Victoria Elizalde, una argentina en Spotify
Graduada en Ciencias de la Computación en la UBA, hoy tiene 34 años, vive en Suecia y trabaja en la meca de la música por streaming
- 13 minutos de lectura'
Cuatro años y medio atrás, Victoria recibió un mensaje de esos que te cambian la vida. Literalmente. Una reclutadora de Spotify le proponía enrolarse en el proceso de selección para entrar a trabajar en la compañía. La sede de la compañía es en Suecia, aclaremos; Estocolmo, para más datos.
Victoria todavía no había cumplido 30 años y trabajaba en Etermax, la empresa argentina que en ese momento era noticia porque uno de sus juegos (Preguntados) se había convertido en el más vendido del AppStore de Apple. Venía de trabajar en Arsat, había escrito su tesis en la facultad de Exactas de la UBA bajo la dirección de Hugo Scolnik –uno de los hombres más relevantes de la informática argentina–, y ahora desarrollaba software (su especialidad) en una compañía en ascenso. Su vida estaba, por así decirlo, en orden. Entonces cayó la bomba Spotify.
¿Por qué se ponían en contacto con ella? En realidad, no hay una sola explicación y parece más bien que una constelación de factores contribuyó a que la más exitosa plataforma de música por streaming del mundo la buscara en la lejana Buenos Aires. “Mi mamá era arquitecta y mi papá ahora está jubilado, es veterano de Malvinas, y antes trabaja como empleado administrativo. Vivíamos en Vicente López, cuando yo era chica, aunque mi escuela y mis amigos estaban en Belgrano. Siempre me gustaron las computadoras, y cuando mi viejo vio eso me regaló unos libros de programación. Yo tenía 12 años”, me dice, cuando le pregunto por sus orígenes. A partir de ahí la conversación se irá por muchas ramas, hasta completar la historia de Victoria, su novio Juan, y Atilio, que todavía hoy no se acostumbra a los inviernos suecos.
–¿Te acordás de cuáles eran los libros que te regaló tu papá?
–Sí, claro. Aprendiendo a programar en 24 horas y el de Visual Basic, de la misma colección. Nada muy académico (risas). Ahora recuerdo cosas que decían ahí que ya no rigen, pero estuvo muy bien para empezar.
–¿Por ejemplo, qué cosas ya no rigen?
–Nunca pensé que iba a ver algoritmos tan buenos para distinguir la imagen de un gato de un perro o para traducir textos del nivel que hay hoy. De hecho, yo quería que la computadora me resolviera la tarea de latín, en ese momento, y el libro un poco me desanimó.
–Te llevabas mal con el latín.
–Sí, lo detestaba (risas). Me habían dicho que si eras bueno en matemática, ibas a ser bueno en latín, pero eso nunca pasó. Lo mío son las lenguas vivas nada más.
–A los 12 años descubriste tu vocación.
–Sí, programar me gustaba mucho, y mi papá me explicó que podía vivir de eso (y bien). Así que cuando llegó la época de elegir qué estudiar, yo ya sabía que quería algo de programación. Tenía conocidos de Exactas y mi papá, que había sido marino mercante y por eso estuvo en Malvinas, me había hablado mucho de la facultad. Y antes, cuando tenía 16, vinieron de la UBA y nos dieron folletos con los planes de estudios de las distintas carreras. Yo leí el de computación y me gustó el plan de Exactas, porque tenía más horas de algoritmos y menos de física y química, que no me parecían tan fundamentales. A los 17 fui a la Semana de Computación, conocí la facultad, a los ayudantes, y asistí a una charla de Hugo [Scolnik] sobre criptografía, que me encantó, y listo, quedó decidido.
–¿Cómo te resultó la carrera?
–Muy interesante, me re divirtió, tuve la suerte de poder hacerla sin trabajar. Trabajé part time los últimos dos años, pero los primeros cuatro me dediqué full time a estudiar.
–¿Scolnik fue profesor tuyo?
–Sí, en Criptografía, que es materia optativa, pero además fue mi director de Tesis de la Licenciatura.
–¿Sobre qué escribiste?
–Detección de plagio. Empezó como hashes perceptuales, que son más de multimedia, tienen que ver con la percepción del usuario. La idea es que el hash de una misma imagen en baja y alta resolución debería ser igual, por ejemplo. Pero terminamos en texto y en plagio, sin ser la especialidad de ninguno de los dos. Aprendimos un montón en el camino.
–¿Cuánto tiempo trabajaste en esa Etermax?
–Un año y medio. Fue cortito, porque surgió lo de Spotify.
“Lo de Spotify” suena, cuando lo dice Victoria, como algo que debe haber circulado a diario en esos días decisivos que la llevaron a mudarse a Estocolmo.
–Contame como surgió lo de Spotify.
–Me contactó una reclutadora externa, en LinkedIn, de la nada.
–De la nada, no. Vos tenes un buen perfil en LinkedIn.
