Basta cruzar el charco y pisar esos adoquines centenarios para sentir que la escapada está surtiendo efecto. Clásica opción para porteños, la romántica Colonia del Sacramento casi nunca falla en la relación que prioriza la sensación de "distancia", pero toma en cuenta el poco tiempo disponible con que cuentan quienes viven en la gran ciudad. Un fin de semana allí suele percibirse como más rendidor que en otras partes.
"Más que un lugar de ver, Colonia del Sacramento es un lugar de estar", dice con voz pausada, frente a la Plaza Mayor, Eduardo Alvares Boszko. Hace diez años, este brasileño hizo de Colonia su ciudad de adopción cuando, atraído por su ritmo más pueblerino, cargó con sus colecciones "de toda la vida" de Porto Alegre y se instaló en Uruguay. Fotógrafo y coleccionista desde los seis años, abrió en el casco histórico una fotogalería que, al tiempo, se transformó en tienda de antigüedades y, por último, en posada.
Colonia –como asegura Eduardo– vende al turismo un enclave de 300 años y te lleva más bien a una de hace 40 con un ritmo cansino. Las callecitas empedradas de hace siglos entre las que se asoma el río, los faroles, los árboles añosos, las viejas casas portuguesas y españolas y los barcitos y restaurantes donde hacer una pausa alientan ese andar en cámara lenta del casco antiguo, 12 hectáreas que fueron declaradas Patrimonio de la Humanidad. "Lo mejor que te podemos proporcionar es que tengas tu tiempo a tu disposición", concluye Eduardo a modo de eslogan. El bajo perfil uruguayo se permite ese "lujo" y los 300.000 turistas que recibe por año van a buscar precisamente eso.
CON SELLO DE LA UNESCO
La guía Nathaly Hernández, que nos paseó por el casco histórico, siente que "con ese algo que tiene en el aire", Colonia la eligió. Oriunda de San José de Mayo, localidad entre Colonia y Montevideo, cuenta, frente al Portón del Campo, las historias de rigor: cómo se trabajó durante 30 años en la conservación de las construcciones coloniales para que la Unesco declarara al barrio histórico Patrimonio Cultural de la Humanidad en 1995; su particular arquitectura que mezcla estilos del siglo XVII, pudo salir así del anonimato: antes de este reconocimiento formal se fomentaba la destrucción de lo viejo para erigir lo nuevo; incluso la muralla debió ser reconstruida, y la famosa Calle de los Suspiros es el nombre poético que se eligió para identificar lo que supo ser zona de prostíbulos. Esta arteria es una de las pocas que conserva su estructura original tal cual la trazaron los portugueses, con el empedrado irregular y caída hacia el centro para favorecer el desagüe, sin vereda ni cordón, como correspondía a esa época. Una vez al día, alguien se encargaba de recolectar los desechos líquidos de casas y los derramaba por la canaleta central, mientras voceaba el típico "¡Agua va!" y allá iban las aguas.
Fundada a principios de 1680 por los portugueses, Colonia del Sacramento sufrió el ataque de las fuerzas españolas a los seis meses de haber despuntado a orillas del Plata. Tironeada por ambas coronas, por fin la española logró, en 1777, retener el enclave; como consecuencia de tales enfrentamientos, casi no tuvo población estable. Hoy, de los 28.000 habitantes que registra la ciudad, sólo unas 300 residen en el barrio histórico. El valor del metro cuadrado se disparó y detrás de las fachadas antiguas que a veces parecen abandonadas se esconden algunos comercios y, sobre todo, cafés y bares. El turismo que reciben es alto, en especial brasileños, pero también norteamericanos y europeos. ¿Y argentinos, qué? Solían ser mayoría, aunque ya no, gracias a las devaluaciones.
La venezolana Erika Valecillos, que hace cuatro años buscaba un lugar donde vivir tranquila, cuenta que, "cuando la situación en mi país no dio para más, monté un Excel con varios destinos comparando su situación política, económica, social, idioma, desastres naturales, sueldo mínimo y clima, y elegí Uruguay". Abrió el bar Missfusión y, desde mayo de 2018, gerencia y es chef ejecutiva de la abierta cervecería OPB (Orientales, la Patria y la Birra), un gran local que fue de un banco y hoy es un patio cervecero. En OPB –como en las sedes de Montevideo, La Pedrera y José Ignacio– ofrecen casi todas las marcas de cervezas artesanales uruguayas; en sus 22 canillas de birra tirada van rotando los estilos, que complementan con esta bebida de cebada fermentada y lúpulo embotellada.
El cafecito de Colonia Sandwich frente a la basílica y la Plaza de Armas es también una propuesta de los últimos años. Ezequiel Pirri y Laura Farkas, argentinos de Mar de Ajó y Tierra del Fuego, se conocieron cuando estudiaban gastronomía en Buenos Aires y, después de vivir ocho años en España, Italia y Nueva Zelanda decidieron que Colonia era un buen lugar para criar hijos. Abrieron un local con café de especialidad sobre Gral. Flores primero, y en 2017, el otro, angostito, sobre la calle Vasconcellos, con mesas en la vereda donde da gusto demorarse. El riquísimo café que sirven es un blend de granos provenientes de Etiopía y Brasil. Al principio, este local apuntaba a servir sándwiches (la oferta está vigente), "pero nos entusiasmamos con el café de especialidad y la gente viene por eso", aclara Ezequiel.
