"La impresión agradable que me causaron este lago y sus alrededores?
será el recuerdo más grato que conserve de mi viaje, y en uso del derecho que tengo como primer descubridor le doy el nombre de "Lago Buenos Aires".
Capitán Carlos María Moyano,
descubridor del Lago Buenos Aires el 29 de octubre de 1880
El ripio en Patagonia no sólo marca el fin del pavimento sino que implica una vuelta al pasado; un viaje a lugares donde el progreso parece ir a otra velocidad, los viejos celulares son los que mejor funcionan y los añosos surtidores testimonian el paso inexorable del tiempo.
La travesía comenzó con lluvia pero una vez en la estepa el sol volvió a salir. En Gobernador Costa (centro oeste de Chubut) paramos a almorzar y estirar las piernas; cruzamos el serpenteante río Mayo, pasamos por la localidad homónima y nos despedimos del asfalto para adentrarnos en la verdadera ruta 40. Después vino la nada, cientos y cientos de kilómetros de profunda somnolencia únicamente interrumpida por guanacos y ágiles choiques que cruzaban la ruta.
Ya en Santa Cruz, llegamos a Perito Moreno donde cargamos combustible y tomamos la RP43, agradeciendo la vuelta del cómodo asfalto. A sólo 57 km estaba nuestra meta: Los Antiguos, Capital Nacional de la Cereza, donde se obtienen frutos de exportación gracias al benigno microclima.
La pequeña localidad abrigada de álamos se ubica en las cercanías de la margen sur del inmenso lago Buenos Aires, custodiado por los picos nevados de Los Andes y rodeado por los ríos Los Antiguos y Jeinimeni, límite natural con Chile. El lago es el segundo más grande de Sudamérica (luego del Titicaca) con una superficie de 2.240 km², de los cuales 880 km² están en Argentina y el resto en Chile con el nombre de General Carrera.
Durante la glaciación más grande en Patagonia, hace un millón de años, la punta del ventisquero alcanzó la confluencia de los ríos Deseado y Pinturas, pero cuando comenzó a retroceder se fue derritiendo hasta formar el gran lago azul que vemos hoy. Sus aguas, pobladas de truchas, algo de percas y salmones desembocan en el Pacífico y en un día de niebla, cuando las montañas se ocultan, el lago se transforma en un bravío mar.
Se dice que el nombre Los Antiguos es la traducción del vocablo tehuelche I-Keu-Kenk (lugar de los ancianos), aludiendo al sitio donde los mayores pasaban sus últimos días. Sin embargo, no hay pruebas de que los tehuelches venían aquí sólo a morir. En realidad la zona fue habitada, hace más de ocho mil años, por un grupo diferente al tehuelche que hablaba una variante sureña del teushen, lengua extinta a comienzos del siglo XX. El primer poblador de ese siglo se asentó en 1906 y poco a poco surgieron establecimientos agrícola-ganaderos.
Hacia 1920 el lago fue una interesante vía de comercio con otras localidades. Según viejos testimonios orales, un pequeño vapor llamado El Ande, navegaba las aguas llevando lana, postes y madera. La actividad disminuyó a mediados de los 30 con la mejora del transporte terrestre; sin embargo, las aguas fueron timoneadas nuevamente para acarrear minerales de Chile Chico aunque sólo hasta 1956, cuando se restringió el paso de mercaderías.
Nos alojamos en Antigua Patagonia, hostería que de punta a punta tiene una vista privilegiada del lago y un precioso, decorativo muelle. Salimos a cenar y mientras buscábamos dónde, notamos que hay casas y edificios pintados de vivos colores; recorrimos el boulevard principal, decorado con coquetos canteros llenos de rosales, hasta dar con Viva el Viento, un bar restaurante con una fachada íntegramente de vidrio.
Nicolás van Schie ?mitad argentino, mitad holandés? es el dueño, quien después de visitar a un amigo se propuso armar su propio emprendimiento en Los Antiguos.El personal es joven y suelen ser extranjeros de paso que trabajan por casa, comida y la posibilidad de aprender español. La comida concluyó con "el" postre de la casa: la tradicional torta holandesa Hans y Jeroen, de manzana y canela, servida con helado de vainilla y crema de leche.
