Viaje a la dimensión del coronavirus
Cuando el coronavirus llegó a los titulares y nos enteramos de que podíamos estar con otra pandemia en puerta –cosa que finalmente dictaminaron, el último miércoles–, se me ocurrió pensar en que siempre fue bastante difícil imaginar lo infinitesimales que son los virus, y que ahora las nuevas tecnologías pueden darnos una idea. Escalofriante, pero aleccionadora.
El coronavirus tiene un tamaño de entre 50 y 200 nanómetros. Otro virus que está azotando la región, el del dengue, está entre 40 y 60 nanómetros. La mayoría de los virus que conocemos (y no conocemos a la mayoría) están en esa franja de tamaño, con unas pocas excepciones. No solo son invisibles, sino que ni siquiera pueden verse con un microscopio convencional. Hace falta un microscopio electrónico.
Sin embargo, y por primera vez, estos valores incomprensibles tienen un ancla en la realidad. Los transistores (es decir, los componentes activos de los cerebros electrónicos y memorias) hoy andan entre 14 y 22 nanómetros; el concepto es un poco más complicado, obviamente, pero de todos modos estamos fabricando maquinarias cuyas características ocupan entre 2 y 14 veces menos espacio que los virus mencionados arriba. Esto sigue sin decirnos mucho. Pero falta un dato. Un cerebro electrónico moderno, que mide algo más de 1 centímetro cuadrado, puede contener entre 1400 y 2100 millones de transistores. Si tuvieran el tamaño del punto final en estos textos, puestos uno al lado del otro, ocuparían una línea de 1000 kilómetros, más o menos.
Esto no significa que los virus aparezcan con la misma densidad en, por ejemplo, una superficie infectada. Significa que estamos lidiando con agentes infecciosos que existen en una dimensión que está más allá de nuestra comprensión y de nuestros sentidos. Por eso, andar con un barbijo es inútil. Los virus pueden tomar contacto con las mucosas de los ojos, por ejemplo. No se ven, no se sienten, no se huelen, no se oyen. Nada. Desde la definición elemental de la realidad con la que operamos la mayor parte del tiempo, no existen. Pero pueden enfermarnos, en algunos casos con tanta gravedad que sucumbimos a ellos.
Por eso también es tan importante lavarse las manos. Podría haber millones en la punta de tus dedos. Así que por ahora no tenemos muchas otras opciones que la de arrasar a ciegas con esas partículas. Por eso, enjuagarse así nomás las manos no sirve. Estamos tratando de eliminar partículas patógenas tanto como podamos, pero sin percibirlas de ningún modo. La frecuencia y el hacerlo bien están directamente emparentados con el hecho de que son indetectables para nuestros sentidos. Si tuvieran el tamaño de un caniche toy, sería diferente. Pero acá estamos enfrentando un enemigo 110% invisible. No tocarse la cara y lavarse las manos con frecuencia, entre otras medidas, tienen que ver directamente con este hecho; son medidas que funcionan más allá de toda posible verificación (en el nivel doméstico). Es lo mismo que desinfectar la mesada antes de cocinar. Básicamente, querés deshacerte de bacterias, que son unas 100 veces más grandes que la mayoría de los virus, y aun así siguen siendo invisibles. No podés matarlas una por una. Dicho simple, debemos higienizar estadísticamente.
Un querido amigo se reía el otro día de mi obsesión por las mani pulite que describí en el Catalejo del martes; me aconsejó hablarlo con mi analista. Su comentario me alegró la mañana, pero el hecho es que desde que puse en práctica estas medidas aparentemente exageradas, mi tasa de resfríos estacionales se redujo casi a cero.
Infodemia y libertad de expresión
Otro campo en el que el coronavirus (este coronavirus, en realidad, porque hay muchos, y algunos de ellos causan ciertas variantes del resfrío común) se cruzó con la tecnología fue en las redes sociales. Con una parte de razón, aunque a mi juicio se le mezclaron las cartas, la Organización Mundial de la Salud (OMS) dijo, en la conferencia de Munich, el 15 de febrero, que no estábamos lidiando solamente con una epidemia, sino también con una infodemia. Añadió que las noticias falsas se esparcen más rápidamente que el coronavirus y que son más peligrosas que este patógeno.
Es una afirmación fuerte que hemos visto en otras ocasiones cruciales, como las elecciones en las democracias occidentales. Es también una afirmación que tiene cierto asidero. Pero el origen de la (por entonces) epidemia (y ahora pandemia) está en un animal salvaje, posiblemente un murciélago, mientras que la supuesta infodemia se basa en el hecho de que las personas podemos comunicar nuestras ideas y opiniones libremente; gracias a Internet, además, podemos hacerlo de forma global sin que nos manden a la cárcel por eso. Se llama libertad de expresión.
Por fortuna, el discurso de Munich no sugirió restringir este derecho humano, sino trabajar con las grandes plataformas online y con los medios. Pero aun así deja un regusto amargo el que un organismo como la OMS hable de infodemia. Aunque el daño que causan las fake news es evidente, no son el resultado de la libertad de expresión, sino de un número de individuos desquiciados y de organizaciones malintencionadas que están explotando este derecho con fines criminales. Para peor, muchas personas se hacen eco de algunas de estas medidas delirantes, por pura ignorancia, convencidos de que están haciendo el bien. Pero esa es otra cuestión, que podemos debatir hasta mañana. Ahora, cuando hablamos de un virus, lo único que cuenta es el conocimiento científico, que no es opinable (aunque sí científicamente refutable, llegado el caso). Tampoco lo es el hecho de que si la formación temprana en biología fuera más sólida, estas recetas ridículas morirían antes de volverse (vaya) virales. Ridículas y potencialmente muy peligrosas.
Así que espero que la palabrita infodemia no sea usada por los grupos que se sienten incómodos con la libertad de expresión. Sería peor el remedio que la enfermedad. En China, la primera medida contra los científicos que intentaron alertar sobre este coronavirus fue la censura previa. Los resultados están a la vista. Eso sí, de infodemia no tuvieron ni un tweet.