Transhumanismo: la búsqueda incesante por estar vivos para siempre
"Es evidente que el paso del tiempo es irreversible", cantaba Jorge Serrano en un popular tema de Los Auténticos Decadentes, para luego prometer que vivirá por siempre en los corazones de quienes lo quisieron. Pero... ¿y si se pudiera volver atrás? ¿Qué pasaría si los muertos se levantaran de sus tumbas, las computadoras se convirtieran en el nuevo hogar para nuestros cerebros y la comunión entre cuerpos y máquinas fuera completa?
La idea de vivir para siempre, de pasar al siguiente estadío en la evolución humana, es inquietante pero nada nueva. Su encarnación actual se conoce como transhumanismo, un movimiento internacional que tiene por objetivo mejorar a toda la Humanidad a través del desarrollo y la fabricación de nuevas tecnologías, tanto desde lo psíquico como desde lo social. Esto es lo que plantea el filósofo sueco Nick Bostrom, uno de los fundadores de esta movida intelectual con ya muchos efectos prácticos, en un paper publicado en 2005.
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En el pasado, estas necesidades de transcender los límites físicos de la vida como la conocemos aparecían en forma de búsquedas apócrifas o literarias como la Épica de Gilgamesh o el Santo Grial (recuerden elegir la copa de madera). O, más acá en el tiempo, la leyenda urbana de Walt Disney y su criogenización hasta que pudiera ser revivido.
"El ensamblaje con objetos diseñados que nos permiten trascender nuestra biología dada nuestra inmersión en prácticas culturales como, por ejemplo, valernos de lápiz y papel para hacer un cálculo complicado no es algo novedoso. En este sentido, podría decirse de modo un tanto provocador que somos naturalmente transhumanos", argumenta Karina Pedace, doctora en Filosofía y que este año publicó un paper sobre transhumanismo junto a Tomás Balmaceda, Diego Lawler, Diana Pérez y Maximiliano Zeller. "Ahora bien, el sueño de eludir el envejecimiento, y aún la muerte, mediante biomejoramiento -por ejemplo, a través de tratamientos regenerativos con nanotecnología) está siendo fogoneado desde hace algunos años por cierta élite intelectual que confía en que los incrementos cuantitativos van a posibilitar un salto cualitativo novedoso hacia lo que llaman la singularidad que, como privilegio de clase, parece quedar reservada para pocos."
El próximo salto evolutivo
Ahora la carrera es tecnológica y ya no hay una sola manera de ganarle a la muerte: a los esfuerzos de, por decirlo de manera directa, congelar a aquellas personas que mueren para revivirlas más adelante, cuando la tecnología y la ciencia lo permitan, hay que sumarle la posibilidad de pasar el contenido de nuestros cerebros a una supercomputadora. Ya lo dijo el tecnólogo Raymond Kurzweil. Ve en nuestro futuro una inteligencia artificial, a la que llama Singularidad Tecnológica, que superará en capacidad intelectual a los seres humanos,y que espera que llegue antes de 2045. El salto evolutivo será biológico.
Esto es clarísimo para Rob Spence, que sostiene que la humanidad no está tan lejos de este salto. Spence se quedó casi ciego de su ojo derecho cuando tenía nueve años, tras darse un culatazo con la escopeta de su abuelo. A los 13 años, le terminaron de extirpar el ojo que no dejaba de darle problemas.Desde hace varios años, se llama a sí mismo Eyeborg (que mezcla las palabras inglesas para ojo y cyborg), porque donde estaba su ojo dañado se colocó una prótesis ocular que fue reconvertida en cámara. Esta puede emitir imágenes de video, pero el software de la cámara y el cerebro de Spence no están conectados.
"No soy transhumanista", dice Spence, que hizo de su necesidad una virtud y se convirtió en director de cine, desde Toronto, Canadá. "Sólo quiero tener un juguete extra para usar como director, pero di tantas charlas que conozco varias de estas personas. Sí creo que el próximo salto evolutivo será tecnológico: una vez se consiga una interfaz entre el cerebro y una máquina, todo va a cambiar", argumenta, en charla telefónica con LA NACION. Y pone como ejemplo el trabajo de la neuróloga Sheila Nemberg, que está trabajando con algas y estímulos eléctricos para devolverle la visión a personas ciegas. "Ya existen ojos biónicos que son como chips que se ponen en la retina y que funcionan como una recreación rudimentaria. Lo que queda de la retina original es la que habla con el cerebro. Nemberg fue capaz de decodificar el lenguaje que hablan entre la retina y el cerebro", sigue. De eso se trata, de aprehender el lenguaje de una maquinaria biológica que el hombre no inventó.
Pero Spence no está solo en esta movida por aunar a la biología con la tecnología. "En la edad eléctrica llevamos a toda la humanidad como nuestra piel", escribió el filósofo Marshall MacLuhan en 1964. Y eso es lo que hace el argentino Franco Falaschi, especialista en Experiencia de usuario de día y biohacker de noche. El biohacking es parte del transhumanismo y buscan modificar el propio cuerpo humano con implantes para hackear, justamente, a la biología.