–Yo sabía de Spotify como empresa de software porque en Etermax me habían mostrado unos videos de cómo se programa en Spotify, su organización, sabía que usaban el método Agile, etcétera. Entonces que me escriba la empresa a la que de cierta manera queríamos imitar, o en la que nos inspirábamos, me llamó la atención. No lo sé, en esa época recibí varios mensajes de afuera, no sé si buscaban por Etermax en sí.
–Se pusieron en contacto con vos y que pasó.
–Hablé con la reclutadora y charlamos la parte de Recursos Humanos, me dijo que el trabajo era en Estocolmo, que me tendría que mudar, y que me iban a mandar algunos artículos sobre cómo era la vida en Suecia.
–Así, de una, sin anestesia.
–Sí, de una.
–¿Y qué sentiste?
–En realidad, quería llegar a la parte técnica y ver qué tomaban, cómo me iba. No me imaginaba viviendo en Suecia en ese momento, era todo en abstracto. No fue real hasta que no tuve la oferta.
–¿Cómo fue el proceso de selección?
–Tuve una entrevista técnica, primero remota, y después vine a Estocolmo a hacer la última ronda y a conocer. Cuando volví a Buenos aires, el primer día de vuelta en Etermax, abrí el mail y ahí me apareció la oferta.
–Perdón, ¿cómo viajaste a Estocolmo? ¿Te pagaron el pasaje?
–Como parte del proceso de entrevistas (pre pandemia) la última es on site. Te pagan el pasaje y el hospedaje en el lugar adonde vas; entiendo que esto es estándar a partir de cierto tamaño de empresa.
–Rebobino, porque en la Argentina seguimos con discusiones antediluvianas respecto del empleo. ¿Spotify te pagó el pasaje para que dieras un examen para ver si te tomaban?
–Sí, pero la entrevista no es solo para ver si ellos te quieren contratar, es también para que el empleado sepa si quiere trabajar ahí. Eso es muy importante, me parece.
–Sí, claro que es importante, sobre todo si venís del verano porteño y te vas a un país pegado al polo norte donde se habla un idioma que proviene del protonórdico. ¿Qué sentiste cuando viste la oferta ahí en tu mail?
–A mí me daba un poco de miedo aceptar. Pero mi novio dijo que era una buena oferta, que probáramos, de última nos volvíamos.
–¿Te ibas con tu novio? ¿Lo habías planteado eso?
–Sí, con mi novio y con nuestro gato, Atilio. Fue mi primera pregunta en la entrevista de Recursos Humanos.
–¿En serio, la primera?
–Sí. Cuando se lo conté a Juan, se mató de risa, pero así fue. El gato por suerte no opina.
–¿Es verdad que también le pagaron el pasaje a Juan?
–Sí, eso es estándar también. Atilio tuvo que pagarse el suyo, pero eso fue fácil.
–La cosa es que un buen día tuviste que ponerte a hacer las valijas. ¿Cuál era tu principal preocupación?
–En ese momento, la mudanza con Atilio y el paro de Lufthansa. Pero en general el miedo era que no nos gustara.
–¿Cuánto llevas en Suecia ahora?
–Cuatro años y medio.
–Me contaste además que Juan encontró trabajo rápido. ¿Qué te gustó de Suecia y qué no te gustó o qué es lo que más extrañás?
–Me gusta la relación entre el trabajo y el tiempo libre. Cinco semanas de vacaciones por ley, y podés tomarte varias seguidas en el verano. Licencia de maternidad/paternidad, un año por hijo entre madre y padre. El padre tiene que tomarse al menos 3 de esos meses, pero idealmente querrían que sea mitad y mitad. Nosotros no tenemos hijos, pero eso hace que nadie me pregunte en una entrevista laboral si estoy pensando en tener hijos o si ya tengo.
–Fuerte eso que decís. Pero muy real.
–Si contratás a un hombre también se puede tomar seis meses de licencia (pasa de verdad), entonces a nadie le importa si sos hombre o mujer. Hasta los gerentes se toman esa licencia.
–¿Es un país capitalista ese?
–Sí, re (risas). ¡Me sorprendió! No sabía que eran tan capitalistas.
–¿Qué más te gusta de Suecia?
–¿Qué más me gusta? El verano, obvio. También el acceso al espacio público; Estocolmo está llena de parques, y la gente se junta ahí. Desde antes de la pandemia pasaba esto. ¿Y lo que no me gusta? Ahí no soy original, la oscuridad del invierno es lo peor. Se hace de noche a eso de las 2 y media de la tarde en la época de las Fiestas. Ahora, en verano, a las 2 y media de la mañana ya hay luz.
–Supongo que eso te descoloca un poco.
–Sí, y ni te digo a Atilio. Y lo que más extraño: mis amigos, mi familia y la comida.
–¿Qué pasa con la comida?
–La comida sueca no es muy emocionante salvo el Gravad lax [un plato basado en salmón curado y eneldo], pero se come bien porque hay mucha inmigración y hay lugares de todos lados. ¡Ah, eso me gusta! Conocer gente de países muy variados, eso en la Argentina no pasaba. Gente de la India, Irán, Rusia, Corea, y, obvio, Europa.
