Cómo fue el viaje de cinco días desde el EcoParque porteño hasta el Santuario de Brasil. El reencuentro con su especie. Todo en el relato y la lente de la fotógrafa Sofía López Mañán, que integró el minúsculo equipo de derivación en tiempos de pandemia.
"Trabajo desde hace muchos años en Foz de Iguazú y vi pasar de todo, ¡pero jamás imaginé un elefante", rió el empleado de la aduana y Sofía López Mañán cayó en la cuenta: estaba siendo parte de algo excepcional. "Hace un tiempo que fotografío derivaciones de animales y por eso de alguna manera lo normalizo. Pero es increíble: en plena pandemia atravesamos 2.700 kilómetros con una elefanta", reflexiona la fotógrafa de revista Lugares.
Es la única testigo audiovisual de las 109 horas del viaje de Mara desde el Ecoparque porteño hasta el Santuario de Elefantes de Brasil, en Chapada dos Guimarães, Mato Grosso. Todo como parte de un proyecto de fotografía apoyado por la National Geographic Society’s Emergency Fund for Journalists.
¿Cómo llegó ahí? Porque tras estudiar Bellas Artes y fotografía –actualmente cursa Naturalismo–, sintió: "Para qué hago esto si no ayudo a nadie". Tenía cinco años de ejercicio como fotógrafa en proyectos editoriales. Entonces se asoció con una amiga y apareció la oportunidad de trabajar para el Ecoparque. "Me contrataron para registrar el traslado de los animales a los santuarios. Empecé con los cóndores. Desde entonces voy dos veces por semana a lo que era el zoológico para cubrir el entrenamiento, la alimentación, las operaciones y las derivaciones de los animales", cuenta Sofía.
CAMBIÓ EL PARADIGMA
Con una pasión inalterable, cuenta que Mara es una elefanta india de alrededor de 55 años, cuyos papeles no son del todo claros. Al igual que todos los elefantes que están en cautiverio, tiene callos en las patas. "Nacieron para caminar y orinan mucho, pero al estar encerrados se infectan y necesitan tratamiento tres veces por semana. Entonces, se los entrena de manera positiva para que saquen la pata por un agujero y se la limpien con clorhexidina", explica. Detalla, además, que hace algún tiempo eso se lograba por estímulo negativo: "Si no hacés esto, te pego". Y así da las primeras pistas del cambio de paradigma global en relación a los animales.
"En el Ecoparque hay además dos elefantas africanas, Kuki y Pupy, que no se cruzaban con Mara, por ser asiática. Tienen personalidades muy distintas. A ellas también se les está tramitando la derivación. Porque lo importante del viaje de Mara es que no nos quedemos solo en ella. Sino en lo que representa", asegura Sofía.
¿Su historia? Netamente circense. Nació en la India, fue vendida a Alemania, y finalmente a Argentina. Trabajó en varios circos hasta que llegó al famoso Circo Rodas, que se fundió, y la llevaron a lo que entonces era el zoológico de Buenos Aires. "Con el diario del lunes todos somos una ONG protectora de animales, pero en esa época íbamos al circo y al zoológico. Ahora somos parte de un cambio de paradigma, pero quienes vivieron con Mara en los años 70 u 80 no son los malos de la película. De hecho, quienes la trajeron desde Hamburgo nos ayudaron a rearmar su historia para tener los papeles para lograr el traslado", detalla Sofía y cuenta que las derivaciones son un largo proceso. "No se trata de abrir la puerta y listo", enfatiza sobre el animal que pesa 5.750 kilogramos, mide tres metros de alto y cinco de largo.
Explica que Mara estaba judicializada y que, por ser animal, se la considera mercancía. Son muchos los organismos intervinientes. Y el papeleo, muy detallado. De hecho, llevó dos años. Además, los veterinarios tuvieron que hacerle varios estudios complejos, como ponerle un remedio en la trompa y que exhale dentro de una bolsa. Incluso tuvo que hacer una cuarentena especial.
¿A dónde fue? Por licitación se determinó que Mara viajara al Santuario de Elefantes de Brasil en Chapada dos Guimarães. El único de Sudamérica, que funciona desde 2012. "Los animales que estuvieron en cautiverio nunca vuelven a su hábitat. Se van a santuarios, que son un lugar de semi libertad donde es como si fueran libres, excepto porque no pueden reproducirse. Es que la gran mayoría de los animales que estuvieron en cautiverio nacieron en esa condición o provienen de algún rescate. Por eso suelen necesitar la ayuda del humano. De hecho, un león de circo que sale en libertad nunca vuelve a cazar", explica la fotógrafa.
TRASLADO TITÁNICO
Mara tuvo fecha inicial de derivación para el 30 de marzo, pero debió ser reprogramada por el Covid-19 y la cuarentena. Algunos documentos obtenidos después de tanta burocracia estaban por vencerse, y habría que volver a empezar. Era una carrera contra reloj. Por eso, aceleraron los trámites y finalmente, el 9 de mayo sí pudo iniciar su traslado. "Presentaron la caja en el recinto externo –su sector del Ecoparque– y planeaban hacerla entrar con una zanahoria a las cinco de la tarde, pero entró sola un rato antes. Parecía tranquila. Cerraron la caja, la levantaron con una grúa, la engancharon con el camión de doble eje y salimos por la avenida Sarmiento a las 19 horas", relata Sofía.