Falaschi se implantó un chip en 2017, aprovechando la visita al país de Janine Medina , una biohacker y experta en biomedicina estadounidense, a la conferencia de seguridad Andsec. "El chip, que se inyecta entre la piel y el músculo, viene ‘vacío’ y uno se encarga de programarlo con un teléfono con NFC y un programa que sirva para escribir datos básicos como los de una tarjeta de presentación", dice. Ese chip era el primero de su tipo que salió al mercado y permitía guardar tan solo 400 bytes de información; ahora existen otros más avanzados. Sin embargo, y a pesar de su visible entusiasmo, Falaschi considera que la tecnología va hacia otro lado: "con los dispositivos vestibles como el Apple Watch, estamos logrando lo mismo que queríamos hacer con los chips, pero de una manera no invasiva". Además, agrega que hay cuestiones regulatorias sobre los datos personales que las empresas y organizaciones no van a resignar así nomás. "Lo no invasivo va a ganar", afirma. "Pero el día que se pueda implantar un brazo mecánico voy a ser el primero en la fila", dice con una sonrisa. ¿Por qué? "Pura curiosidad, pero también la necesidad de experimentar hacia dónde va la tecnología."
La estrella
Lo que más llama la atención dentro del movimiento transhumanista, la estrella más brillante de su horizonte, es justamente la criónica, es decir, la preservación de seres vivos a bajas temperaturas, cuando la medicina actual ya no puede hacer nada por ellos. La esperanza es que, en un futuro próximo o lejano, el cerebro pueda ponerse en marcha de nuevo gracias a los descubrimientos médicos y tecnológicos. Esto quiere decir que, si bien en la mayoría de los casos se preservan cuerpos, la esperanza esta cifrada en revivir el cerebro y trasladarlo a una máquina o cuerpo mecánico. Uno de los creadores del transhumanismo, Robert Ettinger, tomó esta noción de un cuento que leyó cuando era chico, en la edición de julio de 1931 de Amazing Stories, una de las revistas pioneras de la ciencia ficción. Allí apareció el cuento "The Jameson Satellite", escrito por Neil R. Jones, en el que un profesor congelado fue encontrado perdido en el espacio millones de años después de la extinción de la humanidad por una raza de hombres mecánicos con cerebros orgánicos que lo revivieron a su imagen y semejanza.
La primera persona congelada para extender su vida fue James Bedford, en 1967. En la actualidad, hay tres empresas u organizaciones que se dedican a la preservación de los cuerpos para una posteridad. La más conocida, y la más cara, es Alcor. Fue fundada en 1992 y preserva los cuerpos en nitrógeno líquido, previo tratamiento de vitrificación, a través del cual se evita la formación de hielo en las células (un proceso que las destruye) gracias al uso de crioprotectores, como el glicerol. Cobra 200.000 dólares la preservación de un cuerpo completo y 80.000 por solo la cabeza. Las otras dos son el Cryonics Institute y la rusa KrioRus.
Si bien hay quienes consideran a la criónica como una seudociencia, y cuestionan la práctica de criopreservación a partir de los límites de la tecnología, ellos se defienden diciendo que el objetivo actual no es revivir a nadie sino simplemente preservar el cerebro. "La posibilidad es mayor a cero", dice Rodolfo Goya, bioquímico e investigador del Conicet, y defensor a ultranza de estas prácticas.Es el único argentino conocido que ya sabe que será criopreservado a -196º C tras su muerte, justamente en el Cryonics Institute de Michigan, Estados Unidos. Para ello ya pagó 2000 dólares en 2010 como parte de su admisión, pero no le exigen el pago total de 35.000 dólares hasta que él lo decida. "El de Michigan es menos conocido y más barato, su único defecto es que no acepta cerebros", dice Goya.
"No hay una ley fundamental que impida que un individuo reviva", sostiene Goya y pone el ejemplo de los tardígrados, pequeños animalitos conocidos popularmente como osos de agua y que aparecieron en la primera temporada de Star Trek: Discovery. "Los tardígrados se congelan cuando hace mucho frío y están técnicamente muertos, pero cuando llega la primavera se descongelan y siguen su vida. Claro que estos son organismos simples y el ser humano es complejo, pero el potencial es enorme", analiza Goya en diálogo con LA NACION. Goya espera revivir en una Singularidad o Avatar tecnológico como las que plantea Kurzweil, pero no cree que sea tan pronto como el gurú estadounidense lo espera.