Jeinimeni es río, lago y reserva
Luego de un buen desayuno partimos hacia la vecina localidad de Chile Chico, a sólo siete kilómetros y encaramos hacia la bucólica Reserva Lago Jeinimeni. Pasada la frontera, antes de llegar a la aduana chilena tomamos un desvío a la derecha e hicimos 65 km de excelente ripio. El paisaje era tan bonito que sin haber llegado a la reserva ya estábamos satisfechos. El desfile de extrañas y atractivas formaciones rocosas con las tonalidades más diversas no dejaba de sorprendernos. En cuestión de kilómetros pasamos de la estepa a un bosque de lenga y ñire; paralelo al camino, corre el Jeinimeni hasta su naciente en el lago homónimo. Poco antes de llegar tuvimos que vadear un curso de agua de deshielo, no apto para vehículos bajos.
Después de pagar la entrada a la Reserva fuimos hasta la boca del río, donde un rústico puente de madera descubre la mejor vista: a un lado, el Jeinimeni y al otro, el increíble turquesa lacustre. Nos dieron ganas de seguir explorando; bordeamos el lago hacia el oeste hasta otro lago, el Verde, con escarpadas laderas que caen abruptamente. El camino era cada vez más angosto, las lengas parecían venírsenos encima y justo cuando creíamos que no podíamos avanzar más, apareció la laguna Esmeralda. Sólo pasamos el día, pero bien vale quedarse y acampar en medio de esos paisajes vírgenes y con numerosos senderos para caminar, además de pescar. (Tenga en cuenta que las aduanas funcionan como cualquier oficina pública, así que lo elemental en estos casos es consultar el horario de atención para el cruce de fronteras.)
Este pujante pueblo tiene dos miradores. Uno es el Uendeunk (espíritu bueno), al que se accede por una escalera (justo frente a la municipalidad) que conduce hasta el monumento al tehuelche, desde donde se aprecia todo el pueblo y el lago. El otro está a un par de kilómetros y es el Mirador Jeinimeni que permite apreciar toda la región chacarera, los métodos de riego y el imponente lago con el cerro Castillo, siempre nevado, al fondo.
Para almorzar elegimos Agua Grande, pequeño y acogedor restaurante que funciona en una casa reciclada. Su dueño, Pancho Mendieta, es hijo de los dueños de la chacra El Paraíso, una de las pioneras de Los Antiguos.
Tarde de chacra y niños
Resguardadas en un laberinto de álamos y dedicadas al cultivo de fruta fina en su mayoría, las hay que reciben al viajero con una propuesta predeterminada. Además de recorrerlas y degustar sus productos, en algunas se puede participar de la cosecha. Don Neno tiene fruta fina y hortalizas, pero se especializa en licores; el matrimonio antigüense Treffinger-Cienfuegos, como otros chacareros, sufrió en chacra propia la erupción del volcán Hudson, cuando en 1991 dejó más de un metro de ceniza acumulada y dañó toda la producción. Pero esto hoy es historia para contar, el campo se ve reluciente y próspero como se puede comprobar en el paseo. Al final del recorrido con una muy simpática señora Malu, ésta se transformó en avezada barmaid para conducirnos en la degustación de una amplia variedad de licores, entre los que destaco el de pétalos de rosa, el de yerba mate y el especial Don Neno, elaborado a partir de una vieja receta familiar.
El día concluyó con visita a la Escuelita Municipal de Pesca con Mosca y Conservación Los Alevinos. Pedro Gallego, el profesor, arrancó en 2005 con el proyecto prestando sus equipos y costeando los gastos para que los niños pudieran aprender esta disciplina y al año siguiente la municipalidad dio apoyo. La escuela es gratuita y la enseñanza conlleva un compromiso con el medio ambiente; además de pescar, los alumnos recolectan residuos en las márgenes de los ríos, un verdadero ejemplo.
Camino al Monte Zeballos
Adiós a Los Antiguos. Salimos hacia lago Posadas pero sin prisa porque sabíamos que el viaje en sí era el premio del día. El camino del Monte Zeballos ?por la RP 41? es el más alto de Santa Cruz. Durante 165 km la metamorfosis del paisaje es sorprendente y el colorido de las rocas se debe a la actividad volcánica que hubo allí hace mucho tiempo, entre 70 y 90 millones de años.
El trayecto comenzó en los cañadones de los ríos Los Antiguos y Jeinimeni. Enseguida apareció el primero de los muchos cóndores que veríamos después. En el km 22 aparecieron Las Toscas Bayas, último adiós al lago que había quedado atrás y lo que empezó como estepa se transformó en un bosque de lenga y ñire. Luego nos despedimos del río Jeinimeni para conocer el Zeballos, el rojizo e inconfundible cerro de 2.748 metros de altura que da nombre al camino. Carlos Moyano lo vio por primera vez en 1880 y lo bautizó con el nombre del fundador del Instituto Geográfico Argentino: Estanislao Zeballos.