–¿Cómo ves ahora a la Argentina, desde esta nueva perspectiva?
–Veo que tiene que trabajar en temas de género y disminuir la brecha de sueldos y condiciones, como mencionábamos antes. Y después el tema de la planificación. Acá proyectan a largo plazo en el nivel país, y allá, no tanto. Pero en la Argentina tienen posibilidad de reacción ante un problema. Acá no son tan adaptables, creo.
–¿Cómo es trabajar en Spotify?
–Para mí es muy interesante porque justamente implica trabajar en un producto muy conocido, y mucha gente cercana (amigos, familia) lo utilizan. Me sorprendió poder trabajar con gente de todo el mundo, no porque no esperara que fuera así, pero no se me había ocurrido.
–¿Te sentís cómoda?
–Sí, re. Nunca había trabajado en una empresa grande y eso requirió un poco de adaptación, pero creo que hubiera sido lo mismo en alguna otra compañía de esa clase.
–¿Por qué creés que te buscaron?
–No lo sé, a ciencia cierta, pero entiendo que quieren justamente tener empleados con diversidad. Y en cierta forma ser argentina y mujer me aumentó las chances, digamos. No hay tantas mujeres en sistemas en la Argentina.
–Vos te quejabas del latín, ¿cómo te fue con el sueco?
–Bien. Tuve algunos cursos en la oficina y después seguí por mi cuenta. Tomo clases regularmente con una profe por Skype (vive en Suecia, pero en otra ciudad), y además miro TV, leo libros...
–¿Hablan en sueco o usan el inglés como lengua de intercambio?
–Ciento por ciento inglés; en Sistemas, acá, es normal. Salvo que sean todos suecos o que hablen dos suecos entre sí. Pero si yo hablo con un español también usamos español.
–¿El plan es quedarte? ¿O tenés el proyecto de volver a la Argentina?
–Sí, pensamos quedarnos, por ahora. Siempre podemos cambiar de opinión. Nunca pensamos estar acá, pero en principio la idea es quedarse.
–¿De qué se quejan los suecos?
–De todo (risas). Se quejan de la inseguridad, se quejan de la espera en el sistema de salud (agravado por la pandemia, pero desde antes), se quejan de la inmigración (algunos, no todos), se quejan del clima en invierno (obvio). Por eso decía lo de que ser argentina te da otra perspectiva. Conozco las condiciones de los usuarios en otros lugares del mundo; por ejemplo, que el celular que usás no es un último modelo o que el plan de datos es más escaso.
–¿Qué descubriste de Suecia no está en el imaginario argentino?
–Los impuestos en el primer recibo de sueldo (risas). Aparte de eso, que la gente es muy relajada. Te tratan de ayudar, te explican todo. Y cuánto inglés se habla. Acá podés hacer todo en inglés si querés. No me parece lo mejor, pero hay gente que se queda años y no aprende sueco.
–Estás feliz con la decisión que tomaste, entonces.
–¡Sí! Los dos lo estamos. No vivíamos mal en la Argentina, ojo. No huimos ni nada de eso que a veces se dice. Vinimos porque surgió, y estamos cómodos para quedarnos.
–Qué consejos le darías a los que reciben ofertas de este tipo o los que planean irse. Ahora sos una veterana en esta experiencia.
–Creo que mudarse es una decisión muy personal, y que no todo es mejor afuera. Conozco gente que decidió volver. También puede ser que un país no sea para alguien (por ejemplo Suecia y el tema de los inviernos duros). Para mí, si sos joven y no tenés hijos, está bueno probar y después ves si es para vos no. En Europa noto que es más común cambiarse de país, hacer experiencia afuera y muchas veces volver. También puede ser una etapa intermedia y terminar en algún país que te cierre más.
–¿Cuál fue el momento de mayor zozobra? De esos en los que pensás en dejar todo y volverte.
–Al mes de mudarnos le detectaron un cáncer terminal a mi mamá. Ahí dudamos en volver. Finalmente después de hablarlo con ella decidimos quedarnos, y fui varias veces de visita.
–Me dijeron que Spotify te bancó para venir a estar con tu mamá.
–Sí, nunca me hicieron problema. Eso es parte de todo lo que te mencionaba antes: tener consciencia de que el empleado es una persona, que tiene familia, problemas, una vida.
La sensación que queda tras conversar con Victoria es que hay cada vez más jóvenes cosmpolitas, que no olvidan sus raíces, pero que ven los países como lugares donde vivir, trabajar y disfrutar de la vida, pero no como destinos inamovibles. Si le sumamos la crisis climática, la obsolescencia de las ideologías nacidas de la Revolución Francesa y la Revolución Industrial y los nuevos y cada vez más abrumadores hallazgos de la cosmología, tal vez estamos asistiendo al nacimiento de las primeras generaciones con consciencia planetaria que sienten que su hogar es este, la Tierra.