Valeriya Udalova es CEO de la rusa KrioRus, una empresa dedicada a la criogenia que nació hace 15 años. Lo que distingue a esta compañía es que, además de cuerpos y cerebros, congelan mascotas. Cobran 36.000 dólares por un cuerpo, 15.000 por un cerebro y arriba de 3000 por animales. Cuenta, vía Skype, que su organización nació tras un seminario transhumanista y que crearon la compañía para congelarse a ellos mismos. "Ahora no podemos vivir para siempre, pero esperamos que alguna vez sí", afirma. El comunicado de prensa de entonces generó un importante impacto y eso les hizo ver que había muchos interesados. En la actualidad, tienen congeladas a 74 personas, entre cuerpos y cerebros (ellos lo llaman neuropreservación), tal como puede verse en su página web, 40 animales y cientos de ADN. Y, si bien no tienen ningún latinoamericano, ya hay un representante en la Argentina.
El método que utilizan es similar al de Alcor y, para aquellos interesados, Udalova -que es una líder del movimiento transhumanista ruso- aclara que el precio no incluye logística (que es bastante complicada, el cuerpo tiene que ser puesto en frío casi inmediatamente). Suelen recibir unas 50 consultas por mes y, pandemia mediante, comenzaron a tener más preguntas desde estas latitudes. Ahora, con el transporte aéreo mundial funcionando a medias, tienen muchos cuerpos esperando a ser trasladados.
No son todas rosas: la cabeza de la Comisión de Pseudociencias de la Academia Rusa de Ciencias, Evgeny Alexandrov, describió a la criónica como "una iniciativa exclusivamente comercial que no tiene ninguna base científica", en declaraciones dadas al diario Izvestia y que fueron recogidas por la agencia Reuters en los primeros días de enero de este año.
Posiciones filosóficas y críticas
"El transhumanismo propone que la técnica obligue a que la humanidad trascienda", explica Pablo Rodríguez, doctor en Ciencias Sociales, ensayista y estudioso de esa conjunción entre ciencia y sociedad. "Es una postura reduccionista y simplista porque supone que la definición del humanismo moderno vale para toda la historia. Su falla conceptual es no reconocer que el humanismo es un fenómeno histórico." Y pone de ejemplo la escena que abre 2001: Odisea en el Espacio, en la que el simio da su primer paso hacia la humanidad cuando descubre que puede usar los huesos pelados como un arma para controlar a quienes lo rodean.
El neurocientífico argentino Rodrigo Quian Quiroga saltó a la fama mundial en 2009 cuando descubrió la "neurona Jennifer Aniston" -junto al investigador Hernán Rey-. Hoy es es director del Centro de Neurociencias de Sistemas y jefe de Bioingeniería en la Universidad de Leicester, Inglaterra, y autor de varios libros de divulgación científica, entre ellos "NeuroCienciaFicción: Cómo el cine se adelantó a la ciencia" (2018), que relaciona avances científicos con la ciencia ficción, tanto escrita como filmada.
Respecto al transhumanismo, lo primero que hace es relacionarlo con esa historia que Ingmar Bergman creó en El Séptimo Sello: la de un cruzado jugando al ajedrez con la muerte para extender su vida. "Si lo ves desde el punto de vista filosófico, lo que me constituye es la actividad de las neuronas, y el sustrato de esa actividad puede ser biológico o el silicio y los algoritmos de una computadora", dice en relación con la idea de Singularidad de Kurzweil. Pero, y retomando lo planteado por Karina Pedace, no olvida que estas movidas son exclusivas para millonarios o, a lo sumo, personas muy motivadas. El instinto de supervivencia primero se ocupa de sobrevivir día a día; cuando los ingresos son bajos, no queda tiempo para plantearse la posibilidad de vivir eternamente, pero cuando estás hecho, las urgencias comienzan a cambiar. No te vas a quedar sin comida, pero la vida se va a acabar igual, dice Quiroga.
"Los transhumanistas, entonces, prefieren esa posibilidad minúscula, mayor a cero, a aceptar la muerte. Yo, como científico, no puedo probar que eso no pueda pasar en un futuro. Pero sí puedo decir que esa personas que ‘vuelva a la vida’, con la identidad en una máquina, no será la misma persona." En este sentido, dice Pedace, "todo depende de qué entendamos por ‘humano’. Y, sin duda, se trata de una cuestión que nos interpela, porque no resulta nada clara. Sin embargo, si pensamos en nuestra existencia como ligada íntimamente con la muerte y con el tipo de elecciones que supone el sabernos seres finitos, el movimiento transhumanista que abraza la ‘singularidad’ parece pretender "deshumanizarnos’ bajo la promesa de la inmortalidad en el horizonte de Silicon Valley".
Ser consciente de la muerte te cambia la vida, argumenta Quiroga, y por eso muchos seres humanos prefieren autoengañarse. "Vivimos pensando que somos eternos, pero aquellas personas que padecen un cáncer terminal o sufren un accidente gravísimo terminan cambiando. Cuando alguien atraviesa un batacazo así, la muerte te apremia y te lleva a disfrutar el tiempo al máximo. O, como dicen los Decadentes en su canción: "si vivís cada segundo a pleno, serás el dueño de la eternidad".
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