“Tengo 30 años y echo de menos a la vieja internet. Manda la gente linda, como en todas partes”
La periodista Marie Le Conte publica un libro donde describe con nostalgia cómo la Red era mejor en el cambio de siglo: sin celulares, sin redes, sin influencers
- 9 minutos de lectura'
Internet cambia tan rápido que ya hay gente de 30 años que recuerda con nostalgia otra era. La periodista franco-marroquí Marie Le Conte ha escrito un libro de 300 páginas para lamentar esos cambios. Se titula Escape. Cómo una generación dio forma, destruyó y sobrevivió a internet (de momento solo en inglés). Le Conte ha analizado los cambios de internet entre las dos primeras décadas del siglo XXI.
El resultado es una útil historia cultural de la Red: “Internet es como un viejo gran bar. Lo descubres por accidente, ves que es maravilloso, se lo dices a tus amigos, que se lo dicen a lo suyos, las bebidas se vuelven más caras, se llena cada noche y sientes que era grande porque casi nadie lo conocía”, escribe. Ahora sigue en ese bar, entretenida, pero sentada en una esquina, más sola.
I have a new book coming out on September 1! It's called Escape, and it's about being part of the first ever generation who got to grow up online, at a point when the internet was new and fresh and ever-changing. https://t.co/l4N8PgYlRX pic.twitter.com/63bsnWPW6c
— Marie Le Conte (@youngvulgarian) June 8, 2022
EL PAÍS ha hablado por videoconferencia con Le Conte, que vive en Londres desde 2009, donde trabaja en periodismo político. Su vida en internet empezó centrada en blogs sobre música indie. La red se convirtió un lugar anónimo donde encontrar amigos, cierta fama y hasta sexo. Hoy, aquel desorden ha desaparecido en favor de algoritmos, influencers y un consumo más pasivo. Todo esto no implica que la periodista haya huido. Internet sigue siendo “mi casa”, dice, pero ya no es un espacio íntimo y acogedor, sino “plano, aburrido y sin vida”. Internet no era la vida real y ahora ya sí. En su conversación con este periódico, Le Conte explicó algunos de los puntos más importantes de su libro.
1. La nostalgia por el lugar de los freaks
“He identificado dos períodos de internet”, explica Le Conte, “en mis años de formación era en gran medida un lugar para personas que no eran muy avispadas en la vida real: eran muy raros, no tenían muchos amigos y sus pasatiempos eran extraños”. La autora se incluye en esa lista: “Así que todos terminamos en ese espacio diferente porque en la vida real no nos estaba yendo bien”, añade.
Esos años fueron para una microgeneración nacida entre 1985 y 1995 aproximadamente. Fueron los que compartieron adolescencia con la Web, creada en 1989. Ya era un lugar popular, ya existían incluso Amazon, Google y nacía Facebook, pero la vida estaba en foros y blogs que además se leían solo en la computadora de casa.
En la segunda década, todo cambió: “La segunda fase comenzó probablemente a principios de 2010. Fue cuando literalmente todos los demás se nos unieron. De repente, pasar todo el tiempo online se convirtió en algo completamente normal”, recuerda.
Fue cuando “invadieron” el bar. Estar en internet ya no era especial. Esa distinción entre digital y real se fue reduciendo hasta cero: “La vida real e internet a principios de 2020 finalmente se fusionaron por completo en un solo mundo”, dice. Todo lo que ocurre o se dice en internet ya es real, tiene consecuencias en el trabajo o en la vida privada y queda vinculado a tu identidad para siempre.
2. La microgeneración afortunada
Una tarde de 2007, con 15 años, Le Conte vivió una experiencia “aburrida” plenamente del siglo XX. Organizó un concierto con bandas pequeñas en su ciudad natal: “Lo que hicimos fue básicamente enojar a mi padre al imprimir muchos folletos con su impresora. Luego fuimos a repartirlos por las partes lindas de la ciudad. En ese momento todavía era la única forma de correr la voz”, rememora.
La microgeneración afortunada de la periodista vio los últimos respiros de la era anterior. Además, eran bastante jóvenes como para usar internet como un laboratorio controlado de adolescencia. Primero, eran anónimos: “Teníamos esta capacidad infinita de reinventarnos. Debido a la cultura en ese momento, no usabas tu nombre real en línea, pero también podías usar seudónimos distintos en MySpace y en un foro en Messenger”.
Y segundo, ese anonimato conllevaba que la distancia entre vida digital y real fuera enorme. Nada salpicaba el otro lado: “Hice muchas cosas estúpidas online cuando era joven y participé en muchas peleas estúpidas. Ninguna llegó nunca al mundo real”.
A estos dos rasgos online se unía otro físico: el iPhone aún no existía o apenas se había desarrollado. Internet era algo que ocurría en casa: “Ya tenía móvil y podía enviar mensajes de texto. Pero no tenía internet. Eso, en retrospectiva, me parece el equilibrio perfecto. Ese es un mundo que realmente echo de menos: tener casi todo de internet, pero también dejarlo atrás al salir de la casa”, dice.
