llevar hasta no hace mucho se desplegaban alternativas que nos parecían muy modernas y hoy serían un fastidio. Las tarjetas de crédito si bien nacieron a fines de los 50 tardaron bastante en imponerse en casi todos lados como ocurre ahora. Los traveler’s checks eran la solución. Aún se encuentran vigentes para el caso de países en los que no tienen una red de cajeros extendida.
Los cambiábamos por moneda local en los bancos, eso sí pagando una comisión. Teníamos que tener la precaución de no firmarlos anticipadamente. Esa era la garantía de que no iban a usarlos si los extraviábamos o nos lo robaban.
El problema era que teníamos que acudir a una entidad bancaria y en sus horarios. ¡Ah! y teníamos que calcular muy bien. No quedarnos cortos ni pasarnos. Para darnos el sobrante de lo que no habíamos gastado también cobraban comisión. Otra posibilidad era la de recibir giros. Debíamos esperar los tiempos del correo para hacerlos efectivo.
5. Ganamos aire, perdimos espacio
Cuando en vez de poder fumar en todo el avión nos permitieron hacerlo sólo a partir de la fila 15 pensamos haber dado un gran paso para no perturbar a los no fumadores. Ese creíamos….¡en serio! Al llamado síndrome aerotóxico nos sentíamos con derecho a sumar nuestros vahos nicotínicos.,
Claro está… hoy respiramos mejor pero corremos el riesgo de un entumecimiento paralizante dado el carácter de cepos que han cobrado las amplias poltronas del pasado. De todas maneras, bienvenidas las aerolíneas de bajo coste. La posibilidad económica de viajar rinde tributo a la comodidad.
Me queda, eso sí, cierta nostalgia de las despedidas de parte de quienes habiéndonos acompañado al aeropuerto agitaban sus manos o pañuelos sobre la terraza del edificio. Habría que reponer esa práctica… en caso de que todavía quede gente dispuesta a despedirnos, claro.
Vuelvo a mi viaje de infancia a Ushuaia. Fue en enero. Hasta llegar muy al sur, y sobre todo atravesando la desértica meseta patagónica, el calor apretaba. Sólo bajando la ventanilla –en caso de que no hubiera tormenta de polvo- podíamos refrescarnos a medias. Evocar esos momento me hacen acordar a una pertinente cita de Woody Allen: Si me dan a escoger entre Dios y el aire acondicionado, me quedo con el aire.
6. Bienvenidos a bordo
Hasta 1970 los barcos de turismo tenían capacidad para entre 400 y 800 pasajeros (hoy el Harmony of the Seas transporta a 5.479 pasajeros y 2.100 tripulantes). Bastante lejos habían quedado las épocas en las que el patriciado porteño –acompañado de un número no escaso de sirvientes- viajaba a Europa con la vaca para tener leche fresca y ocupaba la bodega con muchos baúles. Igual perduraban todavía las estratificaciones por clase. Había gente de primera, de segunda y de tercera.
Los hábitos cruceristas han abandonado ya esas prácticas. Se han socializado, por decir algo. Si bien hay cabinas de distinto nivel, los espacios públicos del barco hoy son comunes. Los costos de los pasajes varían, eso sí, dependiendo del barco y el itinerario que se tome. Los cruceros de menos pasajeros suelen ser los más caros.
Con nuevas tecnologías los cruceros son más rápidos y no tardan 14 días en cruzar el océano sino la mitad. Con wifi a bordo estar en medio del mar puede no variar mucho que si lo comparamos con un día en casa.
En definitiva… viajar no es sólo trasladarse y el objetivo nunca es el destino, sino la capacidad transformadora que tiene todo lo que después recordaremos. Ayer y siempre. No viajamos para acumular millas sino experiencias. No somos nosotros los que hacemos los viajes sino al revés. ¿Adónde ir? Qué importa… como dijo Susan Sontag… no he estado en todas partes, pero están en mi lista.