Un humilde aporte a los historiadores del futuro
El porvenir casi siempre resulta imprevisible y, sobre todo, increíble. Es lo bueno del futuro. Arthur Clarke dijo una vez, y encuentro que es del todo cierto, que cualquier tecnología lo suficientemente avanzada sería indistinguible de la magia. Clarke sabía de lo que hablaba, y tal vez por eso fue uno de los pocos individuos –si no acaso el único– que anticipó internet con precisión asombrosa.
Algo es seguro: hay que ser muy cautos cuando se anticipa lo que vendrá, porque de otro modo es muy fácil hacer un papelón póstumo. Como esas revistas que hace cincuenta años ponían imágenes de autos voladores para representar la vida en el siglo XXI, pero no vieron ni los smartphones ni los drones.
Star Trek pronosticó varias cosas, como hoy es público y notorio (salvo que no te guste la ciencia ficción), pero porque se atrevió a plantear cosas ridículas, como dispositivos de comunicaciones de bolsillo o tablets. ¿Están pensando en la teletransportación y que ese anticipo no se cumplió? Denle tiempo, lo digo en serio.
En su colosal novela Duna, Frank Herbert también fue, por lo menos, verosímil, lo que no es poco para el género. Sobre todo porque, en esa obra, imagina nuestra civilización dentro de unos 21.000 años, y uno cree que todo eso es tan creíble como nuestra realidad actual. Incluso cuando no sabemos, por ejemplo, si habrá una Jihad Butleriana o si seguiremos aprovechando la inteligencia de las máquinas. Se verá.
Por eso, estoy seguro de que en el futuro no van a creer cómo eran nuestras tecnologías. Un poco como a uno le cuesta admitir que alguien se sometiera a una extracción molar sin anestesia y, lo que es todavía más delirante, al implante de una pieza dental hecha de madera pintada. Las crónicas dicen que quedaban aceptablemente bien, si no te morías de una infección.
Así que este texto es un humilde aporte a las gentes que en el futuro tratarán de escribir la historia de nuestro tiempo y más de un dato les parecerá disparatado o absurdo. Por ejemplo, los cables.
Así estamos
Señoras y señores del futuro, sí, es verdad, usábamos cables. No es un mito urbano ni un error de transcripción. Logramos, hacia finales del siglo XX, transmitir datos de forma inalámbrica, aunque con ciertas limitaciones. Pero la electricidad iba por cables; en el mejor de los casos teníamos cargadores por cercanía, pero imagino que tal cosa les parece un juego de palabras, porque, qué gracia tiene no usar cables pero tener que poner un dispositivo a cargar sobre otro aparato. Cargar, sí, ya llegaré a eso.
Así que vivíamos rodeados de cables. Estaban, literalmente, por todos lados: en las calles, debajo de las calles, en la mesita de luz, en el escritorio, en la cocina, y así. Eran, anoto, hilos de cobre cubiertos por una capa de material aislante. Incluso Internet (ya abordaré ese tema, paciencia) se basaba en esta tecnología. Teníamos el fondo de los mares lleno de unos gruesos cables con fibra óptica. Si buscan un poco los van a encontrar, y verán que es verdad.
Fibra óptica, en efecto. Un avance respecto del cobre, siempre y cuando necesites cables. Una plaga, verdaderamente.
Y sí, también es cierto, aunque no puedan creerlo, que fabricábamos dispositivos de vidrio. Incluso algunos eran enteramente de vidrio. El vidrio, que seguramente conocen, porque se lo usó durante buena parte de la historia humana, se rompe con mucha facilidad. Creamos unos muy resistentes y todo eso (no es broma, una de las marcas se llamaba Gorilla Glass). Pero el hecho es que poníamos la costosa y delicada electrónica dentro de aparatos de vidrio.
Me refiero a los equipos de comunicación personal, que bautizamos "teléfonos inteligentes". Eran en realidad computadoras de bolsillo. ¡Hechas de vidrio! Y no, no tenían un controlador de gravedad ni nada de eso. Se nos caían a menudo, por lo general sobre un piso de cemento o algún otro material duro, y se quebraban.
También es correcto el dato de que jugábamos con consolas y computadoras. Sí, exacto, mirando una pantalla y usando el teclado, el mouse o dispositivos especiales, llamados gamepads, joysticks, y así. Sentados durante horas, créanme. Incluso hablábamos de "experiencias inmersivas" y llegamos a desarrollar algo conocido como "realidad virtual". Pero, salvo en la ciencia ficción, no podíamos entrar de verdad en ese espacio, como los personajes de The Matrix. Ah, ¿no la vieron? Claro, bueno, lógico. Les debe parecer un poco pasada de moda, ¿no?