Eran cuatro autos, en los que había un funcionario, un representante del santuario, un encargado de derivación, otro fotógrafo, tres cuidadores y una veterinaria, además de Sofía y los choferes. Así empezaron los cinco días de viaje terrestre en plena pandemia, usando barbijos, tomando recaudos sanitarios y atravesando controles en la entrada a cada una de las provincias. Siempre con una velocidad máxima de 80 kilómetros por hora. Hubo dos etapas: la argentina y la brasileña.
La primera parada fue en una estación de servicio de Concordia, Entre Ríos, a las 4 de la mañana. "Bajamos a verla preocupados porque no estuviera desesperada. Abrieron una puertita para que saque la trompa y darle de comer. La limpiaron. Dormimos una hora y media", cuenta Sofía y detalla que en total, en cuatro noches durmió solo siete horas.La siguiente parada fue en Corrientes, dónde mucha gente descubrió que adentro del container había una elefanta. Varios se acercaron para sacarse fotos y provocaron un show que los cuidadores buscaron evitar. La segunda noche fue en la casa de una correntina. Allí, el grupo desplegó sus bolsas de dormir y descansó solo un par de horas, después de un guiso de lentejas.
Al día siguiente llegó la hora de las despedidas: por cuestiones administrativas solo cuatro del grupo podrían cruzar a Brasil. "Supe que podría hacerlo un día antes del viaje. Me emocioné mucho viendo llorar a los cuidadores de Mara. Habían sido muchos años de trabajo. Mucho esfuerzo. Mucho de todo", sintetiza la fotógrafa que durante todo el viaje escribió un diario con las sensaciones de semejante experiencia.
El cruce fue por Foz de Iguazú, en Misiones, que se abrió especialmente para que Mara pasara. "En cada parada chequeábamos asustados que estuviera tranquila. Si nosotros estábamos cansados, ¡imaginate ella! Pero se la vio siempre bien", relata Sofía. Y cuenta que una vez en Brasil, el show de aquellos que querían su foto con Mara, volvió a repetirse.
Entonces, para ser parte del último tramo llegó Scott Blais, el dueño del santuario, con tres colaboradores. Traía fruta brasileña y una nueva dinámica. Ya no se la daban cortadita. Se la tiraba entera. ¿Qué pasó cuando Mara probó el mango? Lo revoleó contra la pared. Sí le gusto la guayaba. "Scott, que es americano, me enseñó a verla desde un lugar interesante. Los latinos somos de ponerle sobrenombres a los animales: ‘Marita’, ‘Gorda’, ‘Hermosa’. Él, en tanto, decía que no le podía hablar como lo hacían sus cuidadores de siempre. Todavía no se conocían. Ejercía una distancia amorosa desde el respeto. Y a mi me retó tres veces por ser una fotógrafa entrometida", confía Sofía. Y agrega que la etapa brasileña estuvo signada por paradas más cortas, dos noches de hotel y un cambio de camión más alto para entrar al santuario.
"Llegamos al quinto día a las dos de la tarde. El lugar queda entre el Pantanal y el Amazonas, como un oasis entre la tierra depredada por el trigo y el algodón. Estacionamos, se abrió la caja y la soltaron en el brete, que es una zona de manejo. Lo primero que hizo fue tirarse tierra. Así se limpian. Al rato, se acostó a dormir. Y por la tarde, pasó a un corral más grande. Entonces, le tenía miedo a los pajaritos y a los gallos, pero después de un rato, les empezó a hacer frente. E incluso, comió pasto del piso. Eso para mí fue un flash. ¡Y se rascó con un árbol! Empezó a hacer cosas nuevas que le salían naturalmente", cuenta Sofía, que se quedó en Brasil tres días más para retratar su adaptación.
SER LO QUE VINE A SER
Entonces pudo ver cómo Mara se vinculaba con las elefantas asiáticas que habitaban el santuario. "Se juntó con Rana y no se separaron más. Después de 40 años, Mara volvió a vocalizar con alguien de su especie. Se olían, se tocaban y se trompeaban. Tal vez, se conocieron en la época de los circos... ¿Quién sabe?", cuenta Sofía, con admiración.
Aclara, de paso, que muchas cosas ocurrieron con Mara cuando no había gente a su alrededor. Por ejemplo, cambió de piel. "Claramente, quiso darnos una lección: ‘esto ustedes no lo tienen que ver’. Y para uno, que lo único que quiere es traer la foto, es todo un aprendizaje. Lo que estaba pasando era mucho más grande que mi foto", asegura Sofía.
Y ya de vuelta en Buenos Aires, reflexiona: "Los animales te rompen el ego. No sos indispensable. Ni controlás todo. Si está en sombra o no se asoma, ¡es así! No podés interferir. Se trata simplemente de observar. Aprendimos que no somos Blancanieves y los animales se nos acercan para darnos las gracias. Los humanos tenemos que corrernos de ese lugar. Ellos viven el presente y no nos van a extrañar. Hay que dejarlos ser animales. Mara, lo único que necesitaba era volver a ser elefante".
Sofía López Mañán se presentará hoy, 29 de mayo, a las 14.30 hs en LN+ y contará su experiencia en vivo.
Video: Sofía López Mañán. Edición: Leo Torcello.