En 2017, el rascacielos del barrio de Retiro cumplió 81 años. Supo ser el más alto de de América Latina, el primero con aire acondicionado central de la Argentina y el dueño de una leyenda tan atractiva como su arquitectura.
Una madre es capaz de hacer cualquier cosa por un hijo. Incluso, levantar una torre de 31 pisos tan espléndida como para ser declarada Monumento Histórico Nacional (1999) y Patrimonio Mundial de la Arquitectura de la Modernidad por la UNESCO. Amor y venganza son los condimentos de la apasionante leyenda –varias veces desmitificada– que rodea a la arquitectura racionalista y a la fachada con forma de proa del Kavanagh. Cuenta la historia que en 1936 Corina Kavanagh –una mujer acaudalada aunque no patricia– estalló de furia al enterarse de que la relación entre una de sus hijas y un joven de la familia Anchorena había sido rechazada por la madre de él. Entonces, los Anchorena habitaban el Palacio San Martín, actual sede de la Cancillería, desde donde veían la distinguida Basílica del Santísimo Sacramento que habían mandado construir como sepulcro familiar. En venganza, Corina se propuso interponerse entre ellos y su basílica levantando, entre 1934 y 1936, la imponente estructura de hormigón del Kavanagh. En 14 meses, el ingeniero Rodolfo Cervini y los arquitectos Sánchez, Lagos y de la Torre, erigieron esta bestial estructura de 120 m con entrada por Florida 1065 y vista a la plaza San Martín. Corina no sólo cumplió con su objetivo sino que, desde entonces, la única ubicación para poder admirar la fachada de la iglesia es el pasaje que lleva su nombre y apellido y que es parte del edificio.
Hoy, sus 105 departamentos –todos diferentes– están habitados por personajes de la cultura y empresarios que velan por preservarlo intacto. Quién pudiera participar de las reuniones de consorcio –que allí se celebran como en cualquier edificio– donde cruzan opiniones los vecinos: los periodistas Joaquín Morales Solá y Jorge Lanata y empresarios como Alain Levenfiche, propietario del piso 14 de 726 m2 que Corina Kavanagh diseñó para sí con cinco habitaciones en suite, vistas 360, terraza circular y tres jardines con fuentes.
En esas reuniones el tema no es el ABL –del que están exentos por ser Monumento Histórico–, el mantenimiento del portero eléctrico, que brilla por su ausencia (cada visita se anuncia en recepción y se les comunica a los propietarios por teléfono). Sí se charla, en cambio, de la temperatura del aire acondicionado central, del mantenimiento de los 12 ascensores y de los más de 20 empleados que allí trabajan. Lo cierto es que, en 81 años, por más que la Ciudad se pobló de edificios altísimos, el Kavanagh siempre será “el” rascacielos de Buenos Aires.
Mira el video en el que el historiador xx amplía algunos detalles de su historia y comparte imágenes de su presente.
Nota publicada en abril de 2017.
LA NACION