Steve Wozniak: "Lo que más extraño de Steve Jobs es la época antes de que fundáramos Apple, cuando hablábamos de todo lo que íbamos a hacer juntos"
A los 6 años Steve Wozniak oía voces. Pero no había nada de malo con su mente. O con sus oídos. Las voces provenían de una sencilla radio a galena que él mismo había construido. El hombre que fundaría Apple junto con Steve Jobs en 1976 fue, antes que ninguna otra cosa, un niño prodigio. Como Mozart, y con la ayuda constante de su padre Jerry (que fue algo así como un Leopold de los tiempos modernos), tenía oído absoluto para la matemática e incorporó los conceptos básicos de la electricidad y la electrónica al mismo tiempo que aprendía a leer y escribir.
"Me encantaba mirar a mi padre trabajar y, a los 7 u 8 años, los cables y circuitos ya formaban parte de mi vida," rememora, en una charla pública con Facundo Manes, durante la ExpoInternetLA 2015. Dentro de un rato, podré sentarme a charlar con él. Es una conversación que he aguardado durante gran parte de mi vida adulta. Porque ese hombre campechano de sonrisa perpetua y gestos amplios es el inventor de la computadora personal. Ni más ni menos. A él se le ocurrió conectar un televisor y un teclado sencillo y económico a las incipientes computadoras para hobbistas en los 70. A él se le ocurrió una forma inédita de crear imágenes a color usando chips de 1 dólar. A él se le ocurrió que los juegos de video podían programarse en software, en lugar de crearse mediante hardware, como se hacía entonces. Sí, también la vasta y opulenta industria actual de los videogames nació de las interminables elucubraciones de un muchacho que, sin embargo, sólo se graduaría en la universidad cuando Apple ya era una compañía pública y él se había vuelto millonario y célebre.
Pero Woz (como lo conoce todo el mundo) no sólo fue un niño prodigio que a los 11 años ya tenía su propia licencia como radioaficionado y a los 13 había creado una calculadora electrónica basada en transistores, sino que también tuvo la rara fortuna de encontrarse a sí mismo tempranamente. Siempre supo que quería ser ingeniero. No quería llegar a gerente ni administrar grandes sumas de dinero. Su felicidad estaba en otra parte. En el arte de la electrónica y la ciencia de las computadoras.
Hay, en San José, California, Estados Unidos, una calle que lleva su nombre: Woz Way. Es raro que se les conceda este privilegio a personas vivas. "Nunca quise dinero -explicó en un reportaje a The Seattle Times, en 2006-. Así que tan pronto como gané toda esa plata con Apple traté de sacármela de encima, e invertí mucho en museos. Por eso, bautizaron salas de escuelas con mi nombre, y la calle en San José es uno de los mejores reconocimientos que recibí. Woz Way. El intendente me llamó un día y me dijo: 'Vamos a ponerle su nombre a una calle'.
De una generosidad legendaria, antes de que Apple hiciera su primera oferta pública, vendió miles de sus acciones a empleados destacados de la compañía a sólo 5 dólares la unidad. Lo llamó el Plan Woz, y su idea era premiar a aquellos individuos que habían colaborado con el fenomenal éxito de Apple, pero que nunca recibirían otra cosa que un salario. En esa época, al revés que ahora, las compañías estadounidenses no ofrecían acciones bursátiles a sus empleados. También en eso fue un precursor y el Plan Woz creó 40 millonarios de la noche a la mañana, cuando, el 12 de diciembre de 1980, la compañía salió a la Bolsa en la oferta pública inicial más fértil desde la de Ford, en 1956.
Tímido, pero aficionado a las bromas (algunas bastante pesadas), genial y pródigo con sus amigos, Wozniak encontró en el ambicioso y atormentado Steve Jobs su complemento perfecto. Jobs era capaz de convertir en oportunidades de negocio en los inventos de su amigo, separando las tecnologías que tenían futuro de las que no. Si Woz conseguía imposibles con la electrónica, Jobs hacía milagros con proveedores e inversionistas.
Woz creó, en 1975, una computadora que se convertiría más tarde en el primer producto de la compañía, la Apple I, cuyos ejemplares se subastan hoy en 1 millón de dólares. Pero, inicialmente, Wozniak había regalado su diseño a otros hobbistas y amigos. Estaba en su espíritu. "Era un hippie que no tomaba drogas, y por eso los hippies desconfiaban de mí", observa, con pena, en su autobiografía.
Jobs, en cambio, lo convenció de fabricar la Apple I (en rigor, poco más de una plaqueta electrónica, sin fuente de alimentación, teclado, pantalla ni carcasa), localizó un comerciante interesado, se encargó de los números y de las líneas de abastecimiento, y finalmente obtuvo una orden de compras por 50.000 dólares.
Ese éxito llevó a Wozniak a pergeñar la Apple II, la primera computadora personal que lograría vender un millón de unidades y la que sentó las bases del éxito de la compañía durante una década completa. Ambas máquinas, obras maestras de la ingeniería, salieron exclusivamente de su cerebro. Jobs se ocupó de que esas ideas brillantes encontraran sus clientes, su mercado, sus inversionistas.
