Tenemos que hacer algo con Elon Musk
Por un momento pensé que se saldría con la suya. Rescatar a un equipo de fútbol infantil con un mini-submarino hecho con partes de un cohete es digno de un superhéroe de la vida real. El problema es que mientras estas viñetas de historieta se dibujaban, los verdaderos héroes estaban haciendo su trabajo y este despliegue de megalomanía lo ponía todo en peligro.
Hace poco menos de un mes, el 23 de junio, un equipo de fútbol infantil de Tailandia — 12 niños de entre 11 y 17 años y su entrenador de 25 años — quedaba atrapado en el sistema de cuevas Tham Luang. Fue recién el 2 de julio que dos buzos británicos los encontraron con vida a unos 4 kilómetros de la boca de la cueva, pero no fue hasta el 8 de julio que los primeros niños fueron rescatados.
Mientras sucedía todo este lío logístico para intentar un rescate por demás riesgoso, con una temporada de lluvias a punto de comenzar y la amenaza de que las cuevas queden nuevamente inaccesibles, a Elon Musk alguien le preguntó por Twitter si no podía dar una mano. Fiel a su estilo, respondió que aunque el gobierno tailandés parecía tener todo controlado, ayudaría alegremente si había alguna forma de hacerlo.
Horas más tarde, Musk ya estaba bocetando un mini-submarino (y tuiteando sus detalles) luego de ponerlo a cargo de un puñado de sus ingenieros, recauchutado en base a un tanque de oxígeno líquido de uno de sus cohetes Falcon 9. Es maravilloso pensar en que los multimillonarios dispongan de sus recursos técnicos y económicos para asistir durante episodios como el rescate de una cueva.
No es precisamente el gesto lo que merece críticas sino más bien el modo. Ofrecer soluciones técnicas a problemas complejos es a lo que Silicon Valley se dedica, pero reaccionar violentamente cuando estas soluciones son rechazadas, o simplemente criticadas, es cumplir con aquel prejuicio difícil de derrocar del niño multimillonario caprichoso.
Cuando Narongsak Osottanakorn, el gobernador de la provincia donde el sistema de cuevas se encuentra y jefe de los esfuerzos de rescate, señaló que la solución propuesta por Musk era poco práctica, este se apresuró a contestar que Osottanakorn no era la autoridad competente en el asunto y que uno de los buzos a cargo le había pedido que siguiera desarrollando el submarino. Esto último, sin embargo, fue desmentido: efectivamente, la cueva es en partes demasiado angosta para su funcionamiento.
Pero los ataques no cesaron. Vernon Unsworth, un buzo que pasó los últimos seis años estudiando Tham Luang y discutiblemente una de las personas que mejor conoce estas cuevas en el mundo, comentó públicamente que todo el asunto del mini-submarino de Musk no era más que un "circo de relaciones públicas" y que no tenía chances de haber funcionado porque ni Musk ni sus ingenieros tenían idea del sistema de pasadizos que tienen las cuevas. En particular, las curvas cerradas y angostas le harían imposible el paso.
I suspect that the Thai govt has this under control, but I’m happy to help if there is a way to do so&— Elon Musk (@elonmusk) 4 de julio de 2018
Para alguien que se dedicó durante décadas a cimentar una reputación que por algunos es celebrada como la de un "Tony Stark de la vida real" es increíble que con puñado de tuits hiciera tanto más difícil seguir defendiéndolo. Musk, armado con su cuenta de Twitter, comentó que Unsworth no sólo estaba equivocado, sino que era un pedófilo y que pondría a su equipo a filmar un video con el submarino haciendo el recorrido hasta la cueva donde habían estado los niños para demostrarlo. Recordemos que cuando el submarino llegó a Tailandia sólo quedaban cuatro niños en la cueva, a punto de ser rescatados.
Unsworth, por su cuenta, celebrado como el componente clave para el rescate por acertar la ubicación exacta de los niños atrapados, está pensando en hacerle un juicio por difamación que podría costarle a Musk entre 125 mil libras en el Reino Unido hasta un millón de dólares en EE.UU., dependiendo de dónde se haga la denuncia.
