Existen muchísimos más motivos para dedicarle varios días a la capital de Austria. Aquí, alguna experiencias que nos resultaron inolvidables. ¡Esperamos sus sugerencias!
Desde el Sacro Imperio Romano hasta el Anschluss (el nombre con el que Austria fue anexada a Alemania como una provincia del Tercer Reich en 1938), ha corrido mucha agua bajo el Danubio… Pasaron siete siglos de Habsburgo, María Theresia –primera y única mujer de la gran casa real– y su tataranieto el longevo Franz Joseph I, marido de Sissi, que gobernó desde 1848 hasta 1916. Murió Mozart en 1791 con apenas 35 años y su sepelio se celebró en la catedral de San Esteban en una ceremonia de tercera categoría. El señor Thonet diseñó en 1859 su famosa silla de madera de haya curvada con vapor, un logro que fue premiado y elogiado por Le Corbusier y Adolf Loos. Franz Sacher inventó en 1832 la torta de chocolate y dulce de damasco, piedra fundamental de un imperio que vende 360.000 unidades por año. Y Sigmund Freud huyó de Viena en 1938 al filo de la Segunda Guerra, hablando de psicoanálisis y sexualidad, mientras era consumido por el cáncer de lengua.
Viena, capital de imperio, se vanagloria de su escala amable y homogénea, dada por el Ringstrasse que la rodea –y que no es otra cosa que la antigua muralla que la protegió en la antigüedad– y ese mundillo de cafés y valses que la hacen más romántica y bohemia.
Ver Klimt & Schiele en el Belvedere
Palacio barroco que alberga la Galería Nacional Austríaca, el Belvedere fue construido como residencia de verano de Eugenio de Saboya, gran líder militar de Austria. Adquirido por la emperatriz María Theresia en 1752, allí se celebró el 17 de abril de 1770 un baile de máscaras para festejar el matrimonio de su hija María Antonieta con el rey francés Luis XVI, al que asistieron 16 mil personas. Seis años más tarde, el Emperador José II decidió transferir la galería real imperial del Stallburg (un ala del Palacio de Hofburg) al Belvedere Superior. Siguiendo los ideales del absolutismo, la colección imperial debía hacerse accesible al público. Así, en 1781, se convirtió en el primer museo público del mundo.
En la actualidad, a pesar de que conserva importantes obras de la Edad Media, Barroco, período Biedermeier, impresionismo e historicismo, el Belvedere es conocido por su colección de Klimt, y en particular por el célebre El Beso que ha requerido (a fuerza de fotos robadas con el celular en la sala) una réplica apta para selfies en la planta baja del museo. La otra muy conocida, y que inspiró la película La mujer de oro es el retrato de Adele Bloch-Bauer, la tía de María Altmann, quien enfrentó al gobierno austríaco que se había apropiado durante la Segunda Guerra Mundial de ese y otros cuadros que Klimt pintó para su familia, y que ganó el juicio en 2006, cinco años antes de morir. La dama de oro puede apreciarse en la Neue Gallerie de Nueva York.
Otro pintor emblemático de Austria es Egon Schiele. Hay obras suyas en el Belvedere, el Albertina Museum, pero la mayor cantidad está reunida en el Leopoldmuseum, en el Museumsquartier de Viena. Se trata de la colección del Dr. Rudolf Leopold que se apasionó por Schiele en su juventud y dedicó buena parte de su vida a adquirir, catalogar y difundir la obra del entonces desconocido Schiele. Discípulo de Klimt, Schiele es, junto Oskar Kokoschka, fiel representante del expresionismo local. Su vida fue muy breve, pero su producción muy vasta, y muy centrada en la figura humana, ya sean autorretratos o figuras de mujeres. Las prefería jóvenes, desnudas y en poses extrañas. Tanto, que fue acusado de corrupción de menores y arrestado durante tres semanas. Al salir de prisión dejó a su compañera Wally Neuzil para casarse con Edith Harms, otra de sus grandes modelos. Murió a los 28 años, contagiado de la gripe española que se había llevado a Edith, embarazada, tres días antes.
1918 fue un año nefasto para los artistas vieneses. En febrero murió Klimt, en abril Otto Wagner, el 18 de octubre Moser y el 31, Schiele.
Conocer la historia de Sissi
Isabel de Baviera, más conocida como Sissi, es otro emblema vienés. La vida de la bella emperatriz no fue todo lo rosa que Hollywood intentó mostrar en las películas protagonizadas por Romy Schneider. Renegaba de los compromisos de la vida de palacio y estaba obsesionada con su figura. Llevaba el cabello larguísimo y precisaba varias criadas para lavarlo y peinarlo. Se llevaba muy mal con su suegra, que le prohibió tener más hijos con su esposo, a lo que ella respondió encantada buscando una amante para él –la actriz Katharina Schratt– y una intensa agenda de viajes para ella. Su muerte fue, sin embargo, un duro golpe para Francisco José I. Y coincidió con el ocaso del imperio. Para conocer su historia, hay dos paradas fundamentales: el Palacio de Hofburg y Schönbrunn.
