Una notebook en las arenas movedizas
Advertencia : los siguientes párrafos contienen escenas de intenso realismo geek y pueden resultar muy gráficas. Se recomienda discreción. Y desfragmentación.
La consulta empezó como muchas otras, casi en los mismos términos: "Me dice Guadalupe que su notebook está cada vez más lenta. ¿Se te ocurre algo?"
Se me ocurrían muchas cosas. Pregunté: ¿Hay algún proceso acaparando ciclos del CPU? No, señor. ¿Seguro? Sí, seguro. OK, aparte de estar lenta para reaccionar, ¿tarda en arrancar? No sabe, siempre la cierra y la deja en suspensión. ¿Puede probar? Sí, esperá.
Esperé como una hora. Respuesta: me dice que tardó tipo 20 minutos. Parecía excesivo, pero significaba que había tardado mucho. Y también me dice que le llevó mucho apagarse. Lógico. ¿Qué Windows es? Siete. Ah, es una máquina más o menos nueva. Maso, la tiene desde hace 5 años. ¿Instaló algo últimamente desde una fuente no segura? No. ¿Aparece publicidad no deseada en el navegador? No. ¿Cuánta memoria tiene? Dos GB. ¿Espacio de disco? Ochenta gigabytes. ¿Y cuánto le queda libre? Esperá que se está fijando. Respuesta: 15 mega.
-No, no pueden ser 15 megabytes. Serán 15 gigabytes.
-Esperá que le pregunto de nuevo.
Otro rato de silencio
-Dice que son 15 mega, no giga.
-Ehm..., no puede ser.
-Si son más o menos 15.000.000 de bytes, ¿no son 15 megabytes?
-Ajá -admití, y exclamé-: ¡y dónde en este universo una computadora puede funcionar con el 0,018% del disco duro libre!
Silencio. Lapicito escribiendo. Lapicito borrando. Escribiendo de nuevo. Silencio. Borrando. Silencio. Escribiendo. Respuesta:
-¿Vos pensás que ése es el problema?
-Sí, pero eso es porque soy un caprichoso, ya me conocés -rezongué. Antes de dar oportunidad al retruécano, añadí-: mirá, esa máquina no sólo anda lento, sino que ya no puede funcionar. Del todo. No sólo ya no tiene dónde escribir más datos, sino que debe estar todo fragmentado y con errores lógicos. Guadalupe debería eliminar archivos, pero no sé si va a ser tan sencillo. Tampoco va a poder desfragmentar, con tan poco espacio.
-¿Y entonces?
Conté hasta 9 millones trescientos veinte mil setecientos nueve. Me encanta cuando frente a una situación imposible me preguntan "¿Y entonces?" Respondí:
-Decile que le ponga dos ramitas de tilo cruzadas sobre la tapa durante toda la noche y con eso va a ganar 10 o 20 GB de espacio, dependiendo de la edad del tilo.
-Qué gracioso.
-Tengo que ver esa máquina. Organicemos algo para juntarnos, ¿dale?
***
Así que, como otras veces, fuimos a comer a lo de Guadalupe y familia, y aunque las buenas costumbres dictaban un más o menos extenso período de charla light antes de encontrarme con la pobre notebook, un par de neuronas en mi neocórtex levantaban la mano y gritaban con voz finita: "¡Esto va a llevar mucho tiempo, esto va a llevar mucho tiempo!" Dos neuronas que, en general, tienen razón.
De modo que 4 minutos y medio después de saludar a todos me senté con la máquina, tratándola como si estuviera hecha de plutonio-244, y la saqué de la suspensión. Me llevó como 8 minutos, pero al final pude ver el espacio libre en disco. Quince mega.
He visto cosas en mis numerosas misiones de salvamento, cosas realmente raras, pero esto no tenía precedente. Miré de nuevo. Sí, 15 MB. Uno de los dos pendrives en mi bolsillo –donde me había llevado algunas herramientas– tenía 500 veces más espacio libre.
Hagamos una prueba, pensé. Elegí un archivo grande. Le pregunté a Guadalupe si lo podía borrar. Me dijo que sí, que tenía backup. Intenté eliminarlo. A la notebook le dio un ataque de risa y se negó a moverlo a la Papelera de reciclaje . No tenía por qué ocurrir algo así. Aun con exiguos 5 MB libres, Windows es capaz de mover archivos, incluso grandes, a la Papelera (de hecho, lo probé, de nuevo y por si acaso mi memoria me traicionaba, antes de escribir esta columna, en un Pentium 4 con un disco de 80 GB). Pero Windows se comporta civilizadamente con una condición: que los datos no estén muy fragmentados en el rígido. En el caso de la notebook de Guadalupe, al escasísimo espacio libre se sumaban al menos 3 o 4 años de fragmentación de archivos y, casi sin duda, errores lógicos.