3. El porno era una trucha congelada
El capítulo sobre el descubrimiento del sexo y el porno es quizá el que mejor ilustra este salto entre aquel internet y el actual. Con 12 años, en 2003, Le Conte y un grupo de amigos jugaron a un concurso para “encontrar el porno más raro de internet”. Los resultados hoy serían imposibles de describir en un periódico. Pero en la época dieron con videos protagonizados por una trucha congelada, hombres disfrazados de pterodáctilo (de cintura para arriba) y una cabeza podrida de oveja (la periodista ganó con este).
La periodista recuerda aquellos descubrimientos como algo positivo para su formación. Le ayudó a descubrir ese mundo, con la colaboración de su madre, que le respondía cualquier pregunta que tuviera. No le parecía una influencia terrible.
Pero mientras escribía cambió de opinión. A ella la habían asfixiado alguna vez como juego sexual, sin su consentimiento evidente. “El capítulo iba a tener una conclusión positiva, pero observé los datos y vi que no podía fingir que esto es bueno. Estoy segura de que no es solo la asfixia, son hechos muy extremos que se han vuelto comunes”, dice.
Le Conte ve también una separación generacional: “Cuando era niña, la pornografía estaba en todas partes, pero era en ventanas emergentes o imágenes o videos que tardaban un millón de años en descargarse. Mientras que si hubiera sido cinco años más joven, de repente todas las páginas de pornografía estaban ahí. Esta era del streaming para la pornografía fue un cambio más grande que internet en general, porque el sexo siempre ha estado en internet a lo largo de la historia. Pero ahora es cuestión de volumen”, explica.
4. La llegada de los guapos y cuándo cambió todo
La expansión del porno fue solo un síntoma. Pero la autora ve varios momentos progresivos y difíciles de acotar: cuando todos saltamos a Facebook, cuando Tumblr dejó de ser una red de nicho. Pero más clave fue cuando los blogueros dejaron paso a los influencers. Sobre este paso, Le Conte tiene una teoría elaborada: “Si eras bloguero lo hacías porque te gustaba compartir tu vida en exceso y hacer amigos online. Mientras que los influencers quieren dinero, quieren éxito y fama en la vida real. Esto muestra el cambio en la cultura de internet: de querer escribir mis pensamientos y, con suerte, conseguir algunos seguidores, a ser básicamente un fracaso si las grandes marcas de moda no te envían miles de euros en ropa”.
Pero su hipótesis más refinada sobre el momento en que internet se convirtió en el mundo real es “cuando llegaron los guapos”. “Hay estudios que muestran cómo las personas atractivas tienen una vida más agradable. Eso está en los datos, no invento nada”, asegura. Al principio, en una red pre-Instagram, esta prevalencia no existía. “El auge de Instagram marcó ese cambio: ‘Oh Dios, lo estamos haciendo de nuevo, hemos reinventado que la gente guapa es popular’. Son hombres y mujeres, y son realmente hermosos y aburridos, y fue como si internet se volviera la típica película de instituto estadounidense”.
5. El algoritmo es como mi gato
“La gente 10 años menor ha crecido en un internet que no reconozco”, escribe Le Conte: “Lo hablaba con una amiga hace poco y nos sentíamos mayores”.
Ella usa Twitter, Instagram, Tumblr y la mayoría de apps comunes, pero ha marcado TikTok como su frontera: “No me gusta. Nunca voy a tener TikTok en mi teléfono porque lo intenté y odio que no permita buscar o ver lo que quieras. Está totalmente impulsado por algoritmos. Es increíblemente frustrante. Yo soy el humano. Puedes sugerirme cosas, pero no puedes dictar lo que veo”, dice. El uso más habitual de TikTok no se centra en a quién sigues o en temas específicos preferidos, sino por lo que el algoritmo decide.
Le Conte no quiere que el algoritmo de TikTok decida por ella. En cambio, en el libro explica cómo los algoritmos que recomiendan anuncios u otro contenido han entrado en su vida. Como lectora original de blogs, que dependían básicamente de la voluntad del usuario, ve los motores de recomendación controlados por algoritmos como un añadido innecesario, aunque simpático. Para la periodista, su algoritmo es “como un animal de compañía”.
“Soy consciente de que hay gente en Silicon Valley que quiere controlar mis movimientos para venderme cosas, pero están lejos y son irrelevantes”, escribe. “Mi algoritmo, en cambio, es pequeño y está aquí conmigo; prefería mi vida online cuando estaba sola y podía decidirlo todo, pero no me han dado opción. Ahora tengo un compañero en mis viajes y me lo tomo como algo personal cuando no me presta atención, que es a menudo”. Es como su gato, añade.
6. Pero internet sigue siendo mi única casa
Le Conte no ha aprovechado este discurso para abandonar internet y centrarse en el mundo real. No puede. Sigue siendo su casa, menos agradable, pero única. “Todavía disfruto mucho al pasar básicamente todo mi tiempo en internet, aunque también haya mejorado mi vida en el mundo real. La tensión para mí está entre el hecho de que internet ya no es el hogar que solía sentir, pero al mismo tiempo sigue siendo mi hogar y no hay ningún lugar en el que prefiera estar, supongo”.
“Como espacio no es tan divertido y liberador como solía ser, ahora se ha reducido más, es más plano. Pero sigue siendo, diría, al menos para mí, algo que tiene un impacto positivo en mi vida”, añade.
EL PAIS