Valdés vibra de fauna salvaje. Comienza la época en la que el mar y sus costas se llenan de lobos y elefantes marinos, pingüinos magallánicos, orcas, toninas overas; incontables variedades de pájaros sobrevuelan este recorte de meseta patagónica que el agua salada va devorando con milenaria lentitud. Y están las ballenas francas. Como si supieran que son una especie protegida (recuerde que esta ballena fue declarada Monumento Natural), vuelven cada año a Valdés en un número que no para de crecer; por eso ya no sólo se las detecta en los Golfos Nuevo y San José; desde cualquier otro punto costero de la península y más al sur, nadan en serena libertad a la vista del mundo; así que cuando estos mayúsculos cetáceos aparecen, se los ve hasta por el ventanal del living de una casa madrynense frente al mar, dichosos sus propietarios.
Puerto Madryn
Llegamos al mediodía, y la temperatura era tan agradable que, una vez hecho el check in en la Hostería Solar de la Costa ?hotelito estratégicamente ubicado a pasos del mar, en la zona más linda de la ciudad?, nos fuimos a caminar. Madryn ha crecido mucho en los últimos diez años, y para bien. La hora del almuerzo nos encontró saboreando una parrillada de mariscos en el restaurante Playa Mimosa, cerca de la citada hostería, sobre la amplia costanera que traza un límite entre las olas y este importante enclave de Chubut. Fue desde aquí que tuvimos la primera visión de los magníficos cetáceos; los veíamos a lo lejos, como troncos inmensos que emergían del mar y volvían a hundirse. Esas imágenes no hicieron sino reafirmar lo que percibimos de entrada: sería un viaje inolvidable.
Para entender sin aburrirse todo este asunto del Mar Argentino y su fauna, hay que visitar el EcoCentro Puerto Madryn, ubicado en la zona de Punta Cuevas. Y dedicarle, al menos, de dos a tres horas. Se trata del primer espacio del país dedicado a la interpretación de los ecosistemas marinos y permite tener una noción más exacta sobre los mamíferos y su hábitat. Daniel Pérez Martínez, licenciado en Ciencias Biológicas y coordinador del área educativa, nos contó de qué se trata este importante emprendimiento. Desde su inauguración, en 2000, el EcoCentro promueve el conocimiento y la protección del mar a través de la educación ambiental, la investigación científica y las expresiones artísticas. En su hall central hay una muestra permanente denominada "A orillas de un frío río de mar", en la que abunda material didáctico referente a la fauna local: ballena Franca Austral, pingüinos, elefantes, orcas, lobos... Recorrer los diferentes aspectos del ecosistema costero, significa hacerlo en un contexto que invita a aprender jugando; aquí no es cuestión de mirar y quedarse al margen; la interacción es el camino obligado para acceder al conocimiento, bajo la guía de personal entrenado y computadoras a disposición de todos.
Con fines educativos y de divulgación, este Centro financia proyectos de investigación que permiten al visitante tomar contacto con el trabajo de campo a través del recorrido por las salas de interpretación. Cuenta también con dos espacios culturales dedicados a muestras temporarias, un auditorio (sede de conferencias, eventos artísticos y proyecciones) y una magnífica sala de lectura ubicada en la torre del edificio, cuyos ventanales ofrecen una amplia vista al mar.
Una escapada (en absoluto académica pero igual de gratificante) es El Doradillo, una playa a 15 km del centro de Madryn, donde se pueden ver las ballenas desde una platea preferencial que brinda Madre Naturaleza. Para ello, seguimos el consejo de un viejo lobo de mar: fuimos a esa playa en el horario preciso de la marea alta, que es cuando las ballenas están más cerca de la orilla. Para ello, partimos muy temprano y llegamos por la ruta 42, de ripio en muy buen estado. Estacionamos el auto y sólo caminamos unos metros por una huella de arena y piedras hasta el mirador. Una pequeña construcción de madera permite ubicarse al borde del acantilado, todo un espectáculo de por sí, desde donde las ballenas se dejan ver tan cerca que se las oye respirar. Una recomendación: baje a la playa y no olvide el equipo de mate, además de los guantes, gorro y un buen abrigo.
