En español con acento colombiano, parchar es reunirse. Y, también, besarse. El mismo verbo, la misma idea: compartir. Eso, justamente, es lo que hacen los habitantes de la colorida e intensa Comuna 13, donde la industria del turismo está transformando este barrio de Medellín, Colombia, signado durante años por un espiral de muerte.
"Queremos decirle al mundo que no es malo ser de este lugar, que sabemos dónde vive la más experta costurera, en qué local comer las mejores hamburguesas artesanales, a qué hora tomar clases gratis de hip hop. Es una idea más social que comercial. Tenemos diez empresas como la nuestra haciendo recorridos desde 2011 y otros 133 guías locales independientes".
Decenas de turistas europeos y norteamericanos le dan la razón a Kabala, quien nació hace 15 años. En realidad, llegó al mundo hace unos cuantos más, pero su vida como rapero empezó cuando decidió que quería que lo llamaran así. Da charlas sobre resolución de conflictos, creó una marca de indumentaria con visión social ("Somos de calle"), regentea una empresa de producciones de fotos y videos y es guía de turismo gracias al emprendimiento Color Tour Turismo Comunitario.
Todo ese accionar lo desarrolla dentro de la Comuna 13, que tiene 31 barrios y 190.000 habitantes. Es la más extensa y la segunda más poblada de la ciudad. En sólo ocho cuadras de un barrio (el que se llama 20 de Julio) se levantan siete iglesias de distintas religiones.
Más ruido que las balas
Hay 16 comunas en Medellín, pero la 13 se destaca por varios motivos. Cualquier turista se siente allí a gusto, seguro y bienvenido. Las casas son de puertas abiertas, literalmente. Hay grafittis de una calidad artística increíble y cuenta con escaleras mecánicas techadas que, de a varios tramos, conectan los barrios de la parte baja con los que están más altos, ahí donde las viviendas parecen pegadas con suspiros en la ladera de la montaña.
"Estamos decididos a sonreír porque aquí ya se ha llorado mucho, durante décadas. Quienes empezaron el proceso de transformación de esta comuna fueron las mujeres, sencillamente porque a la mayor parte de los hombres los habían matado. El pico de violencia comenzó en 1993, pero del 2000 al 2005 alcanzó su punto más alto, con 800 desaparecidos y 300 detenidos sin orden judicial, muchos de los cuales todavía siguen presos. Y ellas lograron desactivarlo al salir a las calles con sábanas blancas como banderas y haciendo sonar cacerolas, hasta que produjeron más ruido que las balas", recuerda Kbala.
Subimos por una de las escaleras mecánicas y desembocamos en una calle con bailarines de hip hop a la gorra y puestos de artesanías. Hay lámparas hechas con encendedores, comidas típicas como carimañola (una masa de yuca rellena con queso, carne o pollo) y aborrajado, que es plátano maduro con queso y dulce de guayaba. Pero el rey de la gastronomía local es el sancocho, un caldo de papa, yuca, plátano y fríjoles (sí, así pronuncian la palabra) con pollo, cerdo o res. O directamente el trifásico, que es una bomba de sabor con las tres carnes.
Celebrar la vida
En el Museo del café venden los granos que cosechan pequeños productores, ofrecen exquisiteces como el dulce de leche saborizado y exhiben métodos para servir la infusión a la usanza japonesa, belga, francesa, alemana e italiana.
Los habitantes de esta comuna celebran las vidas hasta cuando terminan. Resolvieron, por ejemplo, decorar el cementerio con grafittis para no olvidar que, antes de morir, esas personas estuvieron vivas. Estas obras tienen una vida útil de tres a cinco años. Pasado ese lapso, el artista puede reutilizar el espacio o cederlo a otro, en acuerdo con la comunidad. Vemos dibujos de hormigas y de abejas, animales asociados a la prepotencia de trabajo. Vemos ilustraciones que connotan fuerza, miedos, esperanza, música.
"El hip hop, el breakdance y el rap nos salvaron la vida a los que estábamos en contra de la violencia y no teníamos cómo expresar esa rabia, ese terror", cuenta Kbala mientras señala un barrio en el que los vecinos se juntaron para sembrar flores, pintar y decorar la calle. "Haber hecho el ejercicio de invitar a otro a hacer cosas en conjunto ya fue un milagro."
Nuestros abuelos se hablaban con todos. ¿Cuándo fue que nos enfriamos tanto?", se pregunta en un lugar donde –como dirían los U2– the streets have no names: la gente se ubica por referencias. Las direcciones son, por ejemplo, casa número 3 en La Bola, que es un gran grafitti redondo en el piso.
Antes de despedirnos, nuestro guía rapero nos lleva a conocer el local de doña Consuelo, donde venden cremas de mango, paradójicamente, sin crema: son helados de palito hecho a base de esa fruta, tanto madura como verde, que se sirven para sumergir en un vaso que contiene jugo de limón y sal. La creadora empezó ofreciendo unos pocos por día. Hoy, turismo mediante, vende más de mil.
Al pie de la escalera mecánica, una pareja parcha. Se unen para besarse. Y para compartir.
Datos útiles
Dos horas y media de apasionante recorrida, en tres horarios. Transporte público con guía hasta la comuna, caminata, visita a las escaleras mecánicas, grafittis y miradores, y degustación del helado típico. Por persona, 16 dólares. Para reservas e información: comuna13tours@gmail.com @colortourtraveling