Vendió tinta de impresora con sobreprecio, facturó US$ 126 millones y ahora irá a la cárcel 4 años
En la década de 1970, Gilbert Michaels montó una compañía que vendía cartuchos y toner a un precio hasta 10 veces mayor al convencional
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Que la tinta para impresora es un insumo caro lo sabe cualquiera que haya impreso más de unas páginas, sea en el trabajo o para pasar a papel un trabajo para el colegio o la facultad, o alguna clase de certificado para presentar en una oficina pública. Las comparaciones abundan, pero alcanza con una común: al precio por litro, la tinta industrial para una impresora de inyección de tinta es más cara que un champagne carísimo. Pero aún así es difícil saber cuál es el precio razonable para una impresora, más allá de que sabemos que las láser tienen un costo inicial mayor pero un precio por página muy bajo, y que los sistemas de inyección de tinta continua son los más económicos.
Como sea, el precio de la tinta para impresora no es un número que alguien fresco, más allá de asumir, de antemano, que será un insumo caro. De esto se aprovechó Gilbert Michaels, un vendedor de tinta que hoy tiene 79 años, y que fue condenado por la Justicia de California, en Estados Unidos, a cuatro años de cárcel, según reporta MarketWatch. ¿El motivo? Michaels vendía cartuchos de tinta y tóner para impresoras, algo que no es ilegal ni un crimen. Pero Michaels, creativo, le vendía a negocios chicos, escuelas y ONGs, que no tenían alguien encargado del tema, y que le pagaban lo que él les pedía, sin averiguar si el precio era correcto.
La Justicia determinó que Michaels cobraba hasta 10 veces más que lo que salía la tinta en cualquier negocio, que lo hizo durante décadas, que son más de 50.000 las personas afectadas y que entre una y otra cosa facturó 126 millones de dólares en su mejor momento, durante seis años; por lo que fue llevado a juicio, junto a otras seis personas, por estafa.
La estafa comenzó durante la década de 1970; Michaels y sus asociados se hacían pasar por proveedores habituales de tinta para impresoras, les avisaban que el precio de la tinta había subido muchísimo, y luego les ofrecían tinta alternativa a un precio menor, pero igualmente exagerado. Cuando los clientes hacían los pedidos, ya no le enviaban el dinero a sus proveedores anteriores, sino al intermediario montado por Michaels, que incluso les cobraba multas por cancelar un pedido.
La compañía también enviaba facturas y cartas documento a empresas al azar; el caso llegó a la Justicia cuando le enviaron una factura por tinta de impresora a una empresa californiana que en ese momento usaba sólo máquinas de escribir.
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