Costa Rica: la meca del turismo lento
Desde el rafting por el río Sarapiqui hasta el buceo en las playas del Caribe Sur, un viaje por los parajes menos explorados del ecoturismo costarricense
Se sabe de Costa Rica cierta cantidad de cosas: que el país no tiene ni quiere tener ejército; que trabajan allí 3900 guías de turismo certificados (casi uno por cada 358 habitantes de San José, la capital); que el territorio es tan angosto que se puede desayunar en la costa del Pacífico y almorzar en el Caribe; y que, en las últimas elecciones presidenciales, un escritor y exrockero de 38 años le ganó raspando a un evangelista homofóbico.
Lo que no se sabe tanto es que existe una enorme superficie de bosque húmedo tropical en el centro-norte del país, el cantón de Sarapiquí, en la provincia de Heredia, en donde todo está por descubrirse. Esta zona, junto a la que abarca el Caribe Sur a la altura de la ciudad de Puerto Viejo, es un mosaico salvaje de reservas privadas y parques nacionales que algunos definen como la faceta slow de Costa Rica, la versión menos turística de la geografía tica.
Aquí no hay grandes resorts como en el Pacífico Norte, en las playas de Guanacaste, al estilo Hilton y Four Seasons, donde los springbreakers (estudiantes de viaje) norteamericanos apuran sus vodka tonics al borde de la piscina. Estados Unidos es el principal generador de divisas del turismo costarricense.
En el Valle de Sarapiquí, a unas tres horas de auto desde San José, es todo bosque tropical, con un elenco estelar de monos, perezosos, serpientes y cocodrilos –solo por citar los protagónicos–, un río ancestral que serpentea hasta el cauce del San Juan, límite norte con Nicaragua, y la posibilidad de hacer paseos que por su nombre (Tour de las Hormigas, Tour del Cacao, Ruta de los Héroes), hay que admitirlo, podrían confundirse con atractivos exclusivos para científicos de lente grueso y nerds obsesionados con la naturaleza y el bicherío en general.
El centro urbano de Sarapiquí, llamado Puerto Viejo, es un pueblo cansino con una sola calle principal surcada por tiendas de electrodomésticos, algún que otro hotel y vendedores de piñas y mangos que remolcan sus carretas con el machete en la cintura. Todas estas postales del antimarketing turístico son, justamente, las anclas maravillosas del lugar.
De héroes y... hormigas
Estamos en un país que es un auténtico paraíso natural: reúne el 5% de la biodiversidad mundial y alberga a más de 500.000 especies de flora y fauna. En el ítem ranas, por citar un caso cualquiera, hay más de 100 tipos distintos, entre ellas la famosa rana de cristal, tan transparente que se puede ver latir su corazón.
En estas orillas, las del río Sarapiquí, se jugó gran parte de la historia de Costa Rica. Lo cuenta el profesor Don León Santana, a bordo de un bote chato desde donde se avistan cocodrilos y monos aulladores, que gritan como si fueran perros muy afónicos. Desde estas aguas salieron los primeros viajeros a Europa y también la primera bolsa de café tico rumbo a Gran Bretaña.
El Sarapiquí fue estratégico para frenar, en 1856, "el avance de los filibusteros norteamericanos que, en pleno expansionismo de la doctrina Monroe, avanzaban desde Nicaragua", cuenta Santana, mientras un enorme cocodrilo inmóvil ignora olímpicamente el paso de la embarcación. Este tour histórico se llama la Ruta de los Héroes y consiste en una navegación relatada de hora y media, que cuesta 35 dólares por cabeza. Al final del recorrido hay una visita a un monolito bastante tristón (la mística está en la pasión del comentarista), que recuerda a los cuatro muertos de la batalla de Sardinal, el 10 de abril de 1856. Si se siguiera un par de horas más en el bote, se llegaría al río San Juan y luego, avanzando hacia el Caribe, hasta Tortuguero, en el norte de Costa Rica, para salir al mar.
Otra excursión que quizás no entusiasma por el nombre pero vale la pena es el Tour de las Hormigas y consiste en admirar cómo estos insectos (hormigas rojas cortadoras de hojas) lograron el éxito y la plusvalía gracias a un matriarcado romántico-militar. Así funciona el asunto: Leo Herra, investigador hormiguístico, armó un circuito para que las susodichas se pasen todo el día cortando hojas de una planta –transportan hasta 20 veces su propio peso– y las lleven a una caja de madera que oficia de casita, en donde cultivan un jardín de hongos que les provee alimento dulce. En el hogar espera la reina, malcriada por sus oficiales (hormigas soldado), que controlan que las obreras trabajen de sol a sol, hombreando la hojita y recorriendo hasta un kilómetro por día. Y aquí viene el dato erótico: la reina se reproduce una vez al año durante un vuelo nupcial, después de medianoche (si al acto se añade música de Michael Bolton se obtiene la escena más melosa de la historia de los insectos). Toda la explicación se puede ver y escuchar por 15 dólares.
Chocolate y rafting
Sarapiquí es un collage de cinco reservas privadas. La precursora fue Selva Verde, en donde se inició el avistamiento de pájaros hace casi medio siglo. En estas tierras funciona el Selva Verde Lodge, un hotel incrustado en el bosque, dirigido por Marco Gasparoli, un tano perdido por la naturaleza que, siendo adolescente, se escapó de Italia en un velero rumbo a África y terminó en Costa Rica (el padre, que lo quería como sucesor de la fábrica familiar, lo desheredó sin piedad). "Tomá todo lo que puedas ahora, porque después no tendrás nada de mí", le avisó a Marco antes de su partida. Y así fue.