Paleontología y té galés
La RN 3 nos condujo, a 67 km al sur de Puerto Madryn, a Trelew, donde se impone visitar el Museo Paleontológico Egidio Feruglio (MEF), una de las instituciones científico-museísticas más importantes de la Argentina y de reconocimiento mundial. La muestra que allí se expone está distribuida en cuatro salas que ofrecen un recorrido hacia atrás en el tiempo. Cada stand ?que pertenece a un período relevante de la historia natural patagónica? está pensado como un hábitat definido con su flora y fauna inherentes a su época, con muestras de fósiles y réplicas perfectas de los animales prehistóricos, los grandes protagonistas de un mundo en el que no hubo lugar para la vida humana. Sonidos, pinturas y murales completan el escenario por el que los visitantes viajan al pasado. Los chicos, felices. Como complemento, además de un auditorio donde se proyectan videos, el público tiene la posibilidad de ver el laboratorio donde trabajan los expertos en la materia. Allí estuvimos y pudimos ver cómo Laura y Magalí, técnicas en paleontología, restauran y preparan todo el arsenal de materiales fósiles que más tarde irá a las salas del museo.
Más al sur de Trelew ?ciudad de origen galés (1862) cuyo nombre significa pueblo de Luis, en homenaje a Lewis Jones, uno de los líderes colonizadores?, la R1 arrima a Punta Tombo, patria del pingüino magallánico; pero el MEF nos entretuvo más de lo previsto y cambiamos de planes: en vez de tomar el camino costero, nos adentramos hacia el oeste por la 25 para ir hasta Gaiman (16 km), donde la memoria galesa busca mantener viva ciertas tradiciones y la historia de los inmigrantes que le dieron impulso a buena parte de la Patagonia.
Gaiman, en voz tehuelche, quiere decir punta de piedra ?según unos? o piedra de afilar, según otros. Esta pequeña y pintoresca localidad de seis mil habitantes fue fundada en 1874. Un recorrido por sus calles jalonadas de casas bajas, arroja la increíble cifra de casi tres docenas de capillas que fueron surgiendo al ritmo de la llegada de los nuevos habitantes de estos territorios esteparios.
Los colonos también trazaron un laberinto de canales de riego, y crearon vergeles donde sólo había aridez; la agricultura es su fuerte y hoy el agroturismo es una importante fuente de ingresos.
La visita concluyó con un clásico de Gaiman: tomar el té con torta negra galesa. Para ello elegimos Ty Gwyn, tradicional reducto donde se perpetúan los sabores de antaño y su ambientación sumerge al visitante en un paréntesis de tiempos pretéritos.
Nos instalamos en una de las mesas redondas de esta casa de té y enseguida aparecieron las tortas esperadas y una humeante tetera. Saboreamos ese momento envueltos en música religiosa que, según nos explicaron, está cantada por el coro local.
Y así, satisfechos de espíritu y paladar, emprendimos la vuelta a Madryn en la fría tarde patagónica.
Puerto Pirámides
Es un generoso conjunto de casas bajas desperdigadas entre los médanos del Golfo Nuevo, único enclave ?urbano y estable? de toda la península. Y es el punto de partida y llegada de cualquiera de los operadores autorizados que llevan mar a adentro, en barco o en gomón, para observar ballenas. A Puerto Pirámides llegan miles de turistas de todas partes, ávidos de aproximaciones a éstas y otras criaturas marinas (como las toninas overas, que llegan en verano), pero la ballena Franca Austral ejerce una atracción insuperable.
Sólo 97 km separan Madryn de Pirámides, adonde llegamos luego de recorrer los 35 km del Istmo Carlos Ame-ghino, vínculo entre la península y el continente; en su parte más angosta tiene siete kilómetros y es en este punto que pueden apreciarse los dos golfos que lo flanquean: el Nuevo (al sur) y el San José (al norte). Península de Valdés es hoy Patrimonio Natural de la Humanidad, una protección que justifica la biodiversidad de fauna y flora exclusivas de este hábitat.
Hace unos seis años, la población de Puerto Pirámides no llegaba a 150; hoy ya duplica esa cifra y todos aquí se dedican al turismo. El año entero.
Para no romper la buena costumbre de esta revista, nos alojamos en The Paradise. Es una hostería muy bien ubicada y confortable; todas las habitaciones tienen baño privado y las que dan al mar (hay una con jacuzzi) son las más disputadas. Confort y trato cálido, sin menoscabo del profesionalismo, siguen siendo sus distintivos. Por eso seguimos eligiéndola. La mesa, además, es otro punto favorable. Aquí se ofrece cocina marinera, con platos basados en productos locales. Empezando por las siempre deliciosas vieiras que proponen gratinadas. Cazuela de mariscos, calamares y langostinos al ajillo, aleta de raya, etcétera, son parte de la lista de los recomendados. En el luminoso comedor se suceden los testimonios gráficos de quienes pasaron y vuelven a pasar por este lugar; fotos, escritos y dibujos atiborran las columnas de madera. Mumo es el amo y señor de este complejo integrado por la citada hostería, unas cabañas y próximamente Posada Pirámides, flamante opción económica; nos recibió con su habitual buen humor, y como siempre, dispuesto a dar el dato posta o la recomendación para sacarle más provecho a Pirámides. Inducidos por él, nos fuimos a Punta Delgada.
