100 km a remo por el ancho río Bermejo, que corre entre Chaco y Formosa. De uno y otro lado, selva en galería, quebrachos, algarrobos y la posibilidad de ver jabirús, pecaríes, yacarés y, con suerte, tapires. Los brazos terminan cansados y el espíritu, animado por lo salvaje.
Tomó todo el día llegar a donde estamos ahora. Rewind. Taxi a Aeroparque, avión de hora y media, camioneta de seis. Algunos lugares todavía quedan lejos. Pasamos controles, tomamos café de avión, vimos campos de zapallo kabutia y algodón, y hornos donde se hace el carbón. Cruzamos un pueblo que se llama Las Garcitas y en la entrada se ven dos garzas de metal plateado, altísimas. Si salieran volando irían a la luna, a Marte adonde sea en el espacio. En una parada, en Castelli, una mujer wichí que parecía la más vieja de la tribu, nos ofreció canastos de juncos a cien pesos, y en otra había una gomería con un cartel que decía: "Si usted cree que el aire es gratis, sople". Era por las gomas, pero se podría ampliar el sentido al calor de esta geografía.
Tomó todo el día llegar adonde estamos ahora. De lo general a lo particular: Argentina, Chaco, Parque Nacional El Impenetrable, río Bermejo, una carpa en medio del monte de vinales, mistoles y algarrobos. Y tanto viaje para no ver nada. Porque donde estamos ahora es de noche. Salvo por la luz de las linternas, todo es negro. Sin embargo, como me dice un amigo, la vista no es el único sentido. No se ve pero se escucha: grillos, ranas, pasos, cierres que suben y bajan, baquianos que preparan algo que nos incumbe.
Uso la primera persona del plural porque somos un grupo: ¿de aventureros? ¿de inconscientes? Ya lo veremos. Once en total, contando baquianos y guía. En general solos y solas de cuarentipico a setenta años, separados con tiempo y ahorros para viajar. Yo creía que por mi trabajo era la más viajada, como hubiera dicho mi abuela, pero ellos me superan y, sumados, me dejan por los suelos.
El plan de los próximos tres días es navegar en kayak el río Bermejo, unos ciento y pico de kilómetros. El pico, aprendí en este viaje, puede ser extremadamente versátil.
La mejor época para navegar el Bermejo es entre junio y diciembre y el Bermejito, de enero a mayo, pero todo depende de las lluvias.
El punto de partida es una bajada de lanchas dentro del parque. El Impenetrable es el área protegida más grande del norte del país: 128.000 hectáreas de interfluvio, es decir tierra comprendida entre ríos, el Bermejo y el Bermejito, en el corazón del Chaco seco, aunque acá se sienta tan húmedo. Las extensiones pertenecían a la vieja estancia La Fidelidad y las compró, un año antes de su muerte, Douglas Tompkins a través de la ONG Land Conservation Trust, que las cedió al Estado Nacional para la conformación de un parque nacional. Mientras funcionó como estancia, desde fines de 1800 hasta hace menos de diez años, fue coto de caza, establecimiento ganadero y también se extrajo madera –sobre todo algarrobo– para venderla en la zona. Ecológicamente, un panorama negativo porque ese manejo cambió la vegetación, diezmó especies y ahora es necesario trabajar para recuperar la biodiversidad.
Al contrario de lo que se pensaría, el nombre impenetrable no es por el monte cerrado, sino por la falta de agua potable que hacía difícil establecerse. Con el tiempo se asentaron comunidades de wichís y qom que hasta hoy viven en parajes dentro del parque.
El Impenetrable protege grandes mamíferos; entre otros, yaguareté, pecarí, tapir, oso hormiguero y el gran tatú carreta, y aves: espinero de frente rojiza, loro hablador, charata, jabirú y carpintero negro.
Como es invierno, el alba está demorada. Todavía no logro ver el paisaje donde estaré los próximos días. Cinco y media se escuchan los primeros cierres de las carpas de los baquianos. Igual que anoche, pero el movimiento tiene la energía del día que arranca. El horizonte pasa de negro a manchado, y primero se ilumina con luz tenue y después es un fondo rojo que se proyecta sobre el río.
