Además de Colonia Carlos Pellegrini, se puede acceder a los pantanos desde el Portal Carambola, próximo al pueblo de Concepción del Yaguareté Corá, en Corrientes, que está en pleno desarrollo
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La plaza de Concepción del Yaguareté Corá está totalmente desierta al mediodía y apenas se escucha pasar una moto a lo lejos, por alguna de las calles de arena de ese pueblo, que está a 180 kilómetros de la capital correntina. El sol aplasta los ruidos, los colores y hasta los ánimos en Concepción, nueva puerta de entrada a los Esteros del Iberá, un acceso menos conocido y con menos abundancia de fauna que Colonia Carlos Pellegrini, pero mucho más rico en cultura y tradiciones locales. Como en todos lados en Corrientes, es la hora de la siesta. Delante de la Municipalidad, un yaguareté reina sobre este tiempo suspendido. Pero es solo una figuración, una escultura, porque hace mucho que los “tigres” desaparecieron de la región. Fueron exterminados por la caza furtiva y el avance de la agricultura y la presencia humana. Sin embargo, en otro sector de los Esteros del Iberá, el mayor felino del continente fue reintroducido con éxito y volvió a ocupar una porción -aunque sea pequeña- de sus antiguos aposentos.
Esta recuperación se logró gracias a los esfuerzos de la ONG Rewilding Argentina junto con varias entidades nacionales y provinciales, entre ellas la Administración de Parques Nacionales. A fines de enero soltaron a una madre con sus dos cachorros y es la primera vez en más de 70 años que los esteros vuelven a ver yaguaretés en libertad. Pero no es el caso de Concepción, cuyo nombre completo hace referencia a la presencia de aquellos animales en tiempos prehispánicos y coloniales. Ahora, la expectativa es que el programa de reintroducción sea lo suficientemente exitoso como para que esos felinos vuelvan a ocupar también los extensos humedales que bordean Concepción. Hasta ese hipotético, pero deseado momento, el único yaguareté local es de material pintado. Lo que no desanima a los visitantes de paso para sacar algunas fotos.
Belgrano y su Tamborcito
Cruzando la plaza se puede conocer el museo municipal del Tamborcito de Tacuarí. Pedro Ríos, su verdadero nombre, había nacido a pocas cuadras de allí en 1796 y tenía menos de trece años cuando fue enrolado en el ejército de Manuel Belgrano y murió en el campo de batalla en Paraguay.
El museo fue instalado dentro de una de las capillas rurales que bordeaban los caminos de Corrientes para que los gauchos pudiesen venerar a los santos mientras seguían y cuidaban sus rebaños. El Gauchito Gil suplantó en muchos casos a los santos católicos, pero quedaron varias capillas en la región y la del museo era de las más grandes. Su sencilla estructura fue construida durante el siglo XVII y vivió su momento histórico el 26 de noviembre de 1810, cuando recibió a Manuel Belgrano. Una escena recrea aquel episodio, con una efigie de cera del prócer, arrodillado frente al altar.
Ese museo, que lleva su nombre, sorprende por la modernidad de la puesta en escena de los 200 objetos de su colección. Los objetos y varias réplicas o trajes se ponen en valor con efectos de iluminación y paneles abundantemente documentados. Se resume así toda la historia de esta región de los esteros.
Por supuesto, tiene un rincón dedicado al Tamborcito y otros a la incorporación de la provincia en la Argentina y la llegada de los colonos gringos. Ayelén Mercado es la entusiasta guía y aporta una multitud de detalles adicionales para aprovechar mejor la muestra. Es al mismo tiempo la coordinadora del grupo de guías locales, que organizan las más variadas experiencias en los esteros, desde los esperados avistajes de fauna hasta vivencias con puesteros.
El gaucho Mingo
Saliendo del pequeño pueblo, los caminos de arena se adentran hasta el laberinto de tierra y agua de los Esteros del Iberá. En algunos rincones de este mundo anfibio están los últimos puesteros de la región, que siguen viviendo como sus antepasados, con modales adoptados tanto de los primeros criollos como de los guaraníes. Siguen cuidando ellos mismos a sus rebaños de vacas y viven en casas que arman con los únicos materiales que les dan los pantanos: caña pirí para las paredes y pala colorada para los techos.