Probablemente las palabras más sensatas sobre todo el episodio sean las de Zeynep Tufekci, académica turca especializada en el impacto social de la tecnología. En su columna en el New York Times, Tufekci sugiere que antes de ofenderse Musk podría aprender una cosa o dos de los rescatistas.
La discusión, lo que realmente está en conflicto en todo esto, implica el choque entre dos modos muy distintos de hacer las cosas. Musk representa el modus operandi ya clásico de "muévete rápido y rompe cosas", mientras que los equipos de rescate representan algo así como "muévete dando pasos firmes, no lastimes a nadie y pon la seguridad primero".
Lo que Tufekci señaló, respondiéndole al propio Musk en Twitter, es que muchas veces cuando las celebridades tratan de ayudar en un desastre empeoran las cosas. Por ejemplo, en un terremoto en el que ella fue sobreviviente, mientras trataban de escuchar si había personas con vida aterrizó un helicóptero con un famoso que iba a "animarlos y motivarlos", imposibilitando el rescate.
Billionaire tech entrepreneur Elon Musk sent a "kid-size submarine" to help the 12 boys trapped in the Thai cave. Vern Unsworth, who was involved in the rescue operation, rejected the idea completely. https://t.co/BLdRUYjEE7pic.twitter.com/95o1X5snBb&— CNN (@CNN) 15 de julio de 2018
El modelo Silicon Valley, insiste Tufekci, es una mezcla de optimismo, fe ciega en que el conocimiento en un dominio puede aprovecharse sin más en otros y una preferencia por las soluciones rápidas, llamativas y repletas de acción. Pero lo que hizo posible el rescate fue uno diferente, "más lento, más metódico, más especializado, uno que elige esfuerzos seguros antes que riesgosos."
El choque entre estos modos de hacer las cosas puede verse en todos lados. Sin ir más lejos, todo el episodio de Musk sirve como metáfora perfecta para los repetidos intentos de instalar el voto electrónico en Argentina. Si los niños en la cueva fueran el sistema electoral vigente (o en su defecto, la democracia) el mini-submarino sería el voto electrónico, una solución hiper-tecnologizada que nadie pidió, que todo indica que no va a funcionar y que genera riesgos innecesarios, pero que indudablemente sirve para hacer buenas relaciones públicas mientras todo experto en el asunto insiste en que es una solución en busca de problemas. En este caso, también, ir por la opción con lucecitas podría costarnos muy caro.
Tufekci, por su cuenta, da el ejemplo de la aviación comercial, uno de los mejores modelos de seguridad en transporte que alguna vez se haya desarrollado: "Se trata de protocolos exhaustivos y procedimientos que toma décadas desarrollar."
No es que innovar sea malo: el impacto en la vida cotidiana que tiene la cultura de la innovación desarraigada de Silicon Valley es innegable. En cambio, se trata de aprender a callar y escuchar cuando se indica que nuestros modelos del mundo no lo reflejan con fidelidad, o que nuestras soluciones, aunque bienvenidas, merecen ser evaluadas por los expertos en el asunto, sobre todo cuando se están jugando sus propias vidas.
Axel Marazzi, periodista de tecnología, comentaba que habría que hacerle el favor a Elon Musk de borrarle la cuenta de Twitter por su propio bien. Musk mismo, apenas tres días antes de su último altercado, había prometido públicamente no meterse más en problemas. Cuesta imaginar formas de arruinar un gesto tan honroso como el de Musk al ofrecer ayuda, pero quizá su capacidad para innovar también sea la que pergeñó la fantástica idea de insultar a quienes se suponía iba a ayudar, ofenderse por el rechazo a dicha ayuda y luego hacer un tamaño papelón frente a las personas que efectivamente hicieron lo que él no: salvar a los niños y salvar el día. Es como si hacer cohetes fuera más fácil que dejar de tuitear un rato.
Soluciones como la de Musk hacen buenas películas, eso está claro, y en Tailandia ya están discutiendo cómo sacarle provecho a este mal trago. Ahora, cuando la película se haga (y seguro que la van a hacer), ¿qué papel va a tocarle a quien haga de Musk?