La longitud del Bermejo ronda los mil kilómetros; es uno de los ríos principales de la cuenca del Plata y, como estudiamos en la escuela, desemboca en el Paraguay. Viene bajando desde Bolivia, nace en las Sierras de Santa Victoria y entra en Argentina por La Quiaca, cruza Salta y entra en la llanura chaqueña donde sus brazos se dividen en el Bermejito y el Bermejo, o Teuco, que en toba quiere decir el río. Teuco y Teuquito, así les dicen los baquianos. Me cuentan que probablemente Bermejo viene de vermelho. Fogoso, como lo veo en este instante, pasadas las siete.
El primero que exploró su curso fue Francisco Morillo, un religioso franciscano que buscaba una vía de navegación que uniera las misiones. La expedición fue en 1780, duró poco más de tres meses y llegó a la desembocadura. En su diario de viaje, Morillo cuenta que los indios se desesperaban por el tabaco, el charque y los cuchillos. "[…] Da el río muchas vueltas de Norte a Sur por campos abiertos. A la parte del Norte salieron 12 indios con su ladino: diles tabaco y bizcocho, y todo era preguntar ¿dónde parábamos aquella noche? Siguiéronnos, ocultándose a trechos más de dos leguas […]". El diario tiene detalles de puntos cardinales, distancias, indios exhortados a prestar "vasallaje al rey" y montes de palo santo seguramente más extensos que los de hoy.
Con la claridad del día nublado, el Teuco se amarrona. Por fin veo el paisaje: el río ancho y las orillas enigmáticas de selva en galería. Zarpamos a las ocho, en kayaks livianos, nuevos, qué fácil se deslizan, cómo los hubiera disfrutado el cura Morillo.
La famosa frase de Heráclito que uno no se baña dos veces en el mismo río [Al mismo río entras y no entras, pues eres y no eres] parece pensada para el Bermejo, aunque el filósofo haya vivido en Éfeso, muy lejos del Chaco. Porque este río no sólo cambia de color, también de anchor, como dicen los nativos. El cauce puede tener entre 400 metros y varios kilómetros, según la zona y la época del año. Cuando aumenta el caudal, el agua se come la costa con voracidad depredadora y caen los palos bobos y se forman bardas altas de tierra arcillosa y cuelgan las raíces como zombies del monte. El paisaje es provisorio. Tarde o temprano caerán ramas y troncos, se las llevará la corriente, se engancharán en otras ramas y raíces, formarán remolinos, se desprenderán, viajarán río abajo. El paisaje es un mutante.
TIERRA QUEBRACHERA Y MONTARAZ
¿Hay señal de celular? No.
¿Hay internet? No.
¿Hace calor? Sí.
¿Hace frío? Sí.
¿Hay que levantarse temprano? Sí.
¿Me voy a poder bañar? No.
¿Hay kioscos? No.
¿Hay sauna? No (jaja).
Este tipo de preguntas y otras más insólitas le hacen los turistas –nosotros– a Juan Ramón Díaz Colodrero antes de viajar. Juan Ramón es el guía de esta aventura, pero sobre todo es fotógrafo de naturaleza y también guía de pesca con premio y todo. Correntino, vivió algunas décadas en España y en 2008 regresó a su tierra después de un infarto que lo llevó a replantearse muchas cosas. A la vuelta hizo un libro de las aves de su provincia y está en proceso otro de las del Chaco; ya tiene 250 de 300 registradas.
Guarda historias de cuando esperaba animales en África en modo hide, esto quiere decir escondido durante horas hasta fotografiarlos. Y tiene una anécdota de cuando encontró un puma de frente, pero no la voy a espoilear. En este viaje no rema, va en la lancha que lleva la comida, por eso tal vez nadie le saca los ojos de encima y ni bien se aleja demasiado nos empezamos a preocupar. La comida se raciona: por la mañana cuando salimos nos dan, a cada uno, dos naranjas y una bolsita de mix de frutos secos. Eso debe durar hasta la parada siguiente que, menos mal, es esta.
