En media hora pasamos de los 2.800 metros sobre el nivel del mar a los 300; de los 16 grados Celsius a los 40 (aunque digan que la temperatura promedio es de 25), y de las bocas de volcanes nevadas a la densa Amazonía Ecuatoriana. Eso es Ecuador, diferencias drásticas en distancias mínimas. El país entero es apenas más grande que la provincia de Buenos Aires. Incluso me animo a decir que debe ser el país con mayor diversidad etno-geográfica por metro cuadrado del mundo, y si no es así, lo parece.
Aterrizamos en El Coca, una ciudad que creció al ritmo de los yacimientos petrolíferos, a 300 km de Quito y a años luz de lo que por allí sucede. Capital de la provincia de Orellana, también se la llama Puerto Francisco de Orellana, en honor al explorador y conquistador español que se topó, en 1542, con la corriente fluvial a la que bautizó con identidad mitológica por las guerreras con las que tuvo que enfrentarse. "Son muy membrudas, andan desnudas en cueros y atapadas sus vergüenzas, con sus arcos y flechas en las manos, haciendo tanta guerra como diez indios", escribía en sus relatos el fraile dominico Gaspar de Carvajal, que acompañaba al conquistador.
La superficie total del Amazonas es de seis millones de kilómetros cuadrados. Ecuador tiene sólo el 2% y sin embargo esa porción ocupa el 40% del país. Una gran masa de verdes tropicales y agua dulce, mordida un poco por los pozos de petróleo por aquí y las plantaciones agrícolas por allá, en la que nos adentraremos a través del Napo, el río más importante del Ecuador, nacido a los pies del volcán Cotopaxi.
Zona de embarque
El Coca es una sucesión de carteles de propaganda política, casas que no se entiende si están siendo construidas o destruidas, un local de frutas y verduras pegado a una peluquería, que está pegada a un service de televisores, que está pegado a una boutique. Se parece un poco a la India.
Llegamos a un pequeño puerto. Un complejo con pileta, gimnasio, restaurante, un tucán doméstico que mira televisión y un avión flotando en el río con la inscripción "Rumba Náutica" en letras anaranjadas. Al rato llega el bote que nos llevará hasta el Manateé, un crucero de río que será nuestro hotel durante los próximos cuatro días. Es el único barco turístico de Ecuador, certificado por Smart Voyager y Trip Advisor. Navegamos una hora, cercados por dos franjas verdes en las que se destacan los ceibos, que duplican en tamaño y altura al resto de la plebe forestal, y alguna llamarada perpetua de un fuego que delata la presencia inequívoca del petróleo.
Por fin lo vemos. Tres pisos, ventanales, paredes de madera y barandas blancas que le dan un aire de embarcación del Mississippi. Desde el 2002, el Manateé Amazon Explorer navega todo el año llevando hasta 30 pasajeros a las áreas protegidas del Amazonas donde la visibilidad de animales es más probable: el Parque Nacional Yasuni, la Reserva Biológica de Limoncocha y el Corredor Biológico de Pañacocha. Si se aborda el crucero de ocho días, es para llegar hasta la Reserva de Cuyabeno, en la frontera con Perú.
Cuando el río está alto, la mayor parte del recorrido transcurre arriba del barco, pero en época seca como la que nos toca ?entre agosto y enero? el nivel del agua también disminuye, y el acceso a la mayor parte de las áreas de excursión es en bote? que a veces, también queda varado en la arena. Cuando la tripulación se baja a empujar, el agua no le llega ni a las rodillas.
En el comedor del barco conocemos al capitán, a los guías y al resto de los pasajeros: una familia con tres niñas, de Massachusetts, y una pareja de alemanes de luna de miel. Cenamos tilapia, un pez propio de estas aguas, y nos vamos de paseo. Los que hablan español por un lado y los que inglés, por otro. Durante la caminata nocturna vemos tarántulas, bichos palo apareándose y una culebra bebé, un bestiario que debe haber quedado atontado después de la insistente sucesión de flashes de las cámaras digitales.