Probé con Mayúsculas-Suprimir (o Mayúsculas al arrojar un archivo al tachito de basura), para saltearme la Papelera, y ahí se quedó Windows meditando qué hacer con esa orden. Dos minutos. Cinco. Nunca se dio por enterado. O sí, pero me dio turno para Navidad.
El aperitivo se hacía más apetitoso porque cada acción llevaba mucho tiempo, cada cuadro de diálogo, cada comando me dejaba esperando hasta la exasperación. Era como haber vuelto a 1983 y estar operando una PC-XT con disco de 10 MB (megas, sí, megas) y el DOS 2.0.
Necesitaba recuperar disco. Ya. Pensé en usar la herramienta Liberar espacio, pero razoné que si en condiciones normales le lleva su tiempo recabar la lista de archivos por borrar, con este equipo tardaría lo que quedaba del verano y al menos todo el otoño. Y, por otro lado, quizá Windows no pudiera borrar nada. Era una situación de arena movediza. Tenía que salir, pero sin moverme.
Había un solo lugar donde obtener espacio de disco sin borrar archivos: el fichero de intercambio. Que era como dispararse en un pie, pero no había muchas otras salidas, a menos que sacara el disco de la máquina y lo pusiera en otra, cosa que excedía las condiciones del momento (y algo que, estaba seguro, podía causarle un soponcio a Guadalupe).
Me pregunté qué pasaría si arrancaba la notebook desde un Linux portátil. Bueno, era el otro pendrive en mi bolsillo; el plan B. Pero el equipo tenía cifrada toda la unidad de disco, así que albergaba serias dudas sobre el éxito de esta maniobra.
Me armé de paciencia y llegué hasta el panel de control de la memoria virtual ( Equipo> Propiedades> Configuración avanzada del sistema> Rendimiento> Opciones avanzadas> Memoria virtual ). Como suponía, estaba configurada para ajustarse dinámicamente a las necesidades de Windows. Miré cuánto estaba ocupando el archivo de memoria virtual (llamado pagefile.sys ). Más de 2 GB. Excelente. Podía funcionar. Lo reduje a 1 GB estático. No sabía si Windows iba a poder arreglárselas para crear un archivo de 1 GB durante el arranque con un disco en esas condiciones, pero tampoco quedaban demasiadas alternativas. Hecho el cambio, había que reiniciar. Crucé los dedos y le di OK.
Le llevó una vida volver a arrancar, pero lo había logrado. La máquina tenía ahora 1 GB completo de disco libre.
Probé borrar ese archivo grande que había tratado de eliminar antes, y esta vez se fue, adiós. Le pregunté a Guadalupe qué más podíamos descartar, de qué tenía backup. Adivinen la respuesta. Exacto. "No sé", me dijo.
Mientras ella iba a buscar su disco externo para ver de qué tenía copia de respaldo, lancé el Space Sniffer ( www.uderzo.it/main_products/space_sniffer/), que es portátil y muy útil para visualizar los archivos que roban disco. Entonces vi algo que no podía ser. Otra cosa que no podía ser, digamos.
-Eso es un PST -le señalé en la pantalla, cuando regresó con su disco externo.
-Puede ser...
-Eso es un PST de 13 GB, Guada.
Mi tono le hizo saber que eso no estaba nada bien.
-Sí, sí, los chicos de sistemas ya me habían avisado que es mucho.
-No, perdón, no es mucho, ¡es una anomalía cósmica!
***
Los PST son los archivos de datos de Outlook , ahí donde, grosso modo, se guardan tus mails, incluidos los adjuntos. Así que pueden crecer desmesuradamente. El problema es que, dependiendo de las versiones, 2 GB pueden ser demasiado. En Outlook 2010 el límite del PST es de 50 GB, ¡e incluso se lo puede aumentar editando el Registro de Windows! Bueno, no lo hagan. Un PST gigante es un golpe bajo al rendimiento del equipo. Y si no les preocupa eso porque tienen un avión a chorro, entonces piensen lo que va a pasar el día que tengan que bajarse el backup de un PST de 13 GB desde el Wi-Fi del hotel porque les falló la computadora justo cuando estaban a tres horas de abordar el avión y lo único que alcanzaron a hacer fue echar mano de la notebook muleto. No es lindo.
En fin, ¿aparece un cartel rojo al arrancar por primera vez un Outlook donde se advierte al usuario sobre este asunto? Nope. Les cargan esta mochila de basalto a los sufridos muchachos de sistemas, que viven dándose de narices con unos PST que desafían las leyes de la física newtoniana. Pero eso no era todo.
Le di doble clic al Outlook . Había que empezar por limpiar un poco ese PST.
-Ah -me dijo Guadalupe-, ahora vas a ver el otro problemita que tengo. Ahí está, ¿ves? No sé cómo hacer para que no me salga más ese cartelito.
-Comprendo -refunfuñé, después de leer el mensaje.