Casi flamante es el restaurante La Locanda, de Gustavo Sánchez, coloniense de pura cepa que también dio vueltas por el mundo. Pasó 18 años en Ibiza… pero todos los años volvía a Colonia, hasta que el último verano quedó anclado cinco meses, y tanto buscó el sitio ideal que lo encontró: una casona de más de cien años que refaccionó a la medida de su proyecto. En un ambiente iluminado por velas, de galerías calefaccionadas y un patio precioso, Gustavo sirve una interesante variedad de tapas y platos.
RELAX CAMPESTRE
A escasos siete kilómetros de Colonia, el Days Inn by Wyndham Colonia Casa del Sol es un hotel en pleno campo con montes de eucaliptus y una cañada, donde se proponen actividades sin estrés: piscina, masajes, paseos libres por la propiedad. El hotel se detecta en el tramo más lindo de la emblemática ruta 1, donde se plantaron 15 km de palmeras yatay.
La vieja casona fue primero refugio del fin de semana para la familia Dalmas Díaz que, al tiempo, decidió abrir un salón de té. El nuevo emprendimiento, nutrido con productos caseros y atendido por sus propios dueños, pronto se transformó en un lugar para eventos sociales; más tarde, con el auge del turismo, la propuesta de brindar alojamiento en sus dos habitaciones se dio en consecuencia. La demanda creció, se construyeron departamentos y más habitaciones hasta llegar al número 15, y sumaron restaurante: Azafrán. Como parte de la familia hotelera Wyndham, el Days Inn by Wyndham Casa del Sol tiene en la actualidad 36 habitaciones y un público muy familiar que sabe sacar provecho de sus buenas instalaciones. Para agendar y no perderse es la parrillada que organizan algunos sábados del mes y, en onda deportiva, las clínicas de golf en el driving range de 300 yardas a cargo de Ángel Mato.
VINOS DE LA COLONIA
En el antiguo almacén de ramos generales de 1905 hay un largo mostrador de madera original, estanterías con objetos de época y vinos para las degustaciones. El Almacén de Piedra pertenece a la bodega Los Cerros de San Juan, un conjunto declarado Patrimonio Histórico Nacional a 45 km de Colonia y Carmelo. Este emprendimiento de la familia alemana Lahusen comenzó en 1854; aquí no sólo hubo viñedos, hay que añadir producción frutal, forestación, un mimbreral, 25.000 cabezas de doce razas de oveja, extracción de piedra y cabaña de toros, y un mini pueblo de 300 personas.
Claudia Valenzuela vive con su familia en una de las pocas casas en hilera que quedan habitadas, y su hijo asiste a la escuela junto a otros ocho alumnos. Claudia (36) trabaja en la bodega desde sus 15, cuando comenzó en el sector de envasado junto a su papá, que era capataz. Cuando él se jubiló, ella quedó a cargo y hoy es la mujer orquesta: cosecha la uva, maneja el tractor, produce, envasa, arma las planillas de venta. "En su momento nos movíamos acá adentro con charrete, un carro de dos ruedas tirado por caballos", cuenta. Con las generaciones sucesivas las propiedades se fueron dividiendo; hoy son 35 hectáreas de viñedos que producen 400.000 litros de vino destinado al consumo nacional.
UN MENÚ DEGUSTACIÓN Y UN ADIÓS DESDE EL AIRE
El empresario y artista plástico argentino Pedro Melnitzky lleva más de una década radicado en Uruguay. A pocos kilómetros del centro de Colonia, rescató una impactante casona de estilo (neo) Tudor de 1920 que ocupa una propiedad de cuatro hectáreas. El año pasado, con la obra ya lista (incluidas la ambientación –que implicó un peregrinaje por remates y anticuarios– y el paisajismo), Las Liebres Restaurant abrió al público.
La cocina está al mando del chef ejecutivo Alejandro Tarditti, discípulo de Mallmann (con look acorde) de larga experiencia en la Argentina. Su argumento: una cocina regional de autor y de estación, según provee la huerta orgánica de la propiedad que, en exclusiva, es atendida por tres personas del equipo. El menú degustado incluyó deliciosas remolachas grilladas, naranjas, queso de cabra, almendras y rúcula; salmón grillado en compañía de risotto con puerros, albahaca y limón, y una torre de degustación para sellar el rito. Aquí, los fuegos en horno y grill se alimentan a leña.
Las Liebres es apenas una parte de un amplio proyecto de urbanización. Por el momento, dos de las habitaciones originales de la casa están disponibles para alojar.
La escapada a Colonia se selló con altura: en avioneta de cuatro plazas a 800 pies que se traducen en unos 270 metros, sobrevolamos Colonia con Adán Gentile (C: +589-99 523-939), quien no sólo pilotea, también explica cada una de las maniobras para infundir tranquilidad a los pasajeros. En 20 minutos la mirada abarca todo el panorama que es preciso ver; campo y río color de león (parafraseando a Lugones), muralla, faro, basílica, plazas y casco urbano, las hileras de plátanos que demarcan el trazado de las calles de una ciudad que desde el aire se antoja más serena.