Seguimos la línea costera hacia el este y 70 km después llegamos al hotel de campo Faro Punta Delgada. Roxana Gononas nos esperaba con los caballos listos. El programa nos encantó y al paso fuimos recorriendo un paisaje de acantilados que se cortan sobre la playa, donde se encuentra la reserva de elefantes marinos, principal atractivo turístico de la zona. Vista desde lo alto del terraplén, la costa y sus habitantes mostraban una belleza intensamente salvaje; la baja marea dejaba al descubierto una ancha franja de restingas ásperas. Entre las bardas, veíamos cómo los lobos marinos de un pelo se desparramaban a sus anchas en su morada natural. La playa es tan extensa que la vista no alcanzaba a cubrirla; los grupos de elefantes marinos la salpicaban aquí y allá como manchones en la arena. Visitar la reserva se puede, pero sólo en compañía de guías especializados, quienes ilustran a los visitantes sobre el comportamiento de estos grandes mamíferos, de los que es un deber mantenerse a distancia.
De vuelta de la cabalgata, disfrutamos de un bienvenido té junto al hogar. Después caminamos hasta el faro ?a metros del hotel? que este año cumple cien años de servicio, y lo visitamos por dentro antes de volver a Puerto Pirámides.
En el camino de regreso, nos desviamos a Punta Pardelas (LUGARES 95), mirador impresionante al Golfo Nuevo; hay un islote enfrente, cita impostergable para los amantes del buceo o para quienes tener su inmersión de bautismo. Aquí la amplitud de marea es tan acusada, que cuando se retira quedan al descubierto las escabrosidades de una costa recortada en la que se apretujan estratos de ostras petrificadas, algas, caracoles y otros moluscos.
Ballenas a la vista
Tres veces nos adentramos en el mar en busca del deseado acercamiento; nos persiguió el mal tiempo, pero todas las experiencias fueron únicas. Ya nos lo había advertido Micki Sosa, nuestro guía en estas incursiones: "las ballenas están en su hábitat natural y nunca un avistaje es igual a otro". Se podría decir que depende del humor con el que estén: a veces regalan saltos, otras pasan por debajo del gomón y muestran con orgullo su enorme aleta caudal; como sea, son increíbles: sus enormes cuerpos, que llegan a medir 15 metros y pesar hasta 55 toneladas se deslizan con una sorprendente agilidad y armonía de movimientos.
Las ballenas francas pueden observarse de junio a diciembre, época en que miles de turistas de todas partes se acercan a esta porción de la Patagonia para verlas en plena actividad de apareamiento, reproducción y junto a sus también grandiosas crías. El ballenato llega a este mundo con callosidades que son su sello de identificación, como huellas digitales pero en la cabeza; cada ejemplar tiene un único patrón de callosidades que no varía, lo que permite individualizarlas. Mansas y además curiosas como suelen mostrarse, es un placer indescriptible verlas a sus anchas, al punto que mirándolas y sólo mirándolas (de una a dos horas, según la cantidad de ejemplares que haya, y el tipo de aproximación), el tiempo se nos escurrió como arena entre los dedos.
De vuelta a Madryn
Sellamos la salida de Península Valdés con parada en Isla de los Pájaros, ubicada frente al Istmo Carlos Ameghino, en el Golfo San José, aproximadamente a 800 metros de la costa. En temporada de reproducción (septiembre - febrero) se pueden observar algunas aves nidificadoras y ocasionalmente aves de paso como flamencos, chorlos y petreles. La especie más numerosa es la gaviota cocinera, con más de tres mil nidos. Anécdota interesante es la que nos contó Roberto "Beto" Bubas, el guardafauna, cuando allá por 1930 Antoine de Saint-Exupéry, autor de El Principito, solía sobrevolar la zona y se inspiró, parece, en la forma de esta isla para dibujar la famosa serpiente constrictora que se comió un elefante.
La última mañana en Madryn la aprovechamos para ir hasta Punta Loma, 14 km al sur de la ciudad, residencia de una colonia estable de lobos marinos de un pelo; un lugar que, por lo tanto, se puede visitar durante todo el año.
El viaje de regreso a Buenos Aires estuvo signado por el silencio, cada uno envuelto en las impresiones que este recorrido nos dejó.
La desolación del paisaje, la pureza del aire, las ballenas y sus acrobacias inesperadas, el chillido de tantas aves, la paciencia de quienes nos atendieron y acompañaron... La fascinación por un destino que hasta ayer desconocíamos y sobre el que ya estamos fantaseando volver a pisar.
Informe de Violeta Moraga
Fotos de Martín Estol
Publicado en Revista LUGARES 104. Octubre 2004.