La del mediodía es una parada de pan casero, queso y salamín. También se inflan los kayaks y se controla el equipo. Pico algo y lo sigo a Juan Ramón que se aleja a pie por la orilla, mientras el grupo seca pantalones, botas y buzos al fuego. Cuando lo alcanzo me cuenta que está explorando huellas de tapires, a ver si hay alguno cerca porque hay un bajadero para tomar agua. Vemos las huellas, son angostas y delicadas, como si anduviera con tacos la bestia gris de trompa corta, orejas en punta, hábitos solitarios y cresta punk. En este viaje no lo veré, pero aprenderé sobre sus costumbres y me iré con ganas de volver sólo para verlo.
Más allá, Díaz Colodrero señala un bajadero de pecaríes –en el parque vive el labiado o maján y el chancho quimilero– y ahí ninguna delicadeza, bajan corriendo descontrolados, una cochinada, diría un tapir.
Mientras caminamos por el barro, dice Juan Ramón que la experiencia que tiene se la dio la gente de la zona, los baquianos le enseñaron lo más importante: saber arreglárselas solo.
Volvemos a los kayaks, hay que seguir: son seis o siete horas de remada por día. Remo con Darío Soraide, un baquiano de pocas palabras y mucha fuerza. Hace frío y la mayor parte de tiempo tenemos los pies húmedos y no nos miramos porque él va en la popa y yo en la proa. Vamos atentos al Teuco que puede tener remolinos inesperados y bancos de arena en los que es fácil encallar. Lo peor de encallar es bajar del kayak y moverlo sabiendo que es territorio de yacarés. Por eso, cuando me toca lo hago rápido, como si estuviera en fast forward.
El paisaje me trae la letra desordenada de El cosechero, de Ramón Ayala.
La tierra del Chaco quebrachera y montaraz […]
El viejo rio que va,cruzando el amanecer, como un gran camalotal,lleva la balsa en su loco vaivén.
Algodón que se va, que se va […]
El Bermejo es el límite provincial: de un lado Formosa y del otro Chaco. De un lado, pescadores furtivos (no es área protegida); del otro, parque nacional. De ambos lados: charatas, moritas, cardenales, jabirús (yulu-yulu), Martín pescador, bandurrias, biguás, garzas moras, blancas y brujas. La mayor parte del tiempo vamos en silencio para escuchar la naturaleza; a veces me doy vuelta para pedirle que repita lo que dijo, a ver si consigo leerle los labios porque habla español del monte. También me doy vuelta para grabar sus ojos de noche cerrada y los cachetes inflados por la bola de coca. A veces silba un chamamé. Las notas salen de sus labios en la popa y cuando no se las lleva el viento llegan a mis oídos en la proa.
El primer día, Soraide me preguntó si sabía cómo era la mujer del Chaco.
–Mezcla de gringo y mataco, así es la mujer del Chaco.
Cuando hablamos de Dios, dijo que cada tanto se "pega una rezada" para acordarse de que existe. Una tarde me hizo callar porque en la orilla había un yacaré overo tomando sol, y el silencio quieto del predador dejó la película sin sonido, en estado de tensión. Esa tarde fue la única de cielo despejado en los tres días y vi, vimos, contados uno por uno, 29 yacarés. Habían salido a tomar sol. Machos solitarios, familias de diez integrantes y crías, todos iluminados por la luz amarilla de la tarde. Parecían de vacaciones, en la playa.
Darío Soraide vive en el campo, a 37 km de Nueva Pompeya, en una chacrita que es de sus padres que ya se fueron al pueblo y se quedaron su hermano y él.
–¿Tenés pareja?
–A mí déjame solo como un chingolo.
Cuando cae la tarde acampamos en alguna playa del río meandroso, la que aparezca, no se puede planificar por eso de que cambia la costa. Hoy la playa no llega, hace frío y los ánimos del grupo bajaron. Hubo que remar más de lo planificado y estamos cansados. Varios se preguntarán en la intimidad de su kayak, qué hago acá, por qué vine, hace frío y estoy lejos de casa.
–Vamos a quedar donde caiga la noche –dice– antes de que oscurezca. Habla con rigidez, aunque nos rodea el agua blanda.
