-¿Y si vamos a Túnez? Le pregunté un día a mi esposa.
-¿Te parece? ¡Estás loco! Me respondió ella. Pero sus ojos decían otra cosa?
Somos de esas extrañas parejas que se llevan mejor que nunca durante las vacaciones. Compartimos los códigos viajeros. Mi hija, con solo tres años, también estaba preparada para una travesía africana, porque ya había viajado con nosotros a Cuba y Colombia.
Túnez tenía todo lo que buscábamos: un destino lejano ?al que nunca se sabe si se podrá volver?, exótico, seguro y económico. Junio era la época ideal para recorrerlo, lejos del calor abrumador. Y antes, una vuelta por la Toscana y Sicilia nos permitiría ponernos al día con nuestros afectos y lograr el relax necesario para afrontar lo que se vendría.
Una mochila para los tres era todo lo permitido. Así, uno de nosotros podía encargarse del equipaje y el otro, de la niña. Cargamos la guía de viajes y el equipo de mate, una cámara de fotos sencilla y un botiquín. Antes, hicimos una investigación minuciosa (vacunas, consulados, etcétera) y un completo check list para no olvidarnos de nada: tickets aéreos, tarjetas de crédito y pasaportes, algo de efectivo?no mucho más.
Hacer un viaje de este estilo supone también dejar algunas cosas, sobre todo los prejuicios. Así, con el equipaje cargado de algunas cosas y desprovisto de otras, avanzamos hacia nuestra aventura.
Túnez, la capital
Abandonar la seguridad europea para vivir una aventura en un país magrebí es algo que pocos entienden. Pero el solo hecho de esperar en Palermo el ferry ?único medio de acceso desde Sicilia? que nos trasportaría a la capital tunecina ya valió la pena. Decenas de autos cargados con muebles y colchones en el techo hasta casi explotar subían a la embarcación. ¡Algunos duplicaban e incluso triplicaban su altura!
Luego de una travesía agitada llegamos a Túnez. Como viajamos sin reserva, la primera tarea fue encontrar hotel. Nos pareció buena opción uno ubicado frente a un mercado.
En la convulsionada ciudad, llena de contrastes, conviven elegantes cafés y locales de comida rápida al estilo europeo sobre la avenida Habib Burguiba a pocas cuadras de la medina, que fue declarada Patrimonio de la Humanidad. Esta ciudad fortificada es una fiesta para los sentidos. Todo se vende y compra en sus callejuelas, desde piezas de orfebrería, artesanías, comidas, alfombras, perfumes, ropa, especias...
Nunca falta el ojo avezado del vendedor que sabe reconocer la procedencia de todos los turistas (¡¿cómo lo hacen?!) y ofrece algún objeto por el que intentamos disimular nuestro interés, sin mucho éxito. Es el comienzo de una ardua negociación, que termina siempre con la pieza en cuestión en mano y nosotros, felices por nuestro poder de regateo.
En auto hacia Hammamet y Kairouan
Salimos de la capital para dirigirnos hacia el interior del país. Alquilamos un auto en el aeropuerto y partimos hacia la ciudad de Hammamet, en la costa, en busca de un poco de playa y sol. Esta localidad, enclavada a orillas del Mediterráneo, es una meca turística que nos permitió tomar un refrescante descanso antes de partir hacia los extremos calores del sur (incluso en esta época).
Paseamos por la medina local y seguimos comprando, ahora ya como expertos regateadores. El límite era el poco espacio en nuestra mochila, repleta a esta altura.
Dos días fueron suficientes y el siguiente destino fue Kairouan, considerada ciudad santa por los musulmanes. Llegamos después de casi siete horas de manejar, ya entrada la noche.
La guía que habíamos llevado sugería algunos hoteles, pero se nos planteó un inconveniente: no todas las calles estaban identificadas, o tenían el nombre escrito en árabe. Un joven que pasaba en moto nos vio perdidos y se acercó para ofrecer su ayuda. Le mostramos el mapa y, con una seña, nos indicó que lo siguiéramos. ¡Menos mal, porque hubiese sido imposible encontrar algo en ese interminable laberinto de calles!
Si bien el hotel resultó ser muy sencillo, ofrecía desde su segundo piso una magnífica vista de la entrada a la medina, sobre la Plaza de los Mártires. Frente a ésta, varios cafés congregaban a cientos de hombres que discutían con fervor o simplemente veían pasar la vida. Vale aclarar que en el interior de Túnez, los cafés son territorio exclusivo de hombres.
En Kairouan, la mayor atracción es la Gran Mezquita, uno de los templos más antiguos del Magreb, construida en el siglo VII. Para ingresar, las mujeres deben cubrirse, y la sala principal es solo para quienes profesan el Islam. Quedamos impactados ante ese colosal edificio, al ver las dimensiones del patio y la torre que lo domina. Mármol tallado exquisitamente dan forma a cientos de columnas, los pilares de esta obra.
El oasis de Tozeur
Uno espera ver dos o tres palmeras con un charquito de agua escurriéndose entre la arena. No señor. Son miles y miles de palmeras de dátiles, regadas por vertientes que salen de las entrañas de la tierra. Y no son ningún espejismo. Así es Tozeur, considerado uno de los grandes oasis del mundo, junto con Nefta, además de ser la puerta de entrada del sur de Túnez.
Lo que quizás fue en la antigüedad un lugar de posta para viajeros, se convirtió en una pequeña ciudad que depende del preciado líquido, con sistemas de canales que permiten la plantación de pequeños cultivos. Pero también se abusa del limitado recurso del agua: no es necesario una cancha de golf en pleno desierto, como se puede encontrar aquí.
Al día siguiente, recorrimos la zona en una especie de sulky y visitamos un lugar donde se trabaja la cerámica al modo antiguo. Creo que nunca habíamos sentido tanto calor en nuestras vidas. La temperatura ascendía a los 50° C, según comentó nuestro políglota conductor. Para alegría de nuestra hija, nos adentramos en una vertiente y tomamos allí un refrescante baño.
Otro día más y partimos hacia Mides y Tamerza. La particularidad de estos dos bellísimos oasis es que están enclavados en medio de la montaña. Estas ciudades están en el límite con Argelia. Si uno se anima a subir caminando por la pendiente, como lo hicimos nosotros, se observa el comienzo del desierto del Sahara, otros oasis y salares.
Una noche en el desierto
Por fin llegó el momento más esperado: descubrir el Sahara. Luego de atravesar el salar de Chott El Jerid, llegamos a Douz. Se trata de un pequeño pueblo en las puertas del desierto. Nos instalamos y contratamos una excursión que incluía una noche en un refugio.
Así que a la mañana siguiente partimos en dos camellos por las soledades del desierto. Montar el camélido no es nada complicado para dar una vuelta, pero hacerlo durante varias horas nos dejó exhaustos, como piltrafas. Encima, es imposible resistir la tentación de sacar fotos, aun a riesgo de arruinar la cámara en medio de las tormentas de arena que azotaban a cada rato.
Nuestros guías, en cambio, iban a pie, bajo el sol abrasador. El intercambio con ellos era escueto porque solo hablaban árabe. Por primera vez, nuestro pasaporte internacional fueron las palabras mágicas "Maradona, Messi". Así logramos hacerles entender de qué lugar del mundo veníamos. Después, nos seguimos comunicando a través de señas y dibujos en la arena.
Llegamos al fin al refugio, cansados pero felices por habernos lanzado a esta aventura. La música de los tambores y el sonido del viento del desierto hicieron que aquella noche fuera única e inolvidable.
Por Alfredo Díaz. Extracto de la nota publicada en revista Lugares 191.