Aproximación amazónica
Una música suave se libera de los parlantes instalados en el camarote. "Muy buenos días, son las seis y media de la mañana y el desayuno será servido dentro de 30 minutos". Todas las comidas y paseos son anunciados por el capitán. Quesos, pan casero, huevos revueltos, cereales, tostadas francesas, frutos endémicos como el tomate de árbol ?rojo y alargado? y el taxon, con semillas parecidas a las del maracujá, son protagonistas del convite que el propio capitán aporta en la mesa del desayuno. No es que lo haga todo, pero participa activamente de las actividades que se llevan a cabo a bordo, y ese estilo les gusta a los pasajeros.
A las ocho menos cuarto embarcamos para visitar el Pañacocha, que en quechua significa lago de pirañas, y allí nos bañamos. El miedo nos lo quitaron la noche anterior, en una charla explicativa donde comentaron que las pirañas no suelen atacar a una persona en "condiciones normales" (léase, mientras el hábitat en el que se mueven está en equilibrio). Esperamos que las condiciones continúen siendo normales.
La hora del almuerzo llega en un refugio. Luego hacemos una caminata por la selva y el guía nos explica sobre algunas especies: este árbol es una capirona, su madera es muy fuerte y va cambiando su corteza para liberarse de las plantas parásitas. O, esa es una mariposa Morfeo, se ve azul ?y sí, se ve muy azul, un azul eléctrico y brillante? pero en realidad es el reflejo de la luz el que provoca esa coloración. Se larga a llover. El paseo termina con una demostración de cómo se trenza la resistente paja toquilla, con la que se hacen los famosos sombreros panamá (que a pesar del nombre son ciento por ciento ecuatorianos), que ahora toma la forma de una corona y va a parar a la cabeza de las más chica de las hermanas norteamericanas; enseguida conocemos las propiedades del achiote, un fruto con semillas rojas con el que los indígenas se pintan la cara, y con que el guía, valiéndose del cabo de una hoja, dibuja líneas en el cachete de la nena.
Los traslados son largos, demorados por las peripecias que hay que hacer para esquivar los bancos de arena, salpicados por imágenes y sonidos lejanos. Tucanes, un perezoso. ¿Dónde? Allá, ves el árbol más alto, ese con las ramas peladas, a la izquierda, arriba? ¿lo ves?No, no lo veo. Allá, mira, en la dirección de mi brazo, insiste el guía mientras señala algún punto en la copa de los árboles. Intuyo que podría ser esa bolita oscura que está más o menos por donde él dice, pero no estoy segura. La selva no es evidente en sus particularidades, salvo para los que en ella habitan o la conocen por entrenados. Pero siempre algo uno ve. Lo que sí se escucha es el canto de una oropéndola, musical, afinado, que emite el ave macho para atraer a la hembra; es inconfundible de tan precioso.
La imagen del Manateé anclado es reconfortante, no sólo por la ducha caliente que espera en el camarote ?este río, como tantos, con lluvia se pone frío?, también porque a cada vuelta nos reciben con bocaditos y jugos de frutas, de mora, de naranjilla? No sé por qué la selva me da tantas ganas de comer.
El día termina con un doble arco iris dibujado de punta a punta en el cielo color plomo, sobre la foresta que resplandece ya no verde sino dorada. Debajo sucede el tráfico habitual del río: balsas cargadas de camiones, botes, canoas diminutas timoneadas por mujeres que van de pie y con un remo, siempre con niños, luchando para que el tronco ahuecado que se bambolea demasiado no se dé vuelta con las olas que se forman cada vez que pasa a toda velocidad La Fiera ?así se llama?, el taxi de las petroleras.
Loros, rituales, silencio
Zarpamos temprano para el Parque Nacional Yasuní, casi un millón de hectáreas que en 1989 fueron declaradas Reserva de la Biosfera por la UNESCO. Dentro de ese territorio viven los tagaeri y taromenane, dos grupos étnicos ?los únicos de los 14 que hay en Ecuador? que nunca permitieron ser contactados.
En el camino vemos (divisamos, intuimos casi) dos monos aulladores rojos. El primer ítem de la lista de imprescindibles para un viaje amazónico debería ser: un par de potentes binoculares. Nos detenemos frente a un saladero de loros. Cientos de loros revolotean picoteando una pared de arcilla, buscan las sales que les ayudan a neutralizar las toxinas de las semillas que comen. Pero el guía nos llama la atención para ver la boa de más de dos metros que está enrollada en una rama de la copa de un árbol, haciendo la digestión. Es gigante, ésta sí se ve.