Uno de ellos es Mingo Ávalos, un puestero que se reconvirtió parcialmente al turismo y se transformó en toda una celebridad. En parte porque solo se comunica en guaraní y necesita de uno de los guías de la agrupación local como intérprete. Tal vez comprenda el castellano más de lo que muestra, pero cultiva así su personaje de puestero auténtico, guardián de la memoria de los esteros.
Ayelén lo había advertido en el museo: “Verán que en nuestra región los gauchos llevan ropa mucho más llamativa que las mujeres. En esto se parecen a aquellas especies de aves más coloridas que sus hembras”. Mingo recibe a sus visitantes con una camisa de un rojo intenso, que en las fotos contrasta de maravillas con los verdes del estero. Sabe que el turismo de estos años pasa en gran parte por Instagram…
Completa su atuendo con alpargatas, un sombrero de alas anchas y un pantalón cerrado con una faja donde inserta un facón. A diferencia de los gauchos de las estancias turísticas de la provincia de Buenos Aires, todo luce genuinamente auténtico. Y lo muestra apenas empieza una de las excursiones que él mismo elaboró y acompaña. Tiene un dominio y un conocimiento absoluto sobre los esteros, su lugar en el mundo.
La más pedida de sus salidas es un cruce en barco botador por un canal hasta el Paraje Carambola, donde Rewilding Argentina construyó un par de casas empleando las técnicas ancestrales de los puesteros. Están a disposición de quienes quieran pasar la noche en el corazón de los pantanos.
Para llegar a su meta, Mingo empuja la barca con un botador, una larga caña que sirve a la vez de timón y de motor, con la sola fuerza de sus brazos. La poca profundidad de los esteros no permite utilizar motores. Además, el nivel del agua sube y baja día a día, en función de las lluvias y de los días de sol intenso. Cuando el botador no alcanza, el puestero se sube a uno de los caballos que acompañan la expedición y tira la embarcación con una soga. A veces hay que cruzar pozones y los caballos tienen que nadar. Mingo se sube entonces en cuclillas sobre el lomo del animal, sin dejar de arrastrar la lancha, manteniendo al mismo tiempo su precario equilibrio.
La embarcación de madera se abre paso entre paredes de juncos y de plantas acuáticas. De vez en cuando una rosa de los esteros les pone un poco de color. Al final del brazo de agua cubierto por una espesa capa de lentejas acuáticas, aparece un mar de altas hierbas rojizas. Ondulan bajo la brisa, como si fuesen olas. Crecen ya en tierra firme, donde se desembarca. Es la paja rojiza que sirve para los techos de las casas tradicionales. Mingo agarra un fajo y muestra cómo se cosecha y cómo se hacen atados, que hay que superponer sobre los techos para hacerlos impermeables. Todo en guaraní por supuesto, con el guía a su lado, que lo traduce.
El mundo del Yverá
Otras de las salidas que organiza el “gaucho que solo habla guaraní”, como lo conocen en toda la comarca, es un paseo más largo hasta brazos más profundos de los arroyos. El plato fuerte de la excursión es una experiencia de nado con los caballos. Ningún riesgo de toparse con un yacaré durante la actividad, porque Mingo toma todas las precauciones necesarias. De hecho, conoce tan bien su región que transmite una seguridad inmediata, aun para citadinos pocos duchos con experiencias así de insólitas al aire libre. No quita que de vez en cuando se tope con una serpiente escondida bajo el agua, pero sabe qué hacer al instante. Y lo minimiza haciendo decir a su intérprete que “el peligro más común aquí son las hormigas. Tengan mucho cuidado en no pisar uno de sus hormigueros. Porque pican y es muy desagradable…”.