Hofburg fue, durante varios siglos, el corazón del imperio. A lo largo de la paquetísima Kohlmarkt verá muchos negocios con la inscripción K.u.K que significa "Kaiserlich und Königlich", es decir, imperial y real, y designan a establecimientos que alguna vez tuvieron el favor del emperador. El complejo incluye la Silberkammer, el Museo de Sissi y Kaiserapartments, el Schatzkammer (donde están las coronas y joyas del tesoro). Todos son muy interesantes, pero cada uno tiene una entrada aparte.
Schönbrunn es conocido como el Versalles vienés. Construido por Johann Bernhard Fischer von Erlach durante el gobierno de Maria Theresia, se convirtió en residencia estival. Con sus 1.441 habitaciones, es la atracción turística más visitada de toda Austria. Si va con niños no se pierda el Kindermuseum donde los chicos pueden disfrazarse con vestidos de la época y sacarse una foto que será un excelente recuerdo.
El parque también es espléndido y enorme, con fuentes, importantes jardines de invierno, y un trencito panorámico (Schönbrunner Panorama Bahn) que es la panacea del turista que tiene los pies redondos de tanto caminar y no quiere dejar de conocer.
Pasear en calesa
Se los llama Fiaker, un término que proviene del francés: en la rue St Fiacre paraban en París estos predecesores de los taxis que en la capital del imperio austrohúngaro llegaron a ser más de mil entre 1860 y 1900. Ya no son tantos, pero siguen siendo parte natural del paisaje urbano. Elija uno para salir de catedral, pasar por el Hoher Markt y el emblemático reloj Ankeruhr y llegar al Hofburg, desde donde gobernaba Francisco José I. Es una manera de garantizarse el viaje en el tiempo sin escalas.
Dar una vuelta en la Rueda de la Fortuna del Parque Prater
Fue construida en 1897 para celebrar el Jubileo de Oro del Emperador Francisco José I. Se salvó de ser demolida por falta de dinero en 1916 y fue convirtiéndose poco a poco en símbolo de Viena. Como tal y durante la Segunda Guerra, fue destruida y reconstruida un año más tarde, junto con la Catedral de San Esteban, la Opera y el Burgtheater. En 1949, con el rodaje de la magnífica El Tercer Hombre de Carol Reed, en tiempos de la Viena ocupada y dividida en los cuatro sectores aliados –inglés, francés, americano y soviético–, la Rueda se garantizó el ingreso a la posteridad.
Hay que subir allí arriba, tragar saliva, y no pensar en la tensa escena que protagonizan Harry Lime y Holly Martins a 64 metros de altura. En efecto, ver la película de Joseph Cotten y Orson Wells antes de viajar, le permitirá admirar con otros ojos no sólo el Prater y su encantador museo –acerca de cómo la gente se entretenía a principios de siglo XX–, sino también los canales y cloacas subterráneas por las que ambos se persiguen. Si quiere verla in situ, también es posible. El guión de Graham Green es tan clásico de clásicos, que el Burg Kino la proyecta tres veces por semana. Si el inglés le da para entender, o repasarla, escuchar la cítara de Anton Karas en Viena, tiene otro gusto, más intenso, por cierto.
Improvisar un tour por los cafés vieneses
No hay un café, sino varios y en distintos puntos de la ciudad. La cultura del café en Viena es una institución que se cultiva en templos como Bellaria (1870), Landtmann (1873), Central (1876), Sperl (1880), y a través de sus múltiples variantes: Mokka, Brauner, Melange, con helado, con licor, en vaso de vidrio, frío, caliente. Las posibilidades son tantas y tan ilustres como las de las Konditorei o Hofzuckerbäckereien (pastelerías imperiales) Demel y Gerstner. Aquí se sirven las famosas Mehlspeisen (que, en rigor, no son otra cosa que las masas vienesas) y tienen bajo su órbita dulce a la famosa Sachertorte (ver aparte).
Probar una porción de torta Sacher
Se convirtió en un símbolo de Viena y cumplirá 200 años en 2032. Todo comenzó cuando Franz Sacher, aprendiz de pastelería de 16 años, inventó para el príncipe Metternich la dichosa torta, que complació al soberano y sus invitados. Pasaron los años y su hijo Eduard abrió el Hotel Sacher, donde consagró la receta de su padre. Murió en 1892 y fue su esposa Anna Fuchs la que tomó las riendas y lo convirtió en el hotel de la aristocracia que es hoy. Se elaboran, en promedio, mil tortas por día, de forma manual, en 34 etapas diferentes (hay, por ejemplo, una señora que sólo se dedica a separar las yemas de las claras). Como es bastante seca –casi como una torta galesa– y la cobertura de chocolate muy puro la "aisla" aún más, se conserva perfectamente por 16 días, lo que le ha permitido montar un negocio online de delivery internacional. Viene en una caja de madera y cotiza desde € 25 a € 50, según el tamaño.