Somos varios grupos de turistas los que llegamos a la Comunidad Kichwa Añangu. Las mujeres nos reciben con una canción y una danza. Enseguida, un hombre va mostrando una a una las diferentes trampas que usaban para cazar, antes de dedicarse al ecoturismo y comprar la comida con las ganancias de sus servicios. El camino no les fue fácil, desde los años 80 esta comuna que empezó con 20 familias, viene trabajando duro para defender su territorio y organizarse para quedar al frente de un proyecto turístico propio, llamado Napo Wildlife Center, un lodge de doce cabañas con excelente fama entre los europeos.
Domingo Cerda, chaman y doctor de la comunidad, muestra cómo se hace un ritual de limpieza. Sacude un ramillete de hojas de surupanga alrededor de la voluntaria que se prestó para la ceremonia, expiando cualquier mal que pueda haber ella. Eso nos explican, mientras circula una vasija de coco con chicha (bebida hecha a partir de la fermentación del maíz) entre todos los turistas. El chamán coloca su boca sobre la coronilla de la chica, inspira fuerte y luego expira para arriba. Parece que le extirpa cosas con su inhalación y las esparce por el aire. Debe ser difícil para los unos mostrar sus costumbres a los otros.
En otra choza, los bebés duermen en hamacas, lienzos atados a dos palos que la abuela de alguno de ellos desanudará y con un movimiento ágil y único colocará al niño sobre su espalda y volverá a anudar la tela sobre el pecho, sin que el chiquito se haya percatado de nada. Pasamos por la tienda de artesanías y seguimos para el segundo saladero de loros.
Tenemos que permanecer inmóviles y silenciosos en un refugio para avistaje, mientras una multitud de loros y algún que otro guacamayo comen su porción de arcilla. Todo el ruido que no hacemos nosotros lo hacen los loros. Son casi ensordecedores. Observamos, nadie habla, algunos dormitan; un equipo de filmación de alta gama (después sabré que son suizos y están grabando para un comercial sobre chocolate: chocolate suizo hecho con cacao ecuatoriano) también presencia la escena. Cuanto más esperamos, más aves llegan. Hemos logrado un buen silencio. Los motores de la sofisticada cámara de cine que el suizo carga con ayuda de tensores y poleas para distribuir el peso, se activan. Es un sonido sostenido y definitivo que manda a volar la bandada de periquitos de ala escarlata bien lejos.
Atardecer en Limoncocha
Antes de que el día acabe, los animales se hacen más visibles. Hay monos ardilla, muchos, paseándose por las ramas; hay pavas hediondas, hay bromelias gigantes? y cuanto menos luz queda, más mosquitos aparecen, seguidos por los murciélagos que salen a comérselos. Anochece mientras esperamos ver caimanes. Una sinfonía selvática acompaña el fin de tarde y cuando la luz se va por completo, miles, innumerables lucecitas diminutas forman una constelación en el borde del lago. Son larvas de luciérnagas. Parece que estuviéramos flotando en el espacio, no en el agua.
El guía descubre un caimán y lo encandila con un farol. Todos le apuntamos con las linternas, los ojos rojos son como dos rayos láser. Después de un rato se cansa y se va. Buscamos otros; encontramos uno más chico y un mediano que se escapa. Los caimanes son escurridizos, no como las luciérnagas que brillan inmóviles, centelleantes, como grandes ciudades vistas desde un avión.
DATOS ÚTILES
CÓMO LLEGAR
TAME
La aerolínea ecuatoriana suma desde junio la ruta Buenos Aires-Quito.
LAN
T: 0810 9999 526
www.lan.com
SOBRE EL CRUCERO
Manateé Amazon Explorer
Gaspar de Villarroel 1100. Quito.
T: (00593-2) 336-0887
www.manateeamazonexplorer.com
Tour de 4 días (3 noches). Las tarifas incluyen todas las comidas, sin bebidas. Hay que pagar u$s 45 de entrada + impuestos a los parques y reservas. Internet Wi-Fi, u$s 10 por toda la estadía.
QUÉ LLEVAR
Binoculares, linterna, gorro, repelente para mosquitos, protector solar, ropa clara y cómoda, y pantalones largos.
Por Ana Schlimovich.Nota publicada en revista Lugares 190.
Más de Ecuador: Galápagos, las encantadas / En el medio: Quito