Esta región del Iberá no tiene en realidad tanta presencia de fauna como otras. Se ven mucho más animales desde portales como los de Laguna Iberá (vecino a Carlos Pellegrini, el histórico punto de entrada a los esteros) o Cambyretá (cerca de Ituzaingó, en el norte de la provincia). Y esto se debe a que, hasta que Rewilding compró y reacondicionó grandes extensiones de tierra para donarlas e integrarlas al Parque Iberá, la región tenía una intensa actividad agrícola. De hecho, la estancia ganadera más antigua de la Argentina está sobre una isla cercana, de 60 kilómetros de largo y un poco menos de 10 de ancho, entre los río Batel y Batelito. Se trata de Rincón de Luna, fundada por los jesuitas en el siglo XVII y todavía en actividad.
La presencia humana redujo la posibilidad de ver vida silvestre, pero no quiere decir que esté ausente. Cerca de las casas del Paraje Carambola se ven algunos ciervos de los pantanos, chanchos salvajes y parejas de jabirús.
Para ver los infaltables yacarés y carpinchos que todo turista espera durante su visita a Corrientes, alcanza con navegar un rato por el tranquilo arroyo Carambolita, de aguas abiertas, desde el muelle de Puerto Juli Cué (a unos 25 kilómetros del pueblo). Ahí varios prestadores amarran lanchas con motores fuera de borda. Organizan salidas de distintas duraciones y remadas con kayaks o partidas de pesca (con devolución). El mejor momento para navegar en los esteros es al atardecer, cuando los animales se activan antes de la noche, y sobre todo para disfrutar de magníficos cielos, cuando el horizonte se colorea de rojo. Es seguramente el momento del día en que el nombre de los esteros cobra todo su significado: Yverá quiere decir “aguas brillantes” en guaraní. Más gráfico, imposible.
El atardecer es el show que disfrutan casi cada fin de jornada quienes eligen acampar sobre las plataformas que Rewilding Argentina instaló en el Camping Carambolita, otro lugar cercano. Se trata de un conjunto de decks de madera separados del suelo, alejados entre sí e insertados en la naturaleza. Fueron concebidos para instalar carpas sin estar a la merced de la humedad del terreno. Cada una tiene su quincho con una parrilla y baños secos. Los vecinos más cercanos son los pájaros y los zorros que vienen a curiosear por la noche. Es además el punto de partida de senderos para adentrarse en los montes o llegar caminando hasta el muelle de Juli Cué y combinar con un paseo en lancha.
Quizás dentro de unos años, en el momento más silencioso de la noche, los acampantes escucharán rugir un yaguareté. Es prematuro hoy especular sobre el futuro de aquellos animales. Mientras tanto, Rewilding Argentina y sus equipos avanzan para fortalecer la reserva, reintroducir especies animales autóctonas (lo hicieron también con muitús, guacamayos y varias más) y facilitar el acceso a esta región única en el mundo.
Excursiones desde el Portal Carambola
Paseos en kayak: salidas cortas desde el muelle de Juli Cué, de medio día (con picnic incluido) o de jornada completa (18 kms ida y vuelta a remo). También se pueden contratar travesías de varios días.
Paseos en lancha: desde el muelle de Juli Cué. Navegaciones cortas de dos horas por el arroyo Carambolita, o largas, de cuatro horas.
Ruta del Mariscador: paseo cultural con un ibereño para conocer tradiciones locales, en el Paraje Carambola.
Canoa a botador y/o tirada por caballo y cruce a nado con caballos en el estero: son las propuestas del poblador Mingo hasta el Paraje Carambola. Incluye merienda.
Caminata Caabi Aguilar: tres horas por senderos para avistar vida silvestre y plantas nativas, junto a un guía naturalista.
Cabalgatas nocturnas con observación de estrellas a cargo de un guía experto en astroturismo.
También se organizan talleres de cocina regional y salidas de avistaje de aves:
Para todas estas actividades, consultar precios, fechas y reservar turnos con Ayelén Mercado, en el museo de Concepción. Teléfono: +54 9 378 261 0008.
Camping Carambolita: de uso libre y gratuito, con reservas previas al +54 9 379 519 3141.