Medievales y enigmáticos, fueron cárcel, fortaleza y sede de encuentros memorables. Sin perder la magia de entonces, hoy se visitan y se disfrutan entre escenografías e instalaciones modernas.
Neuschwanstein – Alemania
A 130 kilómetros de Munich, es un castillo de ensueño por excelencia: inspiró a Walt Disney para crear la Bella Durmiente. Noventa años antes, en 1869, el rey Luis II de Baviera lo ideó, cautivado por las óperas de Richard Wagner. Lo quiso de aspecto dramático y magnífico, más ornamentado que funcional. Y lo mandó a construir no por un arquitecto, sino por un escenógrafo, Christian Jank.
Si bien tiene aspecto medieval, contaba con comodidades y avances para la época: calefacción central, luz eléctrica, agua corriente fría y caliente, desagües e incluso, teléfono. Con 200 cuartos (no todos terminados), se destacan la sala del trono, el dormitorio del rey y la sala de cantores. Neuschwanstein está abierto al público desde 1886, apenas un mes después de la muerte del rey, en circunstancias sospechosas, en el lago Starnberg, al lado del castillo. Actualmente se calcula que lo visitan por día diez mil personas en verano.
Warwick – Inglaterra
De fácil acceso por autopista, está a dos horas de Londres y veinte minutos Birmingham. Es una fortaleza medieval imponente que se eleva majestuosamente a orillas del río Avon. Lo mandó a construir Guillermo El Conquistador en 1068 y al día de hoy se conserva intacto. Con sus jardines –diseñados por el gran Capability Brown– se extiende sobre más de 25 hectáreas. Se pueden recorrer las torres, murallas, mazmorras, los salones y los cuartos con impronta victoriana, además de las salas de máquinas.
Warwick es mucho más que un castillo para visitar. Funciona como parque de diversiones medieval, que ofrece espectáculos en vivo y recreación de atracciones históricas. Tiene más de quinientas escaleras y un bellísimo jardín con pavos reales que le suman atractivo a uno de los castillos medievales más populares y mejor presentados del Viejo Continente.
Hohenwerfen – Austria
Con 900 años de antigüedad, se eleva a cien metros de altura sobre el valle del río Salzach en un entorno tan mágico como atrapante y a media hora de Salzburgo. Se llega por un camino que bordea la roca y atraviesa el bosque, pero también se puede subir por ascensor. El recorrido por la fortaleza incluye una exposición de armas, una taberna, una tienda de caballeros, la capilla, la cocina de campo, una cámara de torturas y el calabozo.
Además, Hohenwerfen tiene un histórico patio de halcones dónde todos los días hacen demostraciones de vuelo y hay un museo de cetrería. Ideado para recibir gente todo el año, en el castillo hay además obras de teatro y programas especiales para disfrutar del escenario natural que lo rodea.
Dos Mouros – Portugal
Situado sobre la sierra de Sintra y a 3 kilómetros de la ciudad, fue erigido por los árabes durante los siglos VIII y IX para vigilar los caminos de tierra. Con casi 12 mil metros cuadrados de área, tiene todas las características del estilo románico portugués: una planta longitudinal, una sola nave y un sector abovedado donde aún se aprecian algunos restos de frescos. En ruinas y abandonado durante muchos años, conserva dos portones románicos y las murallas, todavía decoradas con almenas. Tiene cinco torres (cuatro de planta rectangular y una de planta circular), entre las que se destaca la Torre Real de 500 escalones. Y si hoy se puede visitar es gracias a la restauración que comandó el rey Fernando II, en el siglo XIX, apasionado por la Edad Media.
Chillon – Suiza
Sobre una roca, entre montañas y a orillas del lago de Ginebra, es una de las edificaciones más visitadas de Suiza. Se levantó en el siglo XIII, fue el hogar de los condes de Saboya durante cuatrocientos años y funcionó como aduana. Visitado anualmente por más de 400 mil personas, se compone de veinticinco sectores bien delimitados y tres patios que están protegidos por dos anillos de murallas defensivas.
Conserva murales del siglo XIV, bóvedas subterráneas, dormitorios y salones de estilo bernés. Lo adoraron grandes escritores románticos como Jean Jacques Rousseau, Víctor Hugo, Alejandro Dumas, Gustave Flauvert y Lord Byron. Y no hay nadie que lo visite y no quede impactado por tanta magia.
LA NACION