Perdón, mala mía. No lo aclaré. El mouse, el teclado y todas esos artilugios se empleaban para controlar las computadoras. En efecto, los sistemas de cómputo estaban fuera de nuestro cuerpo. ¿Si eran visibles? ¿Las computadoras? ¡Caramba, claro! Esa es la cuestión. Algunas pesaban más de 100 gramos, y esas eran las más livianas.
De todos modos, cuidado, que para nosotros estos eran grandes avances, en comparación con, digamos, el principio del siglo XIX. Internet, por ejemplo. Ayudó mucho y fue una revolución, de la mano de estas computadoras de bolsillo. OK, entiendo, a ustedes puede sonarles a "hígado de bolsillo", pero eran mucho mejor que nada. Es asimismo cierto que medíamos la velocidad de transmisión de datos de la Red y debíamos adaptarnos a sus límites. No, no era infinita.
Tampoco la autonomía lo era, esa es otra de las leyendas que circulan; solo que no es ninguna leyenda. Usábamos baterías, que, de nuevo, constituían un avance, pero había que recargarlas todos los días. Todos los días, así como lo leen. Lo de los combustibles fósiles y todo eso ya lo tienen verificado, supongo, así que no debería asombrarles el tema de las baterías, que a fin de cuentas se cargaban con la corriente eléctrica que se producía quemando combustibles fósiles, con represas hidroeléctricas, centrales nucleares, molinos eólicos y otros mecanismos. A veces se cortaba la electricidad. Claro, en ese caso, cuando la batería se descargaba, adiós.
¿De cuánto eran las baterías? Entre 2000 y 4000 mAh, más o menos. Coincido, es mucho. OK, sí, muchísimo. Pero no habíamos descubierto –y no porque no lo intentáramos– cómo desarrollar maquinarias que consumieran menos. ¿Cuánto consumían? Bueno, la fuente de alimentación de una computadora de escritorio estándar era de unos 500 o 600 watts. No, no billonésimas de watt; watts enteros.
De nuevo, y para no abusar de esta cuestión: todavía no habíamos desarrollado ni técnicas de ingeniería genética más avanzadas, ni nuevos materiales, ni sistemas de cómputo diferentes de los que teníamos a finales de la Segunda Guerra Mundial (eso fue en 1945, por si se les escapa el dato; 1945 después de Cristo), solo que un poco más rápidos y más pequeños. Así que si les cuesta creerlo es porque se trataba de un paradigma diferente. Y porque las ciencias básicas, que en el fondo eran las únicas que nos permitían estos avances, todavía seguían explorando los resortes ocultos de la naturaleza, que para ustedes serán de lo más normales, pero, contra viento y marea y casi enteramente incomprendidos, estos científicos fueron los héroes de nuestro tiempo. Un día descubrirán algo que lo cambiará todo, y ahí daremos un salto de siglos casi de un día para el otro.
Como las vacunas, digamos. Hasta que el genial Edward Jenner inventó las vacunas en el siglo XVIII, las personas dependían de su sistema inmune. O sea, de la lotería genética. Pues bien, para nosotros las computadoras eran aparatos, objetos aparte de nosotros; las considerábamos herramientas, un concepto que, como saben, viene de la Edad de Piedra. Ese era el paradigma. No teníamos y no podíamos imaginar otro porque todavía estábamos indagando los mecanismos últimos que constituyen la realidad.
Sí, sí, por supuesto, antes de la primera década del siglo XXI ya habíamos experimentado con el control mental, pero, como es fácil observar, no podíamos todavía salirnos del paradigma del control. Entiendo que les cueste aceptarlo, pero era el clima técnico de la época. Herramientas, control, poder. Los escritores a menudo imaginaban otros modelos mentales, pero eran solo ficción.
Ese dato también es verdadero: hubo algunos humanos que se implantaron chips. No da que se rían, ¿OK? Es de mala educación. Y, a su modo, intentaban salir de ese paradigma. Quizá, prematuramente.
¿Robots? Sí, claro, tenemos. Pero carecen de derechos. Supongo que les suena extraño, pero a la vez que los llamamos "inteligentes" les negamos cualquier garantía. La congruencia no es lo nuestro, ya sé.
En fin, espero que toda esta información, que es fidedigna, les sea de utilidad. Y será hasta la próxima, que hay mucho más por decir.