Seguimos ascendiendo y atravesamos los campos de distintas estancias, siempre mirando al solitario cerro. De repente, vimos una extraña y alargada formación. Parecía una muralla pero fantaseamos con que podía ser el lomo de un dragón enterrado. La intriga pudo más y decidimos hacer un mini trekking hasta esas paredes que emergen como pircas naturales; un geólogo nos hubiera dicho que estábamos frente a lo único posible, es decir un dique basáltico erosionado, que se formó hace 65 millones de años mientras la cordillera asomaba y la Patagonia era un ardiente caldero de volcanes en erupción.
A medida que avanzábamos, elZeballos se hacía más imponente y a nuestras espaldas teníamos un mágico paisaje lunar custodiado por picos nevados. Mientras una manada de guanacos corría por la ladera, las nubes se deslizaban y los rayos del sol se colaban por donde podían, iluminando algunas partes de tan asombrosa escenografía.
Volvimos al auto y llegamos al punto más alto del recorrido, El Portezuelo, a 1.490 metros. En un día despejado, y con suerte, desde allí se puede ver el cerro San Lorenzo (3.706 metros), el más elevado de la provincia. Las rocas se volvieron más rojizas y por momentos sentimos que la Puna se había mudado a la Patagonia. Pasamos cerca del Paso Roballos y en el km 128, donde el camino se bifurca, doblamos a la izquierda en dirección a lago Posadas y tomamos la RP 39. Sólo faltaban 31 kilómetros.
Lago Posadas
Llegamos tarde ese día y los Fortuny nos esperaban con una rica cena. Aunque tienen nueva hostería y cabañas, cenamos en la vieja posada, típico boliche de campo de otros tiempos. Al mejorar los caminos y los vehículos, muchos de estos hoteles fueron desapareciendo y otros se reacondicionaron para alojar turistas, como La Posada del Posadas de la que se hicieron cargo los Fortuny. Susana Ventura, calabresa, y Pedro Fortuny, catalán, llegaron a esta tierra de luna de miel en el 73. El clic fue inmediato y dos años después se instalaron para siempre, cansados de verse poco en la agitada Buenos Aires. Tuvieron dos hijos, Pablo y Luciana que también decidieron quedarse.
A la mañana siguiente desayunamos mientras Susana contaba anécdotas. Por este hotel pasó gente de todo tipo y cultores de la Patagonia que hoy ya no están: Bruce Chatwin (quien sacó la foto de la ventana de La casa del español), Agostino Rocca, Germán Sopeña y Adrián Giménez Hutton. La charla con Susana continuó en la huerta y luego se extendió a la cocina entre harina, huevos y utensilios mientras Alma, su nieta, deambulaba con los tacones de la abuela y nos hacía dibujos.
Muchos andinistas estuvieron aquí antes de marchar hacia el San Lorenzo, cuya cumbre alcanzó por primera vez el padre-montañista Alberto De Agostini. Como souvenir y muestra de afecto, gran cantidad de equipo de montaña cuelga de las paredes de la vieja pulpería. El boca en boca los hizo conocidos y los Fortuny siempre están haciendo algo para mejorar "el único hotel en el mundo atendido por sus propios huéspedes". También llegaron antropólogos que Pedro guió personalmente ya que, por hobby, conocía muy bien la zona de los picaderos y cuevas de pinturas rupestres; uno de los sitios más importantes es el cerro de Los Indios, a sólo tres kilómetros.
Mientras íbamos hacia el lago, a siete kilómetros del poblado, Pedro nos contó la historia de este enclave de 200 habitantes. Su origen se remonta a 1920, surgido en torno al casco dela Estancia Lago Posadas y su pulpería. No tiene fecha de fundación concreta, aunque en 1959 se impuso HipólitoYrigoyen como nombre del mismo, pero el pueblo siempre fue y es conocido como Lago Posadas y sus habitantes quieren que éste sea el nombre oficial. Llegamos a un mirador desde donde se veía el perfecto contraste del turquesa del Posadas con el azul del Pueyrredón, separados por un delgadísimo istmo. Aquí hay puntos estratégicos para los pescadores y garantía de buen pique durante todo el año; aseguran que salen truchas de hasta cinco kilos. Pero lo más llamativo de todo el paisaje fue un enigmático arco de piedra, de 30 metros de largo, que brota del lago y que, según Pedro, "parece un dinosaurio que tomaba agua y se petrificó".
Por Mariana Lafont
Fotos de Federico Quintana
Publicado en revista LUGARES 150. Octubre 2008.