El cuadro decía que Outlook no encontraba la ruta a un cierto PST, uno que seguramente Guadalupe había montado desde una unidad externa y que, por eso, ya no estaba disponible. También ofrecía eliminar dicha ruta de las carpetas personales. Le dije a Outlook que hiciera eso, mientras me preguntaba por qué las empresas de software no emplean un lenguaje apto para seres humanos. El cuadro no parecía una simple información sin importancia. Parecía una admonición.
-Listo -le dije-, no va a aparecer más.
-¿En serio? -me preguntó, como si le hubieran condonado una multimillonaria deuda de juego contraída con la mafia.
-En serio -le sonreí, y nos pusimos a ver qué eliminábamos del Outlook . Encontré algunas cosas de lo más interesantes, como todo un árbol de carpetas duplicado. Se ve que había arrastrado sin querer una carpeta dentro de otra. Voló, lo mismo que una cantidad de fotos y videos de varios años atrás. Después de unos 40 minutos de arqueología digital habíamos borrado una cantidad sustanciosa de datos, pero sin ganar aún espacio de disco. Todavía quedaba compactar.
La historia es así: si borrás algo de las carpetas personales de Outlook, sobre todo si borrás muchos archivos muy grandes, no vas a ganar espacio de disco hasta que compactes las carpetas personales. Algo me decía que tal operación nunca había sido ejecutada en ese equipo. (A propósito, hasta donde recuerdo, Outlook 2007 y 2010 pueden compactar en segundo plano, pero para eso tienen que estar andando y no tiene que haber en ejecución tareas que requieran mucho cómputo.)
El problema, en el caso de la notebook de Guadalupe, es que compactar lleva bastante tiempo, incluso después de borrar unos 20 o 30 megabytes de datos con un disco correctamente administrado (es decir, ocupado a no más del 75% y desfragmentado). En este caso habíamos erradicado varios gigabytes del PST en un disco ocupado al 98% y, no me cabía duda, fragmentado más allá de toda esperanza. Así que no era cosa de lanzarse alegremente a compactar.
Y no, tampoco podía desfragmentar. Eso estaba fuera de discusión. Windows necesita al menos 15% de espacio libre en el disco para esta operación, lo que es por otro lado lógico. No podés mover bloques si no hay dónde ponerlos de forma temporaria.
Así que lo único que funciona en estos casos es seguir ganando espacio de disco. Antes de comer quería dejarla compactando. Sabía que iba a llevarle una hora. Dos, máximo.
Para facilitar el compactado, seguimos borrando archivos de las carpetas del disco hasta ganar otros 4 GB. Ahora, con 5 GB libre (6% del disco) había un poco más de margen para maniobrar. Apagué todos los procesos que no eran necesarios, parar reducir el uso de memoria RAM, y le dije:
-Bueno, ahora voy a compactar las carpetas personales.
Guadalupe me miró con la expresión de alguien a quien le explican cómo la interrelación entre el viento solar y la magnetosfera terrestre produce las auroras boreales. No sin razón, debo decir. Nos venden una fantasía en la que podemos usar las computadoras sin límite, conectarnos todo el tiempo desde cualquier lugar, guardar toda nuestra vida digital alegre y despreocupadamente, y un buen día chocamos de frente contra la realidad a 3000 millones de ciclos por segundo. Los discos se colman o fallan de golpe. El 3G no siempre anda. Los Wi-Fi sin contraseña son inseguros. Y las máquinas necesitan más mantenimiento que un B-17 que viene de bombardear Bremen. Le expliqué:
-Es un proceso que termina de eliminar los mails que borramos hace un rato. Hay que hacerlo. Va a llevar bastante tiempo, pero no pasa nada. Puede quedar toda la noche, conviene dejar que termine.
-Está bien -me respondió, con la convicción del que se sube por primera vez a una montaña rusa.
***
Hice clic en Compactar ahora , puse la máquina a un costado, enchufada a la red eléctrica, y el resto fue una hermosa velada en la que charlamos y nos reímos durante horas. Cinco horas, para ser precisos.
Se desató cerca de las 2 de la mañana una furiosa tormenta eléctrica y temí por la corriente inducida, pero por fortuna no ocurrió nada. En todo caso, era el ingrediente que le faltaba a esa noche. Una tormenta que podría haber quemado la notebook como si fuera el filamento de una lamparita incandescente.
Hacia las 3 de la mañana, cuando escampó y emprendimos el regreso, Outlook seguía compactando (OMG!). Debe haber sido bastante duro para la electrónica, pero resultó. Guadalupe me mandó un extenso informe estos días contándome que había recuperado 10 GB de disco y que su máquina era usable de nuevo.
Todavía le queda borrar más archivos y mails, volver a compactar, desfragmentar en cuanto tenga 15% (o, mejor, 20 o 30 por ciento) de espacio libre y chequear el disco en busca de errores lógicos, y corregirlos. Pero esa noche sacamos su notebook de las arenas movedizas digitales. Y además la pasamos bien.