Las otras reservas son: La Tirimbina, Rara Avis, Ranas del Paraíso y la OET –Organización de Estudios Tropicales–, que posee una red de estaciones de investigación ecológica; una de ellas, la Estación Biológica La Selva, está ubicada en el corazón del bosque húmedo, unida al Parque Nacional Braulio Carrillo, y es uno de los mejores lugares de ecoturismo del planeta.
En Tirimbina se ofrece el tour del chocolate. En este caso, el visitante se pasea entre los árboles de cacao y contempla su fruto, una minipelota de rugby entre verde y morada que se cosecha cuando llega al tono amarillo. Para los indígenas, el cacao era un regalo de los dioses, pero no tanto porque usaban las semillas como vil metal: dos de cacao valían un aguacate. Después, una guía muy buena, llamada Carolina Lizana, muestra cómo se obtienen las semillas en cuestión y cómo se procesan hasta lograr, luego de las fases de secado y cocción, un líquido espeso y amarronado: el chocolate. El paseo incluye la degustación en cuencos, a los que se agrega chile, maicena, nuez moscada y vainilla. La panzada didáctica cuesta 31 dólares por persona.
Otro de los planes sarapiqueños es lanzarse en bote de goma por los rápidos del mismo río de la Ruta de los Héroes, pero en versión mucho más salvaje –grado 23 en la escala de dificultad–, con un timonel experto que al final del recorrido ofrece un ananá a los que se animaron al chaleco. En Costa Rica el ananá se usa como cierre de casi todos los tours, como si fuera champán, pese a que hay una fuerte oposición al cultivo de la piña, que arrasa la tierra y destruye el ecosistema.
En la región también se da bien el turismo comunitario de chacras: pequeñas estancias con habitaciones, como la Marzarella’s House, donde se sirve un almuerzo típico compuesto por arroz, chayote, frijoles, cerdo, pollo, plátano, papaya y jugo de cas. Otras chacras son la María Isabel o la Sonnen Hof Caribe, en donde se alquilan tiendas de acampar y bungalows. Son sitios ideales para ir con chicos, ordeñar vacas, comer queso de cabra y tirarle cosas a los chanchos. La mayoría de las iniciativas de turismo rural y comunitario, para vivir y cosechar codo a codo con los alegres sarapiqueños, está coordinada por una ONG llamada Cecos –Centro para la Conservación de Sarapiquí–, que realiza un fuerte trabajo social y de capacitación a nivel local.
Al fin, la playa
Hay otro Puerto Viejo en el mapa, pero no es el de Sarapiquí. Es una ciudad con nombre idéntico que queda a cuatro horas de auto desde su homónima en la provincia de Heredia. En verdad es un pueblito muy característico de esta parte del Caribe Sur, en donde la idea del slow cobra su máxima expresión: barcitos en la playa de Punta Uva –la más bonita y cristalina–, estética surfer, pachorra y colores jamaiquinos. Los viejos y algunos jóvenes todavía hablan en Broken English (inglés roto o inglés limonense), y lanzan un wa apin (¿Cómo va?) como saludo de bienvenida.
Tan relajado es el lugar que si uno se sienta y pide un pargo rojo –el pez más sabroso de esta latitud– o un rondón (una especie de sopa espesa de vegetales, con pescado) en el restaurante Lidia’s Place, el mejorcito junto a otros dos llamados Tamara y Miss Edith, quizá el mozo tarde veinte minutos en llegar a la mesa y otros treinta en traer la comida. Pero siempre, invariablemente, se acercará sonriendo.
De gira por el pueblo, se puede escuchar a la banda Caribbean Seed, que toca todos los martes a las 17.30 en la puerta de la Casa de la Cultura de Puerto Viejo. Pero la música que se palpita en todo momento es el calipso, banda de sonido de culto en la costa caribeña centroamericana, un género cuyo máximo exponente vivo es Walter Gavitt Ferguson, alias el Rey del Calipso, que a sus 99 años habita una cabaña en la entrada del Parque Nacional Cahuita. La historia de este calipsonian es tan rica y longeva que el hombre grabó su primer disco a los 84 años y el segundo a los 87.
Uno de los atractivos, estando en el Caribe Sur, es bucear con snorkel en las aguas que mojan las orillas del Cahuita. Se sale en bote, escoltado por delfines, hasta el arrecife y allá abajo aparecen peces loro, peces de extraña melena (el pez león) y erizos agazapados bajo las rocas. La vuelta es por tierra, por un camino que va paralelo a la costa, en donde asoman más perezosos, serpientes de oropel enrolladas en las copa de los árboles, monos de cara blanca y mapaches cangrejeros.
Al finalizar el tour, el guía abre una heladerita y se espera que descorche el ananá de siempre, pero el hombre sorprende a todos y saca mangos y melones, para probarle al grupo que no todo es piña en este mundo. Y menos en Costa Rica
Datos útiles
Cómo llegar: por Avianca. Vuelos a San José, vía Bogotá, desde 17.469 pesos.
Dónde dormir: en Sarapiquí, Hotel El Bambú: desde US$80,www.elbambu.com; Selva Verde Lodge: desde US$140, www.selvaverde.com; Hotel La Quinta Lodge: desde US$135, en todos los casos habitación doble con desayuno. www.hotellaquintasarapiqui.com
En Puerto Viejo, Hotel Banana Azul: desde US$130 la habitación doble con desayuno: www.bananaazul.com