Se necesitaban el uno al otro y empezaron con nada, él trabajando en su habitación o en su cubículo de HP, donde diseñaba calculadoras, y Jobs en su cuarto en la casa paterna. Lo del garaje es lindo, pero mayormente exagerado. "Sólo lo usábamos un par de horas por día -le dice Wozniak a Manes-, pero es importante porque muestra lo humildes que fueron nuestros inicios."
Previsiblemente, los mitos y una épica con frecuencia demasiado imaginativa abundan en la extraordinaria historia de Apple. Pero en 2006, cuando cumplió 55 años, Wozniak entendió que era hora de contar las cosas como realmente habían sido. Publicó su autobiografía y cada vez que puede se ocupa de enderezar el relato. No, no fue Jobs quien lo llevó por primera vez a aquel club de aficionados a las computadoras (el Homebrew Computer Club), fue al revés. No, no diseñaron las dos primeras Apple juntos, lo hizo él solo. No, nunca abandonó la universidad, sólo la dejó por un tiempo y luego se graduó, al revés que Jobs. Y no, nunca se fue de Apple -de hecho, sigue cobrando el salario mínimo de la compañía-, y mucho menos se fue enojado, como publicó en su momento The Wall Street Journal.
Es cierto, sin embargo, que a principios de los 80 Apple había crecido demasiado para su paladar. Prefería iniciar algo nuevo, de cero, con un pequeño grupo de amigos. Entonces intercedió el destino. El 7 de febrero de 1981, Woz despegó con su hermoso Beechcraft de cola en V y lo último que recuerda es que empezó a empujar el acelerador. Luego, nada. Quizá por un error de principiante, el Beechcraft perdió sustentación y se estrelló a poco de levantar vuelo. Woz, que iba con su novia y otras dos personas, sacó la peor parte, con graves heridas en la cara y una amnesia anterógrada que duró 5 semanas. El accidente le dio también la excusa que necesitaba para alejarse del día a día de Apple. Para entonces, la Apple III, diseñada no ya por él, sino por un comité, era un fracaso que le costaría a la compañía 1000 millones de dólares.
Como suele ocurrir, el temprano encuentro con su vocación -a los 11 años descubrió las computadoras en una revista para ingenieros que recibía su padre- hicieron de Wozniak un hombre feliz. Nada en este mundo, ni el dinero ni la fama, que durante años lo perturbó profundamente -al punto de anotarse en la segunda etapa de su carrera universitaria bajo un nombre falso-, podían igualar lo que sentía cuando se enfrascaba en sus proyectos. Está en paz consigo y por eso es, de cierto modo, la persona más fácil de entrevistar que podría existir. Pero mientras espero para sentarme a charlar con él, lo confieso, me siento nervioso como un principiante. Voy a charlar con uno de los íconos de mi generación. El admirado y querido Woz. El hombre que en 1975 inventó la computadora personal. Es decir, el hombre que inventó el futuro. ¿Qué preguntarle que no le hayan preguntado antes mil veces?
-Hoy es 11 de septiembre, un día triste para Estados Unidos. ¿Recuerda qué estaba haciendo ese día?
-Sí, ese día dormí hasta tarde y me llamaron por teléfono para decirme lo que estaba pasando. Fue un shock, así que prendí la televisión. Me enteré un poco tarde, aunque las torres todavía no habían caído. Fue muy chocante. Pero luego oí a un par de políticos que hablaban de lo que esto significaba, y entonces tuve una fuerte sensación de que se venían tiempos muy oscuros en términos de derechos humanos. Pude darme cuenta en ese preciso momento, y hubiera querido que tal cosa no ocurriera.
-Y ocurrió.
-Ocurrió, y es como que ya casi nadie les da la misma alta prioridad a los derechos humanos, la privacidad en las comunicaciones, etcétera. Me sentí muy mal por eso. Soy uno de los fundadores de la Electronic Frontier Foundation, que lucha por las libertades civiles en relación con la tecnología.
-Sé que le gusta la música, y hasta donde recuerdo usted organizó dos festivales. ¿Cuál es su música favorita?
-Crecí oyendo música clásica, y luego llegó la FM, que podía transmitir secuencias más largas, como Desolation Row, de Bob Dylan, una canción de 12 minutos. Eso no se podía hacer en AM, donde pasaban sólo canciones de 2 o 3 minutos. Así descubrí un nuevo tipo de música, el rock clásico, los sonidos de San Francisco, y me metí en eso. Luego, poco antes de que fundáramos Apple, apareció en el área KFAT, una estación de radio que pasaba un nuevo tipo de música, llamado Americana, que era como el country, como el folk, cada canción contaba una historia que te hacía pensar que había sido tomada de la vida real, y esa sigue siendo mi música favorita hasta el día de hoy.
-¿Toca algún instrumento?