Una garza cruza el río en busca de culebras para comer, tan cerca que se siente el cuerpo que rompe el aire.
Después de cinco o seis horas de remo, Darío encuentra una playa y desembarca con el machete. Lo primero que ve en la costa –y que me muestra ni bien bajo– es la huella de la panza de un yacaré como una guarda en la tierra húmeda. La medimos: 45 centímetros; es de los grandes.
En diez minutos despeja el monte de palos bobos y empareja el suelo irregular hasta dejarlo liso como el último piso de una chocotorta. Lo ayuda Ariel, un primo que tiene el mismo apellido y es la primera vez que viene. Comparado con otras tareas del monte, como abrir un camino o hachar árboles, estimo que salir con turistas debe ser –por lo menos las primeras veces– un trabajo ligero. Quizás también Algo supuestamente divertido que nunca volveré a hacer.
Ariel rema solo y en su kayak lleva cuatro bidones de 20 litros de agua potable. En este viaje viene todo a bordo, no hay negocios y, salvo unos pocos habitantes, ni siquiera hay personas. Después de despejar el monte, arma las hamacas de supervivencia, que no permiten pasar bichos pero sí ronquidos, a veces, un sonido más potente que el de cualquier animal del monte.
Darío enciende el fuego y cocina pollo a la estaca sobre una parrilla de ramas de chilca que –créase o no– no se queman con el fuego. En el monte y en cualquier parte, el saber da poder. Para calmar a las fieras que remamos 43 km improvisa tortillas de grasa (150 gr) y harina (1 kilo), agua a ojo y sal a gusto, amasadas en el momento.
Ya seco, el grupo de humanos se reúne frente a las llamas como lo habrá hecho el Australopithecus y demás antepasados del hombre. Corren las historias mientras se calientan medias pantalones y buzos extendidos en arbustos cercanos. Silvina cuenta por qué se fue a vivir a Open Door, Gustavo de cómo les gusta a sus hijos el goulasch del Club Hungaria, Eleonora que empezó a estudiar filosofía, Marian sobre sus aventuras en la Patagonia, y Simonetta y Daniel que ya hicieron seis veces el Cruce de los Andes corriendo. Hay risas fáciles para liberar la tensión de brazos. Los relatos se cruzan, la noche avanza y cuando termine sabremos un poco más sobre los otros y nosotros. En mi caso, supe que disfruto de remar y que cuando vuelva a Buenos Aires me gustaría seguir. Quizás sea uno de esos compromisos que uno se hace en los viajes. Igual, me duermo pensando en qué club podría ser.
AHICITO NOMÁS
Ayer me contó Pedro Núñez, conductor desde Resistencia y socio de Juan Ramón en esta travesía, que una vez se perdió en el monte una noche entera. Tuvo calor y frío y miedo de que no lo encontraran nunca más.
Mientras remamos, lejos del resto del los kayaks porque nos quedamos viendo unas charatas, le pregunto a Darío cómo se podría sobrevivir en el monte. Entonces enumera árboles y animales como un inventario de comida (bebida de emergencia, el agua de río): chaucha de árbol blanco, mistol, pasacana, cardo chico, sachapera, sachasandía, quirquincho, pecarí morito, conejillo, charata (sí, como las que vimos recién). Darío no se perdió en el monte, pero si se perdiera podría sobrevivir como Tarzán.
En Un viaje al país de los matreros, el escritor entrerriano conocido como Fray Mocho escribió sobre las gentes del Paraná, pero calza bien a las del Bermejo: "[…] indica al menos observador que ha llegado adonde la civilización no llega aún, sino como un débil resplandor […]; que se halla en el país de lo imprevisto y lo extraño; en la zona de la república donde las leyes del Congreso no imperan, donde la palabra autoridad es un mito, como lo es el presidente de la república o el o el gobernador de la provincia". Fray Mocho lo escribió en 1837, pero acá adentro del monte tanto no ha cambiado: la vaca todavía es el mejor banco, y el machete, la herramienta por excelencia.