-Toqué guitarra de durante 20 años. Tuve que dejar hace un tiempo, pero tengo hermosas guitarras en casa. Tuve un problema en un tendón, en el dedo anular. Ahora se me ha curado la mano, después de dos años y sin cirugía, y de hecho tengo el deseo de volver a tocar. Uno de estos días, cuando esté en casa y tenga tiempo, voy a volver a tocar. Pero es gracioso, porque sólo toco canciones de Bob Dylan [risas], y sólo toco para mí, no para otras personas.
-¿Le gusta leer?
-Cuando era joven leía mucho. Creo que las personas inteligentes leen mucho, cada persona inteligente que conozco ha leído mucho de joven. Pero ahora prefiero ir al cine.
-¿Cuáles son sus películas favoritas?
-Slumdog Millionaire es mi favorita de siempre, y Silver Linings Playbook, que tiene un montón de cosas que me tocan en lo personal, desde un libro de Hemingway que fue mi favorito durante gran parte de mi vida, hasta una canción de Bob Dylan y el concurso Bailando con las Estrellas [Woz participó del reality en 2009; https://www.youtube.com/watch?v=odBsLRNA764 ], y la historia de amor de la película es hermosa.
-Cuando usted se fue de Apple empezó a enseñar en las escuelas.
-Así es, enseñé a chicos de 11 a 14 años durante 8 años de mi vida, de lunes a viernes, y preparaba mis propias clases, para hacerlas más interesantes.
-¿Piensa que hay que enseñarles a programar a los chicos?
-No. Lo pensaba antes, cuando Apple estaba empezando a crecer y la gente buscaba maneras de hacer que nuestro país fuera más creativo e innovador. En esa época me decía: "¡Dios mío, tenemos que enseñar programación!" Ahora creo que debe ser opcional, y ésta es la razón: ¿realmente necesitamos que cada persona adulta en el mundo sepa programar? ¿Cuántas personas en nuestra sociedad realmente trabajan con código? ¿Uno por ciento, dos por ciento? Así que en el fondo no es crítico para nuestra sociedad que todo el mundo entienda código.
"Pero una de las cosas que me gusta de programar, y por la que pienso que podríamos discutir si debería ser obligatorio, es que te enseña una forma lógica de pensar, te enseña a pensar correctamente y por pasos y a asegurarte de que el producto final funcione. Eso es una forma de pensar que podés aplicar a todos los órdenes de la vida, le enseña a tu mente a pensar claramente también en asuntos sociales, políticos, etcétera.
-¿Y qué es lo que más extraña de Steve Jobs?
-Extraño cómo nos sorprendía con productos que la gente al principio ni siquiera entendía.
-En lo personal, ¿qué es lo que más extraña de él?
-En lo personal..., creo que lo que más extraño es la época antes de que fundáramos Apple, cuando hablábamos de todo lo que íbamos a hacer juntos, e incluso, de los primeros tiempos de Apple, extraño el hecho de que en esa época él era siempre muy respetuoso y afectuoso conmigo.
-La última: ¿realmente no recuerda nada de aquel accidente de avión?
No, no.
-¿Nada de nada?
-No. Parte de mi cerebro que almacena recuerdos sufrió daños y no se curó hasta después de cinco semanas. Así que no se guardó ningún recuerdo del accidente ni de las siguientes cinco semanas. Me encantaría saber, pero no, no queda nada. Luego estudié el asunto, cuando volví a la universidad para graduarme, estudié el asunto de la memoria y esto que me pasó es muy común, y el hecho es que los recuerdos no están ahí.
Bio
Profesión: ingeniero
Edad: 65 años
Fundó Apple con Steve Jobs en 1976. Diseñó a solas los dos productos iniciales de la compañía. Su obra maestra, la Apple II, fue la primera computadora que lograría vender un millón de unidades. A los 30 años se retiró del día a día de la empresa y se dedicó a la docencia, su otra pasión
Momentos
"Escríbame. O llámeme"
El ambiente donde hablaré con Wozniak es ruidoso y está repleto de fans que quieren que firme sus iPhones, Macs y hasta alguna Apple II. Es uno de los peores escenarios posibles para una entrevista tan especial. Para peor, me han concedido escasos 7 minutos, que, inevitablemente, terminarán siendo más de 15. Lo sé, es imposible hablar sólo 7 minutos. Cuando menos con Woz. Pero necesito captar su atención. Así que se me ocurre contarle algo que tenemos en común. Le digo que hice mis primeros palotes en programación con una HP-65. Su expresión cambia instantáneamente y exclama:
–¡Yo diseñé parte de esa calculadora!
–Lo sé. Y tuvo que vender la suya para fundar Apple.
–Así es, ¡tuve que vender la mía! Qué gran historia la que me cuenta.
Nos quedamos luego charlando de esos años dorados, pero el tiempo corre. Le digo que debo hacerle algunas preguntas para mi reportaje. Acepta, pero antes me ofrece su tarjeta personal. "Escríbame o llámeme por teléfono", me dice. Es una invitación que no dejaré pasar.
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