Vamos por el medio del río. Por momentos, los seis kayaks navegan juntos, de a ratos, como ahora que sopla viento y es difícil avanzar ("hay que pechar", dice Darío), nos desunimos y quedamos como eslabones sueltos en el agua marrón. Cuando nos encontremos nos contaremos hallazgos: que una pareja de chajás, que el fruto del zapallito del monte, que un Martín pescador. Algún suertudo, un gato montés.
En una orilla veo dos mujeres con unos niños y tachos de 20 litros de pintura vacíos. Vienen a buscar agua, dice Darío. Le pregunto con un grito adónde la llevan y dicen ahicito nomás. Como están en la orilla formoseña también pregunto a cuánto queda Las Lomitas y responden lejos es.
–¿Cuánto?
– Diez leguas.
Cuando ya casi no da ni para escuchar ni siquiera a los gritos, una de ellas dice:
–¿No le da miedo andar en el agua?
La saludo con la mano en alto y Darío cuenta que dice eso por lo que le pasa a una oveja cuando se cae al río y se ahoga porque el vellón pesa demasiado. "Si te mojás el pellón no podés salir", dice Darío.
–Quizás no sabe nadar.
–Ya te dije: difícil que el loro mame y la chancha chifle.
Poco antes de despedirnos, Darío Soraide quiere saber cómo es vivir entre edificios y me lo imagino en la ciudad, donde su herramienta principal, el machete, no sirve de nada. Probablemente, lo cambiaría por un celular.
En el avión de vuelta, todavía con el polvo de estos días, escribo en mi libreta: Tengo ganas de bañarme y también una resistencia porque sé que el agua corriente va a lavar el fuego, enjuagar lo silvestre, alejar lo primitivo, darle un machetazo al Impenetrable y en una ducha transformarlo en pasado. En disconformidad, desde mañana mis brazos remarán el Teuco en la memoria.
Si pensás viajar...
.CÓMO LLEGAR
Traslado desde el aeropuerto de Resistencia hasta El Impenetrable; bajada al río donde comienza la remada, más allá del Paraje La Armonía: son 1.100 km ida y vuelta.
EL PROGRAMA
Tres días de remo en kayaks en el Bermejo.
Incluye: kayak compartidos por dos personas, chalecos salvavidas, hamaca de supervivencia, cubiertos, comida, agua.
Cuánto cuesta: sin aéreo, u$s 520 por persona. Si el lugar de recogida de los pasajeros es en Miraflores (es decir que corre por cuenta del pasajero el traslado a Resistencia), el precio baja a u$s480. Los que estén más interesados en ver fauna que en remar pueden consultar por una salida que combina las dos modalidades.
También se hacen remadas en el río Bermejito. Por persona, u$s 350.
Más información y opciones: T: (0377) 723 9981. El contacto: Juan Ramón Díaz Colodrero. jrdiazcolodrero@gmail.com
QUÉ LLEVAR
Ropa cómoda, impermeable, botas de trekking, sombrero, anteojos de sol. Bolsa de dormir. Fundamental: repelente insectos y protector solar. También: bolsa estanca para sus elementos personales delicados, como cámara, celular. Es útil una linterna de minero y muy bueno llevar largavistas para apreciar los detalles de la fauna.
CLIMA
El clima es seco y árido: frío en invierno –llega a hacer cero grados– y muy caluroso en verano, con temperaturas que rondan los 50 °C. La temporada de lluvias comienza en enero y continúa hasta marzo. Se podría decir que los ríos de El Impenetrable tienen cada uno su temporada.
MIRAFLORES
A 60 km del parque, Miraflores es la localidad más cercana para hacer base; hay algunos hoteles y restaurantes, y será sede del Centro de Visitantes "Secretos de El Impenetrable", con muestras sobre el parque nacional, los parques provinciales y algunos parajes. Por ahora, en construcción.
PARAJE LA ARMONÍA
Una escuela rural con wifi, un puesto sanitario y la casa de Zulma Argarañaz que cocina y vende bebidas y torta-parrilla. Pronto habrá pobladores que recibirán visitantes; por ahora algunos dejan acampar en el fondo de la casa y preparan cenas. El plan es que también haya hospedaje en Nueva Población, pero del dicho al hecho, se